domingo, 26 de octubre de 2014

TRIUNFO Y TORMENTO


Noviembre de 1961. Primer número de la colección Fantastic Four. Stan Lee, guionista, y Jack Kirby, dibujante todoterreno, acaban de revolucionar el cómic de súper-héroes sin saberlo, resucitando un estilo que parecía en decadencia tras la Edad Dorada del género. "Súper-héroes con súper-problemas", un concepto simple pero genial, una revisión de la mitología de las viñetas para la incipiente editorial Marvel, dotando de verosimilitud a sus protagonistas. Sin embargo, vista la popularidad alcanzada por el cuarteto, Lee y Kirby apenas necesitan cuatro números para comprender que les falta una pieza final, un antagonista a la altura, una Némesis, el Moriarty que estos Sherlock Holmes con poderes cósmicos precisaban para colarse definitivamente en el imaginario popular: era el germen del Doctor Doom o, si lo prefieren, el Doctor Muerte. 




Una mezcla de folclore, El fantasma de la ópera y Darth Vader varias décadas antes de deslumbrar en la pantalla grande, el buen doctor se convirtió en uno de los villanos favoritos de la incipiente etapa plateada que iba a comenzar en las viñetas norteamericanas. Lee, Kirby y sus sucesores fueron enriqueciendo esta villanesca presencia, convirtiéndolo en un déspota ilustrado de un ficticio país europea llamado Lavteria. Con el tiempo, un mal guión podía convertir a Víctor von Muerte en un malvado más, un robot con ínfulas de conquistar el mundo y algo ridículo; en las manos apropiadas, se convertía en un antihéroe enriquecido con una herencia gitana, una mezcla de saber científico y el lado más espiritual y pagano de los ritos de la Europa del Este. 




Recientemente reeditada al castellano, Panini ha traído la versión en castellano de lujo de una de las mejores aventuras de este personaje, uno de los más reconocibles de la auto-proclamada Casa de las Ideas: Triunfo y tormento. Una aventura independiente y auto-conclusiva, pero destinada a perdurar en el recuerdo de los buenos aficionados, presentando el atractivo de mezclar a Víctor con un ilustre colega, el Doctor Extraño, otro de los héroes marvelitas surgidos de la fértil imaginación de Stan Lee (en esta caso, auxliado, ayudado y respaldado por los lápices esotéricos y personales del genial Steve Ditko). 


El encargado de llevar la trama de este encuentro entre dos pesos pesados de la colección de personajes de Marvel fue Roger Stern, uno de los guionistas más consolidados de la editorial, quien además contaba con la inestimable ventaja de poseer un perfecto conocimiento de los trabajos previos de sus predecesores. En concreto, Stern tenía en mente una pequeña historia de la colección Doctor Doom: Master of Menace, bajo el título de Though some call it magic!, apenas un puñado de páginas donde, bajo los sombríos y espectaculares lápices de Gene Colan, se revelaba el intento de redención de Muerte del castigo eterno de su madre. 





Una noche de San Juan y muchos elementos místicos que se mezclaban a la perfección con la atmósfera del Doctor Extraño, la perfecta excusa para ponerlos frente a frente en una tensa alianza donde habría una revisión del infierno de Dante y la esencia de dos de los caracteres más independientes de los, en ocasiones, rígidos esquemas del cómic de súper-héroes. 




No se reparó tampoco en gastos a la hora de escoger al equipo técnico que debería llevar a buen puerto la empresa. Nada menos que Mike Mignola, uno de los dibujantes más personales y eclécticos jugadores de las sombras, un artista que otorgaría un sello único al recorrido de Stern, el cual incluyó un prólogo de vidas paralelas al más puro estilo Plutarco. La tinta quedaría a cargo de Mark Badger, quien asimismo se responsabilizó del apartado del color, cuyo estilo sería muchas veces imitado en la década de los 80. 



Con un buen ritmo y algún giro ingenioso de guión, cabe convenir en que Mignola era el artista adecuado para este relato esotérico de fantasía, terror y heroicidades (aunque, como han apuntado otras críticas previas, una mayor proliferación de elementos mágicos hubiera podido venir muy bien a esta aventura); Stern, siempre enciclopédico en su conocimiento de las características de sus protagonistas, brinda buenos diálogos que hacen reconocibles a Muerte y Extraño, tanto para el aficionado más veterano como la persona que lee por primera vez algo de ellos.  



No obstante, a pesar del innegable papel de Stephen Extraño, cuantas re-lecturas se hagan de este pequeño clásico marveliano invitan a pensar que Muerte es el verdadero eje de la historia y el gran actor de esta pequeña opereta. Uno se explica la obsesión de artistas como John Byrne con él, recalcando que, bien llevado, es uno de los villanos más fascinantes entre los tipos con mallas. Sin embargo, por su indumentaria y los clichés, sigue siendo un arma de doble filo, pues la frontera entre el Doctor Doom de Triunfo y Tormento y el enlatado rufián de folletín y ridículo uniforme es muy escasa. 



Por fortuna, el tirano de Lavteria cuenta en esta ocasión con el magisterio de un gran experto en las artes místicas y la guía de Stern y Mignola. Por eso, a día de hoy, sigue siendo objeto de reediciones y, lo que es mejor, una sonrisa de complicidad entre los aficionados del mundillo. 



domingo, 19 de octubre de 2014

WHEN WE PLAY OUR HEARTS OUT


Se convierte en una pequeña isla. A diferencia de los boxeadores, los tenistas aguardan en una parcela independiente los disparos de su oponente, es un cuadrilátero donde no tienes un contacto directo con tu Némesis deportiva, tampoco personas que acompañen tu juego, actuando en bloque (baloncesto, fútbol, balonmano, etc.); no, los portadores de la raqueta tienen esa extraña sensación. Cuanto menos, así lo sentía Andre Agassi, autor de una de las biografías más interesantes que se han publicado sobre el tema, bajo el elocuente título de Open




Aclamado por la crítica, se trataba de una pequeña anomalía. Salvo muy honrosas excepciones, el tópico nos invita a pensar que las gentes dedicadas a esta profesión no son las más indicadas para hilvanar un buen relato a lo largo de las páginas de sus carreras, tornándose en una especie de espejo glorioso y autocomplaciente. Seres adinerados, casados con gente guapa y famosa,  moradores en un Elíseo banal, superficial y gozoso. Afortunadamente, los estereotipos no tienen por qué ser verdad. Más aún en el caso del tenista que odiaba el tenis, valga la redundancia. 




Y es que este pequeño tomo atrapa y engancha desde su prólogo. Una crónica a la altura de la mejor prensa deportiva, Agassi convierte uno de sus partidos más peculiares en un relato que se lee sin parpadear. A partir de ahí, se te invita a meterte en la infancia del personaje, el momento clave. Hay un viejo dicho: si consigues presentar tus defectos con honradez e ingenio, todo el mundo estará dispuesto a admitir tus virtudes. Es la piedra de toque del auto-biógrafo improvisado (aunque, empero, ha estado muy bien asesorado en el proceso). Las extrañas circunstancias del niño del revés ligero y el dragón te obligan a querer conocer este cuento como si se tratara de la historia que te revelase un buen amigo.


Un niño prodigio en el arte de responder a la máquina infernal que escupía aquellos pequeños objetos amarillos a velocidad del rayo, aunque temía mucho más la gigantesca sombra de su temperamental padre que a sus competidores, casi siempre mayores que él y corpulentos. Un recoge-bolas a quien permitían lujos como pelotear, para jolgorio del público, con mitos como John McEnroe y Bjorn Borg. Bien narrados, momentos como el del camión y la discusión automovilística del patriarca del clan Agassi con un camionero, dejan instantes de honestidad brutal, como diría Andrés Calamaro. Allí Open se convierte en una forma heterodoxa y magistral para conseguir embaucar al público más versado en los torneos del Grand Slam, pero también a aquel lector o lectora que no tenga un especial interés en la disciplina.  




"Todo fue muy rápido. Llegue en un  momento en que se me necesitaba". Un cambio generacional que llevó al marketing de este siglo con los atletas de fama a crear toda una maquinaria acerca del pequeño prodigio primero, el adolescente de pelos largos después y, por supuesto, el rebelde. Una manifestación en moda y peinados que tiene curiosos paralelismos con otros casos (Dennis Rodman y su célebre Bad as I wanna be); por otro lado, la reacción lógica de muchos adolescentes con el extraño y lacedemonio campamento de tenis para expectativas familiares ultra-competitivas. 



Sin duda, aunque es un juicio personal y sin mayor validez, son los pasajes más afortunados del recorrido a una trayectoria atípica y de inseguridades, una mezcla de éxito y fracaso al unísono; además, contado con una mezcla de exhibicionismo y pudor. Su forma de presentar su enlace con Brooke Shields y su posterior matrimonio con Stefie Graf sale con un curioso eclecticismo entre consideraciones muy personales y el necesario decoro para ofender a terceras personas. Con razón, él mismo admite que la abulia de su primera etapa estudiantil, los pocos profesores y profesoras que apostaban por él eran los de literatura. 




Un trabajo más sensible de lo que parece, una visión original y personal del universo del tenis, cargado fuerte emotividad a la hora de revelar pasajes personales, de una forma sincera y bien llevada, con las cortinas justas en el momento oportuno. Para los aficionados en la materia, podrán encontrar jugosos recuerdos y reflexiones sobre algunos de los coetáneos que rodearon la carrera de Agassi, con especial mención a su reverso de la moneda, Pete Sampas, quien parecía tener un extraño vínculo en la lejana cercanía con uno de sus habituales oponentes en las finales. También hay opiniones muy curiosas sobre la nueva generación que él empezó a intuir, especialmente unos tales Roger Federer y Rafael Nadal.  




La extraña transformación deportiva de Agassi, incluyendo su despejado look de los últimos tiempos, explican mejor aquel último canto de cisne que tuvo en los circuitos de alto rendimiento de ese deporte que tantas cosas le ha privado, pero que tantísimas le ha dado. Un matrimonio a la italiana con esa caprichosa línea de la hablaba el maestro Woody Allen en su Match Point. No siempre se está de acuerdo con el narrador (su infantil actitud cuando Brooke Shields hizo un cameo en la popular Friends, por ejemplo), pero rara vez aburre entre golpe y golpe, toda una ventaja en estos tiempos que corren. Asimismo, resulta jugosa su forma de ir configurando su entorno deportivo (su hermano Phil, entrenadores personales, abogados, etc.).  




Juego, set y partido. Cuando hay gente que pone el corazón en cada jugada, no podemos ser resultadistas, simplemente, ser agradecidos. 



sábado, 11 de octubre de 2014

VENCEDORES Y VENCIDOS


"¿Sabes una cosa? Lo que mucha gente experimenta al estar a esta altura no es el miedo al vértigo...Es el pánico a sentir querer saltar"- Will Emerson, Margin Call  (2011)

Grandes rascacielos. Oficinas frías, lógicamente compartimentadas, una sucesión de ordenadores con números que desfilan a velocidad infernal, tipos apurando el café en vaso de plástico, mientras lucen costosos trajes de miles de dólares, los cuales no tienen tiempo para disfrutar. Nunca dan los buenos días al personal encargado de la limpieza, ni siquiera cuando se topan en el ascensor, ellos están destinados a otros alturas. Luchan un juego brutal de supervivencia, no hay un minuto que perder. 



J. C. Chandor nos traslada a una atmósfera asfixiante, las vísperas de unas decisiones que marcaron el rumbo de muchas compañías como la que ejemplifica su película, Margin call. Era la época a.c. (antes de la crisis). Wall Street ya había conocido el jueves negro, pero lo que iba a venir ahora tenía pocos precedentes en el mundo globalizado del siglo XXI. Cuando un barco se hunde, hay que decidir si salvar el propio pellejo o permanecer con la tripulación. 




El despido de Eric Dale (un espléndido Stanley Tucci), uno de los cargos de la compañía en prevención de riesgos, no impide al eficiente empleado pasar sus pesquisas a uno de sus jóvenes ayudantes. Con la ayuda de otro compañero, también imberbe, ambos se dan cuenta de que Dale acaba de sumar 2+2 y se ha dado cuenta de que el sistema financiero en el que se basa la empresa para prosperar (en su gran mayoría, acciones sobre propiedades inmobiliarias) no es sostenible ni un segundo más. La gran burbuja creada va a estallar y llegará el momento de buscar cabezas de turco. 



Tan atractiva premisa es el origen de un callejón sin salida. Una aguda mirada a un mundo que siempre se ha tenido mitificado y se está mostrando dolorosamente simple en el celuloide. Martin Scorsese lo hizo de una forma hiperbólica y genial en El lobo de Wall Street. Resulta que nadie tiene el Santo Grial que permite saber si una compañía sube o baja, que no hay tal alquimia secreta, sino un tablero poco claro donde unas pocas fichas se salvarán y las otras estarán destinados a pagar las consecuencias. 




La escasez de escenarios de este largo día en la oficina permitiría que fuera una excelente obra de teatro. Sin embargo, esta falta de exteriores no impide sentir al espectador una fuerte conexión con lo que está ocurriendo. Cambiemos preferentes por las acciones de confianza que vende la empresa del bueno del señor John Tuld (Jeremy Irons) para sentirnos como en la propia España. Por cierto, un sagaz propietario que no tendrá reparos en preguntarle a uno de sus analista junior: "Por favor, crea que no estoy en este puesto por mi inteligencia. Explíqueme que es lo que han encontrado como si fuera a un perro o un niño chico". 



Margin call narra el comienzo de esos despidos en masa, también del surgimiento de ángeles con traje negro y laico que portaban la funesta noticia a su antiguo compañero de trabajo: se le había acabado el sustento en la compañía. Era el germen de lo que luego sería el personaje de George Clooney en Up in the air. Aquí ese rol podrían desempeñarlo el "mentalista" Simon Baker como Jared Cohen (a quien su atareada agenda no le impide realizarse pulcros afeitados, horas antes de que sus gentes empiecen a vender productos sin ningún valor) y un colosal Kevin Spacey (quien encarna a Sam Rogers, cuya conmovedora preocupación por su perro avejentado y enfermo no va en consonancia con su ética de buena praxis profesional).  


Un drama cotidiano que nos acerca a una realidad muy desalentadora, contando con un reparto a prueba de bomba. Demi Moore se alista en la nómina de este bloque como Sarah Robertson, una de las personas más destacadas del organigrama, si bien su posición puede salir reforzada o en grave peligro en apenas 24 horas. Un abismo que empieza a ser vislumbrado por tres de las hormiguitas que siguen el sendero dejado por Dale: Will Emerson (encarnado por Paul Bettany), Seth Bregman (Penn Bladgey) y Peter Sullivan (Zachary Quinto).  




Noche de cuchillos largos bajo las calculadoras, uno casi comparte el sueño y el cansancio que parece ir agarrotando a sus integrantes, tan inaccesibles en el comienzo de esta jornada, la cual no se intuía tan amenazadora al comenzar el día. Ese picor en la nuca que sintió el patriarca de los Kennedy cuando se dio cuenta de que el limpiabotas al que había entregado unos centavos estaban tan bien informado de las acciones que subían como él (preludio del crack del 29).  




Chandor y su equipo nos lo explican de forma llana y sencilla, sin ornamentos, un cuento para un forastero que acabase de llegar, situando las coordenadas de cosas que se dan por sabidas. Y, solamente, resta darle las gracias. 

domingo, 5 de octubre de 2014

AQUELLA VECINDAD...


Hoy no duraría cinco minutos en la mesa de consideraciones de una productora. ¿Un puñado de adultos talluditos haciendo de personajes infantiles? ¿Un presupuesto tan escaso que, únicamente, incluía un tonel y vecindad ruinosa en algún lugar de México de cuyo nombre prefiero no acordarme? No, en el mundo televisivo de estos días, la idea de Roberto Gómez Bolaños, El Chavo del 8, no tendría ni siquiera la chance de subir al ring. 




Sin embargo, podemos seguir sintiéndonos afortunados de que no fuera así. Que a pesar de las inciertas audiencias del principio en suelo azteca, le tuvieran paciencia a uno de los personajes más tiernos de la historia de pequeña pantalla. Bolaños, escritor vocacional y actor revelación a edad ya avanzada, justo cuando muchos de sus coetáneos comenzaban a barajar retirarse de las bambalinas ante el éxito que no llegaba, tocó una tecla muy especial, el yacimiento de una mina de oro. Un personaje que reflejaba a la infancia perdida de su país, pero que iba mucho más allá, toda América Latina y, por qué carajo no decirlo, a lo largo del globo. 



"Un día mi mamá no vino a buscarme. Y lo demás, tampoco". Simple renglón de El Diario del Chavo (obra del propio Bolaños, a quien uno de sus jefes apodó admirativa y jocosamente como Chespirito, en alusión al talento de El Bardo y, gajes de la altura, al pequeño tamaño del bajito pero peleón huérfano, un chico de Dickens, pasado por el sentido del humor de la tierra de Cantinflas).  Si bien parecía una premisa dramática, eran los cimientos de una serie cómica que se mantuvo inalterable durante décadas, hasta el punto de que sigue siendo una reposición que hace suspirar tranquilas a cadenas como Galavisión. 


Un símbolo para la infancia de muchos, especialmente querido por estos lares gracias a que Canal Sur tuviera el buen gusto de rescatarla para la generación de los 90, volviendo a demostrar que, más allá de problemas técnicos y sonido, un buen librero y el mejor casting que el talento podía encontrar, puede resistir, ahora y siempre, al temible invasor del tiempo. Dicen que los generales indecisos se rodean de capitanes mediocres para lucir más, mientras que los César y Napoleón buscaban a los mejores para lograr sus objetivos. Así procedió en la guerra de las audiencias el señor Bolaños.




Así llegaron María Antonieta de las Nieves (la Chilindrina, los berridos más célebres de la vecindad, cuya popularidad la llevó a tener su propia película), Ramón Valdés (uno de los actores más icónicos del show, un cómico natural, de quien nadie se había percatado de su carisma para la risa hasta que llegó el ojo clínico de Chespirito, para convertirlo en "Ron Damón", o, si lo prefieren, el hombre de los 14 meses de renta sin pagar, el mítico Seu Madruga, casi una religión en Brasil), Rubén Aguirre (uno de los primeros "caquitos", el actor que mayor viaje hizo con su amigo Robert, el entrañable profesor Jirafales, desde su atalaya, puro y ramo de flores), Florinda Meza (el amor platónico de Jirafales, la señora rica arruinada de la vecindad de la "chusma", aquellas míticas tazas de café), Carlos Villagrán (los mofletes hinchados más famosos que se vieron por TV, el inefable Quico), Edgar Vivar (el señor Barriga, el incansable casero que iba a cobrar su renta personalmente), María de los Ángeles Fernández (la bruja más famosa que ha visto Nueva España, la hechicera del 71) y un amplio y distinguido etcétera. 




Como con otros fenómenos como Mortadelo y Filemón o Los autos-locos, El chavo del 8 goza de la bula de no importarle a su público que se repitan sus arcos argumentales, incluso los gags. Es ese cuento que nos han contado mil veces de pequeños y volvemos a querer que nos lo digan palabra por palabra, como lo recordamos con nostalgia, corrigiendo al narrador si altera una simple coma. Una etapa de otro tiempo, un Macondo de la comedia latina. 


Resulta un poco ingrato pensar en las discrepancias surgidas con el paso del tiempo y el éxito entre los miembros de la bonita (la belleza está en el ojo del que mira) vecindad, aunque El Chavo (igual que El Chapulín o Los caquitos) tiene ese lugar reservado en la memoria de muchos, un rincón donde entramos poco a molestar, pero en el que sabemos que el recuerdo está ordenado e inalterable, con esas carcajadas justo donde las recordábamos. 




"Fue sin querer queriendo...", "No te juntes con la chusma", "¿Y no será mucha molestia...?", "Tiene usted mucha barriga, señor Paciencia...", "Yo le voy al Necaxa", "No te juntes con la chusma", "Weee, weeee, weee...", "Prefiero evitar la fatiga [Jaimito, alias "El Chato" Padilla dixit]", "¿Quieres? Pues compra" y tantas otras frases que se hicieron buques insignias de un fenómeno de masas. 



Entren, si gustan, y no sería ninguna molestia, a darse un garbeo por este recuerdo de una vecindad como pocas consiguieron eternizarse en la ficción. Ah, por favor, y procuren no armar mucho jaleo cuando pasen cerca de cierto barril, me pareció ver al Chavito tomando una torta de jamón y, en esos momentos, no le gusta que le molesten para platicar.