Hay películas públicas y otras que son íntimas. Sin duda, la filmografía de Kenji Mizoguchi se encuentra dentro de la segunda categoría. El maestro nipón es un artista en la ciencia de colocar la cámara de forma que su audiencia se sienta una intrusa en casas ajenas, logrando transmitir la sensación de que nos colamos en la privacidad de sus personajes. Pocos ejemplos son más representativos que La mujer crucificada (1954), una obra que ahonda en la relación entre una madre (Hatsuko) y su hija (Yukiko).
Un vínculo que es muy intenso y nunca es fácil. Más cuando la progenitora es la reconocida dueña de una casa de geishas en la ciudad de Kioto. Hace tiempo que Yukiko dejó el hogar materno, pero retorna en condiciones muy particulares tras haber protagonizado una intentona de suicidio. Yoshiko Kuga da vida a una joven con más cicatrices de las que debería por su edad, en una de las mejores interpretaciones de su carrera.
Nada tiene que envidiarle la actuación de Kinuto Tanaka, realmente espléndida como la madura dueña de la casa, una mujer plagada de contradicciones. El inteligente guión firmado por Masashige Narusawa y Yoshikata Yoda nos la presenta como una personalidad compleja. La veremos tener muchas aristas, alterando protección por las muchachas y una feroz crueldad, una extraña mezcla de emociones.
La nueva convivencia pronto irá encontrando obstáculos. Y es que la regente de la casa de geishas está en relaciones con un joven doctor con aspiraciones de lograr viajar a la capital, Tokio, beneficiándose de la generosa ayuda que le brinda Hatsuko. Tomoemon Otani ejerce el rol del médico, un personaje que irá evolucionando a lo largo de la trama y, de forma más sutil, también sabe aprovecharse y explotar a las mujeres del establecimiento.
Mizoguchi logra explicar de forma sencilla las distintas ataduras que obligan a estas geishas a seguir en ese oficio. La propia ciudad parece oprimir para ellas, no dejando ninguna otra posible salida. Es de sumo interés comparar esta pieza con La calle de la vergüenza (1956), donde este mismo cineasta volvió a poner sus miras en esta realidad social incómoda ante la que se solía mirar hacia otro lado.
Por su forma de presentar a los clientes masculinos del local, de igual forma son factibles los paralelismos con El sabor del sake (1962), dirigida por Ozu. El licor como refugio de un sector social importante y su común aceptación, llevando a esos trabajadores de empresa a entregarse a ese foco de fácil olvido tras cada sorbo a la copa.
Pese a hallarnos ante una película de atmósfera recogida, su director no abusa del empleo de los primeros planos, sin que ello vaya en menoscabo de lograr que nos vayamos implicando paulatinamente en el día a día de estas peculiares inquilinas. Elementos como los tacones, la pintura o la vestimenta que les exige su desempeño son empleadas con habilidad para transmitir la condena con la que cargan bajo sus hombros.
Como cierto joven Corleone, a medida que su existencia avanza, la hija va comprendiendo que todos los pasos que ha dado, incluso involuntariamente, la abocan a recoger la herencia materna. Para salir de esa senda deberá provocar una ruptura que se refleja en un tenso triángulo amoroso, una mezcla de sonara de invierno y la estival donde incluso unas inofensivas tijeras pueden convertirse en un factor de peligro.
Hecha con una aparente (pero muy complicada de lograr) sencillez y una reflexión aguda sobre la sororidad como único escudo en un ambiente de discriminación.
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
- https://cgai.xunta.gal/es/filmes/la-mujer-crucificada
- http://voxultra.blogspot.com/2015/01/la-mujer-crucificada-uwasa-no-onna-1954.html
- https://www.vertigocine.com/proyecciones/2017/7/27/la-mujer-crucificada
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