sábado, 31 de marzo de 2018

CUANDO NO QUEDA SITIO PARA NADIE: MANHATTAN TRANSFER



Crear un género es algo realmente complicado. A fin de cuentas, una de las reglas es no poder ser consciente de que se está inventando algo. Debe surgir de una forma involuntaria. Probablemente, John Dos Passos (1896-1970) quería hacer una historia coral, una narración hecha con estilo y con innovaciones técnicas curiosas. De cualquier modo, sería legítimo considerar que, cuando la sacó impresa en 1925, su novela Manhattan Transfer no estaba pensada para marcar una nueva forma de mirar a New York. 



Todo comienza en la proa de un ferry cualquiera, plagada de personas de distintas procedencia y expectativas heterogéneas con respecto a la nueva Meca del mundo. Dos Passos, estudiante de arquitectura, vivió el ciclo nóstoi, pues, cuando volvió a los Estados Unidos después de servir en la I Guerra Mundial, notó todo cambiado. Si bien era nativo de Chicago, escogió New York para reflejar esa sensación. La transformación de una isla en un coloso urbano. 



El desfile de personajes es increíble. Congo y Emile, dos muchachos con ganas de comerse el mundo, ansiosos de ver si se cumplen las expectativas que ofrece la jungla de asfalto. Jimmy Herf, tipo complicado a quien conocemos desde sus orígenes y con quien terminamos compartiendo su ambivalencia hacia la ciudad. Ellen Thatcher, la de los múltiples nombres, cuya andadura nos cuenta Dos Passos desde la cuna hasta su edad adulta. O Bud Korpenning, una vida trágica marcada desde una infancia de abusos hasta el puente de Brooklyn.


Se trata de un habilidoso combinado donde una de las fórmulas que mejor funcionan es la del propio título. Tiene garra e imprime carácter, incita a la lectura. Francisco Umbral la usaba de ejemplo de situar a los potenciales lectores/as de inmediato. Dos Passos llegó a convertirse en autor de cabecera para colegas de la talla de Sartre, además de imprimir la cara B a relato de otro de los grandes hitos literarios estadounidenses: El gran Gatsby



El autor nos invita a callejear a través de las calles de New York como turistas curiosos, imprimiendo a sus diálogos un carácter muy personal. La ciudad de la Estatua de la Libertad tiene múltiples visiones: desde la saga El padrino hasta el cine de Woody Allen, cada una de ellas válida y nunca excluyentes entre sí. El gran interés de Manhattan transfer es hacerlo en su momento clave, cuando se estaba empezando a gestar la transformación. 



Por buscarle algún pero a este atractivo paseo, señalar que termina resultando una obra coral irregular. Hay subtramas muy amenas y otras que podrían ser totalmente prescindibles. Si se quitasen del relato, el mensaje permanecería intacto. Probablemente, algo premeditado por parte de Dos Passos, quien quiere imprimir a todo un acento cotidiano. No fuerza tanto las interacciones como el maestro Víctor Hugo en su París de Los miserables, pagando con ello el peaje de no explotar las posibles químicas entre personajes paralelos pero que no llegan a cruzarse.



Dos Passos destaca en un recurso narrativo realmente complicado, ser capaz de dar la sensación a su público de que cada protagonista va envejeciendo, endureciéndose, perdiendo la fe o angustiándose por los efectos del terrible crack de 1929. No tiene nada extraño que para su obra La verdad de las mentiras, Mario Vargas Llosa escogiese este título, junto con otras joyas como Muerte en Venecia, Trópico de Cáncer o El tambor de hojalata



El literato peruano muestra un gran deleite cuando habla de los trucos e ilusiones que plantea estos pequeños collages de las vidas ajenas, permitiéndonos entrar a través de la ventana de vecindarios neoyorquinos. Asimismo me parece que algo de lo aquí contado debió de llegar a los oídos de Will Eisner, quien era apenas muchacho cuando se publicó, para recrear en sus viñetas la célebre avenida Dropsie. 



A veces, le falta un punto para enganchar del todo en el recorrido, como si fuesen piezas inconexas. Sin embargo, cerramos sus páginas pensando que estamos palpando los cimientos de la ciudad que nunca duerme. 



BIBLIOGRAFÍA:



-PASSOS, J. DOS., Manhattan Transfer, Debolsillo, Madrid, 2017.



-VARGAS LLOSA, M., La verdad de las mentiras, Alfaguara, Madrid, 2002. 



ENLACES DE INTERÉS:



-Los monstruos del umbral en Manhattan Transfer



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-https://www.megustaleer.com/libro/manhattan-transfer/ES0073442



-https://zonalibreradio1.wordpress.com/2016/07/04/manhattan-transfer-fragmento/



-http://labohemia4.blogspot.com.es/2014/09/novelas-manhattan-transfer-parte-iv_22.html

sábado, 24 de marzo de 2018

ESCLAVOS DE UN DESEO: THE INNOCENTS (1961)


Los cuentos de terror se forjan bajo el fuego de la chimenea en una noche fría. Según la pluma de Henry James, varios amigos compartieron historias más o menos fantásticas durante unas vacaciones de Navidad, si bien fue el relato del joven Douglas el que más atención captó durante las distintas reuniones bajo las velas. Es el punto de arranque de "La vuelta del torno", una narración gótica breve que evoca los extraños acontecimientos que sucedieron a una joven institutriz enviada a una casa de campo a educar a dos huérfanos de familia acomodada. Naturalmente, viven en una hermosa y abandonada casa e campo victoriana con más secretos de los que parece a simple vista. 



Magistral ejercicio de género, esta publicación de 1898 ha sido constante motivo de re-ediciones y traducciones por todo el globo. Uno podría pensar que cualquier versión para el cine estaría sometida a ese axioma de "Me gustó más el libro" que acompaña como coletilla a cualquier experimento de esas características. Sin embargo, en esta ocasión la adaptación de Jack Clayton en 1961 merece ser reconocida como bastante más que eso. De hecho, si se permite la herejía, incluso enriquece y aporta más oscuridad a la novela original. 



El manuscrito de James fue revisado y actualizado por dos lápices que sabían bastante de crímenes extraños. William Archibald y Truman Capote supieron darse cuenta de que tenían un material de primera, además de disponer de un medio a través de las cámaras para convertir una historia de miedo en mucho más. De hecho, el terror de The Innocents fue convirtiéndose, a medida que escribían, en un hábil McGuffin que enmascaraba intenciones que escapaban a simple vista.  



Desde los particulares títulos de crédito del film, queda claro que se va a tratar de una visión muy personal de la obra de James. Todas las cuestiones que se nos puedan ocurrir como inocentes (un juego infantil, las cajitas de música de la época, un paseo por los jardines, etc.) se puede deformar con unos pocos trucos en algo perverso y retorcido. Lo gracioso del asunto es que todo lo mostrado casa perfectamente con el cuento original. A fin de cuentas, aquellos jóvenes que compartían esas historias fantásticas sabían que estaban escuchando, de la boca de su amigo, la versión escrita de dicha institutriz sobre aquella experiencia. ¿Quién garantiza que esos recuerdos fuesen plenamente fiables? 



La maestra escogida para la ocasión no fue otra que Deborah Kerr, una espléndida actriz que aquí firma, quizás, el mejor trabajado de su trayectoria. Su personaje está repleto de contradicciones bajo su aparente simplicidad. Balzac decía que la mujer era la reina del mundo y la esclava de un deseo a la vez. Puede que estuviera pensando en Miss Giddens, una dama que ha recibido una educación puritana a ultranza. Bajo esa fachada, igual que le acontece a Mina Harker, hay la suficiente curiosidad para atreverse a bucear en aguas más oscuras si se le presenta la ocasión. 



Uno de los pulsos más activos que tuvo que mantener Clayton con su productora fue mantener el blanco y negro original. Verdadero acierto, puesto que ver esta obra en los siguientes coloridos que le pusieron deja unos resultados muy empobrecidos. El tono grisáceo que acompaña las travesuras, aparentemente inofensivas de Flora (Pamela Franklin) y Miles (Martin Stephens) parece haber nacido para hacerse en ese ambiente, convirtiendo esa torre con jardín en una especie de mini-Bomarzo donde todo puede ser posible en la noche.


Clayton plagó su film de aciertos, tomando decisiones que incluso podían jugar en su contra. Por ejemplo, se vio forzado a rechazar la posibilidad de contar con una estrella de la talla de Cary Grant para interpretar al tío de los jóvenes. Sacrificó a un magnífico actor, pero, habida cuenta de las modificaciones que hubiera impuesto al argumento el astro, a largo plazo fue una decisión más que acertada, puesto que la oscura trama se habría convertido en una historia mucho menos especial. Gracias a ello disponemos de una cinta que ha influenciado a muchas otras. 



En primer lugar, habría que reconocer que The Innocents también bebió de otras fuentes, parece más que probable que sus responsables tuviesen muy presente Vértigo (1958). Y no solamente por la forma de narrar la subida por las escaleras a la torre familiar, también por ese amor de ultratumba que evoca el recuerdo de Peter Quint, un misterioso hombre que logró ejercer una fuerte influencia sobre los muchachos y su anterior institutriz. Megs Jenkins, dando vida a la anciana ama de llaves de la casa, advierte a la señorita Giddens acerca de los riesgos y complicidades que se generaron en dicho domicilio. Si no se hubiera hecho esta versión, no existirían (al menos tal como las conocemos) El exorcista (1973) y Los otros (2001) 



O acaso sean todo fabulaciones de gentes ociosas. Y es que, vistos en frío, los comportamientos de la maestra no dejan de generar fuertes dudas. El metraje nos ofrece varios exorcismos en uno, además de una muy particular versión gótica de La Pietà de Miguel Ángel. Narrada de una forma única y sinuosa, con algunos de los flashbacks oníricos más surrealistas de aquel tiempo, sigue tratándose de una de las cintas más adelantadas a su tiempo. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-https://www.youtube.com/watch?v=EbrFFLQcEjg



-https://www.classicfilmsreloaded.com/the-innocents/



-https://zinemaniacos.com/suspense-1961/

domingo, 18 de marzo de 2018

LAS CENIZAS DE TROYA


La Ilíada es un poema plagado de trampas. Transcurren los siglos y los versos homéricos siguen escondiendo secretos. Desde el punto de vista académico, suele ser definido como un relato épico de algunas de las acciones que llevaron a cabo los invasores aqueos contra la ciudad de Troya, la cual se vio sometida a un asedio terrible de diez años. No obstante, nadie que lo lea puede considerar que la obra sea un elogio a los dominios de Ares. Cualquier mínima fascinación que pueda tenerse previamente sobre las hazañas marciales se desvanece ante su descripción de cómo el cruel bronce quita vidas de una forma absurda y constante. 



Muchas personas se han visto fascinadas desde entonces por la búsqueda de esa ciudad de elevada muralla. Heinrich Schliemann llegó a dejarse gustoso su fortuna por encontrar los restos de aquellos personajes míticos (Aquiles, Pentesilea, Agamenón, Diomedes, etc.) que fascinaron su mente siendo pequeño. Pero quizá fuese Eurípides quien, en la frenética Atenas del siglo V a.C., mejor supo descifrar los códigos que se escondían detrás de aquellos combates y mitos (en realidad, los dioses del Olimpo participaban de forma caprichosa en el conflicto, otorgando o negando sus favores a los bandos por simpatías personales). No en vano Homero termina su canto con las honras fúnebres del mayor héroe enemigo de los griegos. Eurípides, siguiendo esa visión, se pregunta por los supervivientes de la ciudad, especialmente por las mujeres troyanas más destacadas, ahora presas del botín caprichoso de los saqueadores. 



Carme Portaceli acepta el riesgo de dirigir el drama de estas reas, encabezadas por Hécuba, viuda del rey Príamo y madre, entre otras, de algunos de los príncipes más destacados durante la guerra. Aitana Sánchez-Gijón presta toda su fuerza y presencia a una persona desgarrada por el dolor, obligada a pasar las peores noches posibles: las que suceden a la dramática entrada de cierto caballo de madera en su ciudad para festejar el final de la lucha y la retirada aquea. El resto es de sobras conocido. Pero, como Portaceli y el libreto bien adaptado por Alberto Conejero y Margarita Borja, pasaron más cosas que desconocemos. El pasado viernes pudimos acompañar esa asamblea de abandonadas de la Fortuna, obligadas a recordar antes de que los caudillos helenos re-escriban su relato. 


La condición y dignidad de Hécuba la llevan a ser la principal receptora de los mensajes de Taltibio, un soldado enemigo que sirve como heraldo de Agamenón, rey de reyes. Nacho Fresneda (de quien ya hemos hablado en este blog por su magnífico trabajo en la serie El Ministerio del Tiempo) encarna a esta figura en constante transformación que arranca la obra con un primer monólogo antes de presentarnos a las protagonistas troyanas. De su frialdad inicial, Taltibio irá empatizando cada vez con estas mujeres desposeídas de todo salvo de su propia capacidad de resistir el sufrimiento. Eurípides, igual que Homero, se niega a festejar la victoria de Grecia sobre los caídos, no caben dudas de dónde están sus simpatías en la obra. 



El montaje destaca por su sencillez y pragmatismo. Una T gigante y tumbada nos anticipa imágenes de la guerra y sus llantos, no necesariamente limitada a las playas troyanas, puesto que la reflexión es válida para cualquier lugar y época. Hay coreografías y danzas que se insertan bien entre los diálogos, sobresaliendo la fuerza de Alba Flores como la princesa Políxena, cuyo valor es tanto físico como metafórico de lo que está ocurriendo en cuanto la hija de Príamo y Hécuba se va transformando en el recuerdo de la felicidad perdida de una ciudad que en un momento se juzgó con acierto como cuna de riquezas y poder. Pero no hay que jactarse de la felicidad hasta el último instante de la vida, pues la suerte es traicionera. 



Un delicado texto funciona a dos niveles. La perspicacia de las mujeres dárdanas brilla en todo momento ante la falta de sensibilidad de sus nuevos dueños. Gabriela Flores da vida a la viuda de Héctor, el gran defensor de la ciudad durante la lucha. Andrómaca, personaje adelantado varias centurias a su tiempo en cuanto a complejidad, es consciente de que su complicidad y feliz relación con su marido son precisamente la causa de que ahora sea codiciada. Todos sus intentos van orientados a intentar proteger a su hijo, puesto que la descendencia de los héroes suele ser mirada con recelo por sus asesinos. 


Ni siquiera en horas tan bajas podrá presidir la concordia entre esas heroínas que aguardan saber en qué nave partirán para alejarse por siempre de las cenizas de Troya. Irene Arcos (quien se reparte generosamente el papel con su compañera y amiga Maggie Civantos) encarna perfectamente a Helena, aquella por cuyo rostro mil barcos zarparon. Tachada de la causante de la lucha por los griegos al haber abandonado a su marido, Menelao de Esparta, tampoco encuentra acomodo entre las troyanas, las cuales la juzgan como esa ramera que embaucó a Paris para traer la desdicha a sus conciudadanos. Sus enfrentamientos con Hécuba son tremendos y, como bien acierta a apuntar la espartana, queda claro que ella fue el invento de los conquistadores para justificar su acción. Es un acierto pleno de la dirección modificar aquí la escena original para mejorarla todavía más, quitando al hermano de Agamenón de la ecuación para que sea un duelo de reinas que lo han perdido todo. 



Tampoco son mejores las cosas entre sus compatriotas para Briseida (Míriam Iscla), también obligada a quedar en tierra de nadie. Objeto del capricho lascivo de Aquiles y su comandante, no recibe compasión a su regreso. Deja la sensación de que cada una de las integrantes de este círculo de proscritas arrastra su propia maldición. La última (pero no menos importante) de ellas es Pepa López como Casandra, la preclara adivina, quien marcará el terrible camino de la venganza. Desoída de sus premoniciones durante la lucha, aprovechará la prepotencia vencedora para empezar a urdir la caída de la Casa de los Atridas de Micenas. 



Eurípides no se dejó seducir por la conquista, la cual presenta como caldo de cultivo para la hybris (soberbia). Ulises, secundario de lujo en La Ilíada y héroe audaz en La Odisea, se ve aquí transformado en la arrogancia de un Consejo de soberanos poco magnánimos, crueles y despóticos, capaces de temer la sombra de apenas un niño pequeño. Con un fantástico elenco, el círculo de estas damas troyanas volvió a ser puesto de rabiosa actualidad. Salimos del teatro impregnados de esos nombres y las cenizas de Troya. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-Teatro Góngora de Córdoba, función Troyanas del día 16 de marzo de 2018 [Fotografía tomada por el autor del blog]. 



-Programa Troyanas del Teatro Góngora de Córdoba, función del día 16 de marzo de 2018 [Fotografía realizada por el autor del blog]. 



-Teatro Góngora de Córdoba, función Troyanas del día 16 de marzo de 2018 [Fotografía tomada por el autor del blog]. 

domingo, 11 de marzo de 2018

LAS MÁSCARAS DE BERGERAC


Las palabras nos permiten ser otras personas. Una alteridad, la capacidad de transformarnos en más valientes de lo que somos, dispuestos a vivir otras vidas. Alberto Castrillo Ferrer considera que hay pocas cosas más teatrales que esa acción de disfrazarse así; siguiendo esos pasos, pocos personajes en la literatura han sido más criaturas nacidas para el escenario que Cyrano de Bergerac, el pasional protagonista de la célebre obra del mismo título, escrita por Edmond Rostand. Un libreto plagado de romanticismo en su expresión más pura, adaptado por el propio Ferrer para una nueva representación. 



Ferrer y Carlota Pérez Reverte cuentan para esta versión con una voz que nunca puede ser subestimada: la de José Luis Gil. Desde la entrada al teatro cordobés, ya se escucha ese tono familiar y dicción casi perfecta, animando al respetable a abandonar el mundo de la prosa y las teclas del exigente móvil para prestar atención únicamente al escenario. Pero hay algo más que oficio en su arte. Se nota que el intérprete tiene pasión por Cyrano, un cariño que le surgió desde que vio la versión de gran Julio Núñez. Hace décadas, Gérard Depardieu se ganó justos laureles cinematográficos haciendo de este falso fanfarrón con corazón de oro, agotado por el desamor pero incapaz de rendirse. Desde ahora, la figura de Gil se coloca como otro de los brillantes alter egos del espadachín. 



Son muchas las armas de las que dispone el actor, incluyendo su amplia experiencia como doblador (que va de registros tan variados como John Ritter en Apartamento para tres o Buzz Light Year), ¿quién mejor para saber colocarse bajo la máscara del otro? Cyrano habrá de hacerlo a través del joven y apuesto soldado gascón Christian (Álex Gadea), a quien asesora, ayuda y presta su afilada pluma para intentar conquistar el corazón de Roxane (Ana Ruiz), prima del propio Cyrano, de quien siempre ha estado profundamente enamorado. 



No obstante, pese a su rápido verbo y sensibilidad poética, Cyrano pierde cualquier asomo de elocuencia cuando su enfrenta a su hermosa pariente. Prefiere ocultarse, ayudar a Christian para recoger, aunque sean, las migajas que arroje ese romance. El gran mérito de Rostand fue no presentar un mundo de claros y oscuros, admitiendo siempre el tono gris. A pesar de tener la ventaja del físico, el joven gascón no es una persona carente de honor, conforme avance su relación, irá surgiendo en su alma la duda de si no es un impostor con suerte, incapaz de llegar a Roxane por sus propios méritos. 



Y es precisamente sobre la dama en cuestión donde radica la grandeza de esta obra. La gran duda que tenemos conforme avanzan las escenas es si sus palabras son verdad. Ella afirmará en varias ocasiones que querría a Christian aunque perdiese su apariencia, pues son sus versos y alma las que la cautivan antes que cualquier otra cosa. De ser ciertas esas afirmaciones, Cyrano se habría condenado a sí mismo a no saborear un amor del que se ha hecho acreedor. De haber sido simplemente otra bella parisina más, Roxane nunca habría podido provocar esas emociones.  



La escenografía planteada por Alejandro Andújar y Enric Planas se nos muestra ingeniosa, capaz de llevarnos al balcón de Roxane (qué juego han dado desde que os descubrió Shakespeare para las escenas románticas) o a un enfrentamiento con las tropas españolas en apenas unos segundos. Nicolás Fitschel juega con las luces para iluminar a la joven pareja y sumir en la reflexiva sombra a Cyrano. Vestuario y recursos armonizan con el mimo que caracteriza esta exigente puesta en escena de más de dos horas, donde nunca se nos ocurre mirar el reloj.  


Gil nos lleva en volandas sobre el torbellino de emociones de la compleja personalidad del guerrero de Bergerac, con todo el talento del mundo a sus pies y sometido al complejo que le acarrea mirar en el espejo su desproporcionada nariz. Aunque pasen desapercibidas ante la elocuencia de los versos, hay que destacar las coreografías de esgrima planteadas por Jesús Esperanza, realmente excelente, puesto que, al igual que cierto ingenioso hidalgo al que Cyrano admira, el héroe es capaz de lanzarse contra gigantes. 



Nuestro gran protagonista cuenta con el apoyo lujoso de un elenco esencial y generoso: Carlos Heredia como el taimado y protegido pariente del cardenal Richelieu nos demuestra que los villanos pueden (y deben) tener aristas, Nacho Rubio da presencia y fuste al capitán de los gascones (con un número musical exquisito, por cierto), Rocío Calvo resuelve su camaleónica papeleta, pasando de un papel a otro sin ninguna clase de problema, y Ricardo Joven envuelve de ternura al maestro pastelero que es uno de los pocos parisinos capaz de llamar amigo a Cyrano. 



Llegamos al último acto con la tristeza del desenlace y, todavía peor, el saber que esta cuidada obra se termina, esa que ha alternado risa y llanto con tanta delicadeza. Modestamente desde este blog, se rogaría que cuando terminen su gira, el equipo permita grabar la última función. Esta clase de experiencias, como las cartas de amor de Cyrano a su amada prima, nunca deberían caer en el riesgo del olvido. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-Función Cyrano de Bergerac del día 10 de marzo de 2018, Teatro Góngora (Córdoba) [Fotografía realizada por el autor del blog]



-Programa Cyrano de Bergerac, función del 10 de marzo de 2018, Teatro Góngora (Córdoba). 



-Función Cyrano de Bergerac del día 10 de marzo de 2018, Teatro Góngora (Córdoba) [Fotografía realizada por el autor del blog]

domingo, 4 de marzo de 2018

RIVALES


Deja la sensación de que todo está cuidado. Desde los créditos iniciales nos damos cuenta de que las personas responsables de Feud (2017) han hecho los deberes antes de ponerse a exponer. La idea resultaba muy atractiva: un programa que repasaría algunas de las rivalidades más míticas. Además, cada temporada traería un enfrentamiento distinto para evitar agotar al público. El primer plato servido por la cadena FX Network no podía resultar más apetecible al paladar: la complicada relación de dos de las mejores actrices de su tiempo: Joan Crawford y Bette Davis. 



Ambas compartieron (entre muchos arañazos de por medio) el éxito en la película ¿Qué fue de Baby Jane? (1962), una joya del séptimo arte que, además, relanzó la carrera de ambas cuando las productoras daban de lado a ambas mujeres, acusadas de "viejas glorias". En sí ya era material para un biopic apañado y de circunstancias. Pero no se dejen engañar por las apariencias. Hay mucho más oculto, una serie aguda la creada por Ryan Murphy y un equipo de guionistas de primer orden (Jaffe Cohen, Michael Zam y Tim Minear). 



Dentro de un casting brillante, más propio de un gran producto de Hollywood que de una mini-serie, encontramos a Susan Sarandon encarnando a la protagonista de La loba (1941) y Jessica Lange como una de las primeras grandes estrellas de la Metro. Por separado, dos formidables actrices. Juntas, la química Sarandon-Lange eleva el nivel de cualquier escena a unos límites increíbles. La caracterización que ofrece cada una de ellas está repleta de matices, enriqueciendo cualquier posible revisionado. Acompañan secundarios de lujo como Alfred Molina ejerciendo de Robert Aldrich, director hoy considerado de lujo, pero muy ninguneado por los estudios en aquel tiempo, relegado a proyectos de serie B. 


El rodaje pronto alcanzó aureola de mito. El choque de personalidades era granito abrasado por volcán, además de una campaña publicitaria generada alrededor para llenar la prensa más amarillenta, dominada con mano de hierro y pluma viperina por parte de Hedda Hopper (Judy Davis). Presas de una industria donde las intérpretes se volvían invisibles al cumplir determinada edad, Crawford y Davis sirven de metáfora de una época distinta (aunque no tan lejana en algunos comportamientos). Ese sentimiento está bien reflejado en la firme dirección que aportan Gwyneth Horder-Payton y Helen Hunt, entre otras aportaciones de gran nivel detrás de las cámaras. 



Stanley Tucci, multi-usos del proyecto para dar garra y clase a cualquier papel, encarna a Jack Warner, una demostración de la forma de proceder y enfocar a quienes, lejos de tener el rango de iconos del celuloide que hoy poseen, eran vistas como dos figuras vetustas atrapadas en una pelea de gatas. Sarandon capta a la perfección la aguda inteligencia en escena de miss Davis, alguien con una competitividad feroz en la industria pero capaz de reconocer el talento ajeno. Hay una escena muy significativa cuando ve en audición al personaje de Dominic Burgess, a quien ha despreciado inicialmente por excéntrico. Le bastan unos segundos para comprender que es el compañero de secuencia ideal y se convierte en su defensora incluso en las circunstancias más tensas. 



Lange da vida a una mujer que, en la cúspide de su belleza, tuvo a público y crítica a sus pies. Ahora se enfrenta al más descarnado ostracismo, a ese elocuente título que la traducción libre castellana dio a una obra maestra de Billy Wilder: El crepúsculo de los dioses. Bajo la torre de marfil hay una persona con pasado turbio y herida, frágil en su ego a pesar de su trayectoria impresionante. Su paradoja es moverse entre el deseo de recibir el respeto y halago de su compañera de función y volcar sobre ella revanchas y viejas afrentas. 


In memoriam antes que damnatio memoriae, Feud es un programa que rezuma inteligencia y respeto por la perspicacia de su audiencia. Ni lo bueno ni malo se omite de estas dos artistas y sus contextos vitales. Diálogos ingeniosos y actuaciones que los sobrepasan (incluso hay lujos como contar en la reserva con presencias como Catherine Zeta Jones o Kathy Bates). Con polémicas y escándalos a las espaldas de aquella colaboración, el argumento apuesta por explicar sin juzgar. Todo se presenta perfectamente envuelto y confiando en el jurado que lo observe sin prejuicios. 



La apuesta es audaz hasta el punto de que no se limita a ¿Qué fue de Baby Jane? Puesto que todo acto tiene consecuencias, se profundiza a lo largo de varios episodios en los efectos que tuvo aquel éxito y el antagonismo generado a través de él. Se busca una especie de última cena con los fantasmas del pasado de ambas damas. La capacidad de síntesis y narración es tan brillante que no solamente nos explican ese drama, hay tiempo y espacio para brindar subtramas y arcos de la talla del de Pauline Jameson (Alison Wright), verdadera pionera y luchadora por demostrar que es capaz de ponerse detrás de una cámara. Los momentos compartidos en pantalla de Wirght y Molina son una verdadera delicia. 



Feud nos abandona con el suspiro que nos provoca querer volver a esa sensación que nos deja en sus ocho entregas magistrales. Solamente tienen una pega cara a futuras entregas: va a ser altamente complicado que nos traigan algún duelo de igual voltaje y carisma al protagonizado por esta pareja. Sarandon y Lange cierran la puerta tras hacer el mejor homenaje posible a las dos rivales. 



BIBLIOGRAFÍA:



-BALMORI, G., Bette & Joan: Ambición ciega, Notorious Ediciones, Madrid, 2017.



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-http://www.homorazzi.com/article/feud-bette-and-joan-season-1-title-sequence-theme-song/



-https://www.express.co.uk/showbiz/tv-radio/814499/Feud-Bette-Davis-Joan-Crawford-programme-BBC-Two-UK



-http://www.vulture.com/2017/04/feud-bette-joan-recap-season-1-episode-8.html