domingo, 10 de febrero de 2013

DOS LECCIONES PARA LA VIDA

Recientemente, en una entrevista concedida a Canal +, el célebre escritor Mario Vargas Llosa comentaba a Iñaki Gabilondo que una de las razones de que se hubiera convertido en un voraz lector de libros, se debía a que desde pequeño, en la acomodada vivienda de sus abuelos, fue iniciado directamente en ellos, sin pasar por la transición de los cómics. En opinión del talentosísimo escritor peruano, se cumplía la clásica visión de que el mundo de las viñetas es una estación de paso en la vida de los amantes de los Letras, la parte DEMO de prácticas antes de comenzar el verdadero video-juego. 




Sin querer enmendar la plana al admirado Premio Nobel, a quien debemos regalos tales como La ciudad y los perros, entre muchas otras, esta visión acerca del mundo de los tebeos no deja de adolecer de ciertos tópicos que se han repetido de generación en generación. El hecho de considerar los dibujos como una mera forma de simplificar la acción y explicar los diálogos es echar, involuntariamente, por tierra, el trabajo de miles de dibujantes, personas que se han dejado vista y hábiles trazos para lograr la caricatura, el fondo, el entintado y muchísimas más connotaciones de sutileza que no tienen nada que endividar a la mejor narración. 




De la misma forma, ¿acaso los argumentos de un cómic tienen, por defecto de fábrica, que ser inferiores a una novela o ensayo? ¿Acaso es incompatible gozar de 1984 con V de Vendetta, viendo como se entrelazan pesimismos, rendijas de esperanza y críticas a la Gran Bretaña de La Dama de Hierro y anticipando muchas de las cosas que estaban por venir en la Caja de Pandora de la información?Pese a ello, y mal que les pese a las Marjane Satrapi del mundo, algo con bocadillos siempre parecerá una agradable cafetería familiar para muchas personas, simpáticos de trato, pero descartados establecimiento para celebrar una boda o algo serio con alto copete.




Entre todos esos subestimados, en el panorama nacional, pocos ocupan un lugar más destacado que los simpares Mortadelo y Filemón. Dentro de las muchas creaciones del genial y prolífico Francisco Ibáñez, en cuya carrera no voy a ahondar por archi-conocida y ejemplarmente estudiada en blogs muy recomendables (Corra jefe, corra, El rincón de Mortadelo...), los dos agentes de la TIA tienen un hueco reservado en el Pateón del imaginario popular (algo que se acentúa por la buena acogida de los personajes en otros lugares como América Latina o sus ejemplares tiradas en el mercado alemán).


Pensando de qué hablar esta semana, he caído en el axioma de que los cómics son algo, como las bicicletas, propicio para el verano. Hablar de ellos en el clima de crisis (palabra que oiremos cien veces antes de acostarnos y si no la echaríamos en falta) sería como contar chistes durante un velatorio. Sin embargo, repescar algunas viejas (y no tanto) aventuras de los chicos del Súper, quizás encontrase las respuestas necesarias para ser consecuente con el estado del ánimo y respetar el orden establecido. 






Y es que el despejado cráneo del maestro del disfraz y su jefe de dos pelos ya habían allanado el terreno. El atasco de influencias, Corrupción a mogollón, ¡Por Isis, llegó la crisis!, El candidato, El preboste de seguridad, Llegó el euro, Okupas... Todos ellos y más son aventuras donde se tocan temas de rabiosa actualidad y poco propicios para levantar el espíritu (corrupción, los tejemanejes de tribunales y partidos, la explosión de la burbuja que todo el mundo vio pero nadie predijo), algunos son excelentes albumes, otros menos afortunados, en no pocos de ellos tienen el sello de calidad de Ibáñez, en alguno hay más manos impuestas... No obstante, existe un denominador común, la sensación de que, al igual que ocurría con el tándem Berlanga y Azcona, nadie acusará nunca a los dos personajes caricaturizados de ser espejos poco fiables de la realidad. 





De hecho, sería interesante incluso hacer una comparativa de estos antiguos tebeos con ¡Todos a la cárcel!, lúcida película del director valenciano donde, a pesar de basarse en el escándalo de Torrebruno, podría ser hoy emitida sin que ninguno tuviera problemas en entender de qué es exactamente de lo que se está hablando. No en vano, el director de esa penitenciaría, no dejar de ser un genialmente hiperbólico Agustín González (quizás el actor español que mejor se ha cabreado en la historia de nuestro cine), para muchos, un auténtico clon del Súper Intendente Vicente.




Trabajador incansable desde sus primeros días en la editorial Bruguera, si bien se pueden intuir algunas tendencias en Ibáñez, es un autor que ha sabido sortear con inteligente habilidad cualquier asoación que limitase sus parcelas creativas. PSOE, PP, Unión Europea y hasta dictadores extranjeros como Pinochet, perdón, quería decir Panocho, han tenido su momento de burladero ante las trastadas de los probadores oficiales de los inventos de Bacterio. No han sido los únicos, clero, terroristas, banqueros, policía y agitadores han aparecido bajo la firma de quien (con todo el respeto para talentos como Escobar, Raf, Mora, Vázquez, Jan y un distinguido etc...) es el nombre de referencia para hablar del cómic español del siglo XX, ecléctico asimilador de sus mentores bruguerianos y la influencia franco-belga.
 

Lo que me fascina de Mortadelo y Filemón es la falta de pudor y la sencillez meridiana con la que desnuda vergüenzas propias y ajenas,  No hay problema en poner a banqueros y mandatarios degustando cóñacs y puros tras haber declarado ante los medios medidas de austeridad, mientras la televisión ofrece, según convenga, una visión idílica de la realidad o un Apocalipsis que convence al espectador de tirarse por la ventana. Dicen que los espejos de las ferias, por mucho que deformen, no dejan de tener una buena dosis de verdad debido a que se basan es algo que es cristalino. 





Sin saberlo, mientras veíamos a los dos agentes competir (y fracasar, en no pocas ocasiones, para que nos vamos a engañar) en Olimpiadas donde dejaban para última hora encontrar al villano de turno, el maestro Ibáñez ya nos dibujaba tipos hablando en móviles (otro de los elementos premonitorios de ¡Todos a la cárcel!), y donde había exceso de maletines, sobres y billetes... Es cierto que a veces ha sido una saga acomodaticia en cuanto a que las fórmulas que funcionan nunca se han arriesgado, pero, pese a su costumbrismo y automatismos, Clever & Smart (parece ser que en las bávaras tierras de A. Merkel hay más fe en la capacidad intelectual de Mortadelo y Filemón que en su Director General) ha tenido el sano don de criarnos, a su manera, desde los días de la Nocilla y pantalones cortos, sin tener miedo a decir lo que estaba fallando... y animando a no dejar de tomarlo con ironía, pues la vida no merece una consideración tan seria.




Sin miedo al Impeachment y los coqueteos de Ofelia, nuestros dos protagonistas avanzaron por medio globo, deshaciéndose y creando entuertos, solamente para comprender que cuando pillaron in fraganti a don Rufián, director de la Guardia Viril, que vivían el país de la picaresca y que los Carpantas del mundo siguen en fuera de juego ante los Protasios que tengan algún contacto. La falta de moralina de estas historias, pese a los golpetazos y las persecuciones, no deja de ser mucho más honesta que la de no pocos telediarios. 



Desde Juanito Batalla a cierto señor con bigote que aparece frecuentemente conspirando en las sombras y sin preocuparse porque secuestren a ese dibujante cque tantas veces se mete con él, nos seguirá quedando ese consuelo, como el bufón que tira de las orejas carolinas a su príncipe, cual Lazarillos dejando caer cosas raras que vimos de nuestros amos, y, sabe vuestra merced, cuanto menos decir en el callar de unas viñetas silenciosas... 




De pequeño creía que Mortadelo y Filemón era para niños. Ahora, tengo la sospecha, de que dentro de 60 años, creeré que es para personas mayores de 70.Y, a buen seguro, hay seguirá el legado de Ibáñez dando guerra, contra el poder de turno... 

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