A la hora de hablar de cómics épicos, suele ser una obligada referencia. 300 de Frank Miller es un clásico, probablemente desde que su atractiva propuesta salió impresa por primera vez, no pasó inadvertido.
Con un espectacular color por parte de Lynn Varley, narra la aventura épica de trescientos espartanos que se dirigen (contra la opinión de muchos miembros de su peculiar y militarizada sociedad) al paso de las Termópilas, para colaborar con otras polis griegas que quieren bloquear la inminente llegada del todopoderoso Gran Rey Jerjes, cuyas poderosas tropas vienen acompañadas del sonido del oro que está corrompiendo y derrotando la voluntad de otros compatriotas.
A pesar de no ser precisamente un dibujante preciocista, el lápiz de Miller brilla en esta obra personal a gran altura. Sus lacedemonios son individuos interesantes de espesas barbas negras, ariscos, no de demasiadas palabras (excepto uno que sabe narrar cuentos, un personaje clave) y, encabezados por su bravo rey Leónidas, bravos hasta extremos que serían considerados locos. Particularmente Leónidas, que había asesinado a un embajador persa por su arrogante conducta con la fórmula de "tierra y agua", es acusado de haber blasfemado y conducir a su patria a un desastre seguro, de ahí que tenga que recurrir a tan escasas unidades, eso sí, de sus más fieles.
El rigor histórico de 300 presenta muchas carencias. La indumentaria de las tropas persas no es la más acertada, la realidad ateniense es simplificada, se olvida en beneficio de potenciar a los espartanos a las otras naciones griegas que se quedaron hasta el final en aquel encabezonamiento militar... Pero, algunos años después de su creación, las inquietantes figuras de estos hijos de la guerra siguen conservando el extraño y aterrador encanto del propio mundo espartano.
Los diálogos de la obra son uno de sus grandes acierto, muy western, breves, sentenciosos pero con muchas aristas. "Malditos espartanos, siempre saben qué decir". Si históricamente 300 presenta laguna, su aparato mitológico es de primer orden, la obra engancha desde su arranque y está tapidaza con el barniz de la leyenda.
Mucho tiempo después, con motivo del estrena de su polémica adaptación al cine (que daría para una futura entrada), se acusó a Miller de haber hecho una historia más de Occidente contra Oriente. Lo cierto es que, reconociendo que este autor tiene una tendencia muy conservadora que le ha hecho meterse en algún proyecto cuyo mensaje o resulta atávico (El contra-ataque) o directamente un sinsentido (All Star Batman y Robin), no en vano Alex de la Iglesia en una hipérbole alta llegó a calificarle de "fascistoide entrañable", me parece absurda esa acusación en 300. Miller se convierte en un rendido de la épica, acentúa la mística que siempre ha existido cuando unos pocos plantan cara a muchos, pero ni hilaba tan fino en ese aspecto y si aquí los persas son "los malos", no creo que tuviera ningún inconveniente en potenciarlos si tuviera que contar por ejemplo los éxitos de Ciro El Grande.
Cualquiera sabe qué pasa por la mente de un tipo tan peculiar como Miller creando una obra así, pero no creó que mienta cuando afirma que su objetivo era rendir un homenaje a la obra cinematográfica "El León de Esparta", que vio durante su niñez. En verdad, este relato de lucha a caballo entre Clío y Homero, no puede sino impactar mucho en una persona joven.
Medidos también los momentos "tiernos" de la obra, especialmente esa inquietante mirada de Leónidas sobre el deforme Efialtes.
Idealizados hasta el extremo, estos Trescientos siguen formando parte de los mitos, también a través del arte de las viñetas.
Toda Grecia sabe lo que está bien... pero solamente los espartanos lo hacen.
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