Desde Shylock, pasando por los prestamistas hebreos a los que engañaba Rodrigo Díaz de Vivar en el poema del Mío Cid, los judíos han tenido un papel relevante en la literatura occidental, aunque, desafortunadamente, en muchos casos, cayendo en el estereotipo y el más vulgar prejuicio. Buscando desmontar esos axiomas, Will Eisner, uno de los grandes pioneros del cómic norteamericano, se embarca en la tarea de rescatar y redimir a uno de esos usureros, nada menos que Fagin El Judío, salido de la excelente pluma de Charles Dickens para que cruzase su camino en un bullicioso Londres con un joven llamado Oliver Twist.
Autor todoterreno (dibujante, guionista, creador, defensor sindical de los derechos de los artistas de su gremio), muchos han considerado que el padre de "The Spirit" fue uno de los pioneros de la independencia del cómic-book como vehículo de diversión limitado solamente a la infancia. Si bien eso es una verdad como un templo, nunca ha dejado de producirme cierta incomodidad la obsesión de algunos por hablar de "novela gráfica". Que los trabajos de Eisner sean de una calidad excepcional, debería ser motivo de que las viñetas salieran de su complejo, no precisamente de reafirmarlo. Cuando una novela que leemos es mala apostillamos que a fin de cuentas era "literatura dibujada". Hay cómic estupendos, libros maravillosos y cuadros excelsos, entre muchos otros medios artísticos. Y, obviamente, hay tebeos menos estupendos, escritos no tan maravillosos y pinturas excesivas pero no excelsas. Muchas veces es la obra per se, no el medio en el que se desarrolla.
Cuestión personal para Eisner, presentar la intrahistoria de Fagin antes de cruzarse con uno de los huérfanos más famosos de la literatura, es la excusa perfecta para mostrar un gran conocimiento de su propia herencia, la obra de Dickens y algunas de las características de los antiguos sefarditas que se dispersaron por todo El Viejo Continente. Resulta curioso lo excelentemente bien y la forma tan simple en la que el dibujante ejemplifica que implicaba ser, por ejemplo, un ashkenazí, a la par que se pone el acento en la importancia de los descendientes de los observantes de la ley de Moisés expulsados de España y Portugal a finales del siglo XV (y no, no se han metido por error en un proceso de la Inquisición, ahora mismo volvemos con las viñetas).
Las desventuras de Fagin hasta terminar siendo el príncipe de los ladrones que adiestra a futuros Lazarillos en la capital inglesa, son el típico relato costumbrista y cotidiano del autor, un Eisner que en "Contrato con Dios" ya demostró toda su categoría para hacer de carne y hueso a todos sus personajes, admirables y miserables a la par, de una forma cautivadora y que hace que el público se preocupe por ellos. Por supuesto, llegará un momento entre sus nuevas levas, que un muchacho llamado Oliver ingresa a regañadientes en sus filas.
Con todo, pudiera decirse, por buscarle defectos a una excelente historia, que quizás el resquemor lleva al relato a mostrar cierta ingratitud con la obra original. Así, en un exponente de lo metaficcional, el mismísimo Dickens visitará a su creación, reprochándole la segunda cómo están alimentando los estereotipos sobre su pueblo. Indudablemente, igual que Shakespeare y tantos otros, los grandes escritores no escapan en algunos casos a las ideologías imperantes de su tiempo (y si se salen de la norma, como en el caso de Virginia Woolf, pagan el precio de muchos sinsabores como peaje por su talento rompedor).
En este sentido, ciertas críticas de Eisner sobre Dickens, aunque justas, bien hubieran merecido el acompañamiento del elogio de las virtudes que sí atesoraban sus escritos (igual que ocurre en "Los miserables", sin ir más lejos, a pesar de narrarse sin paños calientes realidades muy duras, "Oliver Twist" no deja de tener un mensaje esperanzador que no suena a propagandístico, como los mejores momentos del cine de Frank Capra).
Por ello, me animo a recomendar a quienes tengan el tomo editado por Norma, que no dejen de leer las palabras escritas por el tristemente desaparecido Eisner, ya que son un reflejo excelente de lo complejo y delicado, atrayenye y susceptible, que sigue siendo esa realidad social que supune aún hoy en día un verdadero reto para nuestro sentido de la orientación.
Si hasta el diablo merece un abogado, ¿cómo no iba a tenerlo el singular Fagin? Y nada menos que uno de los grandes. Un cómic sorprendente y donde hay más temas en juego que una simple adaptación de un clásico.
SALOMÓN: Y bien joven, ¿has decidido ya qué religión es mejor? ¿Cristianismo o judaísmo?
FAGIN: Señor, me parece que todas las fes son iguales para un miserable como yo.
SALOMÓN: Jo, jo... vemo que has madurado. ¡Se bienvenido a Londres, Moisés Fagín!
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