A muchos les hubiera costado reconocer el símbolo. Entre el final de la II Guerra Mundial y 1972 habían acontecido muchas cosas en el país de las barras y estrellas. Objeto de reparto barato, sencillo y cómodo en los cines, los cómics-books eran un vehículo de distracción muy necesario en el clima bélico que siguió a la entrada en guerra tras Pearl Harbor. Eran necesarios héroes, aunque fuera en las viñetas. El propio Superman voló para golpear a Adolf Hitler en Berlín, mientras que dos autores de ascendencia judía, J. Simon y Jack Kirby, creaban al Capitán América (aunque ambos eran ingeniosos, no se devanaron los seos en el nombre). Poco importaban las ridículas mallas y el escudito frente a metralletas del Eje, pese a las dificultades, Steve Rogers (la identidad pública del héroe) pertenecía junto con sus autores a la generación del tío Sam y la tarta de Manzana. Eran triunfadores.
Durante la década de los 70, los Estados Unidos se mantenían en el liderazgo económico y político de lo que podríamos llamar el mundo occidental. Tras Yalta el mundo se había dividido en un telón de acero, pero nadie podía dudar que el país que por aquel entonces presidía Richard Nixon, era un gigante. Un titán, que no dejaba de tener grietas por todas partes. En una nueva compañía, Marvel, el inefable capitán seguía haciendo acrobacias por la libertad, aunque ahora mandaba en sus guiones un joven llamado Steve Englehart. Miembro de una generación que había visto Harlem arder, morir a un presidente y entrar a su idílico país en el infierno de Vietnam, Englehart no pertenecía a una casta de triunfadores. Sin embargo, su mundo era más real, gris, como sucedía en el día a día.
Probablemente fuera de las fronteras norteamericanas, las desventuras de Steve Rogers sean las que más ampollas generen, no solamente entre el público comiquero, si no en global. Cierta sensación de atávico impregna la manera de ver al personaje patriótico y uniformado, igual que acontecía en la película de Mel Gibson en "El patriota", ante tanta bondad y "mi país es maravilloso", un espectador atento no hará otra cosa que encender las alarmas. Buena parte de eso había, pero sagas como la que hoy ocupa nuestro blog, hacen permitir albergar esperanzas y el beneficio de la duda.
Con mucha fortuna, de la mano de la fortaleza del trazo de Kirby y su fecunda sociedad con Stan Lee, el veterano de la II Guerra Mundial había vuelto por la puerta grande tras pasarse congelado unas cuantas décadas. Nadie quiso plantearse por qué en la Guerra Fría la Compañía Timely había sacado al bueno del capitán atizando a malísimos comunistas, corriendo un (es) túpido velo... Hasta que llegó Englehart, indudablemente en el mejor momento de su carrera y con muchas cosas que contar, cierto ritmo hippy en una canción country que empezaba a sonar rayada.
De la mano de un dibujante tan competente como Sal Buscema, el nuevo equipo creativo buscó darle lógica a algo tan incoherente como el trillado camino súper-heroico. Rogers se encontraría al fin con la otra América que estaba lejos del encanto (innegable por otra parte) de las cintas de Frank Capra ("Caballero sin espada"). Atrás quedaban aventuras a lo James Bond, con hermosas espías, trajes a medida y finales felices. Empezaban a aparecer calles sucias, movimientos estudiantiles, la minoría afro-americana, el testigo silencioso a quien aún quedaba mucho tiempo para ver reconocidos sus derechos civiles... Las páginas decaían en tortazos, pero ganaban en interés.
Los dos movimientos maestros de Englehart fueron solucionar la paranoia del comunismo y El Imperio Secreto. En el primer caso, se las ingenió para darle sentido a lo que no lo tenía, mostrando que el ejército había vuelto a crear el suero del súper-soldado tras la desaparición del primer soldado universal (afortunadamente para los romanos, Panorámix nunca difundió con tal alegría la receta de su poción), quedando eso sí, fallos con respecto al modelo original que se tradujeron en un nuevo héroe aquejado de terribles obsesiones... (simpática manera de recordar una cosa que se llamó caza de brujas y acabó con algún ilustre intelectual en el exilio y no pocos dramas personales que, por desconocidos y terrenales, no dejaban de ser dramáticos).
Esta caída de Damasco de Rogers, en el ojo del huracán, le obligó a mirarse en el espejo y a empezar a comprender que los días de gloria se habían ido... o que quizás nunca existieron. La Operación Fénix que sonaba a macro-saga de Iron Man, era una realidad que había ensangrentado la CIA en América Latina, como si la Guerra Fría justificase jugar al ajedrez con todo un continente. Diálogos con objetores de conciencia y un tamiz adulto que convirtieron al "primer vengador" en uno de los cómics más revindicativos de su tiempo (aunque el mérito de Englehart fue no cargarlos de moralina):
Punto final de aquella brillante etapa de esta pareja sería el Imperio Secreto, gestado a raíz del escándalo acontecido en el hotel Watergate (que recientemente fue recuperado en una película, "Nixon contra Frost"). Aquel escándalo periodístico mostró una serie de vergúenzas que el american way of life había guardado como un cadáver en el armario. Existía el espionaje político, los chantajes, se había bombardeado y el propio presidente Nixon se veía salpicado hasta el extremo en dichas operaciones. Camelot se estaba mostrando como un edificio más.
Aún hoy, sigue resultando un cómic extraño. A nivel artístico, fue una pena que el entintador, Vince Colletta, estuviera en el crepúsculo de su carrera y ya con problemas de salud. Honesto artesano y pionero de la compañía, su trabajo se veía resentido y estaba alejado del nivel que sí mostró en joyitas como "Tales of Asgard", aunque en un acto que le honraba, Stan Lee, amigo personal del entintador, le mantuvo al pie del cañón. Si Colletta hubiera estado a comienzos de su carrera, el buen trabajo de Sal Buscema se hubiera visto muy reforzado, así como el nivel gráfico de la historia, correcto, pero un poco por debajo del guión.
No obstante, sigue siendo un cómic triste y que pese a ello pudo suponer para muchos chavales un descubrimiento de que no era oro todo lo que relucía. Quizás lo que más sobre al Imperio Secreto sean los peajes súper-heroicos (que pueden ser co... s en una batalla galáctica y de mutantes, pero no en un relato que intenta mostrar como un hombre se da cuenta de que se ha convertido en una bandera de usar y tirar por sus mandamases en Washington, algo que ya contó Clint Eastwood a través de una de las más célebres fotografías hechas en cierta isla japonesa).
Tal vez, el bueno del capitán Rogers no se hubiera lanzado a esa casa blanca en búsqueda de respuestas... Quizás, arrojó el viejo escudo, pues, como honrado espartano, habría determinado que sus reyes no merecían que volviera sobre él. No en vano, Englehart, en estado de gracia permanente durante su trayectoria en la saga, propuso el que hubiera podido ser el final de uno de los puntales y buques insignias del arte de las viñetas estadounidense...
La vida del nómada, un ronin que se lanzase a descubrir lo mucho que habían perdido durante la victoria que ayudó a lograr
Afortunadamente para los marvelianos, volvería. De cualquier modo, no hacía falta ninguna Comisión Warren para comprender que quien verdaderamente estuvo siempre detrás del Imperio Secreto no fue otro que...
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