Para Jean Valjean, un trozo de pan fue un regalo de Reyes demasiado caro. A pesar de aparecer en la segunda mitad del siglo XIX, las miles de páginas del celebrado escritor Víctor Hugo, siguen siendo un presente bien apreciado por cualquier persona lectora a la que se le obsequie con un ejemplar. No en vano, una de las apuestas de los multicines en las competitivas Navidades ha sido una nueva adaptación al séptimo arte de esta obra de redención.
La primera vez que supe algo acerca de las vidas paralelas de dos desventurados de la Francia post-napoleónica, Fantine y el ya citado Valjean, fue en una pequeña maravilla titulada Joyas literarias, resúmenes en viñetas de algunos de los clásicos más importantes. Verdaderamente, nunca tan pequeño hurto tuvo consecuencias tan catastróficas, pero, al igual que Dickens, Víctor Hugo supo observar en las capas de los derrotados la única historia que merecía ser contada.
Si algo explica que estrellas de la talla de Hugh Jackman o Anne Hathaway (es muchacha que empezó siendo princesa por sorpresa y está evolucionando en una de las carreras más interesantes de los últimos tiempos entre las actrices y, confieso que debilidad personal) sigan queriendo encarnar a las piezas de este tablero del romanticismo narrativo, se debe a que Les misérables tiene esa magia que muy pocas obras tienen la fortuna de conseguir, una gran capacidad de perdurar en el recuerdo y que su excesiva longitud acabe jugando a su favor, ya que se logra un fuerte encariñamiento con los personajes y empatía.
Y es que, a pesar de la profunda miseria y los pobres barrios parisinos descritos con detalle, igual que la semana anterior hablamos de la sabiduría de "la abuelita" Capra, el escritor galo consigue hacer creíble estas vivencias entrecruzadas y que, en un mar de desesperación, podamos creer en la posibilidad de la salvación. Todo esto descrito con mucha torpeza por mi parte y que suena a panfleto, es logrado de manera natural en la novela, prueba de paciencia de diferentes generaciones de lectores, pero que siempre suele acabar ganando a los puntos.
Asimismo se trata de una serie de epopeyas que deben contextualizarse en el marco de la Francia del siglo XIX, de restituciones monárquicas tras Waterloo, barricadas improvisadas, represiones, llamamientos de la libertad y sangrientas carnicerías. Quizás en algunos momentos, el autor aquí muestre demasiado claramente sus simpatías o pequé de idealizar a algunos de sus revolucionarios, aunque, sin duda, nadie puede poner en duda con quiénes estuvo siempre esté intelectual, más seducido por sus misérables y sus visicitudes.
Bien por su propia riqueza en descripciones o por los propios mensajes inconscientes que se desarrollan durante su escritura, Los miserables es una fuente histórica de primer orden para ver la evolución de un país y las evoluciones mentales que éste tuvo durante el proceso, incluyendo la tensión entre las masas más desfavorecidas, la aristocracia y esa emergente burguesía oscilante entre dos aguas.
Con todo, quizás sea la fortísima enemistad entre Valjean y el inspector Javert, el principal motor que ha asegurado que el mensaje de este libro sea moral y no moralizante. Implacable y obsesivo en su trabajo, Javert (a quien en futuras re-lecturas más de uno imaginaremos con ese tono amenazante e incansable que ha sabido darle Russell Crowe quien, aunque su forma de cantar sea peculiar, todo se le perdona por sus dotes para dar credibilidad a cualquier personaje), quien plantea el eterno problema que conforme vamos madurando nos asalta. ¿Qué ocurre cuando la ley que intentamos respetar en todo momento se muestra injusta?
No todo es perfecto en una monumental obra de ingeniería con palabras, tal vez tenga sus ñoñerías y aventuras amorosas a primera vista que harán arquear nuestra ceja más cínica, es probable que Patrick Süskind en su maravilloso El perfume (las cien mejores primeras páginas que se han escrito sobre la Revolución Francesa, lo mantendré hasta que alguien me demuestre lo contrario) sea más detallado y realista al evocar París que este romántico irredento... pero, ¿quién puede resistirse a los desheredados?
La historia de los perdedores, aquellos gloriosos Misérables...
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