domingo, 28 de noviembre de 2010

ROMANCE CRIMINAL

Desafortunadamente La Banda de Magliana existió y, apuesto a que no era nada agradable haber sido vecino de "El Libanés" y los suyos. Quede esto como declaración de intenciones, al hablar de los personajes y los hechos, el juicio se basa solo en un producto televisivo, en un recorrido histórico salpicado de cine negro de altura.




Basada en la novela de Giancarlo de Cataldo, narra el auge inesperado de una pequeña banda de jovenzuelos que en la coyuntura de la Italia de los 70, verdaderamente se hicieron con el emporio delictivo de la Ciudad Eterna. Previamente se había hecho una película, pero, obviamente, esta producción italiana que arrancó en 2008 tuvo la ventaja de poder recrearse en los detalles, contando todos los prolegómenos desde el principio.




Y es que Sky Italia ha hecho una apuesta de valientes. Han creado una serie de episodios al estilo del mejor cine, sin escamitar en gastos y en esfuerzos. La música está especialmente ambientada para la época y la fotografía (a cargo de Paolo Carnera) traslada a otro tiempo. En concreto, los días donde unos imberbes secuestradores tuvieron más suerte de la que merecían y se hicieron con un buen botín. En vez de fundírselo en copas y mujeres como tantas otras veces, un tipo apodado "El Libanés" convenció a los otros para conservarlo, buscando crear un fondo común que a largo plazo les hiciera marcar la diferencia con las otras bandas o, la mismísimas familias.


Es el punto de arranque de doce episodios vertiginosos, de lo mejorcito que haya traído el país mediterráneo últimamente en materia de entretenimiento. Superando los primeros episodios, donde se asientan las bases y conocemos a los personajes (aunque se redunda mucho en la relación Patrizia-El Dandi, repitiéndose), llega un momento donde la trama atrapa y no existe vuelta atrás.



Especialmente digno de mención en su evolución es el personaje de El Libanés (perfectamente encarnado por Francesco Montanari), en un principio parece un tópico con patas, continuamente con cara de mosqueo. Los flasback, el propio talento del actor y momentos como el re-encuentro con su antigua novia, nos van humanizando a un se abyecto, pero terriblemente interesante como carácter ficticio. Su liderazgo es el pegamento que mantiene unido a un triunvirato que debe vérselas con un puñado de niñatos (aunque sean mocosos muy peligrosos), siendo los otros dos en discordia El Frío (Vinicio Marchioni, un tipo tranquilo y con las ideas claras) y El Dandi (Alessandro Rojo, con mucha química en pantalla con la sensual Daniela Virgilio, la cortesana de lujo de los criminales romanos, Patrizia, todo un Marco Antonio de los nuevos emperadores).
Afortunadamente, entre tanto delincuente, hay un paréntesis que por ejemplo se hubiera agradecido mucho en Los Soprano y es, la vista desde el otro lado, para que no estemos tanto tiempo con tan malas compañías. Stefano Sollima, que dirige todo a la perfección, focaliza mucho en el comisario Scialoja (un gran Marco Bocci, recuerda al Jim Gordon del gran Gary Oldman), heterodoxo en sus métodos y sospechoso por su familia de ser un "comunista" infiltrado en el Departamento Policial. El único defecto es que en un principio, como ocurre sin ir más lejos en "American gángsters", es que hasta que las dos vidas paralelas no se entrelazan, parece faltar algo. Conforme avance, su vinculación y odio hacia lo que representan El Libanés y estos reyes de Roma se va haciendo más y más personal, especialmente por Patrizia, el elemento que se sale de la ecuación.
Verdaderamente, tras el épico final que proporciona la primera temporada, es una gran noticia que el show haya recibido luz verde para continuar. Esta pequeña joya italiana ha roto con la hegemonía de las series norteamericanas como las únicas que supuestamente aspiraban a hacer productos de este tipo. Estamos de verdadera enhorabuena y son muchos los interrogantes que dejan la docena inicial de platos presentados, aunque el círculo de cierra de forma maravillosa.
Hay mucha inteligencia dramática, especialmente hay un manejo del tempo de perro resabiado, con unos acordes por parte de Pasquale Catalano evocadores y unos actores en estado de gracia. Desde que A.Moore metió a Rorschach en la cárcel o cuando Juan Oliver conoció a Malamadre, no disfrutábamos tanto de una estancia en presidio como cuando El Libanés y los suyos se sumergen en una hora angustiante donde la policía y La Vieja Guardia parecen proponerse que esos pretenciosos cachorros no se salgan con la suya. Los silencios y los diálogos son asimismo extraordinarios.
Absolutamente recomendable.

domingo, 21 de noviembre de 2010

UNTOLD TALES

Dicen el refrán que el hambre agudiza el ingenio, bien quedaría demostrado por la picaresca. No obstante, la crisis económica no parece gozar de ese placet. Más bien al contrario, cuanto más debería intentar moverse el capital, el agarrotamiento se acentúa, a la par que hay un firme conservadurismo, mejor defenderse subidos al larguero que buscar otro tanto.
El mercado de los cómics no ha sido ajeno a esos altibajos, ni siquiera vacas sagradas ni personajes con el tirón de público y mercado de Spiderman. A la altura de los 90, tras conocer etapas brillantes, la colección estaba en un callejón sin salida. El trepa-muros era casi irreconocible con tanto clon para sus lectores más veteranos, mientras que era muy difícil que un chaval de la siguiente generación se mostrará interesado por comprar en el kiosko una serie que ya llevaba miles de ejemplares. ¿A quién le apetece llegar a una fiesta donde lo mejor ya ha pasado?
Por aquel entonces editor, Tom Breevort se puso a hacer algo que en ocasiones no se aplica en los negocios, buscar algo que simplificase, amparándose en aquella máxima de que a veces, el paso más sencillo bien puede ser el más correcto. Tuvo dos aciertos fundamentales, uno, crear una colección nueva que no llegaría a costar un dólar...¿segundo? Elegir a Kurt Busiek como guionista principal del proyecto.

Busiek empezó a razonar y se se encontró con que su editor le había dado una manzana muy apetecible. Eran en las colecciones principales donde la estaban fastidiando, a él le habían dado una pequeña parcela que si salía bien estupendo, si no, tampoco era el máximo responsable. Por ello, se jugaría un órdago a la grande, narraría la época más clásica del lanzarredes, precisamente aquella que ahora, la nostalgia injusta de que cualquier tiempo pasado fue mejor, la hacía la única visión del personaje que la gente estaría dispuesta a comprar.
Consciente de que hacía falta la pieza más importante, un dibujante, Busiek sondeó y pronto se vio agradablemente sorprendido de que Pat Oliffe, uno de los lápices más ascedentes en aquellos momentos en Marvel, se había enterado en los rumores de pasillo y había preparado unos bocetos de aquella época anterior. Se había centrado en su etapa preferida, de de John Romita, sin duda, uno de los más elegantes artistas que ha tenido la colosal factoría norteamericana.
Busiek quedó encantado con el trabajo, pero pronto informó a Oliffe de que iban a navegar en unas aguas aún más antiguos, en los primigenios días de Stan Lee y "el mago" Steve Ditko. Una etapa tal vez hoy a muchas luces ingenua, pero que en plena década de los 60 debe ser considerado un clinic de marketing y cómo saber llegar a un público joven. No obstante, llamarse "Las historias jamás contadas" bien podía considerarse una afrenta, una nueva e irrespetuosa oleada de músicos que rajaban viejas y reverenciadas partituras. Nuevamente, el talento de guionista de Busiek hizo olvidar cualquier asomo de duda.
Antes de hacer nada, con un blog de notas pegado, Busiek se sumergió en la hemeroteca de la editorial para una re-lectura de todos los cómics clásicos de aquellos días. Los leyó ya sin el apasionamiento infantil, pero sí con una perspectiva, aunque fuera de ficción, casi filológica (cómo se hablaban, qué expresiones se utilizaban) e histórica (pues, para su sorpresa, aunque eran cómics casi idolatrados por la crítica, tenían no pocos sinsentidos y lagunas graves). No solamente se supo al dedillo los primeros días de Peter Parker, sino de los otros personajes de la editorial, para evitar en todo momento incongruencias o tirar por tierra el trabajo de los demás.

Una vez salió la colección a finales de aquella década bastante necesitada, de nuevo hubo ojos que se fijaron en aquel personaje que seguía gozando del interés del público pese a sus irregularidades. Los lectores más jóvenes se sentían encantados por lo que estaban viendo, la veintena de números presentada imponía muchísimo menos que el gigantesco corpus arácnido anterior. Por el otro lado, los más veteranos, se sentían maravillados de haber vuelto a esa especie de máquina del tiempo. Busiek planteaba dos lecturas, por un lado, simples cómics entretenidos y divertidos, pero, para quienes pudieran leer entre líneas, muchos chistes privados, referencias, insinuaciones...lejos de blasfemar contra la pareja Lee-Ditko, sus Untold Tales complementaban cual excelentes notas a pie de página, lo anterior.

Por su lado, Oliffe hizo un papel en las sombras muy poco valorado, pero imprescindible. Su capacidad de asemejarse a la maestría triste adolescente de Ditko es solamente equiparable a su pericia respetando los rostros de los secundarios. Da la impresión de que fue una andadura en la cual Oliffe sacrificó parte de su propio estilo para dar esa sensación de volver a estar en aquella etapa, algo solamente al alcance de unos pocos.
No obstante, aunque su económico precio hizo que fuera una colección cuya breve pero intensa andadura fue registrada con un sano balance, Untold Tales ha ido alcanzando su verdadero relieve hace relativamente poco. Futuras re-ediciones en tomos de tapa dura, elogiosas críticas en reseñas sobre el personaje...

Lo cual no indica que no estuviera exenta de defectos. La propia fórmula por atractiva que fuese, tenía una fecha de caducidad clara. Para el interrogante quedará por qué Busiek no siguió, cuando era sabido que tenía cosas pensadas hasta la muerte de Gwen Stacy. Otro hándicap fue que por compromisos de agenda, Oliffe no pudiera firmar todos los números, aunque normalmente tuvo sustitutos de primer nivel (Ron Frenz, el gran entintador Jose Sinnot, el mismísimo John Romita en un disparatado y no muy creíble Year Zero de los Parker, etc.), a diferencia por ejemplo del mítico tándem Stan Lee-Jack Kirby o los propios Lee-Ditko, le ha faltado esa fortuna que aporta una sensación de rodeo del círculo impecable.


Desenpolvando este legado del baúl de los recuerdos, me ha sorprendido la ingenuidad de algunos momentos, pero no hay que caer en el error del lector de las novelas detectivescas cuando tras años, no le sorprende que el asesino sea el mayordomo. Me es complicado proyectarme tanto como antes en ese instituto de Forest Hills, pero a pesar de su inocente apariencia, sigo viendo un trabajo de gran inteligencia, para todos los públicos, con una gran dosis de hunor y muy, muy entretenidos.
Untold Tales of Spiderman...nuff said

sábado, 13 de noviembre de 2010

89 RAZONES

89 para justificar esta entrada. No pilla de nuevas a este blog, hace cierto tiempo, una espléndida película, "El Verdugo", desfilaba por aquí. Tal vez, dentro de poco, otras soberbias piezas como "Plácido" o "La vaquilla" lo hagan. Todas tendrán algo en común, exigirán que hablemos de su hacedor, Luis García Berlanga.
La desaparición de este célebre director a apenas unos meses de alcanzar la cifra de los 90, es la de algo más que la de un personaje famoso en la gran pantalla. Es el final del camino de un verdadero número 1, de un genio con mayúsculas, uno de esos tipos especiales. Dicen que un gigante da tres pasos para que el resto de los mortales puedan seguir su estela. En el cine español y europeo, Berlanga ejemplifica a la perfección esa metáfora.




En un contexto histórico y político muy oscuro, por no decir dramático, sus películas se elevan sobre muchas otras producciones de la época como verdaderos salvavidas. El milagro de que Plácido fuera nominada a los Oscar fue un coqueteó con la grandeza en un momento donde ello era impensable. Pero no era en tierras americanas, ésas de Mr. Marshall and company, donde le iban a comprender mejor. La crítica italiana, especialmente en Venecia, tan cercana en estilo picaresco, no dudó en galardonar su osadía contra la pena de muerte.


Por supuesto, no lo hizo solo. Este valenciano hijo de un padre que sirvió en el peor bando posible de una guerra civil, el que pierde, contó en la mayoría de las ocasiones con su otro yo. Rafael Azcona, también ya desaparecido. Monta tanto, tanto monta, podríamos decir que Azcona escribía con acidez lo que Berlanga quería decir pero no plasmaba y que Luis, rodaba lo que Azcona no podía dirigir.
Fue una relación de amor-odio propia de cuando dos estrellas chocan en el mismo equipo. Juntos hicieron maravillas y aunque en ocasiones hubo discrepancias (que provocaron que el escritor no ofreciera "El Cochecito" a su colega), cuando se conjuntaron, el nivel al que se desplegaron fue altísimo. Las piezas que diseñaron eran un espejo absolutamente veraz del mundo, verdades a la cara dichas con mucha gracia, pero no por ello menos aterradoras.


A pesar del humor oscuro y en ocasiones visceral (inolvidable esa maraña al final de "¡Vivan los novios!", creo que la clave de la buena salud de sus ideas cara a futuros revisionados radica en la falta de rencor. En un país casi por tradición cainita, donde casi nunca se sabe ganar e impera la cultura de culpar a los otros, Berlanga hacia una caricatura a mala idea, pero a su manera, nunca había hipérbole ni tampoco juicios de valor. Atontando a los censores con un juego de diálogos digno de Woody Allen, consiguió unas amables palabras del dictador Franco: "Berlanga no es un mal director de cine, pero es un mal español". Era difícil encontrar mejor elogio posible en aquellos instantes.
Curiosa es la manera que cada uno tiene de verse, Berlanga no dudaba en calificarse como un "cagado ante la vida", le gustaban poco las trifulcas y las manifestaciones, a favor o en contra. No obstante, no deja de resultar irónico que el 90% de su producción, a excepción de sus timoratos inicios y su fase final ya más liberada, fueran auténticas bofetadas al convecionalismo. Nada escapó a su ojo clínico, incluyendo la nobleza de las cacerías. La saga de los Leguineche bien puede tener un cero en técnica en composición, pero siempre brillará a grandísima altura en cuanto a ingenio y descarnada autopsia de un régimen caduco.
Y en esos momentos, como los grandes analistas, sus predicciones solían cumplirse. Nadie entendía porque insistía tanto en insertar el elemento del móvil en "Todos a la cárcel", poco tiempo después, nadie saldría a la calle sin él. En "Moros y cristianos", ya daba un divertido avance de cómo se movería el mundo del markéting y qué clase política era la que nos esperaba a nosotros, los ciudadanos de pie, que como era de justicia, éramos retratados como verdadores cabrones que van a la suya, ignorando las desgracias del Plácido de turno (que por otra parte, tampoco era ningún santo, de hecho, solamente en "Calabuch" hay personajes realmente "buenos", si se quiere usar esa expresión).



Hablábamos hace nada de una vieja alcahueta ajedrecista de enamorados, pues al igual que Celestina, Berlanga, que tiene ya un adjetivo para definir su propio cine, jugó con las mejores piezas posibles. Mozart se dividió en algunas de sus óperas retando a sus artistas a mantener situaciones casi inverosímiles de clímax, como muy bien se recrea en Amadeus. Berlanga retaba a algunos de los mejores actores y actrices de nuestro panorama, a unas frases kilométricas, auténtica ingeniería de la memoria... Pero qué resultado, cuán natural para nosotros, espectadores, siempre en el momento justo.
Salvo que el jueves haya milagro, Berlanga se nos despide, aunque quien sabe, se encargará de alguna manera de seguir recordándonos que la vida es tan jodida que merece la pena reírse, hasta de lo más sagrado, a ser posible poniendo verde a más de alguno. Es lo que tenía ser uno de los mejores directores de siempre.
Irrepetible, vayan a la primera boutique que puedan y pillen alguna de sus cintas, de verdad, merece la pena...Ah, se me olvidaba, astro-húngaros serían si no lo hicieran.

domingo, 7 de noviembre de 2010

LA VIEJA AJEDRECISTA



En una ocasión, leyendo la contraportada de una antigua carátula del clásico film "El Tercer Hombre", me llamó mucho la atención el hecho de que tras narrar brevemente el principio, se limitaba su anónimo autor a escribir: "Y entonces aparece el personaje de Orson Welles, se apodera de todo y del resto es mejor no hablar, hay que verlo".
Probablemente, con "La Celestina", ocurra, salvando las infinitas distancias de género, tres cuartos de lo mismo. Una vez la vieja alcahueta entra en escena, el lector/a va a tener muy complicado en no hacer girar todo lo que vaya sucediendo con ella, como una vetusta araña que ya ha tejido más de lo que ninguna de las ingenuas moscas que la rondan, podrá hacer en su vida.
Fernando de Rojas, en definitiva, quizás fuera uno de esos literatos que tal vez solamente tuvieron la fortuna de tener un personaje redondo....¡pero qué personaje! Decir que "solamente escribió La Celestina" es tan "agudo" como afirmar que a Cervantes "sólo" se le recuerda por El Quijote o que a Shakespeare únicamente le siguen representando sus dramas. Formado en la universidad salmantina (un universo fascinante por sí mismo en los siglos XV y XVI donde él se mueve), este autor plantea un tablero de enigmas donde críticos, historiadores, lingüistas y aficionados, aún no atinan a ubicar todas las piezas.
La Tragicomedia que hoy nos ocupa es una burla enfundada en el disfraz de la inteligencia. Rojas juega al despiste desde los primeros versos pre-liminares, provocando aún hoy en día dolores de cabeza a los especialistas, desde Francisco Márquez Villanueva a Pedro M.Piñero. También parece seguir gustando de complicarle la vida a quienes pretenden adaptarla en versiones teatrales, televisivas y cinematográficas, pues su extensa duración, pese al formato de actos, es el propio de una novela larga. Su deseo de lavarse las manos de la responsabilidad de las primeras páginas, aparte de plantear co-autoría, casi parece el deseo de exonerarse ante futuras represalias. Porque, no se engañen, esta obra tiene veneno del ácido.
Quizás en una hipérbole excesiva, en una ocasión e comentó que si El Bardo hubiera vivido en esta época, habría escrito guiones para House o Los Soprano, aunque muy matizable, es una expresión que me gusta porque viene a reflejar cómo los artistas siempre han buscado la sombra que mejor les ampare para meterse con todo lo que existe. De Rojas, que no tiene pelos en la lengua (las insinuaciones van desde la zoofilia a la pederastia y no, no es broma, si se lee entre líneas), bien podría ganarse hoy unos buenos reales trabajando en el equipo de Seth MacFarlane, aunque, por su afición a los sobre-entendidos antes que a lo explícito, creo que le hubiera ido mejor en Los Simpson.
Hay una tendencia en los planes escolares con este tipo de obras, que yo considero, modestamente, que es un error. Querer que un muchacho/a que tiene, sinceramente, la cabeza en otras cosas, se zampe "El Quijote" es una táctica poco recomendable para fomentarle la lectura. Está muy bien que se les dé la teoría, que conozcan que había un ilustre mutilado que escribía muy bien, pero por lo que más quieran, ¿cómo se va a leer una persona que se está iniciando una obra que es prácticamente el final de un camino? Sería menos traumático para una Virgen Vestal casarse de buenas a primeras con Calígula que para ellos entenderlo y, peor aún, que les guste, es escuchar cien chistes sin pillarlos. Muchos de los grandes clásicos, adolecen de este pequeño problema, porque los libros, como todo, tienen su momento.
Pero, excepciones tiene la regla y en el caso español, creo que "El Lazarillo" y "La Celestina" se libran. Porque son, si se permite la expresión, una cafrada. La primera es una obrita muy corta, llena de gamberradas, crítica al sistema y que, por supuesto, está repleta de "cabrones", que a fin de cuentas son los personajes más interesantes del mundo (las hagiografías son, por lo general, aparte de increíbles, poco propicias para ser best-sellers). La segunda, que no se me ofenda nadie, será una gran pieza y todo lo que ustedes quieran, es un calentón. Simple y duro, el amor no está en ninguna parte por La Celestina y, sinceramente, ni falta que hace.
El triángulo Melibea-Calisto-Celestina es el de dos marionetas y una única ama. Burla del amor cortés, no queda claro, al igual que tampoco sucede con el arcipreste de Hita, si de verdad se quiere advertir, porque en verdad están muy bien explicados todos los trucos posibles para burlar la moral de su tiempo. Celestina es, en todo momento, la ajedrecista que mueve sus piezas, consciente de las rentas que puede sacar del ingenuo y fanfarrón Calisto, se las ingenia para ayudarle a conseguir a la muchacha con la que quiere yacer (de matrimonio nada, por supuesto, quede claro). Para ello, la anciana además debe vérselas con unos criados respondones y sus propias aprendices de meretrices, pero ella, que sabe que todo ser humano es corrompible, con una hábil mezcla de palo y zanahoria, explota las debilidades de unos y otras.
Llegados a este punto, uno se vería tentado de cuestionarse, ¿por qué es un amor imposible? Aquí no rondan los Capuletos y Montescos, a la par que esta Julieta sabe cómo lo quiere y dónde, en el primer encuentro de confidencias, ya deja claro que Calisto no es (probablemente ni mucho menos) el primer hombre con el que ha estado. Hay incluso críticas que suponen que Rojas de verdad pone el elemento esotérico de los conjuros y las maldiciones como la clave de la caída a la tentación (perdón por el nombre atávico) de Melibea. Particularmente, seguro que Rojas no creía en ellos y para Celestina, probablemente fuera una ornamentación más para la galería. Pero, al igual que Ulises, más que la ayuda de Atenea, lo que de esta pareja da miedo es lo que tienen entre la despejada frente y los cabellos, una inteligencia a prueba de bomba y un análisis psicológico de primera fila (sabe muchísimo mejor que la pareja de enamorados cómo son).
Una inteligencia que, por otra parte, brilla en todos los diálogos, detectando creo, aquí uno de los pocos defectos del autor. Volviendo al cine, siempre he pensado que a Woody Allen (uno de los genios más heterodoxos y geniales que aún tenemos por esta bola de barro), que es un gran cineasta y además escribe muy bien, le importa un bledo el registro de los personajes. Ya esté hablando la duquesa de York o un gángster del Bronx, si a él le apetece, le pone un diálogo terriblemente ingenioso, es más, los personajes más tontos del guionista judío, son capaces de refinamientos que muchas "lumbreras" no pillarían (más si no saben inglés). En "La Celestina" pasa lo mismo, el más inútil hace relojes suizos, incluso estos criados respondones (casi tan egoistas como sus amos, que ya es decir) son capaces de marcarse la metáfora de literatura griega más elaborada. Un estudiante salmantino, es un estudiante salmantino, aunque esté narrando el día a día de un burdel.
Mas como todo personaje redondo, Celestina no puede ser perfecta para pasar al Olimpo. La debilidad humana que a ella le acompaña es la ambición más codiciosa jamás vista. Cualquiera pensaría que, cadena de oro en mano, era el momento de abandonar la partida de póker antes de que los otros jugadores pensasen que las cartas estaban marcadas. De ahí la venganza y de ahí el castigo, en una avaricia que engulle a todos los participantes de la farsa. Será entonces el momento de Pleberio (nombre sospechoso como el que más) y su lamento, un monólogo como los que sueñan los actores.
Y de Fernando de Rojas poco más se supo en los rincones artísticos. Derrocada su reina Celestina y muertos sus peones, este personaje de sangre poco clara, decidió pasar el resto de su existencia en un cómodo anonimato sin escribir nada más. ¿No había sobrevivido el creador a su obra maestra y no le quedaba nada más que decir o era uno más de los enigmas escondidos en la caja de sorpresas?