domingo, 19 de julio de 2015

ELOGIO DE LA LOCURA: EL DISCO QUE NUNCA FUE, PERO DEBIÓ HABER SIDO


Sigue siendo un disco que me gustaría haber podido llevarme a cualquier viaje de verano. Imagino la caja con el pájaro loco macarra, sumado a su puro el toque bohemio, bombín y bastón incluido; una sonrisa de complicidad se forma en mis labios. Soy consciente de que nunca podré comprar ese CD doble, pero, qué hermoso hubiera sido. Loquillo y Sabina. Joaquín y José María. Dos autores que nunca dejan indiferentes, que han tenido, curiosamente, dimes y diretes, vidas paralelas con alguna noche de cervezas y hotel compartidas, admiración en la distancia y refriegas por asuntos tan banales como la política, cuando lo que les une es más profundo: el arte y las ganas de decir lo que les parezca. 



Nobleza obliga, quizás, por aquello de las canas, habría que dejarle la letra de la primera canción a Sabina. El cuervo ingenuo que entró en aquella cueva de talento llamada la Mandrágora, coincidiendo con un tal Javier Krahe, loado sea el recuerdo, no dejaba de ser un muchacho de Úbeda que, maleta en mano, pensaba que allí no le iban a aceptar aquellos poetas tan listos. No deja de tener su lógica que, pongamos que hablo de Madrid, uno de los que mejor ha hablado de la capital haya sido ese recién llegado del sur. Por cierto que jamás se le ha perdonado del todo por estos lares aquel cambio en la última estrofa. No por convertirnos en Blas Infantes de la vida, pero el "Aquí he vivido, aquí quiero quedarme" no tiene ni punto de comparación con la emotividad de "Cuando la muerte venga a visitarme, que me lleven al sur donde nací". En cualquier caso, doctores tiene la iglesia y cristales de Bohemia para pisar. 



Seguro que sería una lírica muy bonita, a fin de cuenta, incluso entre sus detractores, que son ciento y volando, se sabe que, si bien muchas veces son ripios, pocos brillan en ese truco como el flaco de vida disoluta que puede aglutinar masas en la Bombonera como si fuera Maradona. Mas sería necesario, para eso estaría hay atento Loquillo, no apoltronarse y dar un toque a lo Kristofferson; a fin de cuentas, Joaquinito ha abrazado con ganas el mundo de los poetas y parece haberse olvidado de cuando fueron los mejores, las noches de bares e inspiración, deliciosas formas de perder el tiempo. Un guiño de complicidad y rock and roll animal que el antiguo compañero de basket de Súper Epi traería a la palestra justo cuando más le necesitamos. A fin de cuentas, el Loco cuerdo era el hijo de un estibador que había luchado por la libertad y brazos tatuados que cumplía la estampa, como el duque diría, aquello de feo, fuerte y formal, gentes de otro código moral y que te gustaría tener a tu derecha en una pelea. 



No habría sido un proceso creativo simple. Sabina puede discutir a voz en grito por la colocación de una coma, mientras que el sentido de la estética del Loco tampoco le permite transigir con lo que no le gusta. Pero dudo que hubieran acabado siendo enemigos íntimos. Habría sido un gran álbum, el propio de dos culos inquietos, que se cansan rápido de una cosa y pasan a la siguiente. El rock fue entrando en Joaquín con estilo heterodoxo y voz ronca, mientras que el hijo de nadie se re-formuló de sus primeros años para embarcarse en proyectos como pasar a canciones los versos de Luis Alberto de Cuenca. Sin embargo, ¿hubiera podido llevarse la empresa a buen puerto o existiría la sombra de la deserción? 



Y es que encontronazos han tenido, el propio de dos personas que tienen perspectivas diferentes en política, sociedad y hasta estilo de vida. Pese a ello, nada que no pudiera resolver una cena, en no pocas oportunidades, disentir es un auténtico placer cuando se hace con criterio. Quizás porque, aunque nos sobren los motivos, esta pareja tiene la marca de los supervivientes de una edad dorada, gente que vivió la movida que engulló a tantos, a la Barcelona que es y que fue, además de no pocas rayas y jeringuillas en el lavabo... 



Fueron los años de formación y eclosión, de talentos que iban a comerse el mundo y acabaron antes de tiempo. Ni se conocía ni se hablaba de sobredosis y enfermedades de transmisión sexual, todo era una auténtica bacanal y nuestro amigo Satán protegía en su regazo de ese club de gente formal que componía el cielo de lo políticamente correcto. El Loco, como el buen vino, ha sabido envejecer en ese proceso y abandonó el camión, aunque espera que algunos jovenzuelos recojan el testigo, porque le gustaría seguir escuchándola en labios que no sean los suyos. 

 


Más de un purista se habría rasgado las vestiduras. Pero, para solaz de la discográfica que se hiciera con los derechos de distribución, habría vendido muy bien. Porque no dejaría de ser la fusión de la Madrid que sueñan las que lo visitan y la Ciudad Condal sacada de sus años más juveniles, cuando todo era nuevo, una alquimia precisa, el abrazo de dos mundos que se necesitan más de lo que parece. Sabino Méndez y Pancho Varona también hubieran tenido voz y voto, lo sospecho. Viejos camaradas encajaría allí como una oda a los de antes, a los colegas que se fueron o cambiamos, pero que nos dejaron impronta. Se incluirían allí algunos de los mejores atracadores barceloneses, Marías Magdalenas y bomberos toreros, gente de por qué discutir, cuando se puede pelear. 



Los temas comunes permitirían que fuera difícil qué parte es de cada uno en determinadas canciones. Hola, mi amor, yo soy tu lobo habría sido una parodia de aquellos años en eso que se llama servicio militar y que tan bien reflejó Vargas Llosa en La ciudad y los perros. Una empresa patria que alejó a Loquillo de las sabias órdenes de Aíto García Reneses en la cancha y lo acercó más a la música, mientras que Joaquín permanecía oculto en la litera para que sus queridos compañeros no supieran que era él ese poeta del que hablaban en la correspondencia. A los Jaguares no les gustan los escritores, aunque, como diría el Loco, fusión de Tony Montana y Carlito Brigante, a final, siempre te queda la palabra dada y ciertos atributos de la fisonomía. 



Lo único que no se me ocurre es e tema de cierre. Tendría que ser escrito a cuatro manos, porque no me imagino a ninguno de los dos cediendo la última bola, igual que Larry Bird, esa le corresponde a uno. Si bien a Sabina eso del deporte siempre le ha parecido asunto poco caballeroso, pero buen gusto nunca le ha faltado, puesto que, obligándose a elegir, abrazó la causa de uno de los equipos con más solera y mística del césped, ese Atleti al que dedicó un himno imborrable. Una forma atípica de ver las cosas. Algo de eso sabría Loquillo, ese culé que vive en la Guipúzcoa más rural, una rock and roll star fusionada con el último de la fila, ese que, para hacer poesía, solamente tenía que mover los labios... 



Dios, qué pedazo de disco hubiera sido. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES: 






http://culturaparatodos.es/discografias/13598-joaquin-sabina-discografia.html



http://www.joaquinsabina.net/2009/11/03/joaquin-sabina-desnuda-vinagre-y-rosas/



http://www.coveralia.com/caratulas/Joaquin-Sabina-19-Dias-y-500-Noches-Interior-Frontal.php



http://www.primacia.org/index.php/repormusic/3718-loquillo-nuevo-disco-el-creyente


ENLACE DE INTERÉS:




http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/lanavedeloslocos/2014/11/28/mis-noches-con-sabina.html


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