martes, 15 de agosto de 2017

CRÓNICAS DE LA SIGNORIA (PARTE II DE VII)


"El pintor que en nada duda, pocos progresos hará en el arte"-Leonardo da Vinci.



La Trattoria da Guido lleva sirviendo comida en Firenze desde el año de 1961. Si cogen una mesa en el interior, quizás tengan la fortuna de quedar de frente a una curiosa pintura. Allí se refleja un ficticio almuerzo entre tres de los grandes genios que conoció el Renacimiento: Leonardo da Vinci, Michelangelo Buonarroti y Raffaello Sanzio. Los rostros están muy bien caricaturizados, a Leonardo se lo ve un tanto distante, en su propio mundo; Michelangelo parece desconfiado y, por último, Raffaello se antoja encantado de conocerse a sí mismo y disfrutar de la vista que ofrece la magnífica catedral diseñada por Filippo Brunelleschi. 



De ese imponente triunvirato, comenzaremos por Michelangelo, una personalidad con la que pocas bromas podían hacerse. Todo comenzó para él siendo un imberbe aprendiz de escultor. Aquella jornada, los estudiantes recibieron la visita inesperada de Lorenzo de Médicis, modestamente apodado el Magnífico. Superviviente del intento de magnicidio contra su familia, aquel aristócrata sería la causa de la gran fama que alcanzó su apellido. Junto con su actividad bancaria, Lorenzo elevó a su ciudad a través de escoger a los mejores artistas por su intenso y generoso mecenazgo. Para un artista joven, alcanzar su favor era poco menos que garantizarse el bienestar. 



Pese a ello, la primera impresión no fue buena. Lorenzo se detuvo ante el centauro que estaba haciendo Michelangelo y le reprochó que hubiera hecho un hombre joven. Aquellas criaturas debían de ser de mayor edad. Con tanto talento como ego sensible, aquello debió ser un shock para aquel muchacho nacido en Caprese. Mientras el patrón seguía su recorrido, el joven artista usó el martillo para hacer unos breves retoques en la dentadura de su creación. Al girarse, el crítico asintió complacido al ver que en apenas unos segundos había sido capaz de envejecer a su creación sin apenas cambiar nada. Definitivamente, aquel muchacho sabía muy bien a dónde iba. 


"Ahí dentro hay un gigante y tengo que liberarlo"-Michelangelo Buonarroti. 



Nunca un bloque de mármol había tenido mejores pretendientes. Estaba custodiado en Carrara, Michelangelo soñaba con él desde que comenzó a esculpir. A diferencia de otros grandes maestros, él ya veía la carne y la sangre detrás de la piedra, simplemente, se trataba de liberar a su criatura. Sin embargo, aquella pieza de trabajo era demasiado complicada para dársela a una persona con tan poco bagaje. Aguardó con paciencia y sufrió cuando se rumoreó que Leonardo Da Vinci en persona quería ese material. Podríamos decir que los dos genios nunca se llevaron bien, ya fuera por distancia generacional o incluso cuestiones más profundas. 



Mientras Leonardo diseccionaba cuerpos bajo la luz de las velas para aprender anatomía (está bien, convendremos que en Italia hay cosas mucho más interesantes qué hacer por la noche), la única incursión de Michelangelo en esa lid fue desastrosa. Se equivocó de cuerpo y tocó el de un fallecido noble, debiendo recurrir a la protección de los Médicis para salvarse del castigo. De esa amarga experiencia vino uno de sus grandes puntos flacos con respecto a su magistral rival: nunca dominó la proporción de los músculos al nivel de las otras facetas de la escultura donde era un torrente de creatividad. 



Como fuere, a nosotros como viajeros nos importa poco la armonía anatómica ante el impresionante conjunto. El Museo de la Academia de Florencia custodia, entre otros tesoros, uno de los más poderosos alegatos que se han hecho del heroísmo: El David. Una obra tan famosa como el artista responsable, que ya es decir mucho. La recreación de aquel episodio del Antiguo Testamento, una escultura universal y que hace congregar a las masas curiosas desde hace siglos. Consejo de guía, recuerden la leyenda del joven pastor y el titán filisteo. Si los visitantes se lo permiten, vayan moviéndose hasta el lugar donde estarían si fueran Goliat frente a David. Es un pulso homérico, o la Víbora Roja frente a la Montaña si lo prefieren. Verán entrelazada la mirada de la valentía con la preocupación del miedo. Es en esos ojos donde Michelangelo logra uno de sus momentos de mayor éxtasis creativo. 


"La finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia"-Aristóteles. 



Aquel formidable episodio solamente constituye uno más dentro de los muchos avatares de Michelangelo, quien por poco provoca una fuerte tensión diplomática entre Florencia y Roma por sus servicios. Julio II, figura formidable y rival a tener muy en cuenta, terminó logrando al artista por el que llegó a suspirar el mismísimo Imperio Otomano. A pesar de no tener la reputación en la pintura que Raffaello y Leonardo habían alcanzado, de aquella alianza tensa de egos surgió la célebre Capilla Sixtina, apenas la punta del iceberg del faraónico proyecto que el Papa llegó a proyectar para su mausoleo. 



Por último, no deberíamos olvidarnos de la muda testigo del almuerzo de los tres artistas. Desde la ventana observamos la imponente presencia de la cúpula diseñada por Brunelleschi. Santa María de las Flores congrega en sus alrededores a un nutrido número de visitantes, existiendo la ventaja de que está muy próxima al hermoso Baptisterio de San Juan. 



Santa María de las Flores, con reminiscencias del Panteón, esconde muchas de las ecuaciones que hacen a Firenze tan especial, la armonía entre el mundo clásico y el medieval, como antesala a una nueva época. 



BIBLIOGRAFÍA:



-COONIN, A. V., From marble to flesh: The biography of Michelangelo´s David, The Florentine Press, Florencia, 2014. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-La Trattoria da Guido [Fotografía del interior del local tomada por el autor del blog]



-El David de Miguel Ángel [Fotografía en la Galería de la Academia de Florencia]



-Vista de la catedral de Florencia desde la estatua ecuestre de Fernando I de Médicis [Fotografía tomada por el autor del blog]

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