domingo, 30 de octubre de 2011

DUERMES Y ME OLVIDAS

Fue un instante, un brillo inesperado durante una oscura noche, la leyenda que se contaba bajo las hogueras cada vez con más adornos y mentiras en el cielo estrellado babilonio...Un individuo tan grande que futuros generales y monarcas se ampararon bajo su sombra para aspirar aunque fuera, a las migajas de su gloria, tan efímera como homéricamente resplandeciente.
Mary Renault no necesitará presentación para muchos lectores/as, experta conocedora de la Grecia clásica y espléndida novelista, no tiene nada de extraño que se animase a hacer un ensayo sobre la figura de Alejandro Magno, eje principal de tres de sus mejores escritos: "El fuego del Paraíso", "El Muchacho Persa" y "Juegos funerarios".
Editada en cómodas ediciones de bolsillo, lo cierto es que más de uno pensará, no sin razón, qué necesidad hay de hacer otra reflexión sobre una vida que ha sido biografiada una y mil veces, en millones de páginas que se suceden y que incluye varias adaptaciones cinematográficas. Como fuere, creo que los amantes del tema no harán una mala inversión apostando por esta revisión de la autora, narradora amena y llena de perspicacia en sus hipótesis.
El tópico ha acosado al hijo de Filipo II de Macedonia y Olimpia de Epiro. Es uno de los pocos personajes clásicos que suele ser identificado con suma facilidad por cualquier público no especializado pero con buena cultura general. Muy distinto sería el retrato que tengan esas personas de quien fuera hegemón de los griegos y conquistador de Asia, hasta su dramática muerte en el 323 a.C, en ocasiones representado como un aventurero muy afortunado cuyo imperio fue un gigante de pies de barro evaporado poco después de su muerte.
¿Quién puede culpar a nadie cuando los propios personajes que compartieron espacio con él no se pusieron de acuerdo? Como la propia Renault admite en una hipérbole no tan exagerada como pudiera parecer, el mundo tal vez debería considerar que fue un milagro que no hubiera salido como un precedente de Nerón tras ser el fruto de la unión de dos personalidades tan fuertes como Filipo y Olimpia. Su madre era una mujer con rasgos que las fuentes clásicas elogiaban activamente en los hombres, es decir, fuerte carácter, imparable ambición y crueldad si el momento lo requería, pero que en una reina consorte (una más de las que tuvo el polígamo Filipo) la tachaban de poco menos de una bruja drogada en ceremonias dionisíacas que no sabía encajar con humildad los constantes cuernos y humillaciones de su marido.
Filipo, por el contrario, para los patrones de su tiempo, era todo lo que se podía pedir de un rey. De hecho, como la propia autora admite, de no haber sido Alejandro su hijo, hubiera pasado a la historia bélica y política como el estadista más brillante de su tiempo, una figura comparable a lo que el mismísimo Julio César es para Roma. Particularmente, yo veo más a Filipo como un precedente mejorado y con todos los recursos a su alcance del príncipe elogiado por Maquiavelo. Aunque era brutal en ocasiones por sus excesos, tenía una visión muy superior a la del pueblo al que mandó, muy sometido a sus vecinos e ignorado por las ciudades-estado griegas que los veían como poco menos que bárbaros con pieles de oso. En apenas unos años, el nuevo soberano puso su tierra en el mapa, ganó las guerras tan con la espada como con hábiles alianzas matrimoniales y mostró un gran aprecio por la superior cultura helena, a la que se adaptó y finalmente gobernó.
Renault saca una conclusión muy interesante y nunca lo suficientemente ponderada sobre esa tormentosa relación. Filipo era demasiado inteligente para no comprender que tras aquel muchacho sensible y de cabellos rubios con voz cantora, estaba su gran esperanza como su sucesor, por encima de su sobrino al que supuestamente regentaba el trono y su otra prole. Paralelamente, conforme el muchacho crecía y aprendía de un progenitor al que quizás nunca llegó a amar como lo hacen los hijos con los padres, pero del que bebió de todas sus enseñanzas militares y de gobierno, Olimpia trató de apartarlo con violencia y chantajes emocionales propios de un matrimonio divorciado en todo salvo de hecho. ¿Quién puede culpar a Alejandro de refugiarse en la amistad?
Fue una decisión que debió tomar con toda firmeza en la temprana niñez y que probablemente le acompañó hasta el final de sus días. Rara vez una persona ha depositado tanta confianza y dependencia de sus amigos, con los que probablemente le unió un vínculo mucho más sano (por lo menos al principio) que el mantenido con sus padres. Hefestión (principalmente él, quizás el hombre más subestimado en cuanto a talento se refiere dentro de su círculo, sería absurdo que Alejandro hubiera mantenido como amante, compañero y confidente a alguien vacuo o cuyo único talento era un hermoso rostro), Pérdicas, Cratero, Tolomeo... Con ellos rió, combatió, asesinó, sufrió, fue herido y compartió todo, tanto los botines como los castigos y los rigores de la campaña.
A la muerte de Filipo en una conjura que nunca quedó desvelada del todo y que incluso le salpicó a él (aunque no es probable su participación en dicho acto, apuntando más los restos a una conjura ateniense auspiciada por Demóstenes o los propios persas), Alejandro tuvo que convivir con el espectro de su tuerto y agresivo padre, así como a una red de enemigos que amenazaron que sepultar su nombre para la Historia. Ambos hombres eran muy distintos, Filipo era capaz de tener ingenioso sentido del humor, confraternizar y rebajarse como el común de los mortales, Alejandro era más frío salvo con su círculo más íntimo, su sentido del humor no parece haber sido propicio para las bromas y cuidó su imagen hasta el extremo.
El relato de Renault toma entonces el rumbo de campañas donde Alejandro mostró haber sido un discípulo aventajadísimo de su padre y de Parmenio (el más veterano general macedonio). Capaz de aceptar buenos consejeros como el veterano Antípatro y también de imponer su opinión cuando creía que estaba en lo correcto, baste decir que en su primera campaña como comandante logró el sueño de cualquier estratega y que es uno de los escasísimos ejemplos en los dominios de Ares que cualquier pacifista hubiera firmado: una maniobra sorprendente y una marcha rápida que provoca la rendición del enemigo sin sufrir ninguna baja ni inflingirla.
Tomando el rumbo de su padre, que logró colocar a su nación a la cabeza de los griegos unidos cara a Asia, Alejandro no solamente retomó el sueño sino que lo adulteró para un propósito aún más amplio, una mezcla de generosidad y megalomanía. Aristóteles no solamente le educó para ser un hombre racional y perfecto conocedor de lo que le rodeaba, sino que el afamado discípulo de Platón le reprodujo el fuerte odio de los helenos a los persas, tachados como poco menos que escoria. Cuál fue la sorpresa de sus educadores cuando conforme avanzaba su conquista, no solamente se rodeaba de ellos sino que los equiparaba a sus otros súbditos, para escándalo de muchos de sus militares de viejo cuño.
Es una pena que en el relato de sus encuentros en el campo de batalla, sea uno de los pocos frentes donde no explora los detalles Renault. Muy curiosa hubiera sido su opinión sobre el asedio de Halicarnaso, impresionante fortaleza bajo la estrategia de Memnón de Rodas, jefe de los mercenarios griegos que luchaban por el Gran Rey Darío y que fue el mejor rival a nivel táctico que conoció el macedonio. Memnón había sido junto con su hermano un soldado de fortuna trota-mundos que había terminado emparentado con la aristocracia persa, entre los muchos lugares que estuvo se encontraba Pella, donde tuvo la fortuna de conocer a Filipo e hizo una muy atinada radiografía del potencial de su ejército, enseñanzas que lo convirtieron en un brillante borrador de Kutuzov en cuanto a la tierra quemada y cuyo mayor elogio probablemente sean las pocas páginas que le dedicó el lisonjero sobrino de Aristóteles, cronista palmero del Magno y con quien solamente se enemistó tras verle adoptar la defenestrada cultura persa. En cuanto al rodio, fallecido por enfermedad mientras trataba de llevar a cabo otra de sus impresionantes operaciones (quiso llevar la guerra a la tierra de Antípatro obligando a Alejandro a tener ojos en la nuca), siendo sus herederos distinguidos por el monarca, quien siempre los trató con respeto y hasta casó a una de sus nietas con uno de sus mejores almirantes.
Apenas pasando de los treinta años y dueño del imperio más grande que se conocía en la Oikumené, la tierra enmudeció ante su presencia. Se sabía mucho de su forma de comportarse en una crisis, de sus estrategias más célebres, de como cabalgaba a Bucéfalo, de su valor rayando en lo temeraria, de los desastres que habían provocado sus guerras y su extraña piedad cuando aquello había transcurrido. El problema en aquel momento que lo tuvo todo fue que quiso seguir adelante.
Las campañas que allí se sucedieron eran una mezcla de sueño y megalomanía, el mejor ejército del mundo conocido en aquellos días no comprendía porque su soberano ahora vestía ropajes persas y se proclamaba vengador del Gran Rey al que había derrotado. Desiertos asfixiantes y la incursión en la India (probablemente uno de los episodios mejor narrados por Renault, con fascinantes descripciones y cotejo de fuentes) le llevaron a tener su primer divorcio con sus tropas. A diferencia de Aníbal Barca u otros grandes caudillos, el macedonio se vio en la humillante tesitura de sufrir varios motines de unos soldados que le censuraban por mandarlos a los confines de la tierra y que lo amaban porque verdaderamente a diferencia de muchos otros privilegiados, él nunca había pedido a nadie bajo sus órdenes algo de lo que él no fuera capaz. Tanto era así, que empezó a tener gravísimos problemas respiratorios, cicatrices por todo el cuerpo y al igual que su padre (un espectro con el que le unía amor-odio) un incremento de su afición por el vino, probablemente la causa que le llevó a la pelea de taberna que mantuvo con Clito El Negro, oficial de la época de Filipo que le había salvado la vida en el Gránico y al que terminó matando en una disputa donde el nombre de su padre, los delirios de su madre y el desprecio a los persas fueron solamente la punta del iceberg de una celebración que se fue de las manos y donde viejos odios salieron a la luz.
Fueron muchos episodios, algunos tan notables como el de la conjura de los pajes, donde Filotas y el mismísimo general Parmenio aparecieron salpicados. Con precisión de cirujana, Renault recolecta datos de esos oscuros momentos, destacando la frialdad de un Alejandro que iba tomando su papel de Gran Rey antes que hegemón, con la frialdad del joven Octavio o la de Michael Corleone, tomando un distanciamiento de las cosas que contrastaba con la pasionalidad de las antiguas discusiones con sus padres.
Las fuentes helenas no quisieron complicarse con aquella criatura que Gisbert Haefs definió como "el señor de las diez mil almas", era más fácil afirmar que su antiguo caudillo se había vuelto un loco déspota seducido por orientales indeseables, así como sus nefastos vicios y relaciones sexuales... Es curioso que en ese aspecto su desinterés fuera casi total, había desesperado a sus padres por su lentitud en buscar matrimonio (la decisión fue finalmente sorprendente con la enigmática Roxana) y las únicas relaciones estables y positivas que se le conocen reconocidas como algo más que un efímero affaire, son Hefestión y Bagoas. A juzgar que ambos le permanecieron leales hasta la muerte y que no le traicionaron donde muchos otros lo hicieron, su elección fue acertada, así como es curioso que ni él ni autores posteriores se mostrasen muy interesados por el que sería el futuro Alejandro IV, su heredero y asesinado por Casandro, el ambicioso hijo de Antípatro y que trató de borrar el nombre su antiguo soberano en vano, delatándose él mismo al tener sudores cuando veía una estatua del ya por entonces difunto rey.
Para muchos, empezó a valer más muerto que vivo. Es curioso como rescata Renault el dato de que Sisigambis, madre del Gran Rey Darío que siempre le estuvo agradecida por cómo trató a su familia cuando la destronó, se dejase morir en apenas cinco días después al saber de la muerte de aquel muchacho que la había llamado madre y la trataba con suma deferencia. Olimpia sobrevivió siete años a su hijo y participó activamente en el reparto de su herencia. Viejos amigos como Pérdicas que habían compartido peligros y estocadas, empezaron a preocuparse más de portar su anillo que de su curación... Hefestión había ya muerto partiendo el corazón de su Aquiles, mientras que Cratero tuvo una de sus últimas demostraciones de lealtad al encerrarse en el templo de Serapis rezando por la curación.
Mientras algunos fieles como Tolomeo empezaban a poner sus miras en Egipto, fue la soldadesca (tanto la macedonia como la griega, la persa, los feroces agrianos...) quienes comprendieron que no despedían a un dios como harían los lisonjeros, sino a un hombre, excepcional, brillante, contradictorio, terrible, sensible y frío... Desfilaron ante él como hiciera Alejandro en tantas ocasiones para despedir a sus heridos, embebido por la piedad que trasmite esa joya universal llamada Ilíada...
Lo que trae Mary Renault no es la interesante biografía de un monarca elevado a la altura de dios. Es algo mucho más fascinante, rescata los sueños y temores de un hombre al abordar su futuro...

domingo, 23 de octubre de 2011

CHERCHEZ LA FEMME

El recientemente abierto teatro Góngora ha traído durante este fin de semana la obra clásica de Molière, "Las mujeres sabias". Con la fortuna de poder asistir al evento con la siempre grata compañía de amigos, me alegra poder dar una pequeña entrada extra este domingo al blog de Amarcod, centrada en el marco teatral del que siempre es un placer hablar.



Hay que aplaudir la iniciativa de la Compañía Cordobesa de Teatro Par, sacando nuevamente a la luz este texto del autor de "El ávaro". Les Femmes Savantes es un relato que al igual que le ha sucedido a otras piezas de autores míticos (vienen aquí a la mente por ejemplo "El mercader de Venecia" o "La fierecilla domada"), que se debe ver con cierto filtro y contextualizado.
Gentilhombre burgués de buena pluma, Molière era un buen analista de su tiempo, dentro de su estilo, era imposible escribir mejor o con más gracia, pero también estaba condicionado por la mentalidad de sus días, su ya por entonces avanzada edad y sus propios prejuicios. En un fresco que se desarrolla en un único emplazamiento -una casa donde un paterfamilias galo es incapaz de gobernar a sus díscolas hijas y sabihonda esposa-, Molière carga las tintas sobre el intelectualismo fatuo y la hipócrita elevación de ideales.
En primer lugar resaltar que el teatro tuvo buena factura, acogedor, bastante más íntimo de lo que pueda ser el complejo del Gran Teatro, hay una sensación de mayor aproximación familiar a los actores del reparto. La acústica también fue más que aceptable y, en líneas generales, podría decirse que la representación se llevó a cabo sin grandes incidencias.
El montaje fue hábil, más teniendo en cuenta que el propio texto de Molière es muy propicio a ello, simplemente un salón que puede hacer las veces de estudio, campo de batalla de poetas espantosos que pueden cambiar halagos en difamaciones por una simple objección, donde dos hermanas se enfrentan, una por haber abrazado la filosofía y la vertiente espiritual de las cosas y, la otra, Enriqueta, un amor mucho más terrenal con un antiguo amante despechado de la mayor.
Antonio Barrios dirige con buena mano una obra con diálogos graciosos -aunque es un Molière en este caso muy terrenal, casi disfrutando de hacer partícipe al gran público de su odio a enemigos y situaciones que aborrece-, personajes que caen en un excesivo blanco y negro, recordando que los genios también tienen sus fobias y que son tan presa de los atávicos momentos históricos que le tocan vivir.
El nivel actoral es bueno y hay que tener siempre en perspectiva en los niveles que se mueve una Compañía de carácter local que mucho mérito tiene que vaya sobreviviendo una década en la coyuntura tan gris y mediocre en la que se está moviendo la economía de los territorios artísticos. Las actuaciones son positivas -por ejemplo: algunos diálogos del padre-, aunque algún momento parece sobre-actuado y -esto en realidad es un reproche al argumento, no a las representaciones-, la solución del conflicto -que no desvelaremos por respeto a quienes no la hayan visto aún o leído- siempre me ha parecido facilona y poco inspirada, más en el nivel de escritor que nos estamos moviendo.
Y es que en definitiva, al igual que con otro individuo muy listo, Molière se equivocaba al no olvidar el látigo para azotar a la filosofía en tanto en cuanto se acercaba al bello sexo... y es que los genios también se equivocan como todo hijo de vecino. Y por supuesto, asimismo han errado muchas mujeres sabias a lo largo de los tiempos.

SE ESCUCHARON LOS RAYOS, PERO...

Durante mucho tiempo, "El Capitán Trueno" ha sido uno de los tebeos más representativos dentro del panorama español. Creado por Víctor Mora para la editorial Bruguera, en muchas ocasiones se lo ha acusado de ser un exponente de valores atávicos, de un "¡Santiago cierra España!" que recuerdan a lo peor del oscuro páramo que fue el franquismo para las corrientes artísticas españolas.
Esta apreciación tiene su fundamento de verdad innegable, no obstante, limitar a este héroe de ficción enmarcado en la época de la III Cruzada (aunque las licencias son muchas y se mezclan personajes que no se corresponden con el contexto), pero en verdad hay que ponerse en perspectiva de la época. Tanto Mora como Ambrós no eran precisamente sospechosos de ser muy afines al régimen, mientras que algunos de sus compañeros como Escobar incluso eran acusados de todo lo contrario, por lo que muchos de sus diálogos deben entenderse en la época que fueron concebidos. Por el contrario, "El Jabato", un personaje de muy similares características y mismo creador, por estar ambientado en los días de la Roma imperial, se salvaguardó en buena medida de esos requisitos censores.
Con todo y a pesar de ello el personaje prosperó y prosperó, en una sucesión de aventuras de capa y espada donde el desarrollo de los pérfiles de personajes quedaba sacrificado por una sucesión ininterrumpida de entuertos, viajes exóticos, hechichería y brujería. Tan bien le fue a la creación de Mora que junto con Mortadelo y Filemón, Súper-López y muy contadas excepciones más, sigue en funcionamiento a través de los sucesores del creador original, ya que el señor Mora, nombre clave en la historia del cómic hispano, es uno de los pocos iconos de la historieta que se mantiene bien en venta y cuenta aún con su fiel legión de seguidores.
Más, honestamente, pienso que tanto esos nostálgicos como aquellos espectadores que no conozcan los antecedentes y vayan a la gran pantalla a verlo, no se van a sentir muy complacidos con la adaptación dirigida por Antonio Hernández. Largamente postergada (es una pena que Mora no haya podido disfrutarla estando en una edad más joven y habiendo pudido influir más en su desarrollo), la versión en la gran pantalla de Trueno y su ahora improvisada búsqueda del Santo Grial (como vemos, Indiana Jones fue un mero continuador) parece adolecer de todos los defectos que hacen a muchos cargarse de prejuicios con el cine nacional.
Sergio Peris Mencheta encarna al mítico capitán, conocido por ser el modelo de héroe perfecto medieval, valiente con el enemigo pero noble y defensor de los débiles, uno no va a esperar que en el guión de Pau Vergara, encontrar ahora un Trueno lleno de aristas y complejisimo, pero el retrato de espadachín bravucón y con el que uno piensa tener muy poco en común; por cierto que según dicen en los mentideros, ahora Mencheta se encuentra de pleitos por motivos de honorarios con la productora.
Le acompañan en la trama Manuel Martínez como el titánico Goliat (aunque mucho nos tememos que es bastante peor actor que buen deportista y atleta) y el joven Adrián Lamana como Crispín, escudero y paje del capitán. Como era de esperar, se cruza en su camino de regreso a Castilla la bella Sigrid de Tule, durante mucho tiempo se barajó el nombre de Elsa Pataky como la futura belleza nórdica, aunque finalmente ese rol ha ido cayendo en las redes de Natasha Yarovenko. Este atractiva actriz que saltó a la fama por abrir las puertas del cielo en una habitación romana, representa a una Sigrid que verdaderamente se encuentra muy perdida en la película, en una historia de amor con Mencheta que de tan casta, pura y tibia... se queda en un glacial tono donde uno no sabe qué pensar, la verdad.
En un ejemplo de exceso de ambición, uno, siempre desde la cómoda barrera, no deja de preguntarse por qué no se ha aspirado a menos para poder hacer más. Trueno tiene suficientes aventuras originales de luchas con rivales poco sobrenaturales y en emplazamientos exóticos pero asequibles para un presupuesto que no puede compararse con los ricos fuegos de artificio de Hollywood, una trama más modesta pero bien hecha y medida hubiera podido terminar en una cinta correcta, que hubiera satisfecho a los incondicionales y que, desde luego, hubiera evitado terminar siendo una comedia involuntaria, como sucede con esta búsqueda del Grial y donde las sobre-actuaciones rivalizan con unos decorados donde parece que los castillos y fortalezas están hechos pedazos como si fuera hoy, y los árabes tienen un acento que rivalizaría con el de los lusitanos de la no menos improvisada "Hispania".
Sienta mal, honestamente, tener que hablar así de un proyecto que ha tratado de devolver a un personaje muy representativo del cómic español, pero después del visionado no queda más remedio, casi agradeciendo que haya terminado una sucesión de gags poco inspirados y donde uno se cuestiona por qué si una de las bazas de los villanos es un ejército demoníaco, éste actúa a plena luz del día con un Sol de justicia, en vez de aparecer alguna noche por sorpresa, para variar. Sobre los elementos mágicos, mejor no hablar.
Y es que, verdaderamente uno duda que esa prometida secuela vaya a terminar rodándose... y lo peor, es que uno se alegra, porque no están los pocos héroes que quedan para la península para muchas montañas rusas de este tipo.

domingo, 16 de octubre de 2011

BLACK AND WHITE

Hoy por hoy, el formato televisivo no parece estar muy propicio para alegrías en el panorama nacional. Por lo que llevamos visto de la re-visitación de Cheers, el futuro no invita al optimismo precisamente. Por ello, no tiene nada de extraño por ejemplo que el reciclaje del que probablemente fuera el mejor programa de cine en la pequeña pantalla, sea uno de los enlaces de Youtube más recurrentes para los interesados en las tertulias cinematográficas con un poco de enjundia.
Hace ya varios años, en la segunda cadena nacional, José Luis Garci dirigó "¡Qué grande es el cine!", programa que ya hemos comentado en alguna reseña anterior y que verdaderamente supuso el acercamientos para muchos espectadores de películas tan magníficas como "El empleo" o "El general de La Rovere". Alternando tertulianos de muy variada condición, el grave inconveniente de sus coloquios era muy básico, horarios de madrugada y entre semana, lo cual hizo que más de uno y de dos tuviera que recurrir entonces a los antiguos VHS.

Recuperado el formato íntegro para Telemadrid, más allá de que ahora se limita el surtido a obras en blanco y negro, parece que poco hemos cambiado...
Sigue dirigiendo Garci, haciendo sus medidas introducciones del contexto histórico, muchos tertulianos repiten, aunque algún otro se incorpora... pero es que hasta las películas se repiten, dirán algunos, como si le sonara a una agradable música de jazz muchas veces oída. El acento firme y elegantemente homérico de John Ford, Billy Wilder y esa maravilla llamada "Testigo de Cargo", basada en un relato de la mítica Agatha Chirstie, etc.
Igual que el humo que salía del lugar donde Eddie Relámpago y el Gordo de Minnesota se medían en una partida interrumpida bajo tacos de billar, esta versión noir del antiguo programa satisface a nostálgicos y tal vez cree algún espectador más al maravilloso séptimo arte en la capital española, pero, a pesar de ser un declarado admirador de este tipo de iniciativas, uno sigue preguntándose por qué no ha acontecido ese relevo generacional, porque estos cow-boys de medianoche no encuentran relevo.
De hecho, una de las alegrías más considerables, por novedosa, es el hecho de que se colase "Manhattan" porque el bueno de Woody Allen tuviera a bien rodarla sin color. Soplo de aire fresco, dirían algunos, pues este cine en blanco y negro, hecho con todo el amor y la afición del mundo a este arte, a veces se pierde en ejercicios de nostalgia de la época dorada de Hollywood, donde Elia Kazan deslumbraba (por su capacidad de adaptar obras teatrales y dirigir con una sensibilidad única a sus repartos) y asqueaba (por su papel en la Caza de Brujas norteamericana durante la Guerra Fría).


Y es que, con el paso del tiempo una piensa que esa idea redonda no llega a concluir. "Cine en blanco y negro" es un digno y respetable clon de su predecesora "Qué grande es el cine", capaz de producir coloquios muy interesantes como los efectuados para "El hombre que mató a Liberty Valance" o "El Verdugo" entre otras, pero inferior al original en el sentido de que se limita absurdamente en el espectro a elegir y en ocasiones reitera contenidos, quedándose en lo muy bueno conocido antes que explorar territorios menos habituales pero con potencial novedoso.



¿Dónde quedan esas luces de Oriente? Incluso la lengua maliciosa e irónica de Carlos Boyero termina siendo insuficiente en la oferta que se tiene hoy en día, hasta el programa que hoy comentamos sigue pareciendo varios peldaños por debajo de ese primer programa emitido con más valentía que espíritu de audiencia unos lunes de madrugada...
Mientras seguimos esperando, entre tanta salsa de vanidades para heridas que cicatrizan en norias y cajas salvadoras...Esperando viejos estrenos de cintas ya olvidadas que para muchos, son un regalo sin abrir.

domingo, 9 de octubre de 2011

TAN GUAPOS DE UNIFORME

Un repaso, aunque sea apresurado, a la producción televisiva, cinematográfica, literaria, de video-juegos y cómics sobre la II Guerra Mundial, mostrará una impresionante montaña de información; y eso, sin contar los libros propiamente históricos, biografía de sus grandes personajes, póster y hemerotecas de prensa.
La I Guerra Mundial, más conocida como la Gran Guerra para quienes la vivieron, no produce el mismo efecto. Aunque hay alguna buena y honorable excepción como la magnífica "Senderos de gloria" de Stanley Kubrick, vibrante recreación del infierno de una guerra de trincheras, por lo general, ha sido más desatendida por los autores de ficción a la hora de emplear su contexto para ambientar sus relatos.
Gracias a un buen amigo, tuve recientemente prestado un cómic de curioso título, "Arrowsmith: Tan guapos de uniforme", obra de un tándem de autores verdaderamente notable, el veterano y siempre fiable Kurt Busiek y el dibujante español Carlos Pacheco, hoy por hoy, uno de los mejores artistas de las viñetas en lengua castellana que han cruzado el charco del Atlántico. A pesar del peculiar título, la atractiva propuesta de recrear el poco tratado conflicto en un marco que es una mezcla de la más clásica tradición súper-heroica con elementos fantásticos con cierto toque al gran maestro Tolkien, el trabajo prometía.

Pese a ello, lo cierto es que salvo por su buen nivel gráfico, el arranque hace que uno piensa que se ha colocado en una especie de "Pearl Harbor" (2001), donde hay un idealista muchacho llamado Fletcher que desobedeciendo la autoridad paterna se incorpora a un peculiar grupo volador para ir a Europa, un fiel camarada, una hermosa enfermera que luego resulta ser de excelente familia, el chulo de la compañía que luego no es tan mal tipo...
Afortunadamente, Busiek está a cargo del guión y aprovecha estos estereotipos para narrar una guerra con muy poco glamour, pese a los elementos sobre-naturales que la rodean. En este sentido, el hecho de que sea la I Guerra Mundial es estupendo, ya que existía una mayor complejidad a la hora de ver quiénes eran los "buenos" y quiénes "los malos". Ese relativismo moral sería imposible con el espectro del nazismo y sus derivados.
De cualquier modo, el fresco que va mejorando a pasos agigantados conforme avanzan las páginas, parece haber quedado muy desaprovechado, aunque es elogiable cómo se introduce al lector/a en el infierno de la contienda, en tincheras muy peculiares, repletas de nigramancia y donde los soldados caen a puñados ante dirigentes que, a fin de cuentas, son como crueles dioses nórdicos inconmovibles ante la sangre y fuego que han invocado.

Un perfecto exponente de la imaginación de Pacheco, el mundo de la propaganda y la caricatura encontraron su máximo exponente a partir de los terribles conflictos de principios del siglo XX y que hallaron la máxima hipérbole de la barbarie y la destrucción en la década de los 40.
Un proyecto curioso que desgraciadamente no encontró continuidad y tiene la mala fortuna de arrancar más tarde de la cuenta, más que explotar los tópicos y pervertirlos, tal vez Busiek y Pacheco debieron apostar por tirar la casa por la ventana desde el inicio.
Con todo, una pequeña joya por originalidad y capacidad de andar caminos no trillados.

domingo, 2 de octubre de 2011

BIOGRAFÍA DE UN NIÑO PRODIGIO

Durante los últimos años, la figura de Manuel Vázquez, quien fuera uno de los dibujantes de cómic español más importantes de Bruguera, ha quedado totalmente revalorizada.


Todo giró alrededor del estreno de la película "El Gran Vázquez", donde el popular Santiago Segura interpretó al picaresco artista, tan célebre por sus viñetas como por su vida ácrata y al margen de las convenciones, aún a costa de ser un moroso y vivir prácticamente al día.
Tener una película de Vázquez animó a Ediciones B y a Glénat para re-editar algunos de sus trabajos (ver la reseña "Lo peor de uno de los mejores"), a la par que uno de los grandes historiadores del cómic hispano, Antonio Guiral, elaboraba una biografía con su minucioso estilo clásico del artista.

Probablemente, lo último haya sido el broche de oro para lo que ha sido esta incuestionable figura, "El Gran Vázquez: coge el dinero y corre", coordinado por J.J.Vargas (a quien ya conocerán los lectores/as del blog por virtud a su espléndido trabajo sobre Alan Moore, también editado por Dolmen), es sin duda el colofón a la recuperación de la producción del creador de Anacleto.
Este estudio se trata de una obra coral donde hay un desfile de algunos de los mejores conocedores de la época, abordando distintos aspectos de Vázquez, desde sus inicios cuando era el niño prodigio de Bruguera, hasta la época donde en Glénat orientó su estilo a un humor más adulto y escatológico. Así encontramos a Miguel Fernández Soto, quien ya ha efectuado algunos de los mejores estudios sobre los emblemáticos "Mortadelo y Filemón", o unas palabras de Paco Roca, quien fuera el creador de esa joya que es "El invierno del dibujante".
Lo interesante de esta obra es que se complementa a la perfección con el estudio de Guiral, muy académico e impecable en sus análisis sobre la creación de los personajes con firma by Vázquez (las hermanas Gilda, la familia Cebolleta, el inspector Yes y un amplio etceterá), pero quizás sin esta versatilidad que presenta esta edición de Dolmen, prácticamente un libro que uno puede empezar por el capítulo que prefiera consultar, además de estar aderezado con muy curiosos complementos que harán las delicias de los aficionados (entrevista Jaume Rovira, a Vicky Vázquez, una de las hijas de la prolífica vida familiar y de amantes del artista brugueriano...).
Desde su más temprana infancia, Vázquez fue una curiosa mezcla. Criado en un clima de pobreza y donde se pasaba mucha hambre, su vida, gracia al trabajo de su padre, también le permitió codearse con círculos de artistas muy brillantes, lo cual convirtió al muchacho en una mezcla de sibarita y alguien acostumbrado a sacarse las castañas del fuego, viajando hasta Barcelona para convertirse desde el principio en el niño mimado de Bruguera. Muy inteligente, perspicaz e imaginativo, en el páramo realmente poco fecundo de la censura franquista, by Vázquez fue un verdadero innovador, Escobar por ejemplo fue un brillante exponente de alguien que dinamitaba los tópicos desde dentro y que también merece cuantos estudios se hagan de él, el dibujante de Angelito, se colocó en un extremo del absurdo donde usaba la hipérbole para crear divertidísimo contrasentidos.
Como se desgrana de sus propias entrevistas y testimonios, Vázquez siempre vivió un poco con la ironía como refugio. En el clima espartano de Bruguera, concebida como un negocio tan efectivo como represivo por parte de Rafael González y sus patronos, el dibujante, pese a ser con diferencia el más consentido gracias a sus propias añagazas y el consentimiento que generaba su talento, pero jamás se tomó en serio ni a sus superiores ni a sus propias criaturas. Siempre pensó que la historieta española se pudo poner en la delantera, era el momento, había cerebros (Escobar, Cifré, Mora, etc) y talento, pero el poco propicio clima para la libertad de expresión y las timoratas morales de la época le enfurecían, hasta el punto de buscar refugio en "Los cuentos del tío Vázquez", una sátira moral donde enseñaba a los españolitos medio una vida poco ejemplarizante y muy divertida, con sastres que portaban garrote y deudores irredentos.

Hablando precisamente de deudas destacar las reflexiones de José Ángel Quintana (alias Chespiro, viejo amigo de este blog), acerca del legado de la obra de Vázquez en Francisco Ibáñez. Eternamente considerados la liebre y la tortuga de Bruguera, la superior ética de trabajo del segundo permitió adquirir el estatus de dibujante estrella de la compañía, rango que aún hoy ostenta, ya que sus dos agentes de la TIA son los dos personajes más reconocibles del panorama de las viñetas españolas.



Chespiro, reconocido admirador de Ibáñez a cuya obra ha dedicado el blog "Corra jefe, corra", no cae en el eterno debate bizantino que para algunos ha sido Ibáñez versus Vázquez, cuando en realidad tal pulso no es necesario. El propio carácter anárquico del más veterano le llevó a no exprimir sus creaciones al máximo (su producción es mucho más interesante por su calidad e innovación que por su cantidad), mientras que el otro con una gran intuición, supo ser el discípulo aventajado (por ejemplo: "La Historia ésa vista por Hollywood) que llegó a sacar con su propia marca ese legado, reconociendo siempre la originalidad de aquella personalidad contrastada con él, y es que en by Vázquez, el personaje pronto se apropió de la persona.
Y es precisamente en ese rico anecdotario donde el biografiado ha sido aún más célebre que en el mundo del cómic. Capaz de enterrar tres veces a su padre para cobrar adelantos, artista del escaqueo laboral y sablista profesional, ese personaje brumoso y canallesco generó una extraña admiración dentro de muchas de las personas que convivieron con él, llegando incluso a límites malsanos. Aún hoy sorprende que algunos de los timos de Vázquez sean tan aplaudidos como si fueran producto de una obra de Quevedo, pero en verdad, la realidad tuvo que ser mucho menos divertida para quienes tuvieron que sufrirla. Es precisamente ese séquito que en ocasiones le rodeó quien en ocasiones fomentó esa imagen algo cansina del eterno estafador; curiosamente, él mismo no dudaba en reírse de sí mismo colocándose como villano de sus propias historia, incluyendo secuestros de sus creaciones para no tener que dibujar.
Los aficionados a este singular artista pueden estar de enhorabuena, el presente estudio de Dolmen es, hasta la fecha, el estudio sobre su carrera más documentado, mejor redactado y cubriendo aristas poco conocidas de su trabajo (por ejemplo: su época en la prensa escrita o aquella ocasión en la que el director de El Jueves, rendido admirador de su persona, tuvo que decirle que no a contratarlo por su mala actitud...). Y es que, año tras año, la figura de Vázquez siempre emerge con fuerza para nuevas generaciones de lectores...
"Vázquez no puede morir. Vázquez no perdía nunca"- Francisco Ibáñez, sobre el legado de su vida paralela.
Autores de la obra: J.J.Vargas, Miguel Fernández Soto, Miquel Esteba, Jordi Canyissa, Antonio Tausiet, Alfons Mollné, Francisco Javier Alcázar, José Ángel Quintana, Koldo Azpitarte, Enrique Martínez Fuentes y Jaume Capdevilla.