jueves, 21 de abril de 2011

CÓMO ACABAR CON LA CULTURA




Durante su vejez, Groucho Marx, uno de esos genios del humor de los que se cuentan con los dedos de una mano, reconoció que uno de los pocos que le seguían haciendo reír por aquel entonces era un chico de gafas y aspecto apocado, llamado Woody Allen.




Monologuista, guionista, escritor, actor y, finalmente, uno de los directores más reputados de la actualidad, tal vez más de uno no recuerde que a la altura de 1974 sacó un librito entrañable y rápido de leer, con el sugerente título de "Cómo acabar de una vez por todas con la cultura". Y aunque nunca hemos necesitado mucha ayuda para eso, Woody nos invita a hacerlo con gracia y sentido del humor.





Con pequeños capítulos como "¡Un poco más alto, por favor!" Allen ridiculiza todo lo habido y por haber en el campo de lo artístico, en este caso, los espectáculos de mismos. Desternillantes situaciones y párrafos cargados de ingenio, en una obra que como ya decimos, es muy ligera y agradable de leer.



Probablemente, de tener que quedarnos con una de las críticas más corrosivas, yo salvaría "¡Viva Vargas!", donde saca punta de las revoluciones latinoamericanas. Muy en consonancia con "Bananas", se trata de una reducción al absurdo no tan absurda donde verdaderamente, el ritmo narrativo coge una velocidad digna de elogio. Allen no da un respiro y la agilidad pasando las páginas y la pequeña extensión de los episodios ayuda, la verdad sea dicha.




Mafia, el conde Drácula, listas de la compra, biografías clásicas de personajes históricos... Poco escapa al ojo clínico y ácido del brillante judío e incidimos en este hecho, porque la cultura rabínica es fundamental en este hombre, aunque ahora sea un ateo renegado (célebre es su frase: No sé si Dios existe, pero sí existe, espero que tenga una buena excusa), ha bebido mucho de ese mundo. Sin ir más lejos, hay que recordar en este libro las brillantes enseñanzas de un rabino cuestionado por un discípulo acerca de quién fue más importante, Moisés o Abrham. Como el propio Allen afirma, era una pregunta muy difícil, más para aquel hombre que en verdad, nunca había leído la Biblia y su principal afición era dormir panza arriba.




Generalmente nos inunda la sensación de que el drama trágico es superior a la comedia. La carcajada parece una amante menos complicada que la lágrima, no obstante, talentos como el de este humorista nos recuerdan lo complejo de lograr llegar a este nivel de complicidad casi utópica, risotada, reflexión, vuelta a la risotada y, de paso, reírse de muchos de los convencionalismos.




Buf, caray, ahora que lo pienso, me estoy convirtiendo en uno de esos petardos que tanto se critician en este libro, si es que alguna vez deje de serlo. Simplemente lean, disfruten viendo como un tipo normal y corriente, con gafas y las mismas frustraciones espirituales, morales, sexuales y de aparcamiento que nosotros, le pinta la cara y bigotes a luminarias como Marx, Freud, Bergman o Stein....



Si algún día quiere llevar a cabo sus malvados propósitos, deberá empezar por dispararse a sí mismo... porque a fin de cuentas, Woody Allen sí que es cultura.

domingo, 10 de abril de 2011

ACERCA DE LAS DERROTAS COTIDIANAS


Siete amigos. Ningún talento. No es una mala premisa para iniciar una comedia y, desde luego, David Serrano tuvo la buena fortuna de contar con un reparto estupendo con el que está muy compenetrado y ha realizado muchos trabajos.




La historia coral de un grupo de treinteañeros de barrio que en mayor o menor media han madurado muy poco. Aunque parece que los vientos cambian y Antonio, el más golfo de todos, parece sentar la cabeza tras haber estado entre rejas por sus problemas de agresividad. De hecho, como no hay peor inquisidor que el converso, su reciente éxito con la terapia le lleva a psicoanalizar a sus antiguos amigos, encontrando un denominador común:están muy insatisfechos en su día a día.





Antonio no es otro que un Ernesto Alterio impecable en su rol de supuestamente reformado truhán que en realidad, ha cambiado muy poco. Cual personaje ibañezco, sus buenas intenciones van sembrando el caos, especialmente con Jorge (Alberto San Juan), que acaba de sufrir una dolorosa ruptura con una de las hermanas de Antonio (es lo que tiene vivir en el mismo barrio, el mundo es un pañuelo al parecer). Sin saber muy bien por qué, entre todos, llegan a la extraña conclusión de que deben resucitar su antiguo equipo de fútbol 7, con el que ganaron un torneo siendo unos críos. Aquel breve pero feliz instante puede ser una piedra de toque para mejorar tan tristes panoramas que van desde el eterno opositor al policía con ínfulas de canta-autor.


Lástima que los años perdonen y muchos ahoran tengan verdaderas patas de palo y alternen paliza tras paliza. Los poco seguidores al balompié no tienen porque preocuparse, las secuencias en arenales son absolutamente ibañezcas, con la exageración como credo y si dudan, piensan que su fichaje en el mercado de invierno es Sérafín... interpretado por el cordobés Fernando Tejero, desde luego, no el actor más puro del mundo en cuanto a estilo, pero capaz de simpatía en todos y cada uno de sus diálogos.




La película es bastante honesta con su simpleza y esa falta de ínfulas le otorga un fuerte encanto. Plasma especialmente bien los momentos más cotidianos, esas tertulias en terrazas de bares cuando alguien pide al camarero que conoce de toda la vida otra ronda con tapa y esa extraña camaradería que surge de verdaderas tonterías como bien puede ser pegarle patadas a una pelota para meterla entre tres palos y evitar que te la cuelen a ti. Si Serrano había tenido un fuerte pelotazo con "El otro lado de la cama", en su debut como director volvió a meterse a la audiencia en el bolsillo, lástima que en el siguiente intento, "Días de cine", la fórmula empezase a caducar.


Probablemente un problema que sí que tengamos en nuestra industria cinematográfica a la hora de acercanos a la comedia, sea el pecar por exceso. Dos horas es demasiado tiempo, no por falta de gracia, pero se puede preguntar a cualquier de los grandes guionistas, incluyendo Billy Wilder, para saber que a partir de la hora larga, incluso los buenos chistes pierden fluidez.



Con esto no quiere uno negarle las cotas de calidad que si tiene la cinta. Por ejemplo, el personaje de Roberto Álamo, aparentemente el borde del grupo sin más, hasta que se va profundizando más en su dá a día, demostrando que Serrano tiene buena mano con los guiones, aunque en este caso, tal vez porque este desporte en concreto parece tradicionalmente (con excepciones, verdaderamente) orientado a lo masculino, la composición de los personajes femeninos es muy inferior al de los masculinos.




María Esteve sin ir más lejos tiene una papeleta muy complicada, precisamente como la mujer del personaje de Roberto Álamo, un ángel del hogar al estilo doña Inés e inexplicablemente enamorada de su taciturno marido, aunque el talento del actriz salva situaciones que si no, parecería inverosímiles. No podemos decir lo mismo en el caso del prototipo de la esposa dominante, una Nathalie Poza obligada a ser absolutamente desagradable y sin duda el personaje que uno más odia mientras transcurre la cinta; por su parte, Natalia Verbeke desarrolla belleza y simpatía, pero su aniñada Violeta no deja de ser una quinceañera indecisa en cuerpo de treinteañera.





Eso sí, el reparto es de altura, incluso en parcelas mínimas como el cameo de "Willy" Toledo o el siempre eficaz Diego Martín. Una simpática comedia para divertirse, aunque con más miga de la que parece a simple vista, aunque quizás con un final más costumbrista de lo que cabría esperar. Y es que quizás uno de los males que últimamente se está instaurando en este género, una actitud, por seguir el símil futbolístico, apegada a la defensa a la italiana antes que la ofensiva brasileña.




Pero en cualquier caso, el año que viene nos volveremos a apuntar a Liga con nuestros colegas... aún a costa de que nos mojen de tanto en cuando la oreja y tengamos problemas de autocontrol como le pasa al bueno de Alterio.

domingo, 3 de abril de 2011

EL PRECIO DE LA LIBERTAD

Seamos sinceros, a veces no nos lo creemos. ¿Cuántas veces hemos mirando con recelo al jugador de la cantera y despilfarrado sin conocer por la estrella foránea de vistoso apellido?




Es triste pero es así, siempre ha sido complicado ser profeta en la propia tierra a la que uno pertenece. Pero no, aunque podamos (y es bueno que así sea) admirar lo que viene de fuera, pero a veces hay que mirar con iguales ojos benignos el legado interno.



Porque Fernando Fernán Gómez, más allá de declaraciones desafortunadas ante cierto medio de comunicación, fue una trayectoria artística brillante. Excelente actor, de peculiar método, tampoco fue ninguna decepción cuando se colocó como director y tenía una pluma que fluía con facilidad, en varios medios literarios, por cierto. Y cuando creó "El Pícaro" (1974), trató de crear un precedente que desafortunadamente no tuvo la continuidad merecida. Aunque no estemos ante un monstruo de la calidad casi apabullante de "Yo, Claudio", las desventuras de Lucas Trapaza fueron una andanza televisiva de las bien llamadas curiosas.



Junto con Pedro Beltrán y Emmanuela Beltrán, se dedicó a escribir un compendio. El objetivo era que si un espectador nunca hubiera sabido nada del género picaresco, simplemente viendo los 13 episodios, pudiera tener una idea aproximada y afortunada de qué era exactamente ese estereotipo. Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Vicente Espinel, Le Sage, autores anónimos... Todos ellos desfilan ante nuestros ojos en la ciudad de Segovia donde se rodó.




Sorprende que ni siquiera en su peculiar opening, se mencione "El Lazarillo" o "La pícara Justina" (aunque ésta, hasta las curiosas re-lecturas de Francisco Márquez Villanueva, no pasaba de ser una obra destacada únicamente por su riqueza de léxico), aunque tal vez fuera por no incidir en lo evidente. Pues bien, por diferentes lugares y conociendo a muy diversos granujas y oficios (desde la organizada hampa de la Sevilla que era puerta de Indias hasta ser pinche de un noble obispo en Italia), que pronto se confudió el mapa del Imperio Habsburgo con el de la picardía.


Sí, hay un defecto, que va más allá de las siempre perdonables carencias técnicas de la época. Hay ciertos episodios, que tienen un marcado acento cervantino que no llegan a funcionar.



A simple vista esto puede parecer una especie de blasfemia, ¿qué tiene de malo que una serie de televisión se nutra de uno de los mejores escritores del Siglo de Oro? Pues porque una de las cosas en las que emula al genial autor de "El Quijote", es esos breves pasajes donde el hidalgo y Sancho viven acontecimientos esperpénticos, "de cómo llegaron a tal sitio y les pasó tal cosa". Es magia de salón y molinos de viento afectan al realismo de otras tramas y le da un aire burlesco que estorba al real y brillante cinismo de otros capítulos.




Por ejemplo, en el segundo instante de sus peripecias, hay un momento que verdaderamente roza el talento con mayúsculas. Nosotros, como espectadores, somos los ojos de un gran señor que ha venido a su villa donde todos tienen que hacerle entretenimiento por su reciente nombramiento cortesano. Quien más le divierte es un destrozado Lucas Trapaza, que bufonescamente recurre a flashback donde muestra cómo perdió su bolsa, la mujer que amaba le puso los cuernos con un apuesto soldado y sus compañeros de francachelas le dieron buenos palos por deudas.



Llevado hasta el extremo de la risa, el generoso señor le ofrece al desdichado un puesto fijo como saco de burlas de su cohors amicorum. Pese a sus muchas bajezas morales, Trapaza se re-incorpora como decentemente le deja su maltrecho cuerpo y una singular cojera por sus heridas, afirmando elegantemente que no puede hacer eso, porque dejaría de pertenecerse a sí mismo, incluso en la desgracia, el pícaro tiene ese don que personas que comen caliente todos los días no tienen. Es una manera vibrante de mostar que pese a todos esos sin sabores, en una sociedad tan supuestamente estática (aunque luego no fuera así, ni mucho menos, pero eso es otra historia), la recomoensa que tiene ese tipo de vida ingrata pero agradable por su falta de ataduras, que llevó a más de uno a recurrir a ello (o a enrrolarse en algún caso con grupos como los gitanos).




Como bien sabía entre otros, el prestigioso Ricardo García Cárcel, hablar de los olvidados y los derrotados tendrá el atractivo de que es escuchar voces silenciadas en las crónicas oficiales. El pícaro es un proyecto inconcluso, una historia que apunta maneras pero que tal vez por su época y faltas de medios no nos da todo lo que promete, pero que incluye los suficientes atractivos como para ser digna de revisionados.