¿Dónde colocar el chubasquero y el paraguas? Pudiera parecer una tontería, pero una fría mañana de noviembre, si un servidor (en un hipotético y apocalíptico futuro que es de todo menos probable), entrase en el Congreso como diputado, igual que cierto peregrino, pasaría un mal rato tratando de averiguar dónde se colocan la empapada prenda y el instrumento de Mary Poppins, por no hablar de cómo soportar las miradas de "La Montaña", con impecables trajes capitalinos y teniendo el 90% de ellos la expresión de un patricio romano. Ante eso, solamente queda la sencillez.
En un clima donde casi se respira la operación rescate como algo inminente y el descrédito de nuestra clase política, de toda condición e ideología, leer las memorias de un diputado solamente podría considerarse un ejercicio de masoquismo. No obstante, tengo que reconocer que las reflexiones de José Antonio Labordeta sobre la VII y la VIII Legislatura en las que fue uno de los representantes electos de la Chunta Aragonesista, han sido un entretenido pasatiempo que aparte ha arrojado alguna pista de por qué esos leones que no son de Micenas, han visto, pese a todo, subir muchas escaleras a fecundos en engaños... aunque quizás no tanto en ardides e ingenios.
Canta-autor y uno de los personajes más queridos por el pueblo aragonés de su época, Labordeta, igual que Fernando Fernán Gómez (gran actor, personaje de una extraordinaria inteligencia y, para qué engañarnos, no la persona de trato más fácil del mundo), tuvo la desgracia de que una salida de tono fue la que le hizo pasar a la posteridad y los vídeos de Youtube cuando tenía muchos más merecimientos. De alguna manera, ese discurso, que no fue ni de los mejores ni inspirados, le valió cumplir las fantasías de muchos ciudadanos de a pie que en más de una y dos ocasiones tuvieron el deseo de mandar a, salve sea el lugar, a muchos de sus representantes. Aún hoy sigue siendo considerado por Joaquín Sabina uno de los momentos climáticos de la democracia y, de las pocas cosas que no cambiaban de chaqueta, estaba la voz de Labordeta.
Personalmente, siendo todavía aún más insultantemente joven de lo que hoy soy (¿?), no fue ese el momento donde le cogí la matrícula a este singular individuo. Se trató en esa época donde uno aún ponía en La 2 las reuniones del Congreso y era capaz de tragarse la sesión casi entera (según quien hablase, porque alguno...) y hasta era tan ingenuo de pensar que no se iba a respaldar una guerra contra la que estaba en desacuerdo todo el país, fotito incluida. Aunque le tocó uno de los últimos turnos de plabra, "la cigarra" como la llamaban algunos sin mucho cariño en sus escaños, tuvo un muy inspirado speech y hasta regaló una bonita poesía a José María Aznar, buscando, como él mismo afirmaba, el único nexo común que podía tener con el presidente de la mayoría absoluta, aunque admitía que nunca le miró directamente a los ojos.
De forma caótica pero con una extraña coherencia, las páginas se suceden, mientras pensamos por qué tantas comisiones sobre comisiones y si es muy lógico la sucesión de ministerios y es que tenemos unas luminarias que serían capaces de eclipsar a Napoleón y pueden pasar de un día a otro de Justicia a Sanidad, pasando por Educación y Relaciones Exteriores. Nadie puede dudar de la valía que tuvo históricamente la Transición, pero hay momentos donde uno piensa que también va siendo hora de ver lo que se quedó en el camino y que estas listas cerradas y predominio del partido sobre el individuo, debería ser modificado. ¿Cómo puede concebirse siquiera que el voto en blanco no tenga validez? ¿Hay mayor alegato de desazón con todo y todos?
El testamento político del beduino es una buena pieza para reflexionar y una lectura considerablemente amena (vale, quizás los puntos del trasvase del Ebro no sean lo más apasionante que nos contatarán en nuestra vida, pero sí son jugosas las jugadas de ajedrez que unos y otros pretendían para sacar tajada del asunto), que, por supuesto, todo el que conozca un poco a quien la escribió, tiene un marcado acento ideológico y parcialidad que cada uno debería adecuar a su prisma. Personalmente, a mí me extraña que con lo incisivo que es, no metiera más palos también a los partidos de izquierdas, que motivos y ejemplos había por la mala praxis de lo que se prometía.
Igual que Obi-Wan Kenobi, a mucha gente le llamaría la atención como úno de sus discípulos en su labor de maestro en sus primeros años terminaría siendo nada menos que Federico Jiménez Losantos. Uno podría pensar que Cayo Mario tuvo como lugarteniente a Lucio Cornelio Sila, pero, en honor a la verdad, ambos siguieron profesándose mutuo cariño y demostraron que incluso dos Españas podían entenderse sin llegar al agua al río (obviando otro de los días míticos en los que nuestro protagonista le recordó al futuro locutor de radio que en su pueblo eran muy brutos y que si le volvía a decir una cosa que no le gustó, salió volando por los siete pisos del apartamento).
Los amantes de las pequeñas crónicas de 1X1, quizás disfruten de las perlas que se dejan al final de algunos de los protagonistas hasta hace muy poquito del futuro del país, lo cual, la verdad, da un poquito de miedo según que pérfiles. Es curioso comprobar cómo llegan a establecerse buenas sintonías y simpatías con supuestos adversarios, mientras que alguno como Álvarez Cascos llegó a admitir que solamente coincidían en compartir un gran gusto por las mujeres (aunque teniendo en cuenta las trayectorias vitales de ambos, más allá del género, parecían buscar cosas distintas en ellas, y honestamente, se me verá el plumero pero abogo por la vía del canta-autor, a mí también me parecía que Katherine Hepburn tenía mucha clase).
Casi parece sintómatico que uno de los últimos temas a tatar fuera el 11M, si me permiten la confesión, aparte (y siempre en primer lugar) de uno de los más sangrientos y deleznables atentandos que nunca hemos tenido la desventura de sufrir en nuestro país, para bastantes, creo que un verdadero punto de inflexión en la desazón sobre lo que era el sistema. Sobre tan tristes cimientos se operó un festín de cuervos y de intereses y donde la política demuestra que siempre debería estar por debajo de lo que realmente importa. Las víctimas, sus familiares y amigos eran los únicos que merecían atención, mientras muy egoístas intereses se iban entrelazando y envenenando el ambiente.
No se abunda (ni es el objetivo) este tipo de consideraciones tan ligadas al mundo de los oficios públicos en Amarcord, pero después de una semana leyendo al viejo beduino, uno se da cuenta de que tampoco pasa nada por decir lo que se piensa siempre que se haga con buena métrica y sin mandar a... ya saben donde al personal (aunque a veces incluso, debería permitirse).
Ante tanto desierto, no nos vendría mal un viejo beduino de guitarra cansada... aunque estuviéramos en desacuerdo con él. Por lo menos, se podría discutir con talento, y eso, siempre es bueno.
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