Alicia sentía curiosidad, por eso siguió ese conejo al otro lado del espejo; a su manera, Henry Jekyll también compartía con la niña esa curiosidad. Pero en su caso, sus cristales estaban destrozados...
Robert Louis Stevenson no era precisamente un desconocido para mí, en verdad, no creo que lo sea para nadie en la literatura. Hacía mucho tiempo, me había seducido cierta isla con un tesoro, pero especialmente un canallesco pirata muy astuto con nombre de plata, pero ésa, es otra historia.
No ha sido hasta estas vacaciones cuando al fin me he sumergido en este clásico. Mea culpa y pocas excusas se me ocurren, por supuesto conocía la trama y las muchas adaptaciones que ha tenido, tanto en cine como en cómic, pero era una asignatura pendiente que siempre se quedaba insatisfecha. Una cómoda edición de Austral, con un interesante prefacio de Juan Tébar, ha terminado por animarme a bucear en este clásico. Más vale tarde que nunca, como dice el refranero, la verdad es que ha sido una experiencia lectora curiosísima.
Es muy curioso que el azar de la estantería me esté llevando también a leer otra obra similar, que no equivalente, "El retrato de Dorian Gray", del genial Oscar Wilde. He de reconocer que en este duelo de colosos, de momento me está ganando un poco más Wilde, aunque fascinante, la propuesta de Stevenson está edulcorada, el velo es apetecible pero tapa demasiado, Wilde se la juega más y, efectivamente, críticos (quién sabe si envidiosos) lo crucificaron. Stevenson insinúa, pero se queda en lo interno, en el fascinante debate del alma, pero el relato, generación tras generación, da menos miedo... Como decía Lisa Simpson haciendo referencia a "El Cuervo": La gente se asustaba más fácilmente antiguamente y, quizás, nosotros, lectores/as del siglo XXI, hubiéramos agradecido otro estilo. Pero cada generación tiene sus mitos, su tipo de música y su forma incluso de ponerse el sombrero.
Béjar tiene un gran acierto, hace una introducción muy apta para los que estamos menos versados. Especialmente, profundiza en la figura paterna de Stevenson, quien siempre vivió, al igual que Jekyll vagando por Londres, buscando y a la vez, evitando la luz y el reflejo de los faros. ¿Deber o deseo? Como bien han apuntado muchos, aunque se tienda a disculpar a Jekyll, ¿no es acaso más hipócrita que el propio Mr. Hyde? A pesar de ser una sucesión de indagaciones con poca acción, el duelo moral sustenta el interés por el final.
El estilo narrativo es fluido y elegante, aunque muy contenido, pueden ser bien ciertos los rumores de que tuvo varios revisionados del borrador inicial, omitiendo detalles que podían ser juzgados demasiado tenebrosos o directamente desagradables. Se cultiva el género epistolar, recordando en este sentido a la también clásica Drácula de Stoker. Pero, sin el desparpajo de Wilde, la eterna lucha del bien y del mal no queda solucionada...
La gran relevancia de esta idea genial que al parecer salió de los propios sueños de Stevenson, es sin duda, más allá de la pieza, las muchas ramificaciones que ha tenido. El concepto es tan brillante en sí mismo, que han sido infinidad la cantidad de enfoques... nadie se pone de acuerdo en lo que significa Hyde, porque es repulsivo e inclasificable al mismo tiempo. ¿Quién está tras la máscara? ¿Está Stevenson bajando al dios Juno de los altares y poniéndole ropaje mortal?
Probablemente en esta reseña estemos adelantando acontecimientos. Todo comenzó cierto día, el abogado Gabriel John Utterson estaba preocupado, uno de sus mejores amigos, un célebre doctor, estaba empezando a ser asociado a una mala compañía. Poco se sabía de él, salvo que su aspecto emanaba maldad y que en cierta noche se había cruzado con una niña y....
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