Cuando Andrés despertó, la habitación todavía estaba allí. No le costó mucho reconocerla, aunque algunos detalles parecían diferentes. Sin embargo, dudó de sus propios instintos, últimamente su memoria de elefante le fallaba hasta el punto de sentirse incómodo en su propia casa, aquella que compró con tanto esmero hacía treinta años. Bienvenidos a "El Padre", una pieza teatral que no puede dejar indiferente a nadie, una reflexión sobre una de las etapas más fundamentales de la vida, si bien la ficción ha solido rehuirla por no considerarla comercial: la vejez.
José Carlos Plaza dirige y adapta un texto inteligente, surgido de a mente de Florian Zeller, una trama que va a resultar cercana a muchas personas, porque es el ciclo vital el que la marca. En muchos sentidos, la tercera edad es el retorno a la niñez, al sentirse desvalido, el temor del desamparo, la búsqueda de la más elemental protección. Un argumento sensible y sin paños calientes, el cual no renuncia a uno de los elixires que hemos creado para afrontar las circunstancias más crueles: el sentido del humor.
El actor escogido para Andres no podía ser otro: Héctor Alterio. El titán argentino es uno de esos escasos intérpretes que puede transmitir mil sensaciones mientras su personaje está sentado con su pijama en un sofá. Su capacidad para dar el tono justo a una frase y la fuerza de su mirada le hacen dominar mil registros, usados a su antojo, quedando el público en todo momento a su merced. Plaza, director hábil, sabe dosificar a su gran estrella, da pausas durante las escenas para que echemos de menos a Andrés, para evitar que pierda carisma o esta historia familiar se torne un monólogo.
Y es que el Alzheimer, como el cáncer, es una enfermedad cuya capacidad de destrucción parece casi ilimitada: afecta a la persona y a todo lo que tiene a su alrededor, sin ningún asomo de piedad. La dolencia de Andrés condiciona su vida y la de sus hijas, yernos, enfermeras, etc. Ana Labordeta regala un personaje maravilloso en ese sentido, reflejando la transformación brutal en su vida cotidiana lo que significa eso, quedando como único consuelo el amor a su padre.
Todos estos ingredientes ya bastarían para hacer una agridulce comedia capaz de cautivar, de cualquier modo, hay más, bastante de hecho. La escenografía e iluminación se combinan con simpleza y habilidad para hacer una metáfora elocuente e imperdible, la iremos adivinando, pero en nada nos estorba. Queremos hacer el viaje con Andrés hasta el final, como si sintiéramos que, en caso de tener la fortuna de llegar hasta allí, también nos tocará a nosotros.
Y habrá momentos duros. Porque, como advertíamos previamente, el conocimiento de Zeller de la naturaleza humana es profundo y eso obliga a pararse en las dos caras de la moneda: si existe la piedad, es porque somos capaces de una gran crueldad. Donde reside el cariño, suele darse también la ingratitud, de padres a hijos, maridos a mujeres, etc. Durante la función, somos transportados a una reflexión profunda donde se revelan cosas que sospechábamos pero no queríamos ver aflorar.
Aquí se advierte la hábil mano de la dirección. Igual que estamos ante una obra que se niega a ser edulcorada, también se muestra reacia al exhibicionismo. El texto y el reparto confían en la inteligencia de su audiencia, saben que si le dan las pistas atarán cabos en esta biografía de retazos, que en el teatro es peor lo que estamos obligados a imaginar que cualquier cosa visible.
En todo ello se mueven las motivaciones. Cada persona del elenco es consciente de que su rol no es ni bueno ni malo, el círculo del protagonista tiene sus motivaciones, una serie de intereses que se protegen de una manera egoísta, como es propio de la vida que, pese a todos, siempre puja por continuar. La arriesgada manera de hilvanar la historia funciona por la generosidad de los demás, al servicio de un artista argentino en los niveles que solamente alcanzan los tocados por la varita.
Cuando cae el telón resulta fácil sentir que hemos tenido el privilegio de ver el clinic de uno de los grandes últimos maestros, de un actor excepcional que aquí se siente cómodo y arropado por una compañía espléndida y una ayuda técnica soberbia, Alterio disfruta y hace disfrutar a partes iguales. Como bien apuntaba el propio Plaza, Andrés nos hace reír pero nunca de él.
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
-Gran Teatro de Córdoba, El Padre, función del 30 de abril de 2017 [Fotografía tomada por el autor del blog]
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