domingo, 22 de julio de 2018

SONATA DE INVIERNO EN LA HABANA


El género del detective urbanita decepcionado con el mundo pero que alberga esperanza de justicia en un rincón oculto de su corazoncito es un clásico. Desde Raymond Chandler a la actualidad, el estereotipo se ha ido enriqueciendo, aunque algunos tópicos innegociables. Algún día el alcohol y el tabaco tendrían que rendir tributo a Vera Caspary y cía por haber convertido los muebles-bar en lugares fascinantes donde la resaca es una realidad inexistente. Apenas unas páginas en Pasado perfecto nos sirven para ver que Leonardo Padura (La Habana, 1955) acepta todos esos clichés, trasladados, eso sí, a la capital cubana. 



Así comienza la andadura del escéptico teniente Mario Conde. Un amanecer que nada tendría que envidiarle a los de John McClane, siendo probablemente la parte en la que más cueste arrancar por la sensación de que todo esto ya lo hemos vivido en muchas otras obras. Junto con ello, viene el acompañamiento de un caso aparentemente simple que se complica: la desaparición de Rafael Morín, destacada figura en el Ministerio de Industrias de la isla. 



El crimen tendría un relativo interés de suspense de no ser por las implicaciones que tiene para el protagonista. Conde conoció en el Pre a Morín, un estudiante muy brillante y con pico de oro para ascender dentro de las filas del Partido. De cualquier modo, Conde y su amigo de infancia, Carlos el Flaco, eran los únicos entre los estudiantes que no bebían los vientos por el sagaz compañero, si bien les influía el hecho de que había terminado convirtiéndose en el novio del primer amor platónico de ambos: Tamara. 



Sin lugar a dudas, los flashbacks que salpican esta primera aventura del popular investigador son su mejor aliciente. Es de particular interés la primera experiencia adolescente que Conde tiene en un taller literario, sobre todo a través de la lección de dignidad que la profesora da a todo el centro ante la censura que sufre la revista de su alumnado. "En ese momento se convirtió en la mujer más linda del mundo", evocaría el detective, en toda una declaración de intenciones del tono de la novela. 



Otro de los grandes atractivos de esta lectura, tan propicia para el verano, es el vocabulario empleado. Una de las grandes ventajas del castellano es su riqueza a ambos lados del océano, aquí tendremos un despliegue de dulces sutilezas y chabacanos insultos, una demostración de cómo describir un viaje en auto por la Calzada de Santa Catalina, de callejones atestados, bibliotecas refinadas de una élite selecta, bullicios de barrio, violencia terrenal por el hurto de una simple bicicleta, etc. 



En distintas ocasiones, el propio Padura ha admitido sin falta de rubor que se nutre de todos los ingredientes del recetario de un relato de novela policíaca estándar. El mayor Rangel, apodado El Viejo, es el típico superior malhumorado pero justo con el talentoso pero indisciplinado investigador. De igual forma, la aversión de Conde a conducir carros por la bulliciosa capital obliga al sargento Manuel Palacios a hacerle las veces de chófer. Como Conan Doyle habría dicho, elemento vital en estos relatos que no todo sea un personaje pensado o hablando solo, siempre precisan de un contertulio estos sabuesos. 


La edad de Conde permite que el interés amoroso que va surgiendo entre él y la misteriosa Tamara sea un tanto atípico. No estamos ante una erupción volcánica juvenil, se trata más bien de un viaje a los recuerdos, a las opciones que se desvanecieron antes de materializarse. Padura da tono caribeño a toda esta cuestión y logra algunas de sus líneas más inspiradas en esta cuestión. 



Donde Padura brilla con más fuerza es, como en cualquier persona que escribe, cuando habla de los elementos que le son más conocidos. Ha trasladado su pasión por el béisbol a su propia creación literaria, lo cual da una fuerte verosimilitud a sus sentimientos con respecto al equipo de sus amores y las frustraciones deportivas que esto mismo le genera. 



No es un caso de particular misterio, puesto que la verdadera fuerza de su narración coloca los cimientos en la relación entre personajes, en el pesimismo lúcido de una sonata de invierno. No sería la última vez que veríamos al teniente cubano frustrado ante la desafiante máquina de escribir. Será cuestión de ponerse un día de estos. 



BIBLIOGRAFÍA: 



-PADURA, L., Pasado perfecto, Tusquets Editores, Barcelona, 2017 (re-edición del original del año 2000). 



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