sábado, 28 de abril de 2012

LOS XUNGUIS O LA ISLA DE NUNCA JAMÁS

 Los paraísos ficcionales que uno tuvo durante su infancia deben ocupar un lugar predilecto en la memoria, un pequeño baúl de experiencias que significaron los primeros pasos hacia el maravilloso mundo de la imaginación. No obstante, defendiendo esa postura, no encuentro incompatible añadir que tampoco es muy recomendable visitarlos en exceso, en ocasiones, casi fuera mejor saber que están allí que desenterrarlos, pues volver a visitar la Isla de Nunca Jamás cuando Peter Pan tiene barba y Campanilla dos divorcios, puede llevar a infames nostalgias.




Entre esos territorios acotados en su espacio y tiempo, los cabezones Xunguis ocuparon su papel, teniendo su momento y lugar, como tantas cosas en la vida. Resulta fácil aún hoy explicarse porque son uno de los valores seguros de Ediciones B para atraer a público infantil, en libros que son una clara copia (bien hecha, todo hay que decirlo) de "¿Dónde está Wally?". Tremendamente fáciles de dibujar, gamberros y absolutamente reconocibles, ya cumplen 20 años esos macarras del espacio que tan buenos ratos nos hicieron pasar a algunos críos de aquellos días (y a juzgar por la edad de algunos muchachos y muchachas en el Salón del Cómic del Barcelona, aún siguen haciendo tilín y son valor seguro en estos días de comuniones y bautizos como regalo familiar, menos aplaudido que una portátil, mucho más apreciado que ropa).


 No tan sabido es que durante dos albumes largos de la añorada colección Olé, los Xunguis intentaron dar un salto de las manos de sus dos creadores, Joaquín Cera y Ramis, orientados hacia un público que ya casi entraba en la adolescencia. Explotando las travesuras y el gamberrismo que destilaban, los Xunguis eran los simpáticos villanos de sendas aventuras extensas, donde un mercenario (Turbo) y un robot (Bip, que a mí siempre me ha llamad mucho la anteción que se parece a Bender, aunque es muy anterior) intentaban defender la paz del Imperio (había muchas coñas con "La guerra de las galaxias") de aquellos salvajes Atilas, aunque en realidad, estaban más próximos en sus objetivos a Harpo Marx, el caos por el caos y la anarquía.




Excelentemente bien dibujados y simpáticos, los Xunguis por supuesto eran una colección que sus propios autores no se tomaban demasiado en serio en cuanto a continuidad o proyección. Cera destilaba sus mejores armas en Pafman (parodia de súper-héroes brillante que aún hoy se edita, a cuenta gotas pero mucha calidad, para un espectro de todas las edades) y el doctor Paconstein (que era Nacho Martín, pero con gracia y elementos del doctor Frankenstein, Mafrune y enfermeras de muy buen ver), paralelamente a que Ramis se focalizaba más en su tristemente desaparecido Sporty o siendo el alma de las revistas de la editorial, tales como "Súper-Mortadelo" o "TBO" (en esta última firmó algunas parodias impagables de clásicos tales como "Sin perdón" o "Un mundo perfecto", donde acuñó una frase inolvidable: "Butch muere tras fallecer...").




No obstante e irónicamente, los homenajeados han sido su arma más rentable, de ecologistas a deportistas, los pequeños alienígenas han sido en algunos casos la única cita posiblemente fija de dos excelentes artistas que han tenido la mala fortuna de no haber nacido lo suficientemente antes por época como para haberse asentado mejor en el cómic español. Tanto Ramis como Cera tuvieron su explosión creativa más pronunciada cuando la editorial tuvo que empezar a cerrar colecciones, revistas y personajes nuevos, sobreviviendo solamente los buques insignias cuyos lectores fieles garantizaban beneficio. Quién sabe, diez años antes y Pafman hubiera podido haberse hecho un hueco como lo logró el Súper-López de Jan (por otra parte, un autor que tiene un mérito enorme).
De cualquier modo, aunque no hayan tenido el éxito que hubieran podido poseer en otras coyunturas, los lectores afines a estas dos jóvenes promesas de las viñetas españolas, aún podemos congratularnos de seguir disfrutando de esos pequeños bocados de cardenal que nos ceden. Ramis es claramente la cabeza visible de las Guías para la vida de Mortadelo (en su concepción, basadas en el modelo primigenio de la de Bart Simpson), aunque muchos confiamos en volver a verle desarrollar sus propias creaciones; mientras, mantiene los lápices con los Xunguis y se embarcó con Cera en un digno intento de remake de los Zipi y Zape del siempre añorado maestro Escobar.





Cera, por su senda paralela, ha logrado re-devolver (se ve que no le sentó bien la comida) al héroe más tonto de Logroño City y su gato eternamente resfriado (Easmo dixit), a la par que ha colaborado recientemente con Ramis en una nueva aventura de Turbo y Bip, sacados de ese arcón de los recuerdos que muchos teníamos en una carpeta alejada del disco duro pero que nunca borraremos. Aprovechando el tirón de Las Olimpiadas, embarcan nuevamente a la pareja en un intento de evitar que sus tradicionales enemigos boicoteen la competición y cometan todo tipo de tropelías.





Siempre abonado a la causa de intentar contribuir en lo que uno pueda a la causa de Cera y Ramis, terminé adquiriendo un ejemplar que ya por supuesto no es para mí, aunque ha sido un agradable paseo por el túnel del tiempo. Eso sí, aunque me siento familiarizado con su simpática estética, no deja de llamarme la atención en esta re-visitación, la inovencia de la que está todo revestigado, añorando aquellos días añejos donde los Xunguis y sus dos enemigos estaban más próximos a la violencia ibañezca-warnerbrosiana, tanto tiempo orientados a un público muy prematura, nos los han ablandado.




Guardaré este pequeño album en la vieja estantería de los Olés, congratulándome de que cierto robot y su compañero de estética mega-drive no terminasen efectivamente perdidos haciendo auto-stop en un cráter, tras lograr hurtar el megatronio. Ni siquiera me pregunto por qué el general Xungoff está como una rosa después de caer en un volcán con un dragón mirándole hambriento... Simplemente, añoró aquellos días donde aquellos cabezones eran tan brutotes, ácratas... y sin embargo tan nuestros.





Feliz aniversario.

domingo, 22 de abril de 2012

SOMBRAS DE REYES

De todas las figuras que han existido a lo largo de la Edad Moderna en las Monarquías Europeas, los validos han sido indudablemente una de las más despreciadas. Brazos derechos de los monarcas de comienzos del siglo XVII, han sido en muchísimas ocasiones el chivo expiatorio de los círculos cortesanos para explicar los errores de su señor, mientras que el pueblo llano exorcizaba en sus malas artes para atraerse a su soberano, sus males y penurias, impuestos y guerras.



No obstante, pocas de esas figuras (por ejemplo, el duque de Buckingham en Inglaterra), tuvieron la importancia del cardenal Richelieu, cabeza rectora de la Francia de Luis XIII y don Gaspar de Guzmán, más conocido por partidarios y detractores como el conde-duque de Olivares. De hecho, nuestra hipérbole es moderada si afirmamos que en el duelo de ajedrez entre ambos hombres, estaba en juego la primacía de dos imperios, aguardando a uno la hegemonía y al otro la consolidación de su decadencia.



Sin embargo, como bien afirma J.H.Elliott, lo que ninguno de ellos supo ni tampoco los personajes de su época, era a quién aguardaba el triunfo y a quién el ocaso y la injuria. Despreciado tradicionalmente junto con su rey Felipe IV, bajo la horrible denominación historiográfica de la época de los Austrias Menores, don Gaspar viene a representarse como el hombre que firmó el acta de defunción de un Imperio donde, se jactaban de que nunca se ponía el Sol.





Su rival, a pesar de la pluma aventurera de Alejandro Dumas, ha logrado una consideración mayor. El buen cardenal ha terminado ejemplificando al hombre de Estado que creó los cimientos para la que luego fue la esplendorosa época de Luis XIV, donde el dominio galo llevó a apodar a su hacedor, como "Rey Sol". Pese a ello, y sin negar ningún mérito al antagonista de los tres mosqueteros que no sabían contar, Elliott, uno de los mejores hispanistas de siempre y prestigioso Premio de Asturias, indaga en el libro que hoy nos ocupa, cual moderno Plutarco, en dos biografías cruzadas y secantes, "Richelieu y Olivares".




Elliott, verdadero especialista en ambos (especialmente de Olivares, de quien terminó haciendo el estudio definitivo que Cátedra ha editado en castellano en varios formatos), usa toda su erudición y buena escritura (virtud que desgraciadamente a veces no tienen este tipo de estudios historicos) para evitar que la obra se convierta en un partido de Wimbledon que pasa de París a Madrid sin mayor interés que la recolección de anécdotas.





Con una visión de largo recorrido y un impresionante dominio del concierto internacional, pasando desde Mantua a Bahía, Elliott muestra con solvencia como las diferencias entre Olivares y Armand du Plessis fueron menores de las que se han venido pensando, llegando ambos incluso a soluciones muy similares y fórmulas parecidas para tratar de solventar los males de su tiempo. Asimismo, sus ascensos, mezclas de habilidades diplomáticas y auto-degradación personal (el episodio de Olivares y el orinal del príncipe de Asturias), que llevaron al cardenal a inmortalizar una frase vigente para todo valido que se precie, tener el valor de cero, muy útil situado a la derecha, pero de nulo valor si no tiene a nadie antes.





Complejos, admirables, dignos de lástima, odiosos y finalmente muy vulnerables y humanos, Elliott retrata de una manera fideligna y muy cercana a dos productos de su tiempo que terminaron viviendo las ironías del destino. Richelieu no pudo ver tras su muerte como todas sus medidas, tan denostadas y abucheadas, llevaban a Francia a la cima, destacando el papel de su sucesor aventajado, Mazarino, otro nombre que bien merecería un estudio independiente, persona de gran inteligencia y valía. Olivares, durante tanto tiempo aplaudido y ponderado, terminó siendo tachado como tirano, protector de judíos (eso, en aquella España, tristemente, no era un elogio) y causa de todos los males, aunque un vistazo apresurado hace que dudemos que la España del Seiscientos hubiera podido sobrevivir funcionando como lo hacía, salvo una revolución total administrativa y financiera (empresa que el conde-duque intentó, por cierto, con grandes energías).




Dueños y víctimas de su tiempo a partes iguales, los reflejos de Olivares y su antagonista nos muestran un mundo mucho más relativo, complejo y cercano al nuestro del que los siglos pretenderían mostrarnos. El lector/a culto, no necesiaramente especializado en la materia puede disfrutar sin ningún problema de este ensayo estupendo y que muestra las virtudes (históricas y literarias) de uno de los grandes discípulos de Clío de nuestro tiempo.













domingo, 15 de abril de 2012

NO ES CRÍTICA PARA TIBIOS



La marca influye, más en estos tiempos que corren. Es, para todo, un factor. En la industria cinematográfica, sin duda, la firma de los hermanos Coen genera un suspiro de alivio en las productoras. Los dos hermanos venidos de la fría Minnesota, han sido durante los últimos años, una garantía que ha combinado los buenos números en taquilla, sin sacrificar nunca la inteligencia y un arte con cierto aroma de sana independencia del costumbrismo menos arriesgado de Hollywood.
En honor a la verdad, se lo han ganado. Su obra puede gustar o disgustar, pero tienen su sello de presentación y han mostrado una gran versatilidad. Si quieres un retrato naturalista tienes "Fargo", una comedia loca y quijotesca de los 90 la hallarás en "The Dude", mientras que "Muerte entre las flores" (que fue la primera entrada de este blog) supone una gran demostración de que hay vida más en el cine de mafias más allá de clonar a los Corleone.
Confieso que la noticia surgida a la altura de 2007 de que los dos directores se ponían a trabajar en la adaptación de una novela de Cormac McCarthy, ambientada en una violenta frontera texana en la década de los 80, hizo generar muchas esperanzas en una nueva muesca de un revólver que, indudablemente terminará siendo legendario. El reparto que posteriormente se anunció confirmaba los mejores augurios, Tommy Lee Jones, Javier Bardem, Josh Brolin, Kelly Mcdonald o Woody Harrelson, no necesitan presentación dentro del panorama de artistas estadounidenses y el fichaje de un espléndido actor español.
De cualquier modo, he de admitir que nunca he logrado que esta cinta colmase las expectativas que, probablemente, habían sido excesivas, debida a la alta consideración que me merecen sus dos autores y que me habrá colocado un listón difícil de sortear con el pragmatismo de la realidad. El poderoso relato oscuro que se propone cuando Llewelyn Moss (Brolin) encuentra accidentalmente cerca del río Grande los restos de una lucha entre traficantes de heroína y un botín ensangrentado de dos millones de dólares; tanto la novela original como el film adoptan cierta semejanza a "La perla" de Steinbeck, el afortunado hallazgo se irá convirtiendo en el germen de una espiral de desastres que amenazará con engullirlo todo un tornado.
En primer lugar, decir que los elementos externos de "No es país para viejos" son inconfundibles del detallado sistema de los Coen y su equipo (salvo que echamos de menos que en esta ocasión no encontrasen un papel para el omnipresente Steve Buscemi en su filmografía), la fotografía es excelente y el ritmo trepidante del inicio de la persecución de los narcotraficantes al modesto cazador de antílopes texano, no obstante, a medida que se busca profundizar en las telas de los ropajes de este emperador, uno corre el riesgo de darse cuenta de que la sustancia está vacía, más allá de la fanfarría y las elogiosas críticas que recibió a lo largo de todo el globo.
Uno de los primeros puntos de conflicto donde admito que me suelo desmarcar bastante de la respetable mayoría, es la hora de hablar del personaje interpretado por Bardem, por decirlo de alguna manera, el principal asesino y ejecutor de los señores del negocio de la heroína que le mandan a encargarse del asunto. Saludada como una caracterización muy aguda de un ambivalente villano y con tremendas aristas, he de decir que, más allá de su corte de pelo, el único rasgo diferenciador del antihéroe (la moneda y sus concepciones de lo efímero de la suerte) no dejan de ser un remedo texano y simplificador del personaje de Harvey Dent, creado en los cómics de Batman hace ya más de medio siglo.
Admitiendo desde primera hora que Bardem me parece un actor con mayúsculas (su creación de Santa fue fantástica, o su representación de un afrancesado en "Los fantasmas de Goya", estando incluso muy bien en su pequeño cameo para "Colateral"), creo que aquí estamos ante uno de los papeles que menos le han debido costar, porque, bombona de butano a cuestas al margen, su personaje desfila en su búsqueda de sangre, generando unas reflexiones muy complicadas de las autoridades y viejos rivales (Woody Harrelson, increíblemente desaprovechado en el metraje), que verdaderamente hacen mucho onanismo mental a la hora de explicarse a este sujeto bastante más simple de lo que creen.
Todo en este testimonio es una sucesión de metáforas, algunas afortunadas (el viejo cowboy en esa silla de ruedas) y la gran mayoría siempre precisando de notas a pie de página, mientras un sheriff a punto de retirarse (Tommy Lee Jones), intenta poner algo de orden y salvar a la inesperada presa y su familia. La elección de casting no podía ser más acertada, verdadero asiduo en películas policíacas y de acción, usar a Jones para un protagonista crepuscular cuyos mejores días han pasado, estaría muy bien, pero a diferencia del Eastwood de "Gran Torino", es complicado que el público se proyecte en este agente de la ley más preocupado por su mundo onírico que por ser minínamente eficaz, más que compadecer su destino y ocaso, uno casi lamenta su falta de eficacia, o, cuanto menos interés por el caso.
De todos los personajes presentados, uno salvaría encantado al de McDonald, quien hace de la esposa del "afortunado" descubridor del hallazgo (aunque, desgraciadamente, el arco del personaje va decayendo, pese a buen hacer de Brolin). Complicada, emocionalmente creíble y muy bien interpretado, McDonald es uno de los hallazgos verdaderos del film, curiosamente poco potenciada por los seguidores de esta diablura de los Coen, o quizás es que este domingo me encuentro buscando desesperadamente ponerme en fuera de juego auto-impuesto.
Ni mucho diría que "No es país para viejos" sea una mala película, pero, al igual que en su novela (de la cual voy a recomendar una crítica muy atinada titulada "Vislumbres del Apocalipsis", escrita por Juan Manuel de Prada), creo que ha sido más importante lo ambicioso de lo que se quería contar que lo finalmente plasmado, que el propio torbellino termina engullendo las necesidades narrativas, creando una inquietante atmósfera, que, a diferencia de muchísimas otras creaciones de los Coen, precisa muchas notas a pie de página, cuando las otras se explican y prevalecen sin ninguna de ellas.
Dicho lo cual, no descarta que vuelva a darle una oportunidad en un futuro, pues Minnesota, bien vale dos visionados.

domingo, 8 de abril de 2012

HOMENAJE A MINGOTE

Toda carrera, por brillante y fructífera que haya sido, está destinada a tener un final. Casi centenaria, la carrera y la vida de Mingote se terminó de apagar la semana pasada, no habrá más ilustraciones de este artista español de prestigio internacional.
A su modesta manera, el blog de Amarcord quería rendir también homenaje a tan importante ilustrador gráfico, hombre de tremendas inquietudes y de gran relevancia en el panorama artístico español.


Descanse en paz.

INFORME ROBINSON: EL DEPORTE REVISITADO

Pocas personas dentro del mundo del deporte han estado más afortunadas que el base canadiense Steve Nash, cuando afirmó que: "Uno de los principales problemas actuales es que todos le hemos dado a los atletas profesionales más importancia de la que tenemos".



Efectivamente, el dos veces MVP de la NBA mete el dedo en la llaga cuando afirma eso en una época donde realmente el tema se nos ha ido de las manos a directivos, profesionales y aficionados al mundillo del deporte, desde el monopolio del fútbol a la fórmula 1, sin distingos.



Por eso, en un ambiente tan deificado y donde se mueven en ocasiones unas cifras económicas tan blasfemas en la coyuntura que tenemos hoy día de crisis, son de agradecer iniciativas como la de Canal +, con los realmente estupendos "Informes Robinson", que en verdad, nos han reconciliado a más de uno con este tema, aunque sea durante esos breves y emotivos informes que el británico de macarrónico castellano (sin duda, una de las claves de lo bien que ha funcionado como locutor deportivo en nuestro país) y su equipo han realizado para alejarse de lo convencional y volver a tratar de personas y volver a las raíces de lo mejor que puede ofrecer la competición bien entendida.
Lejos de la trivilización o la excesiva importancia que en ocasiones se le otorga, Robinson y los suyos se meten en los adentros de verdaderas historias dentro de historias, de victorias y derrotas, sin paños calientes y buscando a los protagonistas en primera persona. Así, el programa dedicado a Ronaldinho no solamente habla de un brillante futbolista brasileño, sino también de la rápida decadencia que hay en un Coliseo de fama efímera donde casi nadie sobrevive en el ojo del huracán. Bajo el atinado título de "La abdicación del rey", el informe se ve con sumo interés, no solamente desde el punto de vista técnico, sino del desequilibrio emocional que puede llegar a generar generar tantas expectativas en la gente; una sensación muy similar que llevó a afirmar a Maradona, en su momento de máximo esplendor que, "La gente tiene que comprender que no soy una máquina de la felicidad".



Esa manera de sumergirse en las intra-historias también es uno de los éxitos del objeto de nuestra reseña. Así, no importa en lo absoluto que uno sea o no del Atlético de Madrid, pero sí resulta fascinante la manera en la que se narra el descenso de la entidad a segunda división después de haber sido uno de los clubs de referencia de la Liga. La realidad sin adornos de un vestuario, con sus grandezas y miserias, no tan alejada de lo que ocurre en mil trabajos cotidianos, se muestra mucho más atractiva que las distantes imágenes de un mundo de lujo y estatuas de mármol con las que pareciera que nada tenemos en común.
Por fortuna, no solamente el balompie tiene su rinconcito en ese espacio. También habrá viajes a Santo Domingo para charlar con el intro-vertido y heterodoxo Chicho Sibilio, exquisito alero nacionalizado español, relegado a los libros de historia de la ACB para algunos, pero, en otro tiempo, uno de los hombres clave de la revolución del basket en España. El impacto de los ya lejanos Juegos Olímpicos de Barcelona 92 asimismo vuelve a ser evocado, mientras algunas profundizaciones de este espacio televisivo en el espartano arte del atletismo, muestra la cara más dura y de sacrificio físico y mental de una disciplina que, junto con los boxeadores, hace de estos deportistas los verdaderos conocedores del existencialismo filosofico.
Debe de ser por deformación profesional, pero casi cumpliendo el tópico de que no hay historia que merezca más la pena de contarse que la de los perdedores, los aspectos más vinculados a la derrota han sido las mejores cotas de los informes Robinson.
Especialmente acertada fue la regesta de la Eurocopa de 1984, a través de los ojos del guardameta Arconada, durante aquellos días uno de los mejores cancerberos del mundo, nombrado portero del torneo, pero injustamente recordado durante mucho tiempo por su único y sonado fallo en la Final, donde se le escurrió un tiro perfectamente atajable de Michel Platini.
De la misma forma, parece que los técnicos del proyecto saben perfectamente como enmarcar su show, ya que algunas de las piezas escogidas (vienen a la mente algunos extractos de la banda sonora de una magnífica película ingra-valorada, "El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford), acotan a las mil maravillas estas aventuras y desventuras de los protagonistas de estos documentales.
Lo dicho, dentro del ámbito de los espacios deportivos, Robinson y sus finos informes, son la joya de la Corona, la agradabilísima excepción que esperamos se termine convirtiendo en regla.

domingo, 1 de abril de 2012

FRANK Y WILL

Los libros de entrevistas son un arma de doble filo. Por un lado, si están bien llevados y los interfectos ponen la carne en el asador, pueden ser magníficos y aportar enfoques novedosos sobre dos protagonistas de los que el público creía saberlo todo. Por el contrario, mal hechas, pueden derivar en un producto soso y poco novedoso.
La propuesta que Norma Editorial hizo de editar en español el diálogo mantenido entre dos de los creadores más importantes del mundo de las viñetas, Frank Miller y Will Eisner, debe enmarcarse dentro del primer tipo. Me gustaría antes de comenzar otras consideraciones en la reseña, que Charles Brownstein y su equipo han estado invisibles, y, pocos halagos hay mejores para un entrevistador que haber logrado eso, pues toda la conversación articulada por temas en el pequeño libro que nos brindan, parece ser espontánea y en primera persona.

Pareciera que nos hemos colado en la casa de Eisner y estuviéramos junto a ellos tomándonos una copa frente a la piscina, mientras los dos artistas se lanzan pullitas y comparan notas de cómo era la coyuntura del mercado cuando entraron a un oficio que aún levanta tantas ampollas.
Ciertamente, la reunión de los dos genios es un momento de regocijo. ¿Se imaginan que existiera un libro de táctica militar debatido en Santa Elena por un Napoleón y Wellington envejecidos? ¿O una serie de transcripciones de debates de Antonio Domínguez Ortiz y John Elliott sobre el Imperio Hispánico en la Edad Moderna?



Presidida por la buena relación entre ambos, no exenta de la confianza que da la amistad para hacerse mutuas críticas, Eisner y Miller hacen una panorámica muy interesante de cómo ha sido la industria del cómic estadounidense a lo largo del siglo XX. Aunque hay alguna mención e incursión en el manga, es una pena que ninguno de los dos autores muestre interés en hablar más del cómic europeo, solamente con las excepciones de los grandes clásicos, como Maus.




¿En qué se diferencian el creador de The Spirit y el de Sin City? En muchísimas cosas y, en esencia, en mucha menos de las que pudiéramos creer. A fin de cuentas, ambos compartieron la necesidad de haber un tipo de historias diferentes a las que imperaban en la industria, siempre conservadora a la hora de arriesgar con enfoques nuevos cuando la cosa funcionaba. De cualquier modo, siempre me ha parecido que fue un momento ambivalente cuando Eisner creó con "Contrato con Dios", según sus propias declaraciones, la primera novela gráfica de la Historia del cómic.



En primer lugar decir que "Contrato con Dios" es uno de los mejores cómics que nunca se han hecho, un reflejo total de la vida cotidiana de una época y salpicada en cada una de sus páginas por una desgarradora humanidad que realmente conmueve. No obstante, tanto Miller como Eisner parecen caer en un esnobismo que, bien pudiera ser el disimulo del complejo que algunas veces los artistas de cómics más adultos, sienten a su medio. Existen gran cantidad de novelas brillantes y otras tantas que son verdaderas aberraciones. ¿Acaso alguien en una reseña las distingue como novelas literarias a las primeras? No, sería absurdo. Hay buenos y malos libros. Y hay buenos y malos cómics. Novela gráfrica, aunque sé que esta apreciación es muy debatible, no deja de sonarme a necesidad de justificar que todos deben de leer ese cómic porque aparte de muñecajos tiene un contenido intelectual.



En otras Cruzadas, realmente hay que quitarse el sombrero ante ellos. Especialmente la labor sindicalista de Miller, digno heredero del genial Neal Adams, a la hora de defender a capa y espada la propiedad intelectual de los artistas cuando las editoriales tenían todo el control y, verdaderamente, en ese sentido, sus métodos eran leoninos.
Casi como si sirviera de espejo para la mala coyuntura que hoy tenemos, decir que sendas trayectorias son un momento de optimismo, de decir que el talento no siempre queda olvidado o estancado en días de crisis. Eisner vivió su bautismo de fuego en una coyuntura donde prácticamente nadie entendía qué es lo que estaba haciendo y a qué jugaba con sus arriesgadas composiciones de páginas, mientras que Miller fue labrándose un nombre, primero como dibujante de encargo y posteriormente como creador y hombre orquesta, padre de "300" y "Año Uno", entre otras maravillas.
Precisamente es Frank quien desde New York firma una generosa introducción donde apuesta que su desaparecido amigo Will terminará ganándole la discusión que mantienen en dicho libro. Los lectores, no obstante, después de quince asaltos, consideramos que hay empate técnico.



Para los amantes del cómic, una joya que no deben rechazar. Feliz entrada en esta semana de vacaciones para todos/as.