domingo, 8 de noviembre de 2009

LOS SECRETOS DE UN TANGO ARGENTINO



Título: El secreto de sus ojos.

Año: 2.009.

Duración: 126 minutos.

Director: Juan José Campanella.

Guionistas: Eduardo Sacheri y Juan José Campanella.

Música: Federico Jusid y Emilio Kauderer.

Fotografía: Félix Monti.

Reparto: Ricardo Darín, Soledad Villamil, Guillermo Francella, Pablo Rago, Javier Godino, José Luis Gioia, Mario Alarcón, Mariano Argento, Ricardo Cerone, David di Nápoli…





Casi parece imperdonable que este blog aún no hubiera colocado una película argentina en el listado de reseñas. Sin embargo, no podía faltar esta película que tuve la suerte de ver una tarde que parecía anodina y se endulzó por la buena compañía y esta excelente obra. Me dijo un apreciado amigo hace poco tiempo, que quizás la crisis agudice el ingenio, mucho ha sufrido el pueblo argentino en los últimos años, probablemente el séptimo arte ha sido la ruta de escape de muchos artistas. No quiero hacer con ello una apología de algo tan terrible como la inestabilidad política o económica, es simplemente ver el vaso medio lleno o medio vacío. Campanella ha insistido mucho en sus últimas producciones sobre el papel de la esperanza y el romanticismo, como fórmulas que, ganen o pierdan, merecen mucho más la pena que la frialdad y el pragmatismo egoísta. Y eso o te llamas Disney o es muy difícil, pero este director lo está logrando.

En este caso se ha basado en una maravillosa historia, la novela La pregunta de sus ojos, escrita por Eduardo Sacheri, quien además ha colaborado (eso se nota y muy positivamente en la película) en el guión adaptado. Aparentemente nos encontramos ante la historia de un secretario de un Juzgado de Instrucción, Benjamín Espósito (Ricardo Darín), que decide un poco aburrido por su retiro y jubilación escribir sobre un caso que cubrió y le conmovió. El asesinato de una hermosa mujer que se complicó de una forma imprevisible. Hasta aquí, aunque con buena artesanía, nos encontraríamos con una trama detectivesca bien llevada y al uso, pero a Campanella y su equipo les interesa más el transfondo, el cómo antes que el qué.

Basándose en una única pista (una fotografía que solamente Benjamín parece capaz de leer correctamente) tomará un giro que parece llevarle a un sospechoso que nadie había contemplado. Paralelamente trabará una fuerte amistad con el viudo de la mujer, interpretado por un convincente Pablo Rago. Rago trasmite todo el dolor del mundo por la tesitura donde está. Sin embargo, su personaje desconcierta, espera pacientemente todos los días encontrarse cara a cara con el hombre que le quitó a lo que más quería. No obstante, sorprende su determinación, nada de pena de muerte… porque sería demasiado poco. Sin saberlo, estamos ante la piedra angular de todo. Rago, que podría tener solamente un rol de víctima, irá ganando puntos hasta un clímax final que sorprenderá a todos.

Y mientras seguimos la trama policíaca que puede hasta considerarse secundaria, asistimos a la desordenada vida de Benjamín. Para ello, Campanella se sirve de Ricardo Darín, tal vez su actor favorito, tremendamente completo y capaz de darle sustancia a las situaciones más cotidianas. Darín parece haber encontrado la fama ahora en la madurez de su carrera, en ocasiones me han comentado que en entrevistas y actos públicos se comporta con la clase de quien se sabe un privilegiado y al haberle costado llegar, con la educación y los buenos modales de quien teme perder prematuramente lo logrado. Otra corriente lo tacha de un actor que a fin de cuentas hace siempre el mismo papel. Discrepo de esta segunda corriente, a mí me parece un artista muy completo y versátil, aunque si es cierto que siempre da un toque suyo cuando se adueña de los personajes, lo cual explica los paralelismos.

Al servicio de Darín se encuentra su compañero de departamento (Guillermo Francella), que pasa por ser uno de los funcionarios más creíbles que jamás me he encontrado en una gran pantalla. Este día a día de los dos chupatintas, salpicado de ternura y con toda la naturalidad del mundo, hace que nos sintamos parte de la oficina y asistamos a la no muy positiva figura del juez y otros compañeros de Departamento de los dos, más obsesionados por ticar y salir que por resolver el caso, donde Benjamín se está obsesionando de una forma muy particular. Y es que ha creído ver en los ojos de su sospechoso principal (un inquietante y siniestro Javier Godino), algo que él mismo está sintiendo por otra persona, un nuevo elemento que se ha metido en su mediocre vida y amenaza con dinamitarla.

Y aquí entra la musa de Darín, como casi siempre (¿hace falta recordar El mismo amor, la misma lluvia?), una genial Soledad Villamil, que encarna a una nueva letrada que se inserta en el día a día de los juzgados. Lenta, pero inexorablemente, se da cuenta de lo evidente, que está coladísimo por ella y que su pozo de amargura podría terminar siendo el desencadenante de cosas muy malas. ¿Cómo reaccionar al desamor o como seguir siendo digno? ¿Seguir mirando a través de las fotos en segundo plano o continuar con su vida? El micro-cosmos ha sido creado, un drama intenso, una historia romanticona (una mujer que a fin de cuentas tiene que elegir entre un pretendiente de su condición y otro pobre), saldada gracias a la sapiencia de una pareja de actores que juega de memoria y por encima de todo, de un rico sentido del humor que suaviza. Sin el elegante ritmo humorístico, El secreto de sus ojos sería notable, gracias a la sonrisa, alcanza el sobresaliente.

Mientras todo esto sucede, se nos da una lección de historia argentina, como mejor se debe hacer, sin parecerlo. Igual que en los momentos del Berlanga más fino, no se te cuenta que en el franquismo pasaba esto o pasaba lo otro, simplemente tú deduces por qué pasa esto o te preguntas quién estaban el poder y cómo explica los cambios de papeles en los servidores del gobierno. Hay más grises que colores claros, algo que da mayor verosimilitud. Cuando nuestro interés podía decaer, surge una pregunta simple una noche oscura, “¿Vos sos Espósito?”, fáciles predicado y sujeto, pero la respuesta puede cambiar una amistad. Campanella vio el tesoro que le daba el escritor y no lo tocó ni un ápice simplemente lo pasó al lenguaje cinematográfico. La explotación de la amistad bien entendida y los retos que ella conlleva brindan una perfección impresionante, el metraje se mueve muy cómodo en estos pasajes y, casi, levita.

Esto no quita que haya algún punto oscuro. El secreto de sus ojos es un ejercicio maravilloso que quizás se alarga demasiado, tal vez, no lo tengo claro, eso lo determinarán futuros revisionados y ver cómo aguanta el paso del tiempo. La maravillosa conclusión final de que ninguna historia tiene aún marcado su final por escrito, quizás se hubiera entendido igual de bien un poco antes. No obstante, estamos ante cine con mayúsculas y una nueva elevación del producto argentino en las salas. ¿Hasta cuándo? La verdad es que no quiero ser pesimista pero estas maravillas que están llegando se van poniendo mutuamente el listón cada vez más alto, pero como decía la sabía Letizia Bonaparte de su hijo: “Mientras dure…”.

Esta obra ha pasado con muy buenas críticas de público y crítica en el festival de San Sebastián (de hecho muchos piensan que es la vencedora moral, a pesar de la dura competencia) y también se ha hecho muy fuerte durante sus visionados en Toronto. ¿El secreto? No hay tal, si te basas en una novela ejemplar, la adaptas bien, el director es bueno, el casting de lujo y fotografía, montaje, decorados y música cumplen, obra maestra asegurada, nada más fácil… o mejor dicho, más complicado.

Una maravilla que invita reconciliarse con el cine.

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