martes, 16 de agosto de 2016

MIRANDO A LAS ALTURAS (CRÓNICAS DE NY, II DE VII)


Historia de dos ciudades




Entre ciudades cercanas es normal que haya alguna especie de pleito o pique atávico que, en realidad, no tiene la mayor importancia. Todavía a día de hoy, verano parece una época ideal para que sevillanos y cordobeses disputen en cuál de las dos ciudades andaluzas hace más calor; bien mirado, sería una competición que nos interesaría perder a ambos. Incluso la ficción se ha nutrido de este hecho, baste recordar el feudo particular entre Springfield y Shelbyville. En el caso de New York, desde comienzos del pasado siglo ha hallado un especial placer en competir con Chicago a la hora de construir el rascacielos más elevado. 



Este desafío por hacer nuevas torres de Babel provoca la presencia de varios miradores que suelen ser parada recurrente para los turistas. Incluso el cuello corre peligro andando por cualquier calle al intentar distinguir lo que dicen los elevados carteles publicitarios. Como en tantas otras cosas, New York se ha servido del cine para inmortalizar muchos de ellos. Baste rememorar Algo para recordar (1993), comedia romántica que ya era un remake de Tú y yo (1957), donde el Empire State Building juega un papel crucial como punto de encuentro de los enamorados. 



Ahora bien, destierren cualquier espejismo hollywoodiense del chico o la chica corriendo de manera frenética para llegar a tiempo a la cita, frente a ascensores vacíos y escaleras. En el Empire State hay que hacer cola de rigor, pasar de manera obligada por la tienda de regalos (todas están situadas estratégicamente en el monumento en cuestión, money is money) y, descubrir que la idea de esa osada fotografía deberá esperar con paciencia, puesto que hay un centenar de otros visitantes que han tenido esa misma idea en idéntico instante. 


Las seis cabezas de Moloch



Con su inimitable estilo, Enric González definía así al sexteto de deidades económicas (Morgan en los bancos, Carnegie, forjador de acero, Vanderbilt, señor de los ferrocarriles, Astor, desde su trono de especulaciones, Frick, gestor de todo el carbón, y Rockefeller, padre de todos y del petróleo). Fundadores de dinastías que muestran en sus biografías las dos caras de Jano. Sus últimos años como patricios benefactores y embellecedores de New York se alternan con lo implacable de muchos de ellos en sus métodos, siendo estiletes de ese capitalismo darwiniano y feroz. Hagamos parada en Rockefeller Plaza para conocer a a una de estas seis personificaciones de Moloch. 



John D. Rockefeller supo aprovechar la explosión industrial como muy pocos en el país, hasta el punto de que hoy en día uno de sus descendientes sigue dando la bienvenida a los visitantes desde el vídeo antes de subir al ascensor que conduce a The top of the Rock. Otra de las atalayas reconocibles de New York, en un centro financiero donde se alternan tiendas de moda con sedes oficiales con compañías de la difusión de Lego o Nintendo. Incluso el inefable Super Mario cede al consumismo imperante y una estatua dorada del simpático personaje saluda a la entrada a los amantes de los video-juegos. 



Junto con el recuerdo de aquel millonario centenario que descubrió que los oligarcas empresariales deben aliarse en tiempos de crisis (que es cuando las pequeñas compañías caen, pero unos pocos pueden aprovechar para coger las asas del mercado), una fotografía habla también de otro esfuerzo. Es una estampa que encontrarán en cualquier tienda de souvenirs. Un puñado de trabajadores apoyados en una de las vigas, a gran altura, indiferentes al riesgo y a sus escasas medidas de seguridad. Bromean, se pasan tabaco y almuerzan. Probablemente, si les hubiera hablado de mi vértigo me habrían considerado un marciano. Héroes anónimos que son quienes, a fin de cuentas, garantizaron la construcción de muchos de estos edificios. 


Rockefeller Plaza



A pesar de buscarlos infructuosamente, se veía que Tina Fey y Alec Baldwin estaban de vacaciones de la NBC. Y es que, a fin de cuentas, suele considerarse que el momento idóneo para visitar el enclave es en Navidad, cuando la pista de patinaje está en alza y abunda (todavía más) el trasiego de personas con regalos y adornos. 



Desde los miradores pueden apreciarse otras de las torres urbanas, destacando en particular el Edificio Chrysler, con nada menos que 319 metros de altura, muy reconocible por su art déco y cima puntiaguda, reflejo de la época de construcción apasionada de este tipo de rascacielos (las teorías que hubiera podido sacar Freud de toda aquella fiebre). 



Fácil dejarse deslumbrar en tales alturas aunque, como bien advertía J. G. Ballard, tengamos cuidado, no termine siendo cierto que la vida en los rascacielos comienza a ser tan fría como lo que nos sucede en el hormigueo de allí abajo. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES: 



-Fotografía realizada por el propio autor del blog en un restaurante de Little Italy [agosto de 2016]



-Fotografía realizada por el propio autor del blog desde el Empire State Building [agosto de 2016]



-Fotografía realizada por el propio autor del blog en Rockefeller Plaza [agosto de 2016]

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