domingo, 29 de marzo de 2015

ESTÁN LOCOS ESOS ROMANOS... Y ESOS GRIEGOS



Uno de los primeros libros de los que tengo memoria clara es Historia de Roma, obra de Indro Montanelli. El ejemplar, en cuya portada se observaba una estatua de la loba amamantando a Rómulo y Remo, era el regalo de un profesor muy apreciado, lo cual hizo que, aparte de los méritos del escrito, siempre mirase con simpatías la divulgativa erudición de Montanelli. Con brevedad pero capacidad de síntesis, en pequeños capítulos, Aníbal Barca, Escipión el Africano o Agripina desfilaban con sus grandezas y miserias, enmarcados en una época remota pero que, en no pocos casos, no dejaba de recordar a muchas cosas que pasaban en la política de nuestros días. 




Intelectual, periodista y talentoso escritor, la estampa de Montanelli era muy parecida al protagonista de La gran belleza, ese aire de persona muy inteligente y de vuelta de todo, quien parece no poder disimular bajo su sonrisa sarcástica el profundo escepticismo que le genera lo que hay a su alrededor. Aunque no uno de los más extensos en longitud, siempre he sentido debilidad por su cuento "El general de la Rovere", preciosa fábula que fue adaptada al cine con maestría por Roberto Rossellini. De igual forma, encontrar una edición de bolsillo de Historia de los griegos me obligó a comprar el ejemplar ipso facto, sabedor de que había hallado uno de esos libros que son grata compañía para un viaje en autobús o tren. 



Igual que ocurría en sus crónicas sobre la antigua Roma, el objetivo del italiano no es hacer una sesuda disertación o algo impecable bajo los estándares académicos. Se trata de un relato improvisado, el cual goza de frescura y no deja, en no pocos casos, de traslucir opiniones personales y un tono muy desenfadado, acompañado de un excelente sentido del humor. El desembarco heleno en sus páginas va desde los laberintos del minotauro hasta la conquista por las legiones de esa civilización en decadencia pero que, indiscutiblemente, seguía siendo la referencia cultural de sus dominadores, quienes no dejaron de emplear a sus pedagogos, artistas y equiparar sus deidades al panteón del Olimpo. 



La irreverencia inunda muchos de los pasajes de este repaso informal, incluyendo célebres descripciones como la de Heinrich Schliemann, el amante de los versos de Homero, quien arriesgó fortuna y hacienda en la búsqueda de Ilión, "estaba loco, pero era alemán, es decir, era una persona muy organizada", Nuestro narrador transalpino es un amigo del relato cordial que no intenta intimidar con una sucesión de datos y fechas, sino que busca transmitir, sin excesivas pretensiones, la atmósfera de la época y la esencia de la misma.  




Pocos escapan a su bisturí, desde la secta pitagórica, pasando por el marco teatral de los días de Aristófanes o el célebre Pericles, una de las figuras atenienses más notables de todos los tiempos, exponente máximo de una jeunesse dorée, la cual, no podía ser de otra forma, también marcaba el inicio de la decadencia de su modelo. Pequeñas gotas de batallas, ostracismos políticos, campañas colonizadoras, cultura y mitología, más o menor mejor aderezadas, pero casi nunca aburridas. No es poco mérito. 



Y, por supuesto, también con su buena dosis de defectos. Filipo II, Olimpia de Épiro, y, obviamente, su célebre hijo, Alejandro, conocido en el futuro como Magno, pasan, junto con su emergente Macedonia, casi de puntillas en el ensayo, cayendo Montanelli en algún tópico sobre muy complejos protagonistas. Muy recomendables para quienes quieran profundizar más los estudios de, entre otros, Robin Lane Fox o Mary Renault, con mayor carga de detalle, aunque también con el don de la amenidad y la escritura clara. 



Esto no implica que Montanelli no sea un más que perspicaz indagador del pasado. Curiosa y certera es su comparativa de que, cuando hizo las reflexiones sobre el mundo romano clásico, se dio cuenta de que era, con matices, la historia de un pueblo, mientras que la civilización helena de la Antigüedad tiene un carácter mucho más individual, ciudades estados independientes (cuando no, enfrentadas); y, dentro del entramado urbano, con ciudadanos que querían desmarcarse en su singularidad.  



No en vano, la polis tiene un capítulo aparte en este cuadro tan personal que traza nuestro Cicerone, quien nos va llevando por las diferentes divisiones políticas y estratos sociales, mostrando esa época incierta y contradictoria, pero donde se sentaron muchas de las bases, virtudes y defectos, de modelos que han sido fundamentales para muchas otras etapas de la historia.   




Como hubiera dicho Obélix, estaban locos esos griegos, pero, en su locura, mostraron ser más geniales que cualquiera. 



FOTOGRAFÍAS: 













sábado, 21 de marzo de 2015

DESEOS OSCUROS




DESEOS OSCUROS



Dos son las grandes frustraciones del ser humano, decía Oscar Wilde. Una, no conseguir lo que desea. ¿La otra? Obtenerlo. Por paradójico que pueda resultar, nuestras ambiciones más utópicas, el sueño que no confesamos a nadie, pero se presenta puntual cada noche, podría llegar a cansarnos o, simplemente, revelarse mucho menos fabuloso de lo que se había imaginado. La caja envuelta con el regalo de Reyes suele ser más fascinante que el contenido, por bien escogido que esté el presente. De algo de eso, habla el film que hoy nos ocupa: Magical Girl (2014).  




Carlos Vermut propone un rompe-cabezas repleto de ingenio y de tristeza, una historia que es mucho más de lo que aparenta, aunque exige alguna pequeña abstracción para poder disfrutar de este ejercicio de eclecticismo del bueno. Una mezcla que alterna el anime con Eyes Wide Shut, la copla con Buñuel y los toros con turbios pasados que atrapan, dignos de Brian de Palma. Un truco de magia que es excelente si se hace bien, aunque mezclar todos estos ingredientes en la coctelera podría ser un sinsentido poco agradable al paladar; afortunadamente, Vermut demuestra ser mucho más que un atento aprendiz de brujo. 



El punto de arranque es un tema espinoso y que ya advierte que esto no es un juego para tomarse a risa. La enfermedad terminal de Alicia, una niña de apenas 12 años, lleva a su padre Luis a querer encontrar un premio que la haga realmente feliz, sabedor de que puede ser el último. Mejor intención imposible, aunque la comunicación entre progenitor y retoña no anda tampoco en su mejor momento. La búsqueda provocará que vidas paralelas atormentadas se crucen, ¿puede un simple disfraz infantil de una serie nipona de moda desencadenar unas fuerzas tan viscerales? 


JUGUETES ROTOS, ESPEJOS DESTROZADOS...



Todo puede cambiar en un giro, un accidente inesperado, algo que se tropieza en nuestro camino. Tal vez,  caer incluso desde la ventana del vecino, por ejemplo. La belleza de Bárbara (Bárbara Lennie, muy merecidamente galardonada con un premio Goya por su actuación), igual que los inofensivos deseos infantiles de Alicia, parecen dar una falsa sensación de seguridad a Luis (Luis Bermejo), sin saber el triángulo tan peculiar que han formado, un triunvirato de juguetes rotos, destrozados por la codicia de otros. 



Pero, atención a esto, cuidado que no nos hallamos ante un rosario de víctimas oprimidas y con las manos limpias. Tanto Bárbara como Luis comparten la misma enfermedad, la capacidad de arrastrar su maldición y ser casi tan crueles como su entorno cuando la situación lo exige o les da la oportunidad. De su encuentro, surgirán los hilos que conducen a estas vidas derruidas a una danza inquietante. 



A medida que avanza la rueda, algo oscuro empieza a surgir, si bien quedan muchos elementos de la ecuación ocultos, a pesar de que las matemáticas se jacten de ser una de las verdades inalterables en un mundo que no puede presumir de esa continuidad. Y es entonces cuando irrumpe en escena lo que se había prometido en su atípico prólogo... 


CON LA EDAD NO CAMBIAS, SOLAMENTE PIERDES EMPUJE... 


Todo el público es consciente de que no puede limitarse a esos instantes en el inicio, un flashback que, al igual que ocurría con Jack en The Departed, nos da la grata ilusión de que uno de los actores con más carisma ha recuperado unos cuantos años. La irrupción de José Sacristán en Magical Girl es la de un peso pesado de la escena española. Estos últimos años, el legendario intérprete ha apostado por colaborar con gente joven, seguir jugando a ser el nieto que asustaba a su abuela fingiendo ser un indio apache. Ahora, es un veterano con la ilusión de un novato, una combinación que es muy difícil de superar. 



Su personaje, enigmático y de quien nos faltan las coordenadas, es el último nexo de la maldición de Bárbara, la hermosa estudiante de mesa impecablemente ordenada. Con Sacristán, Vermut puede embarcarnos en un final a la altura de lo que se había insinuado. Por supuesto, esta fábula puede tener sus fallas, pues todas las tienen, pero arrastra a dejarnos embaucar, a creer que los objetos desaparecen en las manos del prestidigitador. Solamente para descubrir que, incluso los implacables asesinos pueden ser víctimas de los celos y ser incapaces de aguantarle la mirada a su presa más indefensa, quizás la única que no tiene miedo en esta procesión de vanidades. 



2014 ha sido el año de Isla mínima, Relatos salvajes y alguna ilustre película más en castellano. Indudablemente, esta cosecha ha sido excelente, hay que degustar estos vinos con la calma que merecen.   



ENLACES IMÁGENES:



http://www.fotogramas.es/Peliculas/Magical-Girl/Exclusiva-el-cartel-definitivo-de-Magical-Girl-disenado-por-Carlos-Vermut



http://revistamagnolia.es/2014/10/62ssiff-iv-negociador-borja-cobeaga-magical-girl-carlos-vermut-murieron-por-encima-de-sus-posibilidades-isaki-lacuesta-la-decima-carta-virginia-garcia-del-pino/




http://www.fotogramas.es/Cinefilia/Los-mil-rostros-de-Jose-Sacristan

domingo, 15 de marzo de 2015

DE REPENTE, EL ÚLTIMO ADIÓS AL ESTANQUE DORADO


La experiencia es un grado. Eso dice el tópico, pero hay experiencias y experiencias. Y la que atesoran juntos Héctor Alterio y Lola Herrera es mucha, tanto en cine, como en televisión y, por supuesto, bajo los tablados de un escenario. Córdoba recibió a la pareja y a la nueva adaptación de En el estanque dorado; hacía más de 30 años que ambos no coincidían y había que festejarlo, darle las gracias al matrimonio ficticio formado por el gruñón (y divertido) Norman y Etel. 




Bajo la dirección de Magüi Mira, llegaba esta adaptación de la obra original de Ernest Thompson, una historia veraniega y que habla de la vejez, sin ocultar sus lados oscuros (el mal de la memoria que se va deslizando de entre las manos como si fuera agua, el carácter arisco que va invadiendo al retirado Norman, la obsesión por la muerte...), pero sin perder nunca un tono cariñoso y afable, un relato familiar y sin mayores ambiciones que profundizar en el ánimo cotidiano de sus protagonistas. Que no es poco. 



Con una puesta en escena simple pero eficaz (el lugar campestre y bucólico donde Norman y Etel suelen pasar con mucha asiduidad su época estival), la gran fuerza de la representación radica en la calidad de sus intérpretes y la chispa de sus diálogos. Allí destaca la labor de un Alterio que puede ser tierno, ácido, irónico, entrañable y cargante, según lo que la situación dramática lo requiera. No hay secretos para él o Herrera a la hora de llevar al público a su terreno. 





Probablemente, los cinéfilos del lugar recordarán la versión cinematográfica que dos nombres de la altura de Henry Fonda o Katharine Hepburn brindaron a la gran pantalla (inclusive, la célebre parodia del personaje interpretado por Fonda a cargo de Jim Carrey). El mejor elogio que se puede dar a sus pares castellanos es que sus esfuerzos no desmerecen en nada al de sus predecesores. La química es evidente y sostiene esta tragicomedia bienintencionada. 




El resto del reparto merece una mención, igualmente, aparte. Brilla con luz propia la pieza clave del rompecabezas de estas dos almas que han compartido tantas alegrías y sinsabores, su hija Chelsi, una mujer madura e independiente, que, no obstante, parece volver a sentirse una niña insegura cuando visita el refugio de Norman (a quien nunca llama padre), con quien tiene no pocas cuentas pendientes. Luz Valdenebro brinda toda su fuerza y madurez a Chelsi. 



Por último, dos papeles masculinos, más breves, pero básicos para reforzar el círculo de Chelsi fuera de sus progenitores. Camilo Rodríguez se pone en la piel del prometido de la hija, quien acude a conocer a sus futuros suegros, acompañado de su retoño, Jeremy, quien es encarnado por Mariano Estudillo. Dos necesarias acotaciones al triángulo del núcleo familiar básico, si bien hay alguna pequeña grieta en la bonita historia que se cuenta. 





Vaya en primer lugar que este apunte no tiene que ver con la impecable versión, sino que es un posible defecto que he creído encontrar a la hora de plantear el apasionante pulso mantenido entre Norman y Chelsi, con Etel como testigo activo del duelo padre e hija. Siempre me ha parecido un conflicto demasiado jugoso para ser solventado de una forma tan acelerada. Siempre siendo que han quitado una pieza del puzzle. 



O, quizás, sean simples imaginaciones mías, poco importa, habíamos tenido la oportunidad de disfrutar en la ciudad de un despliegue honesto, tierno y amparado en excelentes interpretaciones. Como uno más de los espectadores, también le dije hasta luego al estanque dorado, esperando poder volver en el futuro. 



"Con Lola Herrera y Héctor Alterio, la emoción está servida. La lágrima y la risa. La belleza incontestable de dos grandes por primera vez juntos en las tablas de los teatros de España. Es un placer para mí. Va por ustedes". 

FOTOGRAFÍAS: 

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/03/17/madrid/1395083987_151458.html



http://ocio.laopiniondemurcia.es/agenda/murcia/teatro/lorca/eve-821659-en-estanque-dorado.html



http://www.elperiodico.com/es/noticias/ocio-y-cultura/romea-elige-calidad-variedad-3343291


sábado, 7 de marzo de 2015

REAL WINNERS


Tras doce temporadas, Two and Half Men ha puesto cierre a la exitosa re-formulación de la clásica extraña pareja (inolvidables Jack Lemmon y W. Mattahau), en esta ocasión, en las playas californianas de Malibú. Mucho ha llovido desde que arrancase el proyecto en 2003; tanto que ha habido no pocos cambios en el producto creado por Chuck Lorre y Lee Aronsohn, incluyendo a los protagonista. Dos sexenios que han dejado indiferentes a muy pocos, algo que ha tenido su reflejo, para lo bueno y lo malo, en el último episodio del show. Advirtiendo el deseo de no querer reventar sorpresas a los espectadores que aún no lo hayan visto, señalar que esta reseña hará mención a algunos de los giros más importantes de esta popular sitcom, barrera anti-spoiler. 




Bendecida con el nunca lo suficientemente ponderado sistema de los 20 minutos, Dos hombres y medio ha sido, en no pocas ocasiones, acusada de apelar al humor más directo y los tópicos. Nada nuevo bajo el Sol, sin embargo, el buen hacer de su reparto y la capacidad de sus guionistas para mantener la atención de un amplio abanico de público la han mantenido a flote durante el periplo, con unos grandes niveles de audiencia. Así fue desde que Charlie Sheen y Jon Cryer se pusieron el mono de trabajo para encarnar a Charlie y Alan Harper, dos antagónicos hermanos, usando todos los clichés posibles. Uno era vividor y disoluto. El otro, un padre divorciado que debía recurrir a la hospitalidad de Charlie para poder mantenerse, mientras intentaba criar a su hijo Jake (Angus T. Jones). 




La buena química en pantalla de Sheen y Cryer fue llevando a la serie a lo más alto. Su forma de entender la guerra de los sexos, las bromas subidas de tono y una progresiva victoria de la sátira sobre la moralina familiar que parecían esconder sus primeros compases fueron objeto de crítica, pero las estupendas señoras que salían, el carisma de Charlie, la gracia natural de Jake y Alan (pegamento de todo) garantizaron que fuera una cita frecuente en la caja tonta. Y es aquí donde surge el famoso terremoto que ocurrió tras ocho temporadas; contar con Dennis Rodman garantiza muchos rebotes, títulos y no pocos escándalos en la prensa y falta de disciplina. Su versión actoral, Sheen, había hecho otro tanto en el rodaje, para desesperación de la productora en general y Lorre en particular. 


Desde la época de Andy Kaufman en Taxi no se detectaba una dependencia tan grande en cuanto a talento sometido a un carácter díscolo. El deterioro físico de Sheen era visible, aunque la propia esencia de su personaje permitía que no afectase mucho a la trama. Lo que sí resultaron insalvables fueron los retrasos, el desconocimiento de su paradero y el estado fuera de control que llegó a alcanzar. La serie se paralizó en su octava temporada. Parecía el final de ambas trayectorias, la del protagonista y la del producto. Nos equivocamos, aunque el precio que se llevaron aquellos meses de exceso fue una amistad de guionista e intérprete que parecía sólida: Chuck Lorre y Sheen.




El programa continuó, teniendo el acierto de fichar a Ashton Kutcher, quien dio la nota tras las dudas de los escépticos por su imagen tópica de galán de comedia romántica norteamericana de almacén. El binomio Cryer-Kutcher logró sortear las dificultades (bien apoyados por un reparto que incluía a Conchata Ferrel, Holland Taylor y Melani Lynskey) para mantener más que dignamente el show cuatro años más. Walden, personaje de Kutcher, era una versión mucho menos dionisíaca que Sheen, un multimillonario informático buenazo, el diferente (pero excelente también) complemento a un Alan, cada vez más cómodo en su rol de pícaro de la vida, capaz de quedarse de inquilino en casa de su hermano bajo cualquier circunstancia (incluso sin el afamado pariente).




Un primer episodio con el funeral de Charlie (cuya muerte violenta y atípica en una comedia de esta índole olía más a venganza personal de Lorre que a recurso ingenioso para sortear la ausencia) fue récord de audiencia; si bien el share fue bajando, el savoir faire de la nueva pareja y el elenco permitieron continuar el proyecto. Por su lado, Sheen vivió una realidad muy similar con Anger management; su puesta en escena fue arrolladora, pero también fue descubriendo que era complicado mantener el interés sin un equipo ya rodado como tenía en su anterior casa. Como fuere, en esas sigue y el terapeuta parece haber comprendido que necesita más focos para el resto.


Una especie de karma parecía perseguir a unos y otros en las arenas de Malibú. Las nuevas creencias religiosas de Angus T. Jones le fueron alejando del tipo de humor que pregonaba el programa, Sheen no perdía la oportunidad de despotricar sobre su sucesor en redes sociales (alternando compases de tratados de paz y hostilidades, aunque el arranque siempre salía de Charlie), etc. Y aún así aguantaron con solvencia cuatro años más. Incluso se rumoreaba que el hermano perdido iba a volver el último episodio, una perfecta reconciliación de las dos fases de la serie. Error.





Con un penúltimo compás que hubiera sido mucho más digno a la esencia de una sitcom sin más pretensiones que las carcajadas y algún momento picante, Lorre sorprendió a propios y extraños con un arranque de vendetta. No parecía bastante con el famoso funeral de la novena temporada, había un plato frío que servirse, Sheen le había dado motivos y fue su momento y lugar. Lástima que eligiera fastidiar por el camino a buena parte de los seguidores de la serie (quienes, curiosamente, parecen haber sido tan partidarios de Charlie como de Walden, sin olvidar nunca las desventuras de Alan). Incluso su díscolo y rebelde actor, antaño amigo, pareció dispuesto a firmar la pipa de la paz, pero quedaba un último pianazo, una nota sobrante en la pegadiza sinfonía del arranque.





Algunos hablan de que Lorre se guardó la carcajada final y que ha impuesto su territorio. Otros, en cambio, reconociendo su talento como guionista, lamentan que emplease un programa que apreciaban, con sus vaivenes y chabacanerías, para saldar cuentas pendientes. La respuesta me pareció encontrarla, a gusto del consumidor, en un comentario acertado del twitter de una persona que parecía haber seguido con atención el choque de egos que arrambló con una serie entera: "Los verdaderos ganadores no necesitan proclamarse a sí mismos". Y tampoco se arrojan cosas desde las alturas... 

domingo, 1 de marzo de 2015

EL ESPÍRITU ECLÉCTICO



Sombras negras de tinta china, calzadas cubiertas de nieve, periódicos con redondeles que huelen a café intenso, ascensores que esconden misterio y crimen... Cuesta pensar que hubiera una época en la que Spirit no fuera un clásico, sino una novedad, las tiras recién impresas donde un artista llamado Will Eisner logró configurar un hito en la historia de las viñetas del cómic. Desde 1940 hasta ahora, sigue costando descifrar de forma clara el innegable encanto de esas tramas auto-conclusivas, del todo y nada que son estas aventuras. 




Todo comenzó en las habitaciones alquiladas de un quinto piso en un barrio de Manhattan. Inspirándose en la figura y estilo de Cary Grant, Eisner logró encontrar a un detective, supuestamente vuelto de entre los muertos, el cual lucía el clásico antifaz de los héroes de la época, así como la indumentaria de rigor de un detective privado al más puro estilo Bogart. Y es que el género noir tiene mucho que ver con la atmósfera que creada en torno a este personaje. 



Denny Colt (nombre verdadero del antiguo policía) había retornado del otro lado, razón por la que Eisner situó su guarida en el corazón del cementerio de Wildwood. Un toque gótico que ayudó al diseño tan particular del héroe, el cual parecía satisfacer por igual al público juvenil que al adulto, al combinar con habilidad una gran cantidad de elementos, alguno, quizás, tópico, pero todos ellos muy bien utilizados.



De igual forma, mujeres, muchas damas oscuras que podían esconder un revólver o navaja tras sus ligueros. Las farolas sin luz de los relatos callejeros de Eisner le permitieron jugar con los diseños de unas señoras que se alejaban del modelo de ángeles del hogar o abnegadas y sufridoras novias del heroico protagonista. P´Gell, viuda negra por excelencia de la colección, merece una mención aparte en este recordatorio.



Y villanos, muchos bad guys, aunque ninguno como The Octopus, el misterioso enemigo con guantes que maneja con la precisión de un Moriarty los bajos fondos, sin mostrar nunca su verdadero rostro. Un archi-rival con pasado poco claro, igual que el propio Spirit, aunque debe reseñarse que, en no pocas ocasiones, Eisner utiliza a su creación como mero vehículo para adentrarse en las frías callejuelas, y es que el autor de Contrato con Dios (ya reseñado en este blog) maneja con maestría la vida cotidiana y el relato corto, las miserias y alegrías del ciudadano de a pie.



Curiosamente, muchos de esos elementos intentaron ser trasladados a la gran pantalla con un reparto espectacular (Gabriel Macht, Samuel L. Jackson, Scarlett Johansson, Eva Mendes, Paz Vega, etc.), contando como director con todo un guionista-dibujante de la talla de Frank Miller, amigo personal de Eisner. Desafortunadamente, la alquimia no se encontró y lo que pudo ser un espaldarazo para resucitar la popularidad del personaje para las nuevas generaciones pasó sin pena ni gloria.


Con todo, este hijo de su tiempo también mostró los pecados del mismo, como el propio Eisner reconoció a la hora de tirar del tópico para buscar un ayudante al ex policía. Hacemos referencia a Ebony White, estereotipo muy mejorable del colaborador del paladín, aunque con el transcurrir de los años fue mejorando en dicho sentido.



Es de justicia destacar los dibujos de Bob Powell, Tex Blaisdell, Fred Kida y David Berg, quienes ayudaron con sus lápices para la sustitución de Eisner, así como en tareas tan ingratas como necesarias (especialmente, el tema de los fondos). De igual forma, Marilyn Mercer, Jules Feiffer y un distinguido etcétera respaldaron con sus guiones el trabajo del creador, quien tuvo diferentes intermitencias, abandonos y regresos a la serie.



Aún a día de hoy, The Spirit sigue suscitando una sonrisa de complicidad a los amantes del género negro de las viñetas.