sábado, 24 de noviembre de 2012

UN TIGRE DE CHAMBERI

 

Que Santiago Segura es un tipo singular dentro del cine español nadie lo puede dudar. Si el éxito es que hablen de uno, ya sea bien o mal, muy pocos en el no muy halagüeño paronama de la industria, han tenido su repercusión en los últimos años. De cualquier modo, admiradores y detractores del creador de Torrente, no dudarían en ponerse de acuerdo de que si hay una deuda que el séptimo arte tiene con él, fue recuperar para la palestra a Tony Leblanc.
 
 
 
No hubiera sido justo que no hubiese tenido aquellos últimos tres momentos en el candelero. Segura, que veneraba dos cosas del legado anterior, las joyas de Berlanga y los increíbles actores cómicos de las décadas de los 50 y 60 (tristemente malgastados en muchos casos en proyectos censurados o acotados en argumentos medidos por una península de miras pequeñas y acomplejada), mimaba y protegía a este artista que nació en el Museo del Prado. En ocasiones, el kismet parece tener cierto sentido de la justicia, no viene mal ampararse a ello en los tiempos que corren.
 
 
 
 
Suena extraño pensar que no volvamos a ver a este pícaro madrileño que hubiera podido andar sin problemas interpretando un escrito de Quevedo como "El Buscón", o, por qué no, robando quesos cerca de Tormes. Ante semejantes tramposos (uno de sus títulos más populares, junto con Antonio Ozores) de lavia fácil, hay que andarse con cuidado. Quizás Tony ande por alguno de esos barrios de la capital que tanto le gustaban, contando anécdotas y tapeando con verbo fino y exquisito gusto entre las cartas gastronómicas.
 
 
 
Probablemente si hay que asociarle a un género, qué duda cabe, la comedia fue su caballo de batalla. Ya fuese convenciendo a José Luis Ozores (excelente actor nacido antes de tiempo y fallecido muy prematuramente) de que era un verdadero tigre de Chamberi, o como el más puro de los showman televisivos. En esta faceta, Leblanc fue un auténtico pionero que dejó creaciones originales y singulares, siempre contando con la complicidad del público.
 
 
 
Se dice que está de moda últimamente hablar bien de los fallecidos, pero como dijo en una ocasión Rafael Álvarez "El Brujo": Hay muertos y muertos, señor Monteverde, y éste, era de primera. La desaparición de Leblanc marca como se van extinguiendo algunas de las luces más brillantes de toda una generación. No hace tanto se iba el padrino bufalo o ese mal llamado secundario de personalidad arrolladora, V. Alexandre, o Agustín González (dioses, el mejor Superintendente Vicente que nunca se pudo concebir, pecado que ningún director de casting pensase en él)... Y tantos otros. Tipos únicos, graciosos y singulares, que, efectivamente, en no pocos casos tuvieron que perseguir suecas en películas destapadas que hoy por hoy tienen poco de risa y menos de picantes...
 
 
 
Pero aún hoy, cuando alguna cadena te rescata alguna de esas piezas arqueológicas, te sorprendes a ti mismo riéndote a mandíbula batiente, porque en aquel despropósito, tipos como Tony Leblanc se marcaban algo improvisado que elevaba la media en progresión geométrica. Y eso lo han sabido quienes han buceado en su carrera, como "Cruz y Raya", los cuales, cuando le invitaron años atrás, en una entrañable entrevista, no dudaban en rendir pleitesía a uno de sus adelantados pioneros. Porque era imposible entender la evolución sin gente como este madrileño de pura cepa...



No sale estar triste después de una carrera como la de este galán de eterna sonrisa en la cara. 90 años vividos con talento, gracia y arte... nacido en el Museo del Prado, no me cuesta imaginar que cerca de algún Velázquez. De casta, dicen, le viene al galgo.

sábado, 17 de noviembre de 2012

SECRETOS DENTRO DE SECRETOS

 
 
A muchos les hubiera costado reconocer el símbolo. Entre el final de la II Guerra Mundial y 1972 habían acontecido muchas cosas en el país de las barras y estrellas. Objeto de reparto barato, sencillo y cómodo en los cines, los cómics-books eran un vehículo de distracción muy necesario en el clima bélico que siguió a la entrada en guerra tras Pearl Harbor. Eran necesarios héroes, aunque fuera en las viñetas. El propio Superman voló para golpear a Adolf Hitler en Berlín, mientras que dos autores de ascendencia judía, J. Simon y Jack Kirby, creaban al Capitán América (aunque ambos eran ingeniosos, no se devanaron los seos en el nombre). Poco importaban las ridículas mallas y el escudito frente a metralletas del Eje, pese a las dificultades, Steve Rogers (la identidad pública del héroe) pertenecía junto con sus autores a la generación del tío Sam y la tarta de Manzana. Eran triunfadores.
 
 
 
 
Durante la década de los 70, los Estados Unidos se mantenían en el liderazgo económico y político de lo que podríamos llamar el mundo occidental. Tras Yalta el mundo se había dividido en un telón de acero, pero nadie podía dudar que el país que por aquel entonces presidía Richard Nixon, era un gigante. Un titán, que no dejaba de tener grietas por todas partes. En una nueva compañía, Marvel, el inefable capitán seguía haciendo acrobacias por la libertad, aunque ahora mandaba en sus guiones un joven llamado Steve Englehart. Miembro de una generación que había visto Harlem arder, morir a un presidente y entrar a su idílico país en el infierno de Vietnam, Englehart no pertenecía a una casta de triunfadores. Sin embargo, su mundo era más real, gris, como sucedía en el día a día.
 
 
 
 
 
Probablemente fuera de las fronteras norteamericanas, las desventuras de Steve Rogers sean las que más ampollas generen, no solamente entre el público comiquero, si no en global. Cierta sensación de atávico impregna la manera de ver al personaje patriótico y uniformado, igual que acontecía en la película de Mel Gibson en "El patriota", ante tanta bondad y "mi país es maravilloso", un espectador atento no hará otra cosa que encender las alarmas. Buena parte de eso había, pero sagas como la que hoy ocupa nuestro blog, hacen permitir albergar esperanzas y el beneficio de la duda.
 
 
 
Con mucha fortuna, de la mano de la fortaleza del trazo de Kirby y su fecunda sociedad con Stan Lee, el veterano de la II Guerra Mundial había vuelto por la puerta grande tras pasarse congelado unas cuantas décadas. Nadie quiso plantearse por qué en la Guerra Fría la Compañía Timely había sacado al bueno del capitán atizando a malísimos comunistas, corriendo un (es) túpido velo... Hasta que llegó Englehart, indudablemente en el mejor momento de su carrera y con muchas cosas que contar, cierto ritmo hippy en una canción country que empezaba a sonar rayada.
 
 
 
 
De la mano de un dibujante tan competente como Sal Buscema, el nuevo equipo creativo buscó darle lógica a algo tan incoherente como el trillado camino súper-heroico. Rogers se encontraría al fin con la otra América que estaba lejos del encanto (innegable por otra parte) de las cintas de Frank Capra ("Caballero sin espada"). Atrás quedaban aventuras a lo James Bond, con hermosas espías, trajes a medida y finales felices. Empezaban a aparecer calles sucias, movimientos estudiantiles, la minoría afro-americana, el testigo silencioso a quien aún quedaba mucho tiempo para ver reconocidos sus derechos civiles... Las páginas decaían en tortazos, pero ganaban en interés.
 
 
 
Los dos movimientos maestros de Englehart fueron solucionar la paranoia del comunismo y El Imperio Secreto. En el primer caso, se las ingenió para darle sentido a lo que no lo tenía, mostrando que el ejército había vuelto a crear el suero del súper-soldado tras la desaparición del primer soldado universal (afortunadamente para los romanos, Panorámix nunca difundió con tal alegría la receta de su poción), quedando eso sí, fallos con respecto al modelo original que se tradujeron en un nuevo héroe aquejado de terribles obsesiones... (simpática manera de recordar una cosa que se llamó caza de brujas y acabó con algún ilustre intelectual en el exilio y no pocos dramas personales que, por desconocidos y terrenales, no dejaban de ser dramáticos).
 
 
 
Esta caída de Damasco de Rogers, en el ojo del huracán, le obligó a mirarse en el espejo y a empezar a comprender que los días de gloria se habían ido... o que quizás nunca existieron. La Operación Fénix que sonaba a macro-saga de Iron Man, era una realidad que había ensangrentado la CIA en América Latina, como si la Guerra Fría justificase jugar al ajedrez con todo un continente. Diálogos con objetores de conciencia y un tamiz adulto que convirtieron al "primer vengador" en uno de los cómics más revindicativos de su tiempo (aunque el mérito de Englehart fue no cargarlos de moralina):
 
 
 
 
Punto final de aquella brillante etapa de esta pareja sería el Imperio Secreto, gestado a raíz del escándalo acontecido en el hotel Watergate (que recientemente fue recuperado en una película, "Nixon contra Frost"). Aquel escándalo periodístico mostró una serie de vergúenzas que el american way of life había guardado como un cadáver en el armario. Existía el espionaje político, los chantajes, se había bombardeado y el propio presidente Nixon se veía salpicado hasta el extremo en dichas operaciones. Camelot se estaba mostrando como un edificio más.
 
 
 
 
Aún hoy, sigue resultando un cómic extraño. A nivel artístico, fue una pena que el entintador, Vince Colletta, estuviera en el crepúsculo de su carrera y ya con problemas de salud. Honesto artesano y pionero de la compañía, su trabajo se veía resentido y estaba alejado del nivel que sí mostró en joyitas como "Tales of Asgard", aunque en un acto que le honraba, Stan Lee, amigo personal del entintador, le mantuvo al pie del cañón. Si Colletta hubiera estado a comienzos de su carrera, el buen trabajo de Sal Buscema se hubiera visto muy reforzado, así como el nivel gráfico de la historia, correcto, pero un poco por debajo del guión.
 
 
 
 
No obstante, sigue siendo un cómic triste y que pese a ello pudo suponer para muchos chavales un descubrimiento de que no era oro todo lo que relucía. Quizás lo que más sobre al Imperio Secreto sean los peajes súper-heroicos (que pueden ser co... s en una batalla galáctica y de mutantes, pero no en un relato que intenta mostrar como un hombre se da cuenta de que se ha convertido en una bandera de usar y tirar por sus mandamases en Washington, algo que ya contó Clint Eastwood a través de una de las más célebres fotografías hechas en cierta isla japonesa).
 
 
 
 
Tal vez, el bueno del capitán Rogers no se hubiera lanzado a esa casa blanca en búsqueda de respuestas... Quizás, arrojó el viejo escudo, pues, como honrado espartano, habría determinado que sus reyes no merecían que volviera sobre él. No en vano, Englehart, en estado de gracia permanente durante su trayectoria en la saga, propuso el que hubiera podido ser el final de uno de los puntales y buques insignias del arte de las viñetas estadounidense...
 
 
 
La vida del nómada, un ronin que se lanzase a descubrir lo mucho que habían perdido durante la victoria que ayudó a lograr
 



Afortunadamente para los marvelianos, volvería. De cualquier modo, no hacía falta ninguna Comisión Warren para comprender que quien verdaderamente estuvo siempre detrás del Imperio Secreto no fue otro que...

domingo, 11 de noviembre de 2012

EL TRAUMA DEL MESÍAS: DUNE

 
 
"Cuando la religión y la política viajan en la misma caravana, lo hacen más rápido". Esta atinada sentencia marca una aguda reflexión, una más de las muchas pronunciada por la princesa Irulan, dama de gran sensibilidad y desprestigiada por la corte de su familia como un moderno emperador Claudio, debido a su incomprensible tendencia a ser callada y escribir sus memorias de gran sensibilidad acerca de la figura de su más ilustre pariente.
 
 
 
La cita está extraída de Dune, indudablemente una de las obras clave a la hora de hablar del género de la ciencia ficción. Creada por Frank Herbert, rechazada por muchas editoriales debido a lo heterodoxo de afrontar un complejo universo de muy difícil re-construcción, elevada hoy a la categoría de clásico, se trata, indudablemente de uno de esos libros que marcan un punto de inflexión en el lector/a que tiene el gusto de encontrarlo.
 
 
 
 
De cualquier modo cada crítica tiene su historia personal y ésta no es la excepción. Recomendada por una persona de absoluta confianza, al empezar a leer "Dune" me encontré con una buena narración y personajes propios del género; pueden imaginarlo, espacio, dinastía nobles enfrentadas, conjuras dentro de conjuras... No obstante, nada me hizo imaginar que iba a terminar tan enganchado una vez llevaba las primeras decenas de páginas. Dune va ganando en una carrera de fondo, sin agotarse con los primeros sprints.
 
 
 
Conforme se produce la caída de la casa del Duque de Leto (quien acuña la excelente frase: Una buena causa no convierte a una guerra en justa), la esposa de éste y su hijo Paul se ven obligados a un involuntario exilio de sus poderosos enemigos Harkonnen, próximos al círculo imperial, siendo acogidos en territorio extraño por los Fremen, una peculiar tribu de carácter casi nómada y cuyo potencial como feroces guerreros está desaprovechado entre gusanos de la arena.
 
 
 
 
A pesar de la tragedia, pareciera que las desventuras han sido beneficiosas para el joven Paul, quien va desarrollando un talento muy especial que le hará ir aumentando puestos entre los peculiares Fremen, quienes terminan bautizándole con otro nombre, el Muad´dib. El protagonista abrazará esa nueva identidad, liderándolos, junto con los supervivientes de su progenitor, comprendiendo muy pronto que aquello que despreciamos puede terminar convirtiéndose en aquello por lo que serás conocido. Empieza a gestarse un clima de fuerte jihad y de venganza contra sus adversarios.




El componente mesiánico tan claramente mostrado por los propios soliloquios mentales de Muad´dib y los agudísimos pasajes de su descendiente Irulan (El problema será cuando yo muera, afirma Paul para su interior, en una sensación de abismo que no costaría nada imaginar en Jesús, Mahoma, Buda o Moisés, entre otros), llevan a quienes se sumergen en la historia a comprender la increíble oleada que está a punto de desencadenarse.




La prosa de Herbert siembra un relato poderosísimo y oscuro, donde el papel de lo místico (la misteriosa Escuela de las Bene Gesseret a la que perteneció la madre del Muad´dib) y lo tecnológico (sobresaliente juego de los avances genéticos y conceptos sumamente interesantes en este hipotético futuro) se entrecruzan para acabar generando un auténtico clímax.
 
 
 
 
No se fíen de mi palabra y no vayan con la pretensión de leer una obra maestra, arqueen la ceja cuando algo no les convezca y no tengan rubor en censurar... acepten la apuesta de Herbert y traten de disfrutar de este rápido viaje en caravana, donde la más tierna sensibilidad y liderazgo conecta con colocar la cabeza de un líder enemigo en una pica.
 
 
 
" Probablemente no haya en nuestra vida un instante más terrible que aquel en que uno descubre que su padre es un hombre... hecho de carne humana" - por la Princesa Irulan, Frases escogida de Muad´dib.
 

domingo, 4 de noviembre de 2012

EL ROMPE-CABEZAS ETERNO

Hay quien imagina que cuando Pandora abrió aquella caja cegada por su curiosidad, todas las Furias y males salieron desatadas de una forma virulenta y absolutamente agresiva. No obstante, a veces subestimamos la capacidad de atracción de lo prohibido. El emperador Claudio imploraba en la novela de Robert Graves, que la ponzoña saliera a la superficie, pero no siempre brota como algo desagradable... sino revestida del atractivo de lo oculto y lo sutil. Sabes que te va a engañar, pero quieres que te engañe... como ocurre con Lauren Bacall en "El sueño eterno".
 
 
 
 
 
Rodada en la década de los 40, The Big Sleep es uno de esos ejemplos de falsos amigos de la censura. Nada en su metraje de casi dos horas, mojadas en pólvora y tabaco, muestra con claridad ninguna cosa subida de tono... pero eso también sucede con esa maravilla llamada "Un tranvía llamado deseo", donde, sin ninguna escena explícita, hay una sexualidad descarnada y pasional que inunda cada diálogo aparentemente inocente. Algo muy semejante acontece con este caso aparentemente simple pero que se va complicando al sagaz Philip Marlowe...
 
 
 
 
 
No obstante, a nadie se le puede escapar que la resolución del mismo importa poco menos que un centavo. Lo interesante de esta adaptación de la famosa novela de Raymond Chandler y dirigida por un clásico entre los clásicos, Howard Haws, no es el maldito caso, que maldita sea la gracia de seguirlo en sus trampas y apartados sin desarrollar, sino la fortísima inter-acción del detective con la adinerada familia corrompida que recurre a sus servicios y que incluye a dos retoñas casi en la frontera de que los griegos, con suavidad, llamaban "muchachas locas".

Marlowe no podía ser encarnado por otro intérprete que H. Bogart, el más ganador de todos los perdedores y el mejor perdedor de todos los triunfadores. Un hombre que de haberle gustado el fútbol tanto como el buen tabaco y el whisky fuerte, habría sido sufrido y devoto colchonero, un abogado de causas perdidas y el único e inimitable Rick en Casablanca (otra cinta que entra dentro de la categoría de películas más grandes que ellas mismas por la imagen mental que suponen para el colectivo). Durante toda su carrera, el tipo de la gabardina, como afirmó Woody Allen en "Sueños de un seductor", fue bajito y feo, pero, era tal su carisma tras aquella peculiar voz, que a nadie le costó imaginarle resolviendo entuertos y seduciendo a algunas de peores femmes fatales del cine negro.
 
 
 
 
 
Y es que Chandler ya jugaba con la idea  de que su protagonista solamente encontrase a las taxistas y bibliotecarias más atractivas de la Historia, lo menos seductor que encuentra Marlowe durante sus indagaciones sería el sueño de verano de muchos galanes un viernes por la noche. Pero no, tampoco quiere Haws poner el acento en la comedia romántica hiperbólica y el juego de seducción de él con ellas y ellas con él, "El sueño eterno" esconde mucho más y muestra poco menos que nada.
 
 
 
 
Inquietantes clientes que pagan a otros por beber, metáfora excelsa del complejo de voyeur de uno de los sospechosos, las drogas, orgías y perversiones de unos y otros, otros con unos y unas para todos... Ante un sistema que no permitiría que libertarios, chicas liberadas, homosexuales y otros herejes se paseasen por la querida ficción del idílico Hollywood, Haws presenta un laberinto del que no tiene ni el trazado ni la solución, pero sí la diversión y el pulso firme de un delicioso rodaje en blanco y negro.


Para una tarde lluviosa y sin nada mejor que hacer, no iría de mal sumergirse en aquella oficina cuando suena un teléfono... tal vez incluso distingan la silueta de una rubio platino tras el cristal donde se ha jurado que mañana quitará el nombre de su antiguo compañero detective disparado en extrañas circunstancias...
 
 
 
 
 
Y, es que hay pocas cosas más sexy que la curiosidad, como bien sabía una Pandora, quizás aburrida en un Olimpo lluvioso...