A la altura del año 71 a.C, Marco Licinio Craso había salvaguardado la protección de Roma de la amenaza del mayor alzamiento de esclavos que el mundo mediterráneo había conocido. Era cierto que existían precedentes en Sicilia, pero si unas décadas antes alguien hubiera barajado una rebelión de esas características con derrotas humillantes para los legionarios a manos de sus siervos, hubiera sido tachado de loco.
Craso, adinerado hombre de negocios, general victorioso y antiguo partidario de Lucio Cornelio Sila, quien fuera dictador de Roma, sabía que únicamente se le daría una ovatio a su retorno, ya que la mentalidad de la República italiana en aquellos días no pensaba que hubiera la misma gloria en batir a esclavos que a hombres libres. Como fuere, el castigo a los supervivientes fue ejemplar, en una de las vías principales a la urbe, fueron crucificados todos sus prisioneros. Pese a ello, según le informaron sus soldados, nada se sabía del cabecilla... La última vez que se le vio en acción durante la lucha, había asesinado ya a algunos centuriones y se batía a la desesperada con aquella horda que lideraban, muchos de ellos antiguos gladiadores que durante dos años se habían paseado atemorizando a los ricos y adinerados romanos.
Y es que el propio Plutarco fue incapaz de contar qué fue de aquel extraño individuo que se convirtió en un líder y un referente que ha traspasado los siglos, un Mesías pagano y con la espada en la mano, un símbolo de la resistencia del que se ha escrito mucho y probablemente muy poco certero y seguro. Espartaco, tal vez a raíz de que Craso no encontró su cuerpo, se convirtió en algo más grande que él mismo, un icono para generaciones de sometidos y un mito para los amantes de la épica.
Como era lógico, la historia de un hombre que empezó batiéndose por su vida en Capua como divertimento de sus amos y llegó a ser un caudillo que amenazó a los hijos de la loba, ha generado también su respuesta en la pequeña pantalla, gran cantidad de telefilms de calidad heterogénea y, en una escala superior, la película firmada por Stanley Kubrick, verdadero clásico dentro del género. Muy recientemente, apenas en 2010, para cadenas por cable, siendo emitida en España por Cuatro y Canal Plus.
La serie no buscaba un rigor histórico ni nada que se le pareciera. Igual que otras producciones como la adaptación cinematográfica de "El Señor de los Anillos", la serie está íntegramente rodada en Nueva Zelanda. Desde el primer episodio, bajo la dirección de Steven S. De Knight, queda clara la apuesta que se iniciaba en su título "Espartaco: sangre y arena". Si llegan a apostillar "sexo", hubiera sido la promoción más sincera de la Historia.
Lejos del modelo realista de "Roma" (especialmente en su primera temporada, que merece considerarse un hito dentro de este tipo de programas), Spartacus es un intento de emular la estética de 300 que tan buenos resultados dio en taquilla a Zack Snyder. Es decir, una gran cantidad de sangre a borbotones, coreografías muy comiqueras y un puñado de mujeres y chicos estupendos ligeros de ropa... cuando no en la cama directamente, sin mucho rubor ni censura.
Desde el primer momento, para los puristas de las fuentes clásicas, los guionistas apuestan excesivamente rápido por la condición de tracio del futuro gladiador. Sabido es, sin embargo, que no cuando los autores latinos hablan de Espartaco como "tracio" están refiriéndose a su patria de nacimiento, tal vez simplemente sea el apelativo en referencia al tipo de arma que utilizase en la escuela de Léntulo Batiato. La trama está desde ese instante edulcorada, soldado auxiliar tracio, traicionado por los romanos y separado de su esposa, Espartaco termina teniendo que recurrir a la arriesgada vida de los guerreros de la arena.
Andy Whitfield es el encargado de encarnar al mítico héroe, teniendo ciertas reminiscencias al Máximo Décimo Meridio de "Gladiator". El resto del reparto suelen ser personajes de gran constitución física (destacando Crixo El Galo, concebido por los creadores como el CR9 de la época, alguien que lejos de sufrir con este oficio, goza de su reputación de estrella y de los favores que están dispuestas a hacerle las señoras de Capua) y en algunos casos incluso rebotados del mundo de la lucha libre profesional. Esto ayuda en el sentido de que son muy creíbles pegándose mandoblazos, pero no cuesta pensar que el nivel actoral va a ser inferior, por ejemplo, a "Yo Claudio", que estaba abastecida de algunos de los mejores actores y actrices del espléndido teatro inglés de los años 70.
Con todo, hay un extraño acierto colateral, principalmente con un personaje, el dueño de los gladiadores, Batiato, interpretado magníficamente por John Hannah. Lejos del simplismo de historia de buenos y malos, Batiato es entendido como un evergeta local y que quiere ascender con ese negocio hedonista hasta su verdadero sueño, una plaza aunque sea modesta de senador en Roma. De ahí que este individuo, avispado e inteligente dándole al público lo que quiere, busca hacerle la bola a cuantos patricios o familias plebeyas adineradas pasan por su establecimiento. Sin proponérselo, la serie hace aquí una espléndida visión de los ascensos sociales y las vías que tenían los pudientes locales itálicos cara a la gran Meca, la capital del Mare Nostrum.
Aquellos que se aproximen a mi quinta, tampoco tendrán ningún problema en reconocer a quien fuera Xena, Lucy Lawless, quien hace de la exuberante esposa de Batiato, una mujer no demasiado fiel y que goza de los favores de los jovencitos pupilos de su marido. La serie en este sentido es más honesta que ninguna y tanto para ellos como para ellas como para la más que posible homosexualidad de algunos de los gladiadores allí recluidos, mostrando escenas en muchos casos muy explícitas.
Su simpleza y estilo de aventuras y duelos que hubiera podido firmar el mismísimo Robert E.Howard, hacen que los capítulos de la primera temporada puedan ser consumidos como rosquillas, no estamos ante ninguna obra maestra pero sí ante un producto tremendamente entretenido y que no comete el error de tomarse demasiado en serio a sí mismo. Por desgracia, el alma de la serie, Andy Whitfield ve como le diagnostican un cáncer, provocando un drama personal que lógicamente se extiende como una mancha de aceite que hará que los productores y equipo tengan que re-plantearse la segunda parte.
En una época tan capitalizada y del negocio es el negocio, debe agradecerse que se hiciera la fórmula de "Dioses de la Arena", con la voz en off de Whitfield, en un ejemplo de profesionalismo innegable. Confiando en que su primer actor se recuperase de esa terrible lucha, los guionistas hacen algo así como un "Capua Year 1", donde cuentan cómo los compañeros de Espartaco terminaron sus días también en ese destino ambiguo, algunos mueren y son olvidados, otros prosperan y empiezan a ser mimados por unos propietarios que no piensan sacrificar a una espléndida inversión por una turba sedienda de sangre por un mal día.
"Dioses de la Arena", aunque se añore a Whitfield, es una buena segunda temporada, siguiendo la misma tónica que la anterior, señoras estupendas, tipos muy violentos y con diálogos de western, cortos y eficaces y un mayor peso de Batiato y su esposa, probablemente la mejor parte de la trama. Nuevamente, el contexto histórico es más que discutible, pero una vez tiene una extraña habilidad para plantear cosas interesantes, casi sin querer...
Un ejemplo se haya cuando un insoportable patricio visita Capua, Batiatio logra ser su anfitrión, soñando una vez más con que una buena velada y una pelea de exhibición hará al romano apuntar su nombre en la lista de clientes. Se genera todo el boato posible y una fiesta dionisíaca, pero el envalentonado visitante se atreve a desafiar a uno de los mejores luchadores de Batiato, que, obviamente, debe dejarse perder, tragándose el orgullo y los insultos del personaje en cuestión. El desenlace será trágico. Desde luego todo es inventado, pero hay una extraña sensación de "Esto podría haber pasado perfectamente en la República Romana Tardía".
Desafortunadamente, el interesante intento de esperar a Whitfield con ingenio queda roto cuando hace apenas unos días el joven actor fallece. Sin lugar a dudas esto va a marca irremisiblemente al programa, será muy duro para los miembros del casting seguir adelante, la pérdida tiene unas connotaciones personales que superan con creces las profesionales. Pero, sospechamos que Whitfield querría que siguiera el espectáculo, porque, a fin de cuentas, Espartaco nunca fue encontrado, misterioso, algunos hablan de que fue un desertor de las legiones romanas, otros de que su esposa era una hechiera, otros tantos pregonan su origen tracio...
"Sangre y Arena" deberá tratar de hacer el mejor homenaje posible a aquél que fue el mejor Espartaco posible, luchando hasta el final contra una de esas plagas que tantas tragedias está causando a lo largo de todo el mundo.
3 comentarios:
Acabo de enterarme de su fallecimiento en una revisteja... Estamos vendidos, amigo.
Desde luego, como dice nuestro común amigo Easmo, parece que a la vida le ha dado ahora por tener ese botón letal misterioso y terrible llamado cáncer.
Doble tragedia encima siendo una persona tan joven y con un futuro muy interesante.
Muy buena la acabo de terminar de ver en Netflix me gustó mucho no me gustó que murieran los principales pero muy buena
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