domingo, 28 de septiembre de 2014

IDEAS NEGRAS, TALENTO CLARO


La depresión es una enfermedad que tiene el macabro don de surgir en forma de caricia disimulada, una traicionera y democrática invitación que no hace distinciones entre las personas que la padecen, pudiendo hacer acto de presencia en el momento más inesperado. Uno podría haberse visto tentado a pensar que André Franquin, autor de personajes tan entrañables como Gastón el Gafe o o Spirou, entre otros, sería una persona repleta de optimismo, luz que se refleja en sus viñetas, siendo considerado uno de los grandes maestros de la narración de la prestigiosa escuela franco-belga.  




De hecho, las personas que acudían fieles a su cita con Le Trombone, suplemento comiquero, se veían sorprendidos de que el risueño el estilo del autor se hubiera visto invadido de sombras y oscuridad, en una serie de pequeñas historias auto-conclusivas. Acompañado de Yvan Delporte, cuando no por Jean Roba, Marcel Gotlieb, Luce Degotte o el propio Franquin en solitario al guión, se trataba de un giro radical con respecto a su anterior producción. 




La idea fue trasladada a otras publicaciones, mientras Franquin empezaba a experimentar con este nuevo estilo, el cual había brotado dentro del propio pesimismo que había empezado a embargarle; utilizando ese punto de partido tan poco halagüeño, el artista francés encontró una motivación inesperado que le mostró un nuevo género para explotar su talento, un giro en la mirada que tradicionalmente había dado a sus viñetas. 



El dibujante crea una atmósfera que embriaga en sus tiras, las cuales fueron oportunamente editadas en un único tomo en castellano, desgraciadamente, bastante difícil de encontrar, Su forma de recrear algunos de los aspectos más cotidianos (las discotecas que muestra, la caza, el deporte profesional, la soledad que se muestra en muchas de sus viñetas, etc.) revelan que, incluso en uno de los momentos más delicados en lo personal, Franquin mantenía intacta su capacidad de contar una historia en muy poco espacio. 



No en vano, hablamos de uno de los autores cuya influencia más se ha notado en una de las Escuelas más importantes del tebeo español, Bruguera, especialmente, la impronta de Franquin es muy clara en el maestro Ibáñez, sin duda, uno de los buques insignias de las páginas españolas. Una herencia que es muy visible en el parentesco existente entre el ya citado Gastón y el inefable botones Sacarino.  




Cuentecillos como el de la guillotina son exponentes de la capacidad de síntesis del humorista gráfico cuando se encuentra en el punto de madurez de su carrera. Igual que acontecía con Esto no es todo de Quino, estos pequeños chistecillos son auténticas bombas de relojería, la carcajada da paso a esa pequeña incomodidad que dan los dardos indiscriminados que lanza este espejo deformado de nosotros mismos. 



Teniendo en cuenta los recientes males que asolan esta bola de barro, una columna de Manuel Vicent, la cual versa sobre las cuchillas y vallas de Ceuta y Melilla, a la par que el curioso interés que nos ha surgido ahora a todos por la epidemia de ébola, justo cuando esta terrible enfermedad ha comenzado a ser un riesgo para los países desarrollados, tras años diezmando sin que nos preocupase (aquí es necesario destacar las honrosas excepciones de los voluntarios de instituciones humanitarias, así como a la labor de misioneros y gentes que ha prestado su asistencia de forma tan desinteresada como valerosa), uno no puede dejar de pensar que tiras no dedicaría ese Franquin oscuro al avance de las corrientes más reaccionarias y atávicas en Francia, o el problema de la inmigración en el norte de África, por no hablar de la situación ucraniana. 



No podemos verlas, pero si imaginarlas, Franquin se mostró activo y se tornó en un ácido perspicaz para comprender por dónde soplaban los vientos. Del Woody Allen de Bananas o Toma el dinero y corre, el dibujante francés pareció encontrar su espacio para hacer sus propias Sombras y niebla o Match Point.  Las pequeñas fábulas que se narran en apenas una página, tienen el donde de dejar un poso en sus lectores. 



Un trabajo atípico, pero imprescindible, de uno de los autores de cómic más relevantes de su generación. 

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