sábado, 30 de octubre de 2010

UN CAMBIO DE ESTILO



Todo depende de cómo se tomen las cosas en esta vida. Decepción y alegría caminan juntas, todo es relativo (por lo cual, esta afirmación no tiene lógica). Pero el problema se torna claro cuando hay alguien que dirige con maestría; si la mano que mece la cuna es tan firme como flexible, con permiso por la expresión, el objetivo deja de ser difuso y el proceso, un mero trámite.
Dirige Clint Eastwood y eso, biografías morbosas aparte, son palabras mayores. El genial cineasta coge una historia que probablemente nos pondrían un sábado de sobremesa, una de las que empiezan con el consabido "basado en hechos reales". La excusa perfecta para leer un buen libro, darse un paseo o apagar el televisor. Pero, no hay malas historias que contar, al contrario, mucho del éxito depende del narrador.
J. Michael Straczynski da un regalo al viejo Clint que éste, sabiamente, aprovecha. Una historia de comienzos del siglo XX, un Departamento de Policía corrupto bajo el Sol de California, más pistoleros que protectores, más obsesionados en aparentar que en resolver. Una mujer (Angelina Jolie) a la que su mundo se le desmorona. Un niño perdido, al que al parecer encuentran... pero el instinto maternal no miente y, huele a montaje artificial, a un parche, una medida anti-crisis para ocultar la inoperancia.
Eastwood embarca a la escultural actriz en una dura prueba, 141 minutos donde ella debe sostener un edificio tan impactante como complicado y la verdad es que, a falta de que alguien lo contradiga, el mejor trabajo hasta la fecha de la estrella de Hollywood. Jolie no siempre ha hecho buenas películas, pero aquí aprovecha y se empapa de una oportunidad única, es consciente de que está bajo la batuta del creador de "Sin Perdón", "Mystic river" o "Invictus", entre otras. Firma ante él un trabajo soberbio, aunque secundario de la talla de John Malkovich (siempre impecable) la ayudan a hacer un papel de los bien llamados redondos, justas nominaciones a su persona.
Hasta ese momento, lo único que te ha seducido de la cinta es una actriz dando su mejor aportación a este arte, una buena fotografía por parte de Tom Stern y una correcta narración, pero, ¿acaso no le estamos evaluando por el nombre y no el contenido? ¿Qué diferencia a esta producción de otras de serie B o incluso C? La tragedia nos conmueve, más si sabemos que fue real, pero aquí hay giros de tuerca, en medio del nudo, las perfidias de las que es capaz el jefe de policía (Colm Feore) con tal de lavar las pifias de sus hiper-activos muchachos (especialmente Jeffrey Donovan), llevarán a interesantes reflexiones sobre la manipulación del poder y el control de las noticias.
Es entonces cuando surgirá la macabra figura de Jason Butler Harner y te das cuenta del cuento cruel donde te has metido. La película se va elevando a la par que también lo hacen sus secundarios (gran Amy Ryan y Sterling Wolfe, entre otros) y como bien afirmaba nuestro amigo desde los Algarbes, el deseo de que los sufrimientos de una pobre madre terminen llega a convertirse en algo casi personal. La señora Collins, incluso más que el niño desaparecido se conviere en la obsesión de Eastwood, una mujer capaz de luchar como un moderno Prometeo encadenado, hasta las últimas consecuencias. Capaz de entrevistarse con un asesino con tal de saber la verdad y de mostrar la tenacidad y la fe de una mula.
Toda la dureza de este film coquetea con el término morbosa, pero va sorteando etapas con soltura, el arco asciende y el punto de inflexión llega precisamente en el desenlace. Tanta desolación, pruebas de paciencia dignas de Job y sombras, para descubrir, que pese a todo, siempre hay lugar para sacar fuerzas que lo llevan a uno adelante. Como una aldea gala que resiste hoy y siempre al invasor. Cuando te quieres dar cuenta, Eastwood y su equipo te han atrapado en una red de araña en la que sin embargo hay una rendija, para defenderse como gato panza arriba...
El hijo que habría salido de la fusión entre la soleada "Invictus" y la oscura "Mystic River". Una obra muy artística, un notable alto, una muesca más en el revólver de un genio del cine que busca la simplicidad porque es lo más imposible de lograr.

domingo, 24 de octubre de 2010

EL CRÍTICO Y SU CORTE

Desde siempre, si algo se nos ha dado bien es criticar, no precisamente para bien, en la mayoría de los casos. Cómodo y fácil es torear desde la barrera, añade el refranero español, famoso por jugar con dos barajas para nunca errar en su diagnóstico.




Dentro del campo de la crítica de televisión y cine, el crítico del prestigioso diario El País, Carlos Boyero, es sin duda, una de las voces más polémicas y siempre, duende de palacio en los diversos festivales.




"Boyero y cía", que tiene en su haber varias temporadas en Canal Plus, ha sido el principal programa, con la excepción de sus artículos y la página web, donde ha proyectado sus opiniones. Sin ser precisamente un seguidor, se debe reconocer que es un producto interesante, un tipo de caja tonta mucho menos tonta, donde se hacen interesantes reflexiones, casi tertulias, sobre lo que a fin de cuentas, no deja de ser otra manifestación artística y de cultura accesible a todos los públicos. Aunque este muy de moda, en el 90% de los casos con razón, lapidar a este come-tiempos, hay cosas que de vez en cuando están muy bien y es de justicia reconocerlo.





Su presentador y principal responsable del mismo, el ya citado Carlos Boyero, es un individuo muy interesante y, para que nos vamos a engañar, un personaje en sí mismo. Desde que salió de un entorno bastante represivo en Salamanca, no ha dejado de correr en otra dirección, en un mundo de productores, actores y con el único objetivo de ir a salas con el propósito de pasárselo bien... y hacer saber si no le ha gustado.



En el caso de que alguien tenga predilección por personas sin pelos en la lengua, probablemente le agradará esta figura (menos cuando toque a las pelis o series que a él le gusten). Del mismo modo que puede deshacerse en elogios (por otra parte merecidos) a shows como Los Soprano o Los Simpson, tiene cierto aire hard que diría un amigo mío, que puede espantar al espíritu libre más pintado.




Se está extendiendo la idea de que en el cine, como ya ha pasado en muchos otros movimientos culturales, se está produciendo un gran salto generacional, de un tipo de directores que en base a sus propias experiencias hacían sus películas o guiones (el caso de Rafael Azona, uno de los más brillantes, es solamente la muesca del revólver) a otro donde las principales personalidades buscan un cine por el cine, con una serie de referencias y notas a pie de página con homenajes que puede enfurecer a la vieja escuela (el caso de Quentin Tarantino, uno de los artistas más peculiares e interesantes de la última década en la pantalla, serviría para el caso). Boyero comulgaría totalmente con la primera idea, lo cual me parece muy legítimo, la preferencia de cada cual es la preferencia, pero hacia el otro tipo de movimiento muestra un comportamiento muy visceral.




Uno de los grandes méritos de sus acotaciones es que se sabe rodear de muy buenos colaboradores y excelentes invitados (Elvira Lindo, el mismísimo Alex de la Iglesia, Santiago Roncagliolo, su colega de diario Enric González, etc), aunque en ocasiones se le acuse de caer en el cotilleo y la rumorología (su manera de llevar el escandaloso caso de R. Polanski, puede que no le convierta en persona grata para los más devotos del director polaco). El caso es que algo tendrá el agua cuando la bendicen tanto y a su manera, el estilo funciona. Como señalaron en una de las entrevistas más personales que ha concedido en el programa "El Reservado", de alguna manera tiene el crédito de que aunque diga barbaridades, da la sensación de creerlas sinceramente y eso, no deja de resultar interesante.




Por el otro lado, no deja de ser en ocasiones divertido verle en el otro lado. Fue uno de los que mejor habló de un cineasta que no necesita presentación, Woody Allen, por una pieza menor pero realmente entrañable, "Conocerás al hombre de tus sueños", donde declaraba que un Woody Allen en horas bajas seguía superando al 90% del resto en activo (hipérbole a todas luces exagerada, pero un buen capote al genio judío de New York al que el mundo parece querer estancar en la soberbia Match Point sin motivo).




En otros casos, creo que como le sucedería a cualquier especialista, es imposible opinar bien de todo y con conocimiento de causa. Por ejemplo, en "Fraiser", me parece que él y el escritor Santiago Roncagliolo estuvieron especialmente poco inspirados, comentado únicamente superficialidades de la serie y sin ninguna profundidad, incapaces de ver más allá. Asimismo se acompaña de un aire fatalista a la hora de comparar series norteamericanas VS. el resto del mundo. Es innegable que han venido muchas cosas de tremenda calidad y que, aquí hay que ir cargando pilas cuanto antes, pero no suena a la mejor tirita el meter el puñal en la herida hasta que la hemos removido del todo.
En conclusión, un espacio que hay que tomar con prudencias, no obstante, un estilo de programa que no abunda y que invita a fin de cuentas a que uno vea, elija, y lo que no le guste... le haga apagar el botón.

domingo, 17 de octubre de 2010

LO PEOR DE UNO DE LOS MEJORES

Aprovechando el fuerte tirón de la película "El Gran Vázquez", Ediciones Glénat ha sacado un tomo de casi 600 páginas con una de las épocas más desconocidas del maestro brugueriano, su "exilio interior" en cómics para adultos más creciditos.



A diferencia de otros períodos de su trayectoria artística (pensemos en Anacleto), en esta fase, no nos estorba para nada el blanco y negro. Es un Vázquez veterano, de vuelta de todo, capaz de lo mejor y de lo peor. Alguien capaz de reírse de su propia vagancia ("Solamente un personaje y si es invisible, mejor" llega a pedir a la musa que va a visitarle) y con un trazo simplista pero genial para la caricatura. "Lo peor de Vázquez" es, por tanto, una adquisición muy interesante.

"Gente peligrosa", "Los casos del inspector Yes" (por otra parte, es una recopilación incompleta) o "Más gente peligrosa" aún muestran a un Vázquez próximo al viejo estilo, humor ácido pero con apariencia infantil, con sobre-entendidos y muy sagaz, con diálogos chispeantes. "Sábado, sabadete" o "Historias Verdes", nos muestran al autor más próximo a líneas como pueda ser la de la revista "El Jueves", con un erotismo tragicómico, muy desinhibido, en ocasiones escatológico hasta el exceso pero a fin de cuentas, piezas de coleccionista. Él mismo, firmó esas obras con seudónimo ("El Sapo"), no tanto por timidez (que no tenía) como para jugar a dos bandas con diferentes editores (rasgo característico de este pícaro empedernido).
Sorprende ver al cerebro de las aventuras aparentemente inocentonas de las castas (una de ellas a la fuerza, ¿embrión de Patty y Selma?) Hermanas Gilda, contando historias tan altamente subidas de tono, confirmando algo que siempre se ha sospechado. Si en manos de clásicos como Ibáñez o Escobar uno se sentía sanamente en el lado de la ley, la producción de Vázquez era ese pariente o amigo que de vez en cuando te invitaba a cruzar la frontera: "Si en el fondo a ti esto también te gusta".
En otros frentes, su capacidad de visionar lo que iba a pasar es asombrosa. Sus chistes de los fumadores empedernidos y los realmente fanáticos pro-leyes antitabaco no solamente no han caducado, sino que ahora se entienden mejor. Siempre con gusto por ponerse a él mismo como protagonista, no dudaba en ponerse en ridículo a él mismo con sus estúpidos intentos de curarse de sus vicios, sin dejar títere con cabeza, desde su propia debilidad a los implacables "amigos" cruzados que se empeñan en que uno no pueda morirse como quiere.

De corte muy personal, casi autobiográfico, tenemos "Querido Maestro" o "Agente del Fisco", donde simplemente deforma un poco su propio reflejo en el espejo para presentar a un dibujante con muchos problemas a la hora de entrega que, además, considera una obligación moral darle problemas a Hacienda.

Se echa en falta "Vámonos al Bingo", un típico producto de lo que era capaz este peculiar artista. En base a sus anécdotas de ludópata empedernido, Vázquez recreaba con mano maestra todos los estereotipos de voluntades débiles y codicia, con una capacidad de reírse de si mismo sobresaliente. Es una ausencia destacada en un, por otra parte, muy completo volumen.

En definitiva, los amantes del tebeo español están de enhorabuena con el tirón que ha pertmidio la película y que también ha conllevado que surjan ediciones de "Los cuentos del tio Vázquez", donde nuevamente, volvía a ponerse las zapatillas para correr de acreedores y sastres. No son tampoco material de olvido, sus alusiones a colegas de profesión, especialmente Víctor Mora, Ibáñez o el por entonces muy joven, Ramis.

Como es sabido, los bufones durante la Edad Media y la Edad Moderna, gozaron del permiso de poder burlarse del resto del mundo, incluyendo reyes y cortes, a cambio eso si, de narrar con gracia y amenidad sus propias desventuras. Vázquez, que carecía de remodimiento alguno por su peculiar estilo desordenado de vida, se permitió el gusto de decir, escribir y dibujar aquello que se le cruzase por la cabeza.

Por último, recomendar a los interesados en el tema el magnífico blog de mi buen amigo Chespiro "Corra, jefe, corra", donde se han escrito varios artículos muy interesantes comparando la trayectoria del dibujante moroso con el gran Francisco Ibáñez.

martes, 12 de octubre de 2010

ALEXANDRE, MEMORIA VIVA

Te acostumbras a un rostro, al gesto, lo excepcional se convierte en rutina y el talento en presupuesto. De haber sido un dibujante de cómic, Manuel Alexandre hubiera sido Jan o Sal Buscema, siempre constante, nunca un mal número, todo con el mismo estilo y trazo, otorgando a cada papel el mismo respeto y estudio minucioso.
Durante toda su trayectoria, Manuel Alexandre fue amigo de pocos estruendos. Era de método antiguo, chapado a la antigua, desde sus cómicas intervenciones en películas como "Los Palomos" o "Atraco a las tres" hasta su última caracterización para televisión de Francisco Franco, igual que hicieran antes Bódalo u otros coetáneos, memorizaba el texto hasta la saciedad lo devoraba y finalmente aplicaba su conocimiento. Poco importaban las líneas que tuviera, siempre se aplicaba con empeño.
En la afortunadamente amplia lista de excelentes secundarios del cine español, nuestro malogrado protagonista bien merece un lugar destacado, aunque siempre su nivel se desplegó altísimo, en los últimos tiempos empezaba a parecer una cosa de otro tiempo, entrañable y mística. El jugador técnico en la era del músculo, un hombre tranquilo en un mundo acelerado, un segunda espada privilegiado en una era de divismo... Teatro, cine y televisión fueron tocadas sin ninguna preferencia, allí donde se le requería estaba.


No hacía tanto le dedicábamos una entrada a "El Morito", un poquito más hace de que el actor que mejor se cabreaba en España, Agustín González, diera su último recital. Ayer, como quien dice, era Antonio Ozores. Ya creo, que sin Alexandre, podemos hablar del cierre por falta de profesorado de una vieja escuela.
Es historia madrileña conocida, el mundo perdió un posible aparejador, otro factible abogado y quizás un periodista y es que, siempre fue un trasero de mal asiento. Tipo comprometido, estuvo en la defensa madrileña durante la primera ofensiva en la Guerra Civil, para luego encontrar santo refugio en el TEUU. Perdió la batalla y la carrera, pero se ganó un magnífico actor, con una forma de gesticular y mirar especial, algo que supo aprovechar mejor que nadie el gran Berlanga en "¡Vivan los novios!".

En los estudios para conseguir aplausos y llantos, conoció a su otra mitad, Fernando Fernán Gómez, otro todoterreno que ya no está. Hasta su desaparición fueron grandes amigos, también fue coetáneo de otro lobo de la escena, el gran secundario Rafael Alonso, con quien tiene importantes materialismos. Ya lo dice Juan Diego, las mesas del Café Guijón empiezan a estar más vacías, la mesa de Manolo también queda libre y eso, nunca es bueno.
Dicen que será en la madrileña pasa de Santa Ana, cerca de uno de los teatros que le vio debutar, me parece un gran gesto de familiares y amigos. Pero, no hay que hacerles mucho caso, coges el vídeo y pones "Plácido", Alexandre está como siempre, más gracioso que nunca, con una cojera que ya la quisiera para sí el mismísimo House... Mañana reponen "Los ladrones van a la oficina" y hasta en la mismísima "Siete Vidas" aparece. ¿Lo ven? Ya se lo había dicho, ¿cómo se iba a ir? En la tercera edad había logrado dos papeles protagonistas, ahora estará haciendo respetable cola en algún otro lugar que no conozco, para hacer audición...
Que esté tranquilo, con más de 300 pelis en el currículum, te cogen fijo... y sin enchufe. RIP.



"No puedo definir a ese pedazo de ser humano"- José Sacristán

lunes, 11 de octubre de 2010

HABITACIÓN 101



Bocado literario de cardenal pero con regusto agridulce. Cuando al final de sus días, un extraordinario escritor, George Orwell, se disponía a dar lugar una de sus obras más célebres, estaba en esa fase donde una persona ha dejado de creer en los cuentos de hadas y que todos los finales deben de ser felices.
Orwell sabía de lo que era capaz el ser humano, la primera mitad del siglo XX de la que él fue testigo, le había demostrado una cultura globalizadora en constante expansión, con unas posibilidades informativas sin precedentes y cuyo poder de implantación social, solamente era comparable, en ocasiones, a su infamia y adulteración de la verdad.
Era una persona sensible e inteligente que había visto el totalitarismo en su verdadero rostro, el nazismo alemán, el fascismo italiano, el zar rojo en la URSS, la pasividad de las tibias democracias europeas ante las salvajes apetencias territoriales de los dictadores o el militarismo nipón, por no aburrir citando ejemplos. Orwell, por ende, se disponía a hacer de reverso tenebroso de Tomás Moro, si él escribió sobre una utopía, él lo haría sobre un terrorífico futuro donde este tipo de ideologías se hubieran impuesto ante una población abúlica, sometida y aterrorizada.
Mucho se ha discutido sobre el famoso título. Efectivamente, el escritor y periodista británico, no jugaba ser oráculo, de hecho, su discusión con los editores fue una batalla perdida donde él pregonó el título "The last man in Europe". Pese a ello, no pareció convencer a sus jefes, lo cual le llevó a hacer el juego de cambiar los dígitos del año en que se publicó 1984. Por ende, la fecha es simplemente simbólica y nuestra atención al hecho debe reducirse a lo anecdótico.
Entrando ya en materia, el autor de "Rebelión en la granja" presenta a su isla natal en unas situaciones poco halagüeñas. El mundo se haya dividido en grandes bloques, supuestamente enfrentados, pero poco se sabe de lo que pasa en los frentes, mientras en el caso del Viejo Continente, un único Partido dirige la situación, no solamente los resortes administrativos, bélicos y económicos, sino mentales y sociales. Varios Ministerios (por ejemplo, hay uno para el Amor, como si dicha emoción pudiera ser legislada) con funcionarios grises en cadenas de mando se van sucediendo, hasta llegar al supuesto Gran Hermano, el único culto permitido al común de los ciudadanos, un rostro que inspira la lealtad a sus súbditos.
Una persona, Winston Smith, a pesar de trabajar para ese gobierno, parece muy descontento con lo que está viendo. Al más puro estilo soviético (no olvidemos que Orwell estuvo en la Península Ibérica durante la Guerra Civil y pudo observar de primera mano como Stalin y su régimen aprovecharon la coyuntura para liquidar adversarios que eran sus propios compatriotas y hacerlo pasar por acciones de guerra), sabe que cuando cree recordar compañeros que han desaparecido de los libros de Historia, no es porque lo imagine, sino porque todo aquel que desafía al Partido está destinado a ser vaporizado, destrozado y borrado de toda forma de recuerdo.
Solamente hay dos cosas que le animan a compartir con otro ser humano sus pensamientos, el conocimiento de una Hermandad rebelde proscrita que lucha contra el sistema a escala mundial y, la presencia de Julia, otra joven activista que tras una máscara de convencionalidad también se burla del timorato mundo donde vive. El affaire con ella es apasionado y especialmente liberalizador en el plano físico, pero pronto, iremos viendo que la muchacha se queda en una insurrección superficial, aunque es enternecedor su afecto, no parece hacerse las cuestiones de Winston acerca de los mecanismos del mundo donde viven, con unas telepantallas con las que el talento de Orwell entiende a que época nos aproximamos, donde la intimidad es sustituida por la telecomunicacón más indiscreta posible.
La pareja rebelde empieza (principalmente a través del más motivado Winston) a tomar contacto con los rebeldes, a través de otro inteligente miembro del Ministerio (que son algo así como los Comités de Salud e Intervención Pública de la época del Terror de la Revolución Francesa), O´Brien, que ha parecido dar señales a su camarada de que bien pudiera alistarles a la causa. Gracias a O´Brien, Winston y Julia podrán leer un libro prohibido, el de Goldstein, donde se revelan muchas de las falacias del mundo donde viven, entre ellas, el propósito de la neolengua (que va pauperizando la expresión y los conceptos) y el sentimiendo infudado de que viven en un presente muy superior a un pasado pintado como espantoso en comparación con las bondades del Big Brother.
Sin embargo, los ojos de los vigilantes son muy cautos y, pronto la pareja de enamorados se verá sometida a la más dura de las pruebas...la habitación 101.
SPOLIER QUE NO DEBES LEER SI AÚN NO CONOCES EL DESENLACE:
Mucha gente considera que el trepidante ritmo final de la obra (cuyo arranque es lento, no por falta de pericia estilística, sino por los muchos conceptos que debe presentar Orwell al lector), es de las mejores partes de la misma, algo absolutamente cierto. De la misma forma. muchos matizan que deja un sabor muy amargo. Por si la traición y verdaderas intenciones de O´Brien no fueran suficientes, el desolador final de la relación romántica que se plantea aquí, casi parece sepultar cualquier estereotipo de Hollywood.
Nunca me ha resultado muy coherente la corriente que critica la actuación de Winston, ni siquiera la de Julia. El empleo de la tortura para obtener aquello que se quiere oír, evidentemente puede arrancarnos cualquier confesión que se desee, pero en este caso, especialmente en el personaje de Winston, hay una valiente resistencia que soporta dos planos, el meramente físico y los terribles interrogatorios de O´Brien ante el que se ha erigido "el último hombre" (que era el título que deseaba Orwell, como ya hemos dicho). Apuesto a que mucha de la gente que se burla de la caída de Winston, no resistiría ni la mitad (yo ni la décima parte, vamos).
El final aterrador (en el que se descubre que la Hermandad es un invento del propio gobierno para controlar a los rebeldes, donde el propio Winston acaba de rodillas ante el Big Brother manifestando su amor y Julia se une al resto de borregos en procesión abúlica...), no me parece una mala solución. No siempre tiene que acabar bien, aunque apuesto que de haber sido en otro momento de su trayectoria (es una obra ya en la última fase, la reflexión de una persona muy inteligente, pero en cierto sentido, derrotada), hubiera encontrado ciertos matices.
La terrible habitación 101 puede derrotar todos los planos, especialmente los físicos, del protagonista. Pueden hacerle decir que cuatro dedos son ocho, que uno son nueve y que sacrifiquen a sus propios hijos con tal de evitar que esas ratas le destrocen el rostro... El Partido puede borrarle de la telaraña de Clío y de sus allegados en dos segundos, pero en el momento que incluso O´Brien le reconoce que aún no ha traicionado su amor por Julia, Orwell priva a su criatura del último logro, de ser él también un digno derrotado. El final podría ser igual de triste e infame, si, ante la incapacidad de soportar su pánico a los roedores (quién puede culparle) y a seguir a sí, Winston encontrase las últimas fuerzas que le permitieran buscar, como un último Héctor... la oportunidad de inmolarse él mismo. Lo aterrador no es tener miedo del atroz castigo, sino que una vez liberado, se postre al Big Brother.
El epílogo sería igual de concluyente, o quizás con más matices... Winston habría perdido todo, desde Julia a su supuesta amistad con O´Brien, pero se hubiera pertenecido a él mismo hasta el final. En cambio, un muy decepcionado Orwell hace un flaco favor al personaje de O´Brien al mostrarlo tan terriblemente perfecto. Su pregonizada sapiencia debería hacerle consciente de que no puede cimentarse el régimen exclusivamente en liquidar y arrojar bestias al rostro de sus súbditos. La Rusia de los zares esperó siglos, pero al final, el mero miedo, aunque efectivo durante muchas coyunturas, termina engendrando olas de más violencia que le autoengullen. O´Brien termina convirtiéndose en un tópico, un villano perfecto y, los personajes perfectos suelen dejarnos indiferentes.
Pero así lo quisó contar Orwell y hay que respetar al genio. Antes de su gran obra, no existía ni uves de Vendetta ni reflexiones tan certeras... Por ello, sigue siendo una obra maestra de proyección universal.

jueves, 7 de octubre de 2010

LA ÚNICA CERTEZA

Hace poco pude ver una película cartesiana al máximo. En realidad, bien mirado, el nudo del argumento casi invita a pensar en producción de domingo "basada en hechos reales". La premisa simple es la historia de un colegio católico donde una monja sospecha que el popular sacerdote ha tomado un interés malsano en uno de sus monaguillos. Para más IMRI (nunca mejor dicho), el muchacho es el primer alumno de color de dicha institución.




A pesar de transcurrir en la década de los 60 del siglo XX, a ningún espectador/a se le pasará que John Patrick Shanley toca un tema de rabiosa actualidad. Este autor (también es el guionista de la trama) ha llevado este producto en dos campos al unísono, una representación teatral y otra cinematográfica. Este hecho es muy interesante, ya que dota a la misma, que inexplicablemente se paseó por los Oscar y los Globos de Oro con muchas nominaciones pero ningún premio gordo durante el 2008, de unas características atávicas.




Me comentó un buen amigo que en realidad, aunque excelente, esta obra casi parece pertenecer a otra época del cine, con un tempo muy medido y que hace que reine la calma en cada secuencia. Cada minuto está repleto de pequeñas acciones y detalles que trasmiten la más pura vida cotidiana. El tiempo del café, la red de conjunto de las monjas con pausados paseos... Todo en su tempo, un mundo tranquilo, un centro donde una severa directora, Aloysius, dirige con mano dura pero hasta cierto sentido protectora, la vida de los muchachos y muchachas allí asentados. Meryl Streep, actriz que no necesita presentación, caracteriza a este personaje.
Ante esta monotonía, llega un carismático sacerdote, el padre Flynn. Philip Seymour Hoffman encarna a este clérigo que parece mostrar otra faceta de la Iglesia, más dinámico, parece más capaz de comprender que dirige a personas, no a peligros con patas a los que hay que asustar la mayoría de las veces para que le obedezcan a uno. En este momento uno tiene miedo de haberse metido en el típico juego vieja concepción de la religión VS. nueva concepción de la religión. Nada más lejos, estamos en manos de extraordinarios actores cuyo guionista tiene bien cogidos los hilos.


Conforme avanza el día a día, vemos como los dos estilos cada vez están más enfrentados. Una joven y apacible monja que parece estar aún en la etapa de absoluta vocación (Amy Adams) nos sirve de ojos para ver las disputas. Desde el principio somos ambivalentes, el personaje de Hoffman presenta un "catolicismo de rostro humano" muy recomendable, sin embargo, en los temas fundamentales, parece disfrutar como sus colegas de la pre-emiencia de los varones sobre las mujeres en la jerarquía eclesiástica.

Streep, por su lado, es una figura severa que se hubiera convertido en la profesora más odida si la hubiéramos tenido y, probablemente la causa de que una vez mayores, nos hubiéramos hecho ateos, pero en cierto sentido, es una primer inter pares muy positiva en algunos aspectos. No duda en proteger a las suyas, especialmente a las novias de Dios más enfermas y ancianas, además de que, pese a su mano de hierro, parece mostrar verdadera preocupación porque todos sus alumnos acaben sanos y salvos hasta la llegada del mes de junio y las vacaciones veraniegas. Entonces vuelve a abrir la boca y su discurso arcaico nos repele.

Verdaderamente, la causa de que el escrito original recibiera el Pulitzter y la adaptación teatral el Premio Toni, debe radicar en el potentísimo despliegue del reparto (todos están muy bien, pero lo de Adams, Streep y Hoffman es un nivel no apto para el resto de los mortales) y la falta de "buenos" y "malos". Cuando la mancha del escarnio (la acusación a fin de cuentas es gravísima) salpica a Flynn, somos incapaces de decantarnos a un lado o a otro.

El gran interrogante no se ve resuelto ni por el muchacho ni por la desestructurada familia de éste (atención a una desgarradora Viola Davis) y entonces nos damos cuenta de una posible doble manipulación. Por su lado, la directora echa sus redes de caza para ir convenciendo a sus monjas y al propio espectador/a de que ésta ante un terrible pederasta de sonrisa fácil y hermosas palabras, cuyos impecables sermones (si Hoffman los hiciera en la vida real, tal vez se incrementase la asistencia) son una dulce trampa. Sin embargo, en el otro, el propio padre Flynn goza de una autoridad y una privacidad con el alumnado que puede terminar siendo hasta peligrosa, ¿acaso no puede él mismo tener ganada la moral del chico y su marginado entorno? ¿Quién confiesa a tu confesor a fin de cuentas?

En definitiva, una película que parece casi de otro tiempo. Elegante, sobria, discreta, con una duración muy adecuada (104 minutos), unos actores en estado de gracia, un casting muy bueno... Una pequeña joyita, sin ningún adorno y con una madurez que asombra. Estamos ante personas de carne y hueso, el hecho de que sea en el marco de una escuela católica no influye para nada, esta obra no entiende de creencias, es una guerra de sentimientos, no de doctrina...El envoltorio está en el otro mundo, pero la temática no puede ser más terrenal, creyentes y no creyentes estarán muy satisfechos.


SPOLIER QUE NO SE DEBE LEER SI NO SE HA VISTO LA PELI:


El inquietante punto final es un excelente momento que muestra la ambivalencia. El último sermón de Hoffman, pese a toda su dulzura, no deja de ser la más sospechosa y una máxima de que la retirada a tiempo es otra forma de victoria. Justo entonces, el desmoronamiento del personaje de Streep ante su propio método de proceder, vuelve a poner el interrogante. ¿Cómo actuar si los propios protagonistas no saben lo que siente su representado?
Como de costumbre, nuestra única certeza... La duda.