sábado, 25 de febrero de 2012

DE LAS GRANDES AMISTADES

Se trata de bloquearse cien años y de narrarlos en un frenético suspiro. Supone escribir, para que te quieran. Es ser cuentista aunque no tengas quien te escriba, coquetear con el cine y salirse antes de los títulos de crédito. Pongamos, que hablo de Gabo, o si lo prefieren, Gabriel García Márquez, premio Nobel para los amigos.
Supone enamorarse de la madrastra, diseñar un piso para Blancanieves, ser niño único mimado entre jaguares, seducir y no dejarse. Flaubert como grito de guerra, Joaquín Sabina como rendido admirador, entre legiones se seguidores, travesuras de un niño malvado, de un premio de crítica y público. Suponga, que nos referimos a Vargas Llosa, Mario, dentro del círculo selecto de las universidades donde imparte.
En ocasiones, la vida no juega a los dados con el universo y se permite ciertos caprichos. Que el mejor escritor colombiano de su tiempo y el niño prodigio peruano del boom latinoamericano que tanto ha paseado la lengua castellana por el globo, se terminasen conociendo, era únicamente cuestión de tiempo. Amor a primera vista, dirían los modernos Plutarcos, Ángel Esteban y Ana Gallego. Desde el momento en que pusieron la vista en los escritos de otro, cierta intuición de genio se activó, el convencimiento de estar ante alguien que merecía más de un café y de quien se podría aprender muchísimo.
Barcelona, Ciudad Condal y algo més que un lugar, dirían algunos, fue testigo de una complicidad latente, que iba más allá de tener a la misma editora. Sagaz literata catalana, que mereciera más líneas de las que le dedica este blog. Premio a la inversión a largo plazo cuando en una adivinación mágica, pidió por favor que su protegido Mario firmarse un ejemplar de "Cien Años de Soledad", mientras que el colombiano que naufragaba entre su desorden caótico y genial, ponía su ilustre signatura en otro libro no menos legendario de su protegido, quien hace tan poquito, sucedía al maestro en los galardonados con el Nobel, ¿no verdad?

Dos escritores diferentes, un mismo objetivo no del todo reconocido. El método del peruano es hoy ya legendario, la ética de trabajo de una mula, la mente ordenada de un arquitecto y todo el talento posible, Faulkner asintiría y aspiraría con su pipa complacido, ante un discípulo tan aventajado.





Anécdotas que se amontonan en un libro que es una pequeña joyita, un salsa rosa artístico de dos personalidades de armas tomar, dos profesores de Letras (¿servían para algo? ¿Acaso esto es más que una boludez de gringos?) analizando con lupa contexto, texto, subtexto y anhelos.
Entre medias, la política, compañera de cartas esquiva y poco agradable cuando hablamos de las musas, pero, cuesta pensar en estos dos personajes sin la Revolución Cubana. A ambos les marcó de forma irremediable, los dos saludaron a barbudos héroes del pueblo y soñaron con utopías y paraísos culturales. Uno se desengañó para siempre y se refugió en la doctrina que antaño había cruficicado, mientras, el segundo, tal vez por añoranza de una de sus primeras viviendas, aún bailaba con putas tristes y que son pálido reflejo de lo que empezó siendo un ideal.
Alrededor de ellos, personalidades formidables, líos amorosos, mucha literatura, versos tristes, menciones a Serrat y prólogos traducidos en Borges y Cortázar. Entonces, sin avisar, la ruptura, relato de un naufragio, de varias versiones, ninguna lo suficientemente buena para ser mentira, tampoco aparece una falsedad tan grande que se aproxime a la verdad. Un golpe seco, de la fiesta del chivo al día de la marmota, un pacto entre caballeros y el final del sueño de una novela a cuatro manos que hubiera hecho las delicias del mundo.
Sarriá aún llora a la Brasil del 82 y a esos dos amigos que compartieron cafés, confidencias, inquietudes, brindis bohemios y horas de copioso trabajo. Tesis doctoral incluida, una amistad tal vez destinada a explotar por los contendientes. Quedó entonces la enemista íntima, Mario, obligaba a sus hijos a leer a García Márquez, porque lo cortés no quedaba lo valiente, mientras que ahora, desde Macondo, un Gabo envejecido, felicitaba a través de su fundación el merecidísimo día grande de su Némesis, del tipo al que muchos terminaron encumbrado incluso por encima del genial colombiano, de su agresor, de su rival en muchas concepciones de la vida... de su antiguo admirador, de su amigo.
De Gabo a Mario y tiro porque me toca. Extraños azares llevan ambas trayectorias a unirse, a repelerse y volver a aproximarse por el denominador común del talento.
Y la prodigiosa historia aún debe tener su capítulo final, donde no se descarta que los dos protagonistas vuelvan a unirse.

domingo, 19 de febrero de 2012

LA LEY DE LA CALLE, UN SCARFACE MEJORADO

Brian de Palma es un directo polémico, que genera tan fuertes simpatías como odios. No obstante, siempre me ha llamado la atención que, pese a ser un cineasta que me suscita gran interés, parezco ir a contracorriente a la hora de hablar de sus mejores trabajos.
Así, hay un acuerdo casi general en que sus mejores películas serían "Scarface" y "Los intocables". Si bien la primera, salvo que es exageradamente ochentera en algunos aspectos, es una gran montaña rusa y un espléndido remake de un clásico con interesantes aportes de Oliver Stone, la segunda, siendo buena, me parece un film muy valorado, quizás hasta el exceso, en detrimento de otros proyectos de este autor, que considero bastante por encima del mismo. En concreto, "Carlito´s Way, me parece superior a ambas citas.
Basada en la segunda parte de las novelas de un juez de origen portorriqueño que trasmitía con gran intensidad las vivencias de sus compatriotas que buscaban el dinero fácil metiéndose en el mundo de la delicuencia, los locales y las drogas, sumando varios personajes con los que se cruzó, dibujaría el perfil de Carlito Brigante. Si en el primero de los relatos (que terminó pasando también a la gran pantalla, en una reciente pre-cuela) se narraba su ascenso, el segundo se enmarcaba tras su salida de la cárcel tras quince años, buscando reformarse. Elegir esta fase es el acierto más mayúsculo de Brian de Palma, ya que permite explorar un territorio casi desconocido en el cine negro.

Con una diferencia del 80% del resto de protagonistas de estos relatos, Carlito no es una personaje joven que quiere meterse en el mundillo, en un rápido ascenso e igualmente precipitada caída. Los años de presidio y la experiencia acumulada en el "negocio" le han enseñado todo lo que debería aprender para sobrevivir y no se cuestiona volver a las andadas, menos aún cuando en su antiguo barrio hay una oleada de nuevos matones, agresivos y codiciosos, dispuestos a repartirse el pástel.
El actor escogido no podía ser mejor. Al Pacino no necesita presentación para los amantes del séptimo arte, sin embargo, convendremos en que pocas veces ha estado tan contenido a la hora de abordar un personaje. Salvando la primera escena en el tribunal cuando proclama su rehabilitación (aunque en realidad solamente sale liberado gracias a una triquiñuela técnica encontrada por su abogado), estamos ante uno de los registros más sobrios de Al, tranquilo, ligera y oportunamente cansado. Lleva la cinta a cuestas y no parece notarlo, llegando a hacer que tengamos empatía por este cansado antiguo criminal, que solamente busca encontrar su propio camino para salir de la miseria a la que ha visto sucumbir a muchos camaradas. De hecho, en criterios de generación, Carlito es el último morriqueño, alguien que, a pesar de lo absurdo que pudiera parecer, ha sobrepasado con holgura la esperanza de vida de la gente de su profesión.
La habilidad del director es lograr que la trama no caiga en el tópico, cualquiera podría pensar en que a pesar de sus buenas intenciones, Carlito terminaría cayendo en la tentación de volver a las andadas, en realidad, eso no pasa en "Atrapado por su pasado" (a pesar de las críticas que le cayeron, aunque como traducción deja mucho que decir, el título de la versión española es terriblemente certero), donde es el círculo y el entorno el que todo lo rodea, la presunción que tanto amigos como enemigos tienen de que Charlie volverá a las andadas.
El resto del reparto acompaña a las mil maravillas esta carrera contra-reloj, donde se permiten varios homenajes a Alfred Hitchcock, indudablemente, uno de los ídolos de De Palma. Se incluye una curiosa historia de amor entre el reinsertado y una antigua amante que tuvo en el pasado, muy bien interpretada por Penélope Ann Miller (aunque, según dicen las malas lenguas, tuvo sus más y sus menos con el equipo creativo durante el rodaje), en un idilio que podría acabar siendo pasteloso o excesivamente comercial, pero que tiene su punto justo y no se vende a efectismos.

Mención aparte merece un secundario de lujo de la trama, nada menos que un Sean Penn que llevaba demasiado tiempo sin trabajar para alguien de su talento, encargándose de encarnar al letrado de Carlito, un individuo que podría ser un crack de la abogacía, pero que cada día que pasa está más cerca del mundo de sus protegidos, incluyendo el abuso de la coca.
El duelo interpretativo de Penn y Pacino es de altura, brillando también otros interesantísimos secundarios como un joven Viggo Mortensen que ya empezaba a apuntar lo buen actor que llegaría a ser.

Con todo el respeto para la saga de Tony Montana, para un servidor, la mejor epopeya negra de Brian de Palma ha sido y será la última intentona de Carlito Brigante, el último morriqueño...Bueno, quizás no el último.

domingo, 12 de febrero de 2012

SOMBRAS Y LUCES DE UNA SERIE

Hace ya algún tiempo, una persona cuya opinión tengo en alta estima, me comentaba que un crítico de cine, literatura o cualquier otro campo artístico, era, en muchos casos, alguien que sacaba defectos a una obra que él nunca hubiera podido (y probablemente quería) hacer. Honestamente, creo que estaba muy acertado en dicha consideración.
"Buenas ideas pero no correctamente ejecutadas", "Ella es preciosa pero no es creíble cuando se lamenta ante el cadáver de su amante", "El humor es gracioso pero soez, busca el chiste fácil, no hay elaboración"... Las coletillas son tan abundantes como apreciadas por todos los que nos enfrentamos al análisis y valoración personal de algo tan subjetivo como productos enfocados al ocio, pero no decimos cómo haríamos esa escena, qué desarrollo tendría esa idea o que elegantes chistes serían los que, siempre bajo nuestra sacro-santa opinión, que es la única que vale, para insertarse en los diálogos. Por ello, hoy, ante nuestra ración semanal, abordando el marco de televisión, vamos a mojarnos, hablando de una serie polémica, visceral y que, realmente ya ha pasado por Amarcord, la entretenidísima, sangrienta, épica, morbosa y adictiva "Spartacus".
El episodio concreto es "Shadow Games", uno de los más celebrados de la primera temporada de este programa de espada y brujería en la antigua Capua, más seducido por la estética 300 que por el rigor histórico, pero acercándose extraña e inquietantemente al verdadero placer que la civilización romana encontraba en aquellos dioses de la arena que se aupaban y caían con la hipérbole de la caprichosa Fortuna. Los guionistas de "Spartacus: Blood and Sand" inventan que Teoclés, apodado La Sombra, es el más invencible de todos ellos, durante décadas, imbatido en todos los rincones de los dominios de la República. En este momento de la serie, Batiatio, el lanista propietario de la Escuela del protagonista, cree ver la oportunidad de engordar sus arcas y empezar a proyectar su ansiado ascenso social ante el Senado de Roma, cuando oponga una pareja explosiva frente a esa leyenda viviente.

Lo que el regentador del ludus proyecta, con una estética de verdadera lucha libre, es enfrentar a ese titán contra una pareja condenada a odiarse, Crixo, su mejor hombre, un fiero galo que goza del respeto del público por su carisma, frente al tracio Espartaco, bastante más rebelde con su situación, problemático y conflictivo, aunque tiene una inteligencia superior a la media de sus compañeros gladiadores.
A pesar de ser dos guerreros contra uno, las apuestas corren en su contra, ya que solamente hubo una víctima de Teoclés que sobrevivió a su encuentro. No obstante, ese hombre, perdonado por la grada debido a su valentía, es Doctore, el entrenador a las órdenes de Batiatio. Este hombre, un veterano africano curtido en mil batallas, aún guarda rencor por esa derrota y sabe que solamente su gallardía y la admiración de la plebe le salvaron de caer ante un Teoclés que le tuvo totalmente dominado. Por ello, se empeña en que Espartaco y Crixo intenten colaborar, pese a su mutua antipatía, mientras alrededor de la Casa de Batiato, todos sus habitantes (dueños, esclavas, gladiadores, corredores de apuestas, la domina...) tejen sus intereses, rezando a Marte por la victoria o muerte de los dos contendientes, según sus intereses y lealtades.
La premisa no puede ser más simple, casi digna de Oliver y Benji o Rocky, generar las expectativas alrededor de un duelo o combate, sin embargo, en su sencillez radica todo el encanto, además de la pericia para explotar las virtudes del reparto (escenas de lucha, alucinantes fotografías apocalípticas, el olor de la arena que casi se intuye, el desenfrenado estilo de vida de la aristocracia romana, la gran potencia del Mare Nostrum) y tapar sus defectos (muchos de los actores del show están a años luz de los verdaderos Dream Teams concebidos para productos como "Yo, Claudio" o "Roma", de cotas más altas en cuanto a recreación, pero cumplen su función perfectamente).
De cualquier modo, el desenlace del mismo, me dejó un poco desilusionado por las expectativas creadas. En el siguiente apartado, de spoiler, convenientemente anunciado, me niego a caer en la comodidad de soltar tópicos como "el capítulo no termina de aterrizar" o "falta la magia de las grandes producciones de antaño", metiéndome también en la arena y mojándome cómo hubiera terminado de escribir el argumento del episodio.
Por supuesto, sería una presunción tan tonta como inútil, pretender que lo propuesto, sea no solamente superior a lo que ofrece "Spartacus: Blood and Sand", sino remotamente bueno, estoy seguro de ello. Casi sería caer en el gravísimo error que algunas veces tienen algunos historiadores cuando osan pensar que Aníbal Barca, Alejandro Magno o Quinto Sertorio, hubieran sido más eficaces en sus campañas habiendo seguido sus decisiones, cómodamente escritas desde el sillón de su casa, en patucos.
Sirva, simplemente, como sugerencia y demostración de que de vez en cuando, los espectadores no somos solamente meros receptores, sino que tenemos nuestro corazoncito creativo y a veces nos gustaría tener también la suerte de poder ser un poco demiurgos de la fantasía.
SPOILER:
La gran decepción del capítulo surge cuando se produce el tan ansiado combate final. No se debe a la elección del actor o al trabajo interpretativo, sino a la manera de caracterizar a Teoclés.
Presentado como un coloso, casi un leviatán, La Sombra parece haber ganado su mote por tapar todo lo que le rodea. Aunque es un acierto justificar el mote, creo a algunas personas nos sugería más la idea de una sombra, como alguien esquivo, una rápida serpiente que pasa de un lugar a otro.
Las espléndidas coreografías de los dos gladiadores (qué pena la desaparición de un añorado Andy Whitfield) con Doctore daban a intuir que Teoclés sería un maestro de la lucha con dos espadas, capaz de mantener alejados a dos contendientes que le atacasen a la par. Por el contrario, tal vez siguiendo la estética de 300 de Frank Miller en el cómic y Snyder en la adaptación cinematográfica (con tantos pros como contras), los creadores de la serie optan por poner una masa de picar carne, exagerada, en una oleada de sangre, resistencia sobre-humana y diseñado para caer mal desde el principio al público.
La cuestión que a mí me surge es, ¿por qué necesariamente Toeclés tiene que ser alguien sobre-humano? Imaginemos que un amigo nuestro que nunca ha tenido interés por el fútbol nos pide que le describamos a Messi, uno de los mejores jugadores. Si no le hablamos de su físico y sí de sus virtudes y mejores jugadas, nuestro contertulio, probablemente imagine a un tipo fuerte, temible, alto... Proyecten su sorpresa cuando lo llevemos al Camp Nou y vea a un tipo bajito y con cara aniñada. ¿Qué impide hacer eso con Teoclés?
Esto podría llevar a generar una falsa y muy aprovechable a niveles de tensión, de seguridad en Crixo y Espartaco, cuando vieran a un individuo normal y con dos espadas, que se va a medir a dos gladiadores muy reputados, que luchan en su terreno. Esto acenturaría la tentación de abandonar el trabajo en equipo que les ordenó Doctore, tal y como el Teoclés que aquí dibujamos desearía, iniciando una sistemática y eficaz serie de golpes que fuera diezmando a los dos gallitos que empiezan a estorbarse, ante la mirada atónita de sus patronos, entrenadores, amantes, amigos y rivales.
La resolución podría ser muy parecida a la efectuada en el verdadero episodio, pero con más épica, las nubes podían empezar a asomar en la asfixiada Capua, mientras que Crixo y Espartaco, magullados, abucehados y siguiendo totalmente el juego a su contrincante, al fin comprenden que tienen que colaborar, produciéndose una fortísima lesión de Crixo, aunque Teoclés al fin comete un terrible error al centrarse en el galo (a quien considera el peor de los dos, por lo que le han comentado) y da la oportunidad de Espartaco de herirlo por primera vez.
Ahora, dando al fin épica al asunto, sería el tracio quien está en desventaja (al igual que en "La amenaza fantasma", dos héroes contra un villano, por mucho doble láser que tenga, no es muy equilibrado), a pesar de haber tocado al fin a Teoclés, éste tiene dos armas contra la suya, aunque logra adivinar en el brazo donde le ha herido el punto débil, saltando de forma suicida contra él y acabando con su victoriosa carrera. Sería el momento de la lluvia y la deificación de Espartaco de apestado del ludus a nueva estrella, por encima del magullado Crixo, injustamente olvidado en los laureles de la victoria, tal y como atinadamente siembran los guionistas cara a nuevas entregas.


El último retoque que me atrevería a sugerir es la satisfacción de Doctore ante la muerte de quien fuera su vencedor. Tanto él, como el público de Capua, deberían mostrarse como extrañamente conmovidos, por un lado aplauden a su nuevo campeón, pero en el caso de Doctore, debía quedar cierto regusto amargo de venganza servida en frío... y la sensación de que los tiempos han cambiado, que las cicatrices que le había dejado Teoclés eran algo que ya prácticamente había hecho suyo.
Bajo mi muy humilde prisma, los guionistas, que tan bien han llevado toda la trama, han caído en al tentación de centrarse con el vencedor, cuando en el drama de aquellos hombres que luchaban para la diversión de otros, pocos lados hay más absorbentes y fascinantes que los perdedores, los ídolos caídos...

domingo, 5 de febrero de 2012

SECRETOS Y MENTIRAS DEL EROTISMO


Como muchos otros lectores, la noticia de que se iba a hacer una mini-saga de cómics sobre la familia Borgia (italianización del verdadero nombre del clan, Borja, de origen valenciano), me causó un gran interés y curiosidad por cómo se iba a abordar uno de los episodios más polémicos, oscuros y fascinantes del Renacimiento. El clan que hace a muchos aún proclamar que no se ha vuelto a nombrar un Papa español por el recuerdo envenenado que dejaron Alejandro VI y su prole.
El tándem que se iba a encargar de hacer la recreación podía generar cualquier expectación, salvo la de la indiferencia. Alejandro Jodorowsky, personalidad excéntrica y heterodoxa donde las haya, se encargaba del guión, que arranca desde el nombramiento de Rodrigo Borgia como Papa, hasta la última aventura de su hijo César en Navarra.
El dibujante elegido para dicha trama no podía ser también más famoso dentro del mundillo. Milo Manara, indudablemente, uno de los lápices más elegantes de Europa, reconocido maestro del cómic erótico durante las últimas décadas. El cóctel locuras geniales de Jodorowsky, los lápices desinhibidos de Manara y los Borgia como símbolo de lo mejor y de lo peor de una época única, parecía ser un combinado demoledor que funcionaría a niveles de crítica y público. De cualquier modo, mis impresiones tras leer la obra no han podido ser más desfavorables, aunque me gustaría intentar mostrar el por qué de mi tibieza ante la supuesta provocación que esconde la tetrarquía: "Sangre para el Papa", "El poder y el incesto", "El veneno y la hoguera" y "Todo es vanidad".
La primera sensación que tienes al ver la atmósfera corrompida de la Roma de los últimos días de Inocencio VIII, junto con las delicadas portadas de Manara, es que te vas a encontrar ante un gran cómic, un relato de los que se recuerdan. También, si no miras los diálogos, y pasas muy rápido sus páginas, esta saga de los Borgia podría engañarte y parecerte que estás ante una verdadera joya. El problema es cuando empiezas a leer, dándote cuenta de que el magnífico prólogo de Antoni Guiral presentando a los autores y la sociedad de finales del siglo XV, es lo único que se va a acercar a la verosimilitud...
Jodorowsky ha sido elogiado en este cómic por narrar una ácida crítica contra la Iglesia de Roma en aquella época donde el pontífice no distaba en lo absoluto de otros reyes europeos, incluyendo entre otros rasgos, la proliferación de amantes, corrupción, simonía, bastardos por doquier... No obstante, un análisis profundo podría llevarnos a pensar que la supuesta disección del psico-mago es verdaderamente superficial. Estruendosa, la trama comete el error pugilístico de quemar sus argumentos más poderosos en los primeros momentos del combate. El desfile de perversiones, incestos y "cafradas" de los Borgia y sus rivales deja tan saciado en las primeras páginas que da la impresión de que nada, absolutamente nada de lo que se vea a continuación, generará otra cosa que lógica con lo que se ha mostrado.
Jodorowsky se limita a componer un cuadro de malos malísimos y no se entienden ni motivaciones ni causas de por qué de tanta ambición ni sed de gloria. Parece que el ascenso de Rodrigo es una excusa para iniciar un viaje de excesos donde César Borgia parece convencido de poder conquistar Italia a base de polvos, con Nicolás Maquiavelo convertido en una "cheerleader" de su causa, en lugar del astuto político florentino que fue. Juan Borgia, el otro hijo predilecto del clan y eterno rival de César por los afectos de su progenitor, es retratado como una reinona peligrosa, una verdadera locaza al borde de un ataque de nervios, que nos hace cuestionar si Alejandro VI estaba en sus cabales, no por su incestuoso comportamiento, sino por concebir siquiera que esos energúmenos pudieran hacer una misión medianamente bien en vez de dedicarse a violar, sodomizar y mirarse fijamente en el espejo hablando solos. Mortadelo y Filemón tendrían más posibilidades de llevar a buen puerto la empresa, ya que en algunas ocasiones se han mostrado eficaces.
Podría verse uno tentado de pensar que tal vez en las escenas de alcoba uno por lo menos podría encontrar lo mejor del cómic, pero ni siquiera. La que podría haber sido una de las mejores creaciones de Manara, Lucrecia, queda reducida a una mujer soez y extraña, a la que ni se comprende ni interesa, cuya frase más ingeniosa durante los cuatro números es que el destino de Italia está entre sus piernas. No queda nada del refinamiento ni del ingenio, ni siquiera un mero intento en los primeros compases de invitarte a pensar que esta dinastía tiene algunos elementos normales, comunes o incluso positivos, antes de que la ponzoña te asalte, generando al fin alguna sorpresa. No hay ni evolución ni corrupción, ya que desde niña, los autores demuestran que tiene respuestas dignas de Calígula y los modales que la convertirían en la concursante ideal de un reality show.
Escenas como la entrevista entre el Duque de Valentino y Leonardo da Vinci te hacen verte tentado de pensar que aún hay salvación, que hasta ese momento has estado leyendo una broma tras otra, que los dos autores no se han tomado en ningún momento en serio y que el desfile de sangre y sexo (parece en principio fascinante, pero el mérito enorme de esta tetrarquía es conseguir hacerlo previsible y aburrido), es simplemente eso, que por lo menos está la vergüenza torera de no haberlo tomado el proyecto en serio. Desgraciadamente, el cuarto número, "Todo es vanidad", cuyo mejor acierto es el título, confirma las peores expectativas.
Tras haber dedicado tres números a explotar todas las posibles enfermedades mentales y sexuales que contraen Sforza, Orsini y Borgia, Jodorowsky concibe la genialidad de resumir el momento más interesante, el ascenso de César al poder como condotiero, en un flashback donde el siniestro sicario Micheletto habla con su anciana madre (porque sí, hasta los asesinos más despreciables quieren a sus madres y van a merendar con ellos cuando no tienen que descuartizar a alguien).
Las incorrecciones cronológicas e históricas son apenas la punta del iceberg, en mi modesta opinión, de este verdadero traje del emperador, cuyas flamantes portadas y puesta en escena, te tientan a pensar que no, que tú andas equivocado y que eres incapaz de entender una reflexión maravillosa sobre el poder, lo malsano y la gloria.
Pero tranquilos, luego uno se re-lee cualquier parte al azar y vuelve a caer en la cuenta que Jodorowsky y Manara han tenido muchos días mejores. Demasiada poca historia para resultar creíble, excesivamente chabacana para ser erótica y empeñada en escandalizar repitiendo una y otra vez los mismos recursos.