Hace algunos años, uno de los mejores lápices de la industria del cómic, John Romita Junior (hijo del legendario dibujante de Spiderman), se embarcó en una empresa polemica, bajo las órdenes del guionista Mark Millar, con el elocuente y no muy refinado título de Kick Ass . Al poco tiempo, pese a sus palabras malsonantes y violencia extrema (o quizás precisamente por ello), el proyecto se convirtió en un fenómeno que incluyó una adaptación cinematográfica.
En ella, se narraban las desventuras de Dave Lizewski, el típico adolescente norteamericano que si se descuida acabará como personaje de alguna saga tipo American Pie o Ésta no es otra estúpida comedia americana. Pero el joven Lizewski buscaba llevar a cabo su sueño, si muchos compañeros de su generación soñaban también con volar o trepar por las paredes, almacenando portadas y cómics que buscasen alimentar la imaginación de sus consumidores, quienes enterrarían el disfraz de Peter Pan tras el baile de fin de curso. Lizewski se animó a salir a la calle disfrazado, quizás buscando exorcizar sus demonios.
La segunda entrega (con el originalísimo título de Kick-Ass 2) se centra poco después de los acontecimientos de la primera parte, cuando el fenómeno de los "súper-héroes normales" se ha extendido hasta el punto de que Lizewski ha quedado tornado en el pionero de un movimiento de justicieros. Algunas son personas bienintencionadas que hacen actividades tan poco épica como necesarias, tales como ayudar a personas en estado ebrio a llegar a su casa a salvo; mientras tanto, otras no dejan de ser individuos adictos a las emociones fuertes y con una violencia tan contundente que su diferencia de los criminales es inexistente.
Desafortunadamente, como cualquier freak de Marvel o DC sabría sin ningún apuro, es imposible la existencia de estos personajes sin grandes antagonistas. Con idéntico entusiasmo en las redes sociales de todo el mundo, un antiguo adversario de Lizewski comienza una operación con el seudónimo de "Hijo de puta" (la precisión del lenguaje es un don) que lleva a hacerle pensar que si está bien visto que haya eventos como macro-botellones-reto entre universitarios, que sería muy divertido organizar una gran pelea en Times Square entre unos y otros... que a diferencia de la serie de Batman en los años 70, aquí la gente sangre y se provoquen víctimas inocentes es un exiguo precio por la diversión.
Pudiendo parecer que la premisa es simple, igual que en la inspiradora de la secuela, hay más enjundia de la que parece en esta trama. Hay momentos donde la violencia que se muestra en sus viñetas supone algo muy cercano a las sensaciones que producen algunas películas de Scorsese o Tarantino... No es agradable, nada súper-heroico, genera una sensación muy desagradable. Y lo más curioso es que ese clímax suele llegar en una atmósfera previa divertida e interesante que te hace bajar la guardia.
De cualquier modo, y sin querer parecer timorato o tibio, no deja de resultarme cansino esa visceralidad eterna y hasta gore emocional con los integrantes de esta deformación de la realidad que a veces resulta sospechosamente cercana a lo que conocemos. Joe Carnahan, quien más apostó por este tándem creativo, parece imbuido por ese espíritu de enfants terribles de los creadores en una introducción malsonante y que ya coloca un listón que provoca que nada te sorprenda en una montaña rusa que no tiene puntos bajos para que impresione la ascensión.
Con todo lo cual, sigue siendo casi inevitable prestar atención a este tweet rápido, iracundo y escarlata que ha sido un auténtico fenómeno de popularidad.
1 comentario:
Me despierta cierta curiosidad porque la primera parte estaba concebida como obra única, o al menos daba esa sensación. ¿Secuela innecesaria, o no planeada pero al final buena?
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