domingo, 6 de enero de 2019

TODOS LOS CAMINOS


Es un relato que comienza en el Campo dei Fiori, una de las zonas romanas más animadas por su mercadillo diurno y restaurantes/terrazas para pasar una agradable noche. Es allí donde Robert Hughes (1938-2012) inicia una de las muchas anécdotas de la Ciudad Eterna que desgrana en un libro con un ambicioso recorrido, nada menos que el sendero de una capital italiana que durante siglos presumió de que todos los caminos llevaban a ella. 



Crítico de Arte de origen australiano, Hughes siempre manifestó una fuerte predilección por Roma, probablemente su ciudad fetiche. Eso se desgrana a través de la pasión con la que describe la impactante estatua de Giordano Bruno, encapuchada y osada, la misma valentía con la que predicó cuestiones que alarmaron al pensamiento medieval de su tiempo. Su enfrentamiento con el cardenal Roberto Berlamino (tan inteligente como peligroso por su fanatismo) desembocó en la quema del primero precisamente en esa plaza como describe el autor de forma magistral. 



En ese mismo rincón transalpino, a escasos metros y en esos mismos días, estaba la posada esquinada en Vicolo del Gallo, regentada por Vannozza Cattanei. Largamente criticada por la leyenda negra, debió de ser una mujer de gran inteligencia y encanto, el suficiente para mantener una larga relación con el cardenal Rodrigo Borgia, el futuro papa Alejandro VI, sabiendo siempre moverse en el intrigante Vaticano en beneficio de sus hijos/as. No es poco el aperitivo que nos sirve Hughes en el prólogo para una historia cultural plagada de referencias en un marco urbano a través de los siglos. 


Curiosamente, aunque los primeros capítulos narran bien los acontecimientos mítico-histórico que llevaron a atormentar al alumnado de Historia con la fecha del 753 a.C., quizás sean los menos sorprendentes. Trabajos de divulgación previos como los de Indro Montanelli ya han mostrado que se puede contar con erudición y simpatía la forma en que siete colinas por la región de Lacio iban a cambiar el Mare Nostrum. 



Las partes donde la pluma del australiano se eleva más son cuando se adentra el autor en el género del ensayo y nos sumerge en los vericuetos de las callejuelas de una bulliciosa Roma capaz de gobernar todo salvo a sí misma. Por ejemplo, cuando ahonda en aquella frase de Augusto, quien se jactaba de haber encontrado una ciudad de adobe y haberla transformado en mármol. Durante su juventud, ese personaje se caracterizó por eficacia y crueldad en eliminar adversarios políticos por el poder, dedicando las siguientes décadas (cuando la conquista de Egipto le garantizó grano ilimitado para las panzas romanas) a fabricar de sí mismo (con poetas, historiadores, sacerdotes bajo el compás de Mecenas) la imagen de un benevolente paterfamilias de todo un pueblo. 



Las constantes conquistas trajeron botín y esclavos griegos que sabían más que sus compradores, hasta el punto de que solían terminar convertidos en pedagogos de la prole patricia que se los podía permitir. Entre sus considerables defectos, el Imperio Romano nunca pudo ser acusado de ineficaz (su red de carreteras está allí y fueron capaces de sobrevivir al reinado de Calígula) o no exprimir el talento ajeno extranjero en su beneficio. 


Como bien refleja esta obra, en Roma lo grotesco y lo maravilloso se dan la mano con facilidad pasmosa. La Domus Aurea de Nerón fue muda testigo de muchas atrocidades y excesos de uno de los emperadores mas enloquecidos (si bien, como bien compara Hughes con el caso del incendio de Londres en el siglo XVII, no se le puede responsabilizar en justicia del accidente que llevó a la ciudad a las llamas), pero también sirvió de fuente de inspiración en sus ruinas a un artista de la talla de Rafael Sanzio. Como recuerda el crítico australiano, es complejo decidir que es más sorprendente: que el Panteón de Agripa siga en pie o que hoy en día no seamos capaces de atrevernos siquiera a construir algo parecido. 



La Edad Media no traería tranquilidad a la cuestión, como se muestra en el ecuador de este vivo análisis. El fenómeno de las reliquias y las peregrinaciones al Borgo hicieron que, mucho tiempo después de que visigidos, ostrogodos y demás hierbas hubieran desmantelado el Imperio, Roma pudiera seguir siendo uno de los ojos derechos del mundo con eventos como el jubileo del 1300. Papas como Inocencio III predicaron desde allí el fenómeno de las Cruzadas, si bien hubo otras candidatas a Ciudad Santa como Aviñón, la cual estuvo a punto de provocar que la plaza de San Pedro fuese hoy algo bien distinto. 



Pero incluso en las peores circunstancias no dejaba de existir cierto fino humor negro. El famoso barrio del Trastévere se las ingenió para mandar mensajes poco dulces al Duce Mussolini cuando el líder fascista estaba a punto de sumergir a Italia en una guerra terrible. Hughes refleja las luchas de paganos y cristianos, los excesos refinados (nunca se han hecho crímenes con tono más sofisticado) del Renacimiento y hasta llegar a nuestros días, donde no es casualidad que un director como Sorrentino titulase a su película sobre Roma como La gran belleza



Junto con el periodista Enric González y sus estupendas crónicas periodísticas, podemos afirmar que existen muchos buenos libros sobre Roma, pero pocos transmiten la pasión y predilección del recorrido que nos brinda nuestro Cicerón australiano.  



BIBLIOGRAFÍA: 



- HUGHES, R., Roma: una historia cultural, Crítica, Barcelona, 2015. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES: 



- Portada del libro [fotografía de las cúpulas de Santa María in Montesanto y Santa María dei Miracoli, con la basílica de San Pedro al fondo. Diseño de la cubierta de Jaime Fernández]. 






- Tumba de Raffaello Sanzio en el Panteón de Agripa [fotografía del autor del blog]

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