domingo, 22 de febrero de 2015

ATARDECER EN EL ESTADIO METROPOLITANO...


En ocasiones, una buena crónica es tan importante como el hecho en sí. Es más, en ocasiones, incluso podríamos atrevernos a decir, herejía entre blasfemias, que una buena pluma permite que algo memorable se convierta en legendario. Así parece acontecer en el capítulo "El partido del siglo, la parada del siglo", resurrección escrita del mítico Inglaterra-Brasil del Mundial de México 70, fase de grupos, recordado por la milagrosa estirada del guardameta Gordon Banks a un impecable cabezazo de Pelé, el 10 estelar de la canarinha. Este choque fue un regalo para las personas aficionadas al fútbol, pero, para generaciones futuras que lean esa pequeña joya de cuatro carillas, adquirirá tintes homéricos. 




Dicho episodio es apenas uno de los muchos y fugaces recuerdos deportivos que arroja Foot-ball Days & Taquicardias POP de José Luis Garci; aunque, como bien sabrán quienes recuerden trabajos previos del director español y presentador de ¡Qué grande es el cine!, se hacen numerosas, caprichosas y nostálgicas incursiones a los siempre propicios campos del cine y la literatura. También, teniendo en cuenta que el núcleo duro de este libro son la columna que dedicó para el diario ABC en el Mundial de 1994, celebrado en Estados Unidos, a su incondicional admiración por New York y sus librerías. 



Y, al igual que ocurre con la publicación de recientes recopilaciones de trabajos de este autor sobre temas como el género noir o Mirar de cine, entre otros, da la sensación de que Garci cumple con holgura la expectativa de crear una obra entretenida y de un libro cómodo para llevar a un viaje. La independencia de cada parte, permite la búsqueda caprichosa y desordenada, del baixinho Romario  a George Best, pasando por un simpático tour gastronómico de tiendas y restaurante en USA, territorio que, de justicia es reconocerlo, nunca se ha pirrado especialmente por esto del soccer.   


Por fortuna, para evitar monopolios cansinos del pasto sin vacas y con balones, hay pasajes que reflejan efectos colaterales que desmontan tópicos. Por ejemplo, aquellas efímeras pero gloriosas "águilas" nigerianas, las cuales regalaron cinco partidos para el recuerdo, pero también personalidades deportivas que iban más allá de los monosílabos y las burbujas del efímero éxito deportivo. Con una biografía de Scott Fitzgerald bajo el brazo, Garci se encontró con Amunike, uno de los ejes del centro del campo africano, asiduo de una librería de viejo durante su estancia estadounidense. También departió el director con Rufai, el príncipe que quiso colocarse los guantes bajo tres palos, un tipo culto y caballeroso al recordar al hombre que eliminó a los suyos, el budista y enigmático Roberto Baggio, uno de los mejores talentos que ha dado la azzurra. 





Y que estos párrafos caprichosos sirven igual para hablar del crepúsculo de los dioses de Argentina y su Diego, cuyo positivo privó al campeonato del prodigio de villa Fiorito, que de Cary Grant y sus elegantes maneras, por no hablar de su curioso símil al hablar de dos iconos de esto de darle patadas a un balón. Pelé fue Orson Welles y La Saeta Rubia John Ford. Ese es el juego escribiendo de este colchonero, un rosario de referencias variopintas de las que jamás se priva. 




No es conveniente subestimar ese dato rojiblanco. A fin de cuentas, de haberle gustado ir los domingos a la grada, Bogart hubiera sido del Atleti, de eso no cabe ninguna duda posible. Reseñables también sus profética palabras sobre el añorado Luis Aragonés, justo cuando tomaba los mandos de una selección que venía acompañada de mucha furia, complejos y desgracias de silbato (especialmente en cierto Mundial, ante cierto Duce, aunque, lo peor estaba por venir en aquellos años, y no precisamente en los 90 minutos de juego).


Pequeñas historias e imágenes que quedan en la retira del escritor de estos días de fútbol. Se le podrá acusar de otras cosas, pero de que no le gusta la materia de la que habla es imposible. Cuando es del Hollywood clásico, los atardeceres del Metropolitano bajando con su padre, o sus mil anécdotas de boxeo, etc. Garci es honesto en sus juicios, no porque se esté de acuerdo con él o no en su top 11 (enfermo de las listas, envió sus tres escuadras ideales a la revista Líbero, muy recomendable también), sino porque las siente así.



Es de justicia agradecer los añadidos de la obra, la cual no se limita a corregir las posibles erratas de las primeras crónicas, sino que se añaden reflexiones nuevas sobre campeonatos más actuales, así como alguna entrevista a destacar. En definitiva, un trabajo futbolero que tendrá sus defectos, pues todos los tienen, pero que cumple con mucha holgura las expectativas de ser un ingenioso y honesto entretenimiento.




Por supuesto, el trabajo de imprenta finalizó una mañana de sábado que era la víspera de un cabezazo de Godín que nos dejaba a los culés sin liga en la propia Ciudad Condal.


sábado, 14 de febrero de 2015

EL FESTÍN DEL CUERVO: LA ISLA MÍNIMA


Existen recelos ante el éxito. Cuando algo se vende muy bien, recibe excelentes críticas y, pecado nefando entre los pecados nefandos, encima lleva a gente a las salas de cine, uno se pone en guardia. "No es para tanto, sobrevalorada, fíjate en esa fotografía tan mala...". El aluvión de galardones en la pasada gala de los Goya a La Isla mínima me había llevado a ser propicio a tales tópicos. Más, asimismo, existiendo ese tufillo a paralelismo con la excelente True Detective. Pues bien, si alguna peregrina persona a tenido a bien dejarse caer por este blog en ese mismo estado, es decir, sin haberla visto, le animo a hacerlo cuanto antes, como un querido amigo tuvo a bien con un servidor. Una vez lo haga, le recomendaría, si le apetece, seguir leyendo esta crítica, pero antes no. Hay historias que merecen la pena llegar en desconocimiento. 




Desde el primer momento en que las marismas se yerguen en los créditos del film de Alberto Rodríguez, quien ya había demostrado buen pulso con Grupo 7, uno siente que ese pueblo, excelentemente bautizado sin nombre, va a ser el gran protagonista del relato. España, comienzos de la década de los 80 del pasado siglo. Una transición va gestándose, mucho más lentamente de lo que sería deseable. Entre otros sectores a actualizarse, hay una clara lucha generacional en los sistemas policiales, existiendo jóvenes con otros métodos y los señores de la vieja escuela. Y aquí podría haberse producido una fuerte fricción, si Javier Gutíérrez o Raúl Arévalo no hubieran clavado sus papeles, todo el ingenioso puzzle que proponen Rafael Cobos y el propio A. Rodríguez se desmoronaría con la facilidad de un azucarillo. 




Nadie ha inventado nada en este sentido. Poli duro, poli compasivo. Con el paso del tiempo, uno y otro intercambian sus roles. Por supuesto que True detective viene a la cabeza, pero es que la fantástica serie de la HBO tampoco descubrió la pólvora. Lo que diferencia a estas dos parejas de investigadores de lo que nos contaron antes es la calidad de sus interpretaciones. Woody Harrelson, y Matthew McConaughey brindaron todo su talento, que es mucho, a rei-nterpretar un género, referencias a Lovecraft y cía incluidas, en una de las joyas que ha dejado la caja tonta en los últimos tiempos. Por su lado, Arévalo y Gutiérrez enfrentan su saber hacer, que es inmenso, para proponer un duelo actoral de altura, sin caer en el panfleto o lugares comunes que abocarían a La Isla mínima a ser un thriller de andar por casa, sin mayor interés que una buena factura.   


Y es que Juan y Pedro, nombres de los dos agentes que se ven abocados a sumergirse en un caso de desaparición de dos adolescentes, van creciendo conforme el propio escenario del crimen va asfixiando, acompañando de los acordes de una banda sonora muy precisa. Como me comentaba una persona que de esto sabe, la localidad se va convirtiendo en una especie de Macondo, un lugar con sus propias reglas, donde los foráneos no tienen el mapa de las coordenadas que tanto sentido tienen para el resto.   




El ámbito como un todo donde te puede venir un disparo por detrás sin dejar rastro. Lugares remotos en los que una pequeña barca te puede permitir instaurar una talasocracia de contrabando, mientras que los tricornios también asoman. Igual que en la ya citada Grupo 7, el elenco que da vida a los habitantes andaluces está escogido con mimo, acentos perfectos, lenguajes corporales acordes con tiempo y época, nada de exageraciones y un aire realista que ayuda, y mucho, a tomarse el experimento en serio. 




Todo al servicio de dos actores en estado de gracia y que tienen al resto a su generoso servicio. Particularmente, Antonio de la Torre y Nerea Barros son un perfecto exponente de ello, haciendo de los angustiados padres de las niñas, siempre en su sitio, insinuando mucho en muy pocos minutos de metraje, siempre a la disposición del despliegue de dos agentes que van enganchando en sus personalidades, la cuales son mucho más complejas de lo que puede imaginarse en el primer desembarco. 



Y silencios. Muchos silencios, pausas, miradas y voyeurismo en lo que hacen los otros, las puertas para dentro, estamos ante una trama que deja mucho a lo que se quiera adivinar, a necesarios altos en los caminos. Incluso cuando se produce una persecución, ese momento tan temido, hay un realismo que impide desconectar de lo que de está viendo en pantalla. Esas peligrosas carreteras comarcales por la noche, frenazos, no conocer el camino... Todo fríamente calculado, que hubiera dicho un querido maestro mexicano. 



Por supuesto que recuerda a True detective. También tiene sus cosas de clásicos como El cebo. Y así en tantos otros casos. Pero, modestamente, no creo que se deba decir como aspecto negativo, sino como la más generosa de las críticas. Lo que hace La Isla mínima es comulgar en calidad con lo anteriormente citado, lo cual, por cierto, no es moco de pavo. Ha cogido todos los elementos que le interesaban, lo mejor de cada casa, y se lo han llevado a su terreno, a contar este festín del cuervo, haciendo que uno suspire por poder tener una cámara en ese viaje de coche de regreso, desde Cádiz a Madrid hay muchos kilómetros. 



Y es que ese final agridulce acompaña esos últimos acordes, alejándose de esa Ítaca, de ese Macondo, tras esos apretones de manos y, sensación angustiosa, la impresión de que las cosas no van a cambiar mucho. 

domingo, 8 de febrero de 2015

MÁS DE SIETE RAZONES PARA EL RECUERDO



Fue un caso raro entre las actrices célebres. Más que pedirle autógrafos, que también, Amparo Baró se veía en la obligación de dar amistosas collejas a los intrépidos admiradores que se acercaban para conocer a quien encarnó a la emblemática Sole, la combativa jubilada de la serie "Siete Vidas" (1999-2006). Su fallecimiento, tristemente ocurrido la pasada semana, hace que sea oportuno reflexionar sobre este verdadero hito en la televisión española, un show que tuvo una gran capacidad de adaptación a las diferentes coyunturas que le tocó vivir. 



El proyecto comenzó como una forma de presentar los cambios de la sociedad española de finales del siglo XX, a través de un variado grupo de amigos que recuperaban a David (Toni Cantó), quien había despertado tras 18 años en coma. A pesar de la premisa, la serie fue siempre una historia coral, donde los personajes iban entrando y saliendo, sin existir un nexo de unión claro, más allá de la inefable Sole, contestataria y más roja que una boda en Juego de Tronos, y Gonzalo (Gonzalo de Castro), el dueño del "Kasi ke no", bar que hacía las veces de punto de encuentro de los protagonistas (un recurso que Friends había patentado con inmejorable resultado). 




A vista de pájaro, resulta sorprendente la capacidad de reclutamiento de este auténtico clásico del domingo por la noche en muchos televisores. Un espacio que fue aprovechado, no solamente por veteranas como Baró, sino por jóvenes promesas como Cantó o Paz Vega. Si bien, Javier Cámara (encarnando a Paco, probablemente, el hijo más inútil y divertido de Sole) y Carmen Machi merecen ser mencionados como las consagraciones definitivas que les implicó este gato negro. No es sorprendente la exitosa carrera cinematográfica que ambos desarrollaron después.


No en vano, directores como Pedro Almodóvar pescaron en esta inagotable cantera. Con el tiempo, el título de la serie parecía hacer alusión a su capacidad de re-inventarse y encontrar nuevos protagonistas. Así fue en el caso de Willy Toledo, Santi Millán, María Pujalte, Yolanda Ramos... Se antojaba que si Gonzalo y Sole no se movían del barrio, dejaban el suficiente resto de solidez para que pudieran venir nuevas tramas y personajes.





Igual que en el caso de la renombrada Friends, los guionistas de esta comedia bebieron muchísimo en el, ahora tan trillado, pero aquel entonces novedoso, mundo del cameo. Celebridades del deporte, la política, la canción y otros campos, se dejaron caer por el "Kasi ke no" (asimismo, también célebres actores, como fue el caso del añorado Álex Ángulo).




Y es que si algo debe ser valorada en la reseña que nos ocupa, collejas aparte, es su carácter pionero, su forma de establecer la moderna sitcom de forma definitiva para España. Luego vendrían escisiones del original como "Aída", y derivados re-actualizados como "Aquí no hay quien viva" o "La que se avecina". Por ello, hay que dar un respeto a las canas en este caso.


Conforme avanzaron sus temporadas, 7 Vidas, fiel a su longevidad, fue agilizando sus gags y consiguiendo establecer temas actuales y de la sociedad en la que estaba viviendo, incluyendo personajes tan interesantes como el de Diana (Anabel Alonso). Actualmente, gracias a cadenas como Factoría de Ficción hasta hace muy poco, se pueden recuperar sus episodios, ya que su difusión en formato DVD ha sido bastante escasa.



A nivel de desarrollo, tuvo el acierto de rodar con público en vivo, algo que hizo a toda una generación identificarse con aquellos intérpretes a los que vieron ir creciendo y alcanzar una fama que les permitió establecerse.



Muchas cosas por la que estarle agradecidos a este gato negro; entre otras, haber revindicado la figura de Amparo Baró, figura de nuestros teatros, cines y, por supuesto, televisores. 

domingo, 1 de febrero de 2015

A BUEN ENTENDEDOR...


Fernando Fernán Gómez solía decir que su profesión, es decir, la de actor, era como querer ser torero en Groenlandia. El genial intérprete hacía esta comparación para explicar las dificultades de un oficio inusual en tu tierra de origen. Tal vez incluso más extraño que querer consagrarse a recorrer las leguas con compañías teatrales, sea el hecho de ambicionar ganarse la vida pintando monigotes, haciendo bocadillos en las viñetas y buscando darle cohesión a diferentes trazos. 




Sin embargo, afortunadamente, el número de biografías y estudios sobre algunos de los lápices más celebrados del cómic español (Francisco Ibáñez, Vázquez, Escobar...) han ido encontrando sus estudiosos. Este naciente 2015 ha encontrado hueco para reflexionar sobre otro de los nombres destacados entre estos esforzados artesanos de la mesa de dibujo, nada menos que Juan López, aunque debemos, desde este mismo momento, empezar a utilizar el seudónimo de Jan. Concretamente, porque hoy el blog se acerca a la obra Jan: el genio humilde. 




El libro es coral, muy al estilo del también excelente estudio que Dolmen dedicó al padre de Anacleto en El gran Vázquez: coge el dinero y corre, sucediéndose una sucesión de firmas de muy diferentes investigadores y admiradores del autor (David Fraile, Manuel Barrero, Carlos de Gregorio, Álvaro Pons, Javier Mesón, Daniel Fernández, Javier Alcázar, Quim Zafra, Alfons Moliné, Antoni Guiral, Juan Padrón, Froilán Escobar, Antonio Martín y Roberto Hernández). Ello da una gran riqueza a los diferentes puntos de vista y aspectos en los que se centran de biografiado (su etapa en el exilio cubano, primeros trabajos en publicidad, su vuelta a España en una etapa muy delicada de Bruguera, etc.). 


Padre de un buque insignia tan emblemático del tebeo hispano como Superlópez, hay muchos aspectos de la vida de Jan que nos habían permanecido desconocidos al gran público. El problema de su sordera le impidió tener una educación normal en unos tiempos donde las escuelas no estaban preparadas para adecuarse a personas en esa situación, aunque al fin encontró acomodo en un maestro al que el artista sigue agradecido. Muchas horas solitarias en la infancia le permitieron ir garabateando en pequeños folios baratos en sus primeros bocetos. Con el tiempo, su estilo de personajes de goma, como muy acertadamente se define en el libro, sería inconfundible. 




Si bien la famosa parodia de Superman es su punto culminante de popularidad, la trayectoria de Jan es sumamente prolífica. Pensar solamente en el cascarrabias Juan López y sus cajas de Pandora y monster Chapapotes sería como limitar Escobar a Zipi Zapa; o a Ibáñez con los inefables Mortadelo y Filemón. Adaptaciones de cuentos, publicidad, Lucas y Silvio, parodias de Chaparrito... Incluso, en un momento para el recuerdo, su extraordinaria mezcla de comicidad y erotismo en Laszivia, una desbocada montaña rusa en un futuro de ciencia ficción que no tendría nada que envidiar a shows como la excelente Futurama. 




La iniciativa de Tebeoesfera nos brinda una oportunidad única para acercarnos a un autor emblemático, incluyendo una entrevista realizada por Javier Alcázar. Por supuesto, más de 400 páginas dan opiniones para todos los gustos; como fuere, el gemio comiquero tiene aquí una parada obligatoria para este presente año. De igual forma, se incluyen páginas que son una auténtica labor de arqueología. 


Asimismo, se abordan las diferentes transiciones en su estilo de guiones. Comenzando aquella primera etapa con las brillantes parodias de Efepé sobre los cómics de corte marveliano, donde este escritor ayudó a Superlópez, trabajo en un principio de encargo, empezase a garantizarse un nombre entre los personajes de la cultura pop del país, hasta el punto de que hoy estamos en vísperas de una adaptación a la gran pantalla del mismo. Posteriormente, Jan tomó su propio rumbo para dar un cariz muy personal a su creación. 



Figura de venerable barba plateada y discreta sonrisa, Jan es un creador de argumentos con un gran fondo de armario. Proyectos como la caja de Pandora o el descenso de su héroe al infra-mundo con el diablo cojuelo nos exhiben a un creador de atmósferas y micro-cosmos muy personales. Conforme han avanzado los años y el propio López se ha hecho mayor, sus cómics han ido abandonando la épica por una mayor crítica social, aprovechando incluso la crisis política y de valores para, cual clarividente y algo resabiada hormiguita de castillo de arena, para meter el dedo en la herida. 




Sin duda, sin tipos como Jan, Ibáñez, Raf, Escobar, Conti, Vázquez y un largo y distinguido etcétera, aquellas tardes de invierno con los primeros tebeos hubieran sido mucho más aburridos. Benditos sean aquellos pioneros que decidieron ser toreros en Groenlandia.