domingo, 19 de junio de 2011

PARADA EN CÓRDOBA

Si tengo que ser honesto, no aprovecho el Gran Teatro todo lo que debiera. Casi siempre que he ido, mis expectativas se han visto colmadas, o, en muchos casos, hasta sobrepasadas. Pero siempre tengo la sensación de que dejó escapar muchos trenes... o tranvías. Afortunadamente, éste no se ha ido sin que yo entrara con mi billete.



Así que fui con una amiga a ver "Un tranvía llamado deseo", la clásica obra de Tennesse Williams, todo un ejercicio de reflexión acerca de la pasión, el fin de la juventud y las tormentosas relaciones de sus protagonistas.
En mi modesta opinión, "Un tranvía llamado deseo" tiene un problema, un gran inconveniente. Y ése fue que hace ya mucho tiempo, una figura polémica pero artísticamente indiscutible, E.Kazan, la llevó a la gran pantalla como nadie lo había hecho, destacando entre su tremendo reparto a una inconmensurable Vivien Leigh y Marlon Brando.
La versión española que nos fue presentada, muy bien montada y dirigida por el catalán Mario Gas. Lo cierto es que mi primera impresión tras haber asistido recientemente a ella, es que a los españoles se nos da mejor tradicionalmente la tragicomedia que la tragedia a secas. Por ejemplo, la obra de Kazan era dramática, hay tensión flotando en el ambiente, en la de Gas, hay respiros, momentos para sonreír y hasta soltar unas carcajadas. Ni una ni otra vía es mejor o peor que la otra, es una cuestión de estilos que me llamó poderosamente la atención.
Esta afirmación no debe ser malinterpretada, Vicky Peña se echa la obra a sus espaldas como Blanche, de hecho, el relajado inicio de su personaje refinado y caduco cuando llega a la casa de su hermana Stella, no me permitió darme cuenta de la gran actriz que tenía en frente hasta que se marcó el monólogo de su primer matrimonio. Absolutamente escalofriante, una mezcla atípica de amor, temor, angustia, sensualidad y hasta patetismo, de una manera tan magistral que ni la mismísima Leigh lo hubiera hecho mejor. Es genial, un broche de oro a una gran carrera.


Las peculiaridades de Blanche la hacen chocar con su brutal cuñado, Stanley Kowalski, interpretado por Roberto Álamo. Este actor ya me había gustado mucho en días de fútbol, además, tiene cierto aire Gary Cooper, como diría Tony Soprano, un tipo fuerte y callado. Andrés Amorós declaraba que lo hecho por Marlon Brando fue insuperable. Totalmente de acuerdo, Brando reinventó el personaje, creó una bestia e incluso un icono sexual para ellas y ellos, el hombre salvaje, agresivo y temperamental, pero extrañamente carismático y capaz de esclavizar todo lo que pasa por su camino, desde su embaraza y sufrida esposa, pasando por su delicada y pisoteada cuñada, junto con su grupo de amigos, siempre sumisos al líder de la manada.
Desde luego, Álamo no tiene la presencia casi inigualable de Brando, pero él es muy listo, lo sabe y da otro enfoque, de la misma forma que lo hace Vicky Peña. Y encontrando otro camino, es creíble que ese hombre fuerte y silencioso, puede haberse hecho querer por tan delicadas mujeres, aunque no lo merezca en absoluto. Además, tiene una faceta cómica, cínica y terrible, que es muy curiosa en el emigrante polaco. Sinceramente, cuando vean esta obra y la comparen con la película de Kazan, se darán cuenta de lo buena que es la primera y lo legendaria que sigue siendo la adaptación para el séptimo arte. ¿Hay que elegir? Nos quedamos con las dos, porque el teatro y el cine siempre están vivos.
Y como la sufrida esposa de Stanley tenemos a Ariadna Gil, reclutada de nuevo para los escenarios. Su personaje de Stella vale más por lo que calla que por lo que habla, hay que atender a su manera de esperar en la calurosa entrada, al miedo que tiene de herir a su delicada hermana, a la pasión y el miedo que siente por un marido al que adora pero es incapaz de ver el monstruo que lleva dentro. Ariadna esá muy bien, al servicio de los dos protagonistas, acompañando en ese resignado silencio de la mujer maltrada, encerrada en una jaula de pasión y deseo de la que no podrá liberarse porque ella misma no quiere salir, tal es su drama.
El resto del reparto raya también a muy buena altura, destacando Alex Casanovas. Estamos ante un trabajo honesto, respetuoso con los precedentes pero con sus dosis de originalidad. Un privilegio para el Gran Teatro haberse montado a ese tranvía, donde solamente nos quedará la posibilidad de fiarnos de la amabilidad de los desconocidos...

2 comentarios:

Chespiro dijo...

Me alegro de que disfrutaras la obra.
Mi referente es Un tranvía llamado Marge, ya sabes.
Saludos!

El Viejo dijo...

Sí, una adaptación particularmente brillante la de los amigos amarillos.

Muy, muy recomendable. Saludos muy afectuosos, Chespiro.