domingo, 29 de noviembre de 2015

BOLA DE FUEGO


Blancanieves nunca ha lucido más sexy que en esta particular versión del mítico cuento que hoy nos ocupa, Bola de fuego (1941). Dirigida por el versátil Howard Hawks (a quien no se le atragantaba ningún género por específico que fuese), este film es una de esas clásicas comedias a todo gas de Hollywood de la primera mitad del pasado siglo, bien auxiliado por los ingeniosos diálogos de plumas de primera como fueron Billy Wilder, Charles Brackett y Thomas Monroe. Sin duda, se trata de una pieza heterodoxa, divertida y singular. 



La apacible y tranquila vida de un grupo de profesores sabios (en lugar de los enanitos en la mina, ellos trabajan en una mansión común para dar el capricho de una enciclopedia  a una rica mecenas) da un giro cuando irrumpe en su vida Sugar, una bailarina que aprovecha la curiosidad de unos de los inquilinos por su jerga (al ser lingüista, este investigador se da cuenta de que sus estudios van a estar incompletos si no anexa a su recolección la jerga callejera, por lo que empieza a entrevistarse con gente más terrenal y menos abonada al mundo platónico de las ideas). 



Esa cucharada de azúcar al cóctel está personificada por Barbara Stanwyck, una actriz que se iba a inmortalizar con letras de oro por su papel de black widow en Perdición (1944), precisamente a las órdenes de Wilder. Actriz estupenda, Stanwyck imprime de un encanto muy particular a esta dama de cabaret que aprovecha la curiosidad de los sabios para alejarse de una inoportunas pesquisas policiales sobre su novio, un hampón. No es solamente que fuera una mujer bella, se trataba de una intérprete con un don para enamorar moviéndose y mirando, uno puede saber que Sugar huele muy bien (quizás a madreselva), incluso a través de la pantalla.  


El amante de las letras que termina cayendo seducido ante este elemento inesperado en su construcción sintáctica no es otro que Gary Cooper quien aquí, cuanto menos, tiene la fortuna de no encontrarse solo ante los peligros que pudiera llevar este viraje en su vida. El conjunto de sabios que le acompañan es un nutrido elenco de esos mal llamados secundarios que eran actores de raza y toques muy personales. Prepárense para ver a algún camarero de Casablanca y ex jefes criminales convertidos en doctos prohombres de la ciencia. 



Un casting sólido y escogido con gusto, hasta el punto de permitirse lujos como tener a Dana Andrews en un papel más tangencial, tornado aquí en un delincuente con pasado común entre Sugar y él. Apenas tres años después de este trabajo, Andrews consiguió el mejor papel de su carrera, en este caso, en las filas de la justicia, haciendo de investigador en el clásico de O. Preminger, Laura (1944).  



De hecho, se nos podría perdonar pensar que hasta hay elementos que no están adelantado, con varias décadas de ventaja, lo que iba a ser la premisa inicial de una serie como The Big Bang Theory (es decir, una comunidad de intelectuales excéntricos y con poca destreza social en su vida cotidiana, irrumpidos por un torbellino de presencia femenina que provoca cambios de perspectiva entre ellos y ella). 



No en vano, la propia historia partió de Wilder, quien, pese a todo su hábil cinismo, como los buenos románticos derrotados sin ceder el estandarte, disimulaba su ternura bajo el sarcasmo, la ironía y el sentido del humor. Sus compañeros guionistas y la firme mano del director lo captan y, dentro de de la vorágine de carcajadas, se permiten escenas más melancólicas, brindis entre amigos por amores perdidos y nostalgias del pasado. 



Con todo lo inverosímil que es este punto de partido, un cuento al fin y al cabo, como los buenos relatos de esta índole, partiendo del improbable instante de arranque, el resto de las cuestiones se resuelven con un gran conocimiento de los personajes y sus reacciones. No hay ningún papel prescindible o diálogo innecesario para conseguir un objetivo concreto en la narración. 



Cuando el director no juega a los dados con el universo al poner la cámara justo donde los ojos de Stanwyck y Cooper se potencian, hay un puñado de los mejores guionistas que han existido jamás y un reparto a prueba de obuses, Blancanieves puede respirar más que tranquila. 



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