Autora: Colleen McCullough.
Título: La canción de Troya/ The song of Troy.
Hora era ya de dejarse caer por este blog, que no está abandonado, aunque veces parezca en empeñarme a dar entender que sí. Tocaba libro, ahora que el mercado se encuentra revolucionado por la venida de una revisión del mito de Drácula (¿respuesta de los seguidores de los clásicos a la arrolladora "Crepúsculo"?) por parte de un biznieto del admirado Stoker, en colaboración con un historiador (finalmente parece que el ilustre gremio con el que sueño pertenecer algún día, sirve para algo).
Más antigua y conmocionadora, pero excelente para una tarde aburrida de domingo como por ejemplo ésta que hoy me invade, sería La Canción de Troya. Colleen McCullough no debería necesitar presentación entre los amigos de los culebrones, pues su obra desembocó en una serie muy famosa que se llamó "El Pájaro Espino", que aunque hoy veríamos como un program matinal de fin de semana, armó su revuelo en una época más inocente y conservadora.
Después, me sorprendió saber que esa misma McCullough era la autora de un ciclo novelesco maravilloso sobre la Roma Tardorrepublicana, repleto de erudición, aventuras, romance, campañas bélicas y por supuesto, la subjetividad de la autra perfilando a determinados personajes. Tan encantado quedé con esa pentalogía (que se ha ido ampliando), que no dudé en encargar una edición de bolsillo cuando me enteré de que esa misma escritora, que se estaba tornando en una de mis favoritas, había tratado una leyenda que a mí siempre me ha gustado mucho desde chico: Troya.
Lo cierto es que me parece que una bibliografía que creásemos sobre gente que de una manera a tocado las tierras de Ilión, debería poder llegar a ser una columna digna de Goliat. Por ende, si vuelves a interesar con este tema, debes haber dado un nuevo enfoque, en el caso de McCullough, trata de quitar a dioses y poderes divinos de en medio. Sin embargo, al contrario que otras obras, no desmonta el mito homérico, es tremendamente respetuosa con él y también con obras posteriores como La Eneida. Los seres del Olimpo son constantes, pero en el plano espiritual y mental, ya que los protagonistas creen en ellos y creen ver su mano en actos que son enteramente suyos.
Ya sin fascinación por este mito que siempre me ha gustado tanto (podríamos también de las connotaciones de Troya como histórica y hasta su faceta en la Arqueología desde Schliemann, pero no me gustaría hoy meterme en deformaciones profesionales), reconozco que en relecturas, la obra tarda en arrancar. No tanto por la conmovedora figura del rey Príamo, el último monarca de la ciudad de amplias calles, sino por la sucesión de personajes, antepasado, sacerdotes y reyes que probárán la paciencia del lector. Si se supera eso, a partir e que los Aquiles y cía lleguen a la vida adulta, nos encontraremos con una trepidante inventiva de la pluma de nuestra autora.
En los perfiles de personajes, sobresale Ulises de Ítaca, el fecundo en ardides y engaños. El favorito de Atenea es con mucho el actor más interesante del drama,inteligente, tiene una mente pragmática de un hombre del siglo XXI, es un hombre que explota la supersticiones de los demás. Su descubrimiento de la forma de atar a la exuberante Helena y sus pretendientes en un pacto es sublime, su visión de la guerra adelantada a todos y, algo extrañísimo, capaz de ser familiar y entrañable en su vida privada, pero implacable y cruel en la campaña. Ulises es la sombra que se proyecta y el gran manipulador de voluntades, además de un maestro de epías, muy por encima en talento de Meneleao y Agamenón, marido ofendido y jefe de la expedición respectivamente.
Si el carisma del esposo de Penélope (a quien Agamenón llega a decir: "Que los dioses se apiaden de sirenas, monstruos y cíclopes si tienen que tratar contigo en el futuro") lo permite, el desarrollo de otros personajes es también muy notable. Helena, que al fin se nos revele como la mujerona despreocupada, que escondía bajo la falda una calculadora (perdón por robarle a Sabina la metáfora), como yo particuarmente siempre había sospechado. Paris es una especie de Apolo enamorado de sí mismo en un espejo, incapaz de contener la destrucción que ha desencadenado. Si el romance a veces se ha presentado como una maravillosa historia de amor entre dos culturas, Colleen McCullough apuesta por una pasión física tan intensa como efímera, una vez se apaga, pero el daño ya está hecho. ¿Con qué fórmula nos quedamos? Mejor nos quedamos con las dos y así tenemos más libros para leer en la recámara.
En lo que se refiere a los dos antagonistas por excelencia, Aquiles y Héctor, no encontraremos muchas sorpresas. Homero el de las palabras aladas ya dejó todo lo que debía decir (probablemente fuese el personaje preferido del poeta, que cierra el poema con sus funerales) sobre Héctor, el valiente, testarudo, impetuoso pero noble príncipe troyano. Entre egoístas geniales como Eneas, Néstor o el propio Ulises, Héctor es admirable por su valentía en la lucha y su tremenda inocencia. Su combate con el gigantón Áyax, único personaje equiparable a él en coraje e inutilidad en los entresijos de la corte, es un momento que recuerda al mejor relato bélico, el choque de dos leones en la arena y bajo una muralla, donde el honor y la honradez se dan la mano. El empate sellado con un conmovedor intercambio de armas, finalizará siendo funesto para ambos.
Distinto es el atormentado Aquiles, obsesionado con emular a su padre, maldito por su misteriosa madre Tetis, bendecido con el don de matar si es que eso es posible y de labios secos. Su figura inquieta, su egocentrismo asombra. La relación con Patroclo sufre un giro, siendo el segundo el que más entrega en la devoción al otro, demasiado prendado de sí mismo, obsesionado con gloria y fortuna. No será hasta que se encuentre con Héctor, el rival perfecto, cuando el de los pies ligeros tomé conciencia de sí mismos. Tras el duelo, la sombra y la muerte, un nuevo y fortuito encuentro con la reina de las guerreras y la desaparicón. Versión tras versión, la lección de Troya sigue siendo la misma, mueren los mejores, los que se arriesgan, sufren las viudas que aman (como Andrómaca, Briseida o Hécuba), mientras que prevalecen los taimados y los que se ayudan a sí mismos.
En ocasiones se ha vendido, por ser uno de sus trabajos más recientes, "La canción de Troya" como la ópera prima de esta escritora. No lo considero así, una vez superada la fascinación que supone leerla por primera vez. Su narración sigue siendo rápida, ágil y amena, a la par que la estructura escogida (narración en primera persona de algún personaje, siempre alternativo) la más recomendable. El problema para que le quitemos, o por lo menos yo muy subjetivamente puntos, es un final un poco desangelado, que me recuerdo al un poco renqueante comienzo al inicio. Los mejor de Troya es el nudo, pero una vez las carismáticas luces de los Aquiles y Héctor desaparecen, el nieto de Peleo no consigue hacernos olvidar al progenitor y Héctor deja un vacío tremendo en los defensores de Troya que solamente Eneas podría cubrir, pero misteriosamente McCullough muestra nulas simpatías por el mítico héroe.
Creo, esto es muy particular, que ha sido un proyecto por capricho en el buen sentido, que le ha apatecido a esta veterana y constratada autora darse un paseo por las playas asiáticas, que no alcanza quizás la majestuosidad de sus recreaciones en Roma, aunque le da giros de tuerca a personajes entrañables y que podríamos decir que son propiedad de todos y de ninguno (Homero no cobra cánones de autor, aunque otros parezcan querer hacerlo sobre Fuenteovejuna como si Lope de Vega les hubiera hecho albaceas antes de suspirar por última vez), por lo que nunca vendrán mal estos revisionados.
Un agradabilísimo libro para matar horas estáticas. Muy recomendable aunque irregular.
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