domingo, 5 de marzo de 2017

MORTADELO DE LA MANCHA


Era simple cuestión de tiempo que sus destinos se cruzasen. Con tantas décadas a cuestas de ser el estilete de las viñetas españolas, resultaba sorprendente que Mortadelo nunca hubiera sentido la imperiosa necesidad de salir a los lugares y caminos con el propósito de enderezar tuertos y desfacer agravios como sí hiciera cierto ingenioso hidalgo de un lugar de la Mancha centurias atrás. Durante el año de 2005, Francisco Ibáñez saldó esa deuda, con un singular homenaje que los inefables agentes de la TIA harían a la inmortal creación literaria de Cervantes. 



Naturalmente, referencias habían existido en el pasado. En el detallado blog comiquero Corra, jefe, corra, se recordaba a ese respecto una campaña publicitaria de Plumas Parker (sin ir más lejos, aquella marca que don Leonardo Meléndez intentaba falsificar sin mucho éxito en La Colmena), donde el maestro del disfraz del tebeo hispano realizaba varias fazañas ilustradas. También podemos añadir cierta excursión que un enloquecido Mortadelo obligaba a realizar a su jefe por el campo en los cortos de animación de Estudios Vara, solo para descubrir Filemón que todo era un ardid de su empleado, complacido en tenerlo de improvisado Sancho Panza. No obstante, era la primera oportunidad en que la traslación sería total. Solamente ese histórico encuentro ya justificaría que sea uno de los albumes más exitosos a nivel de ventas y repercusión en aquel tiempo.  



La excusa argumental la proporcionará el profesor Bacterio, quien recibe instrucciones para que Filemón y Mortadelo adquieran las destrezas del mítico James Bond. Con un invento de cosecha propia, el científico logra que los sujetos que lo prueban adquieran las virtudes de los personajes principales del libro en cuestión. Contra la mala fama que le dan en la organización, la operación es todo un éxito, salvo por el detalle de que la señorita Ofelia ha traspapelado las tapas de la novela de espías con el célebre clásico. 


Ello lleva a los dos protagonistas a deambular por la ciudad con el espíritu de enloquecida hidalguía a cuestas. Generalmente, Ibáñez ha hecho parodias tan divertidas como superficiales cuando sus viñetas han versionado a célebres creaciones de la ficción (por ejemplo, en 100 años de Cómic [1996]). No obstante, aquí el autor exhibe un conocimiento más profundo de la referencia, insertando con acierto pasajes no tan conocidos de Quijote y Sancho, Curiosamente, fiel a su coraza de sabio despistado, el dibujante manifestó en varias entrevistas que, al igual que muchos infantes que han pasado por el sistema educativo español, la lectura obligatoria de la novela se le hizo plomífera (y en su descargo, afirmar que poner a don Quijote en esos niveles es como iniciar la carrera con un final de etapa nada más comenzar la carrera lectora, siendo mucho más fácil disfrutarla en la madurez).  



Volviendo a referencia la muy recomendable crítica que hallamos en Corra, jefe, corra, se incide en uno de los principales problemas de esta ágil aventura: que Mortadelo y Filemón no viajen a la época del Siglo de Oro, sino que toda la esencia cervantina sea trasladada a nuestro tiempo. Hubiera sido muy divertido de haberse realizado en ese sentido (recordemos El quinto centenario (1992) ver a los personajes en esa atmósfera. 



Una grata sorpresa es la apuesta con todo el riesgo que toma el creador de que el invento de Bacterio funcione hasta el extremo de que la pareja hable en la lengua castellana más arcaica. Ello da un sabor de mayor verosimilitud al experimento y permite que el homenaje sea todavía más redondo, siendo digno de disfrute y un guiño a los los lectores más adultos. 


Ibáñez no renuncia en esta ocasión a hacer algunos guiños al pasado de sus criaturas, incluyendo algún cameo de figuras políticas que nunca salen bien parada cuando se cruzan con los dos agentes de información, ni siquiera cuando están embrujados por el elixir de las novelas de caballerías. También hay una no demasiado edificante abundancia de gags de corte escatológico que no lucen tanto en una obra que, por lo demás, tiene un muy buen nivel gráfico. 



Con anterioridad hablábamos de que hubiera sido muy atractiva la posibilidad de hacer viajar la narración a la época de las páginas cervantinas. Allí, el abanico de escenarios se hubiera multiplicado. Por el contrario, aquí, con un buen punto de partida y algunos recursos humorísticos realmente hilarantes, se repiten demasiados campos de trabajo archi-conocidos de números anteriores (el zoo, el propio edificio de la TIA, etc.). 



En muchos sentidos, la acidez del universo del más prolífico autor de las viñetas españolas (jefes coléricos, empleados siempre ansiosos de dar esquinazo, gatos y perros despelléjándose, etc.) le aproxima más al sarcasmo deshumanizado de Quevedo. Como fuere, aquí resulta sorprendente constatar lo bien que muchas escenas del ingenioso hidalgo se pliegan de maravilla a este contexto. Una ocasión única de juntar la esencia de dos figuras alejadas en mucho, pero próximas en algo: sin Alonso Quijano y Mortadelo, leer hubiera sido mucho menos divertido. 



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