domingo, 25 de mayo de 2014

EL DISPUTADO VOTO DEL SEÑOR CAYO


El ritual de las elecciones suele traerme recuerdos de la famosa novela de Miguel Delibes, El disputado voto del señor Cayo, adaptada al formato cinematográfico en 1986 con un buen reparto, encabezado por el tristemente desaparecido Paco Rabal. Casualidad o no, coinciden estas elecciones europeas con el festival de Cannes, donde, hace varias décadas, otra película inspirada en un trabajo de Delibes (Los Santos inocentes), lograba una mención especial del jurado, hazaña que este año no ha sido posible al no colarse ningún film español en el prestigioso evento. Algunos maliciosos hablan de ostracismo y perfidias de Albión por la ausencia, otros, más autocríticos, piensan que habrán de ponerse las pilas los cineastas nacionales. 



Hoy, aunque en teoría tocaría hablar de algo relacionado con el séptimo arte, no vamos a hacer una reseña de El disputado voto del señor Cayo, aunque nuestro título no es engañoso. La obra es una curiosa metáfora que contrapone dos mundos: el de un joven diputado que se topa con un anciano natural de la sierra burgalesa. Ambos personajes inician una curiosa relación que se irá traduciendo en un respeto mutuo y una enseñanza que contrapone el encorsetado mundo que se había dibujado el hombre de la carrera pública. 




Un relato plagado de beatus ille y con cierta idealización del mundo rural frente al sofisticado urbanismo y su a veces ridículamente frenético estilo de vida, pero un testimonio literario plagado de encanto. No obstante, hoy en día, a 25 de mayo de 2014, esta metáfora de Delibes parece más bien ciencia ficción. El alejamiento de la personalidad política de la ciudadanía parece una constante que, cada X tiempo, sufre un acercamiento con el ritual de introducir una papeleta en el colegio electoral. Las listas cerradas y el contexto de la crisis han provocado que exista un sentimiento generalizado de que no hay una verdadera representación del sentir colectivo en ayuntamientos y cargos públicos. 


Teniendo tan reciente la movida madrileña vivida ayer en Lisboa, uno no puede dejar de pensar que a la gente nos resulta mucho fácil identificarnos con la cultura de esfuerzo del Simeone y los suyos o la fe incombustible de jugadores como Sergio Ramos, creyendo en el empate hasta el último suspiro. ¿Pan y circo? Indudablemente, pero un bocado agradable y con el que es casi imposible no empatizar, mucho más que con los palcos plagados de directivos que poblaron ayer el hermoso estadio da Luz, junto con antiguas especulaciones del ladrillo, autoridades varias y que conmueven mucho menos que la persona merengue o el colchonero que hiciera ajustes del ábaco de su economía para poder permitirse disfrutar de la capital portuguesa y el partido (a todo esto, comportamiento muy bueno de ambas aficiones). 



Y es que en ese teatro bajo césped que dura 90 minutos (a veces, más con prórroga), parecen factibles los pequeños milagros, esa cota de suerte que puede permitir el ascenso social de héroe a villano en cinco segundos. En cambio, volviendo a usar al séptimo arte, Mr.Smith goes to Washington del genial Frank Capara, nos parece trasladar a una quimera tan utópica como imposible. Si recuerdan, este film de 1939 narra el viaje a la capital de un joven e idealista senador, quien, a pesar de topar con oscuros intereses de otros miembros de la Cámara y magnates industriales, permanece firme en defensa de sus ideales. Muchos habrán votado ya, pero apostaría un buen café a que muy pocos han visto en sus candidatos a alguien capaz de representar esa ilusión, por más que les parezcan personas competentes en su cargo.  



La falta de verdadera fe (sin querer darle una connotación religiosa a las urnas, que eso únicamente le funcionó bien a Julio César como pontifex maximus, el resto de intentos han salido muy mal) no deja de ser la traducción de un sistema agrietado. Constando que cada vez que hay elecciones encadenadas en un país que venía de una de las dictaduras más longevas de comienzos del siglo XX, habría que hacer una fiesta, los cimientos que se colocaron en el fenómeno que fue "La Transición" (del que probablemente no sepamos ni la mitad de lo que se movió entre bambalinas en aquellos años fundamentales) parecen tener fecha de caducidad. No se trata tanto de negar su validez como el simple hecho de que los cambios de coyunturas hacen que viejas soluciones no sean del todo efectivas y se precisen remodelaciones y mecanismos que ayuden a rejuvenecer y agilizar lo que está tornándose atávico. 



No parece tanto una cuestión nacional como una generalización en un Viejo Continente que últimamente hace honor a su sobrenombre. Un observación atenta a las zonas más afectadas por la macro-deuda, nos muestra la proliferación del crecimiento en popularidad de partidos extremistas, los cuales no dejan de ser anacronismos en los sitios que menos los merecerían (sin querer aburrir, que una de las cunas de la cultura europea como Grecia haya visto el auge de un partido como Amanecer Dorado es una oscura ironía, por no hablar del retroceso impropio e inexplicable que se vivió en algunos sectores de un país de la historia de Francia por cuestiones que deberían estar tan superadas como las reformas en materia de leyes matrimoniales, por no hablar de la realidad más al este, la cuestión ucraniana, el peligroso giro de acontecimientos en Rusia, etc.).



No serían mejores nuestras percepciones si el vuelo de pájaro traspasase el océano. ¿Cuánto cuesta una carrera presidencial estándar en los Estados Unidos? ¿Quiénes pueden permitírsela? ¿Por qué los rostros de la efigie presidencial se modifican tanto y los equipos de asesores tan poco? ¿Qué puede llevar a una zona como Corea a encontrarse en una situación como la actual? Como anónimo votante uno no puede evitar dejar de sentirse como el protagonista de aquella famosa estrofa de canción: Algo se está moviendo y usted no sabe lo que pasa, ¿verdad, Mr.Jones?



Tal vez, únicamente tal vez, a uno le gustaría que algún día uno de estos bienaventurados pastores (digo, apreciados y queridos líderes) tuviera la necesidad de un simple voto, como el del bueno del señor Cayo, viéndose obligado a pagar el peaje de conocer de verdad a ese simpático tipo/a que, cada X tiempo, es llamado a depositar un sobre (cuánta guerra han dado los sobre últimamente) en una urna de cristal. Quizás, incluso, podrían aprender algo...

domingo, 11 de mayo de 2014

DURANTE EL REGRESO... (ÚLTIMA ENTRADA LISBOETA)


Salvo por el pequeño inconveniente de ser un personaje de ficción, Bilbo Bolsón sería una excelente elección como compañero de viaje. El bueno de Bilbo posee muchas de las características indispensables para tener un buen camino, curioso y repleto de aventuras. Básicamente, abandera una extraña paradoja que, sin embargo, puede ser muy real: disfrutar por partida doble el hecho de estar en casa e iniciativa para enrolarse en la primera ocasión exterior que le merezca la pena. 



Costaría poco imaginar al simpático hobbit disfrutando plácidamente de un domingo cualquiera, como hoy, con una buena cerveza en su pequeña y acogedora comarca, quizás leyendo un buen libro, mientras se deja preparada una buena pipa para el atardecer. Si bien, esa placidez no le impediría tomar en muy buena consideración alguna ruta remota que le mereciera la pena, con gentes nuevas y descubriendo costumbres que le son ajenas. Tal vez, incluso, lo que más le atraiga de la oferta es que a su vuelta tendrá una buena historia que contar a sus vecinos. Recorrido y regreso se suelen dar la mano en este tipo de casos. 



Esta última semana me ha sido complicado no establecer algún paralelismo (salvando las distancias de la Tierra Media) con esta sensación. Empaquetar las cosas desde la cidade de Lisboa y volver a Córdoba La Llana supone el final de una estancia tan agradable en lo académico como interesante en todos los aspectos que conlleva estar fuera, como alguna pequeña cosilla se ha podido desgranar en este blog dominical previamente. Mucho ha quedado sin contar: cómo funciona el mercado negro en las residencias universitarias en el tráfico de series como Breaking Bad o Juego de Tronos, la escasez de bacalao y arroz en la excelente gastronomía lusa y cuál es el sistema para encontrar las mejores tiendas de cómics en cualquier lugar del Mare Nostrum en que uno se encuentre. 


Igual de encanto posee un recorrido por las laberínticas calles de la judería cordobesa que la Rua dos sapateiros, oficio, a fin de cuentas, muy propio de cristâos novos, próxima a espectaculares plazas, el principal teatro de la capital y un local que parece un clon del sopraniano Bada Bing. Habrá predominio de spanglish turístico en las proximidades de la Mezquita, mientras que la praça de Pedro IV lo alternará con presencia brasilera y angoleña (con diferencia, la gente que más y mejor he visto disfrutar de la fiesta que puede ser ver un Madrid-Barça).  



Los portugueses tienen una palabra muy aguda para lo que estamos hablando: saudade. Añoranza, nostalgia, echar algo en falta... Va un poco con su propio estilo para algunas cosas (por ejemplo, ¿habrá algo más proclive a la melancolía musicalmente hablando que los fados?), pero la expresión no deja de esconder una cosa que, a fin de cuentas, es tan lógica como sana: a veces, hay que echar las cosas de menos. Eso es señal de que allí no estabas precisamente mal y que dabas por sentado cosas que te gustaban mucho, sin ser consciente del todo.  



Mejor señal será aún si la alegría de volver te deja también alguna sensación de "No he exprimido del todo tal cosa..." o "Cuando vuelva por aquí se me ha quedado por ver...". Puede sonar extraño, pero tener repartidas por varios rincones unas pocas nostalgias es un síntoma muy positivo de la pequeña odisea personal de cada cual. Además, no podemos obviar que, tótem de la crisis al margen, vivimos en una época que ha mejorado en sobremanera algunas facetas que antes eran mucho más dramáticas. 



A pesar de que las redes sociales tienen muchas desventajas (por ejemplo, hay pesados que taladran a sus conocidos con crónicas de sus viajes en un blog), han cambiado muchísimo la posibilidad de estar en contacto a unos niveles globales increíbles. Antes, irse a trabajar a otra ciudad de España producía un distanciamiento muy considerable de amigos y familia. Hoy en día, programas como Skype o aplicaciones del móvil te hacen estar contacto en el día a día con la gente que te importa a cualquier distancia. Podríamos hablar incluso de cercana lejanía, por robar una una expresión que siempre me ha gustado mucho. 



En este sentido, sería muy injusto terminar este recorrido sin agradecer a todas las personas que escribían, llamaban, le daban al me gusta en facebook o usaban el WhatsApp para comentar: "Que sigan las entradas lisboetas...", "Nos leemos el domingo en Amarcord", "¿Cómo va todo, Marquitos?""Se te ve disfrutando, habrá que hacer algo a la vuelta."... Verdaderas pildoritas azules para el ánimo, justo cuando más hacían falta, con el sentido providencial del séptimo de caballería. A todos ellos y ellas, muito obrigado. 



A nivel de aceptación en el centro receptor y anfitriones, creo que me va a costar mucho en futuras estancias encontrar mejor recibimiento; no porque dude de la buena voluntad de otros sitios, pero es muy difícil imaginar que a uno lo traten mejor de lo que uno ha estado a caballo entre Évora y Lisboa. Se iría uno tranquilo, si le prometieran la mitad de lo aquí obtenido. También se dejan gentes muy interesantes de todos los rincones (Perú, Venezuela, Brasil...) que le hacen a uno expandir un poco esos horizontes que a veces se encierran tanto. 


Como decíamos ayer, luce un Sol muy agradable por cierta ciudad califal, que dice algún querido amigo, si ustedes me permiten, es hora de dejar de aporrear el teclado, me han dejado reservado un buen libro, tertulia y pipa en algún lugar de La Comarca. Qué bueno haberse ido. Qué bien estar de vuelta. Hasta la próxima, que espero poder contar de mejor manera... 



Até já.