Pensar en El Chavo del 8 me suscita una sensación muy similar a la que le acontece al periodista Antoni Daimiel cuando evoca a los Chicago Bulls de los años 90 en sus crónicas. Para el inefable compañero de Andrés Montes, aquel mítico equipo de baloncesto capitaneado por Michael Jordan ocupa un rincón de su memoria en el que entra poco, en ocasiones, casi deja pasar meses sin abrir sus puertas de recuerdos. "Sin embargo, una parte de mí sabe que siempre están ahí. Inalterables, grandes... Entro poco a molestar, pero sé lo que me voy a encontrar". Algo idéntico me acontece cuando evocó esa serie mexicana, diario de un muchacho que dormía en un tonel que no era surgido de la imaginación de Edgar Allan Poe, sino de la tampoco manca en arides e ingenios, mente de Roberto Bolaños.
Después de haber invertido tantas cintas VHS en grabarlo gracias a Canal Sur (en aquella época no soñada, como diría Robert E. Howard, uno era aún niño dispuesto a profanar con sus sandalias el tiempo enjoyado del ocio), casi podría decirse que me fui separando de El Chavo más carismático (interpretado, cómo no, por Bolaños, a diferencia de otros mitos como Conan, Batman o James Bond, creo que el imaginario colectivo no concibe otra posible encarnanión) y de su serie derivada, El Chapulín Colorado. Pero no piensen mal.
Una de las cosas mas difíciles en la vida, al contrario de lo que alguno podría juzgar, no es distanciarse de alguien que no te cae especialmente bien. Generalmente, la buena educación es un arma limpia y maravillosa para hacer el corte sin grandes contratiempos, quedando incluso bien si hay re-encuentro esporádico. Por el contrario, ¿cómo lo hace el Maradona (fanático del show, por cierto, hay un método en esta locura, tranquilos) del lugar para despedirse de sus tifosi después de ser considerado una máquina de la felicidad? ¿Cómo nos movemos de casa de unos familiares que nos han tratado de lujo pero sentimos la imperiosa necesidad de caminar solos?Pues sí, tras tanto tiempo de sin querer queriendo, dejé de escuchar los berridos de la Chilindrina y tampoco tenía el móvil de don Ramón, aunque a buen seguro el señor Barriga se lo embargaría en cuanto lo viera con el celular.
Los había conocido en los noventa, pero resultaba que eran más antiguos, que desde los 70, se emitían aquellos capítulos que, adorablemente ingenuos ellos, pensaban que solamente serían puestos una vez. Cada chaval o chavala tenía a su Chavo, hay un momento concreto donde te atrapaba. Muchas horas de diversión aguardaban, como demostró el éxito que traspasó las fronteras mexicanas para hacerse casi religión oficial en Argentina y objeto de culto para generaciones de espectadores en el resto de América Latina y, por supuesto, España. ¿Cómo una producción con tal falta de medios, limitada en lo técnico, con adultos encarnando en muchos casos a niños y con un sentido del humor tan blanco que hubiera hecho enrojecer a Frank Capra, sobrevivía donde tantos otros alardes cayeron en la cruel memoria? La respuesta es cariño, una ñoñería como otra cualquiera. Y absolutamente inimitable e imposible de copiar.
No obstante, como marcaba la navaja, la respuesta más sencilla suele ser, en estos casos, la correcta. Los había más altos, más guapos y con más plata, pero... Del Chavo y cía nos despedimos bien, mejor que de ninguno. Nos fuimos sin rencor y graduados de las aulas del profesor Jirafales, sabedores de que asistíamos a los magisterios de la última especie en extinción, la de caballeros errantes de figura erguida, tímidos modales y ramo de flor para la amada en silencio... Perdonamos a Ramón (Valdés) sus capones a cambio de lograr ser el payaso serio perfecto e inimitable para la ternura de Bolaños, mientras Carlos Villagrán se catapultaba a la fama, solamente para comprobar que Quico había solamente uno. Como doña Florinda, Chilindrina, Don Barriga (gran Edgar Vivar), brujas del departamento 71...
No pretendo dedicar ningún párrafo a las polémicas, luchas de egos, problemas y cuestiones que, sin duda, se dieron en esta profesión como en cualquier otra. No sería lindo, porque cuesta pensar que algo tan inocente tuviera un desenlace interno de equipo tan salpicado. La nostalgia me lleva a otra salida, la que algunos hicimos cuando dejamos de seguir cotidianamente las reposiciones... Nos habíamos ido, pero en cierto sentido, después de un gran banquete y cerrando con delicadeza, rehuyendo el portazo... de las fiestas hay que saber también irse, cuando están en su apogeo.
La discrepancia fue cómo la salida perfecta, la discusión pacífica, el recluta licenciado del gran Peter Pan en la Isla de Nunca Jamás, a la que no volveríamos pero constantamente permaneceríamos. Ya no llevábamos pantalón corto pero seguiríamos siendo como él siempre que metiéramos la pata sin malicia, cuando nos desesperásamos porque callasen tantos magisterios apostólicos y no dábamos otra más porque nuestra abuelita fue campeona de peso wélter.
Habrá quien me pueda criticar (no sin razón) por hacer una entrada de un programa que llevó literalmente años sin ver. Otros dirán que si hago memoria crítica, era vulgar, de humor martillo pilón y chabacanos... Pues verán ustedes, si perdonan la inmodestia, no me hace falta, como le pasa al señor Daimiel, hacer ningún tour por esas añoranzas.
Simplemente, sé, que en el número 8, si abriera el baúl de los recuerdos de la canción, el Chavito sigue, ahora y siempre, resistiendo al invasor olvido, como cierta aldea gala....
pd: No quisiera dejar pasar esta entrada sin destacar la noticia de la trágica desaparición de F. Guillén, maravilloso actor a quien recordamos por trabajos como Mujeres al borde de un ataque de nervios, El abuelo y tantas otras películas, así como su papel de tertuliano de primerísimo nivel en ¡Qué grande es el cine! o su narración del documental de la expulsión de los moriscos. De entre sus muchas virtudes escénicas, me quedaría con su impresionante voz, capaz de adaptarse a cualquier registro.
3 comentarios:
¿Qué te voy a decir, Viejo, que no sepas? En primer lugar, muchas gracias por dedicarle esta entrada a mi Chavito.
Por mi parte, y desde mi subjetividad, esta serie que al principio me horripilaba y a la que tardé en acostumbrarme, me parece lo más divertido, noble y mejor que he visto en una pantalla.
¿Que no soy imparcial? ¡Claro! Pero ¿cómo serlo con quienes me han hecho tan feliz?
Un saludo.
Muy bonita entrada. Se nota cuando uno analiza algo y cuando más bien narra sus recuerdos desde el cariño.
Muchísimas gracias a ambos, 1 abrazo
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