domingo, 30 de marzo de 2014

UN CORTE DE PELO EN EL LARGO DO CHIADO


Dicen que el legendario Fernando Pessoa no dejaba pasar un día sin que un barbero de su confianza contuviera los más rebeldes rincones de su reconocible bigote recortado. Hoy en día, en su casa-museo, las navajas y hojas de afeitar han sido donadas para recordar una faceta más terrenal de un poeta que alcanzó la inmortalidad tras una vida anónima (no por ello menos interesante, que no fuera popular, no excluye que su biografía sea un recorrido fascinante por una personalidad única). Y es que un buen bigote marca, aunque sea pintado como el de Groucho o disfrazado como el de Dalí, autor de la mítica frase: "Mientras todos se fijan en mi bigote, yo hago lo que me sale de los cojones".



Sería incapaz de intentar emular los brillante heterónimos del esquivo poeta lisboeta, pero creo que menos aún me veo tentado de imitar el hábito diario de pasar por la tijera. Cuestión de vagancia, puede ser, por más que una barbería siempre pueda ser lugar de conversaciones interesantes, contradiciendo la máxima de Filipo de Macedonia cuando le preguntaban cómo quería que le cortasen los cabellos: "En silencio" . De cualquier modo, los remolinos mandan y había que podar lo que empezaba a ser una rebeldía impenitente en la cabeza. 



Puede parecer curioso, pero con más de dos décadas a cuestas, con alguna excepción catalana en la niñez, es la primera vez de la que tengo memoria de pelarme fuera de Córdoba. Conocido es que un día le preguntaron a ese filósofo Nietzscheano llamado Conan El Bárbaro por qué llevaba una melena tan larga que podía ser una molestia en la batalla: "Solamente pongo mi cabeza al acero de otro hombre cuando es de mi confianza. Probablemente, no vuelva a cortármelo hasta que vuelva a Cimmeria". Le quedaban unos pocos kilómetros al acólito de Crom, así que vuestro modesto cronista iba a correr el riesgo.  


Puestos a aprovechar un acto rutinario para seguir disfrutando de una de las zonas más curiosas y merecedoras de pasear por la ciudad, fue una feliz coincidencia descubrir que existía una peluquería muy especial, merecedora de una frase conocida por sus clientes: "Um museu dentro da Barbearia". Efectivamente, la barbería Campos tiene una estética atávica y un aroma de tradición que gusta nada más observarla en su discreto rincón, rodeada de cafeterías que se suben bajo el resonar de los fados portugueses ambulantes. . 



A través de diferentes carteles que te convencen de haber entrado en ese viaje al pasado en maquinilla de afeitar, solamente hay que pagar el peregrinaje con una cola generosa. Hay muchas butacas y el sitio es de sobras conocido como para estar concurrido un sábado por la mañana. ¿Recomendaciones? No está de más dar constancia de la intención y salir a tomar un buen frappé y volver armado con la munición periodística correspondiente (a una bajada de calle y hay variedad de quioscos, estar en un casco histórico te garantiza prensa extranjera de España, Italia, Inglaterra, etc). 



El síndrome Sheldon Cooper que anida en todos nosotros (solamente las manías, la genialidad en la teoría de cuerdas no viene incluida en el símil) puede hacernos suspicaces con el cambio de le peluquería de siempre, donde te conocen y eres amigo a muerte de tu barbero (lo cual tiene un mérito enorme, siendo uno del Barça y otro del Madrid, en estos tiempos que corren), pero no puede haber quejas sibaritas ante el estupendo servicio del establecimiento... Efectivamente, la más antigua de Lisboa, pero la edad no ha hecho causar ningún estrago en su eficacia. Casi dan ganas de que te den un ticket como si hubiera estado, en efecto, en un museo.


Muy próxima a esta zona, presidida por una estatua de Pessoa, lleva casi de inmediato a una plaza con uno de los grandes ídolos del poeta, nada menos que Camôes, auténtico referente de las letras lusas. La zona tiene una agradable bajada hacia el mar, además de una nutrida tienda de cómics bajando por la Rua das Flores. Mucho cuidado a la hora de preguntar por esta dirección, hay que especificar calle, porque si no, el bienintencionado viandante lo manda a la célebre Praça das Flores. No obstante, cosas hay peores en la vida y la pequeña confusión vale para subir al Bairro Alto, acompañado siempre de hermosos miradores, variedad de restaurante y, cuando el tiempo acompaña, unos parques muy agradables. 



Volviendo a la plaza del autor de Os Lusíadas, donde son frecuentes concentraciones e inicios de algunas de las manifestaciones que son tan frecuentes en la ciudad. No está la capital ajena a la crisis, esa palabra que de tanto utilizarse habrá que mandar a una cura de reposo, reflejadas en muy diferentes cuestiones. Quien haya estado por estos lares, quizás se haya fijado en la proliferación de policías y guardias de seguridad en centros comerciales, súper-mercados y otras tiendas. Estos profesionales suelen ser policías nacionales que realizan estos servicios como horas extra. Los recortes al funcionariado les han afectado también y ha sido una de las motivaciones de algunas de las quejas por las bajadas salariales. 



Resulta un ejercicio interesante en taxis y cafeterías comparar notas con los amigos del otro lado de la raya; una de las sentencias donde todos nos ponemos de acuerdo es: "Mais o menos", a la hora de ver cuál de los dos países está menos mal en coyuntura económica. Con todo, este tipo de protestas están siendo modélicas, exceptuando un problema que hubo varias semanas atrás, el cual, esperemos, es la excepción que confirma la regla. No obstante, se respira, como en todos lados, que la gente está en una fase muy escéptica y deseosa de creer en algo... pero ojo, no confundir eso con en cualquier cosa, como más de algún oportunista querría, no tengamos un pelo de tontos. 


"I can guarantee the closest shave you´ll ever know"- Sweeney Todd. 
  

domingo, 16 de marzo de 2014

SIX FEET UNDER LISBON (IV ENTRADA LISBOETA)


Los objetos más inesperados pueden generar los más hermosos sonidos. Una versión hiperbólica de Salieri, en la excelente y metafórica Amadeus (1984), describía una de las piezas de Mozart como la apertura de una caja oxidada, reflejo de un ritmo inesperado y extrañamente atractivo. Con una vieja lata y un puñado de cucharas metálicas, un hombre recorre el vagón del metro portugués, mostrando una habilidad notable para generar un tono pegadizo y de eco rotundo. Bienvenidos al universo underground de Lisboa. 



Creyendo que iba a ser un inicio original para esta entrada, buscando alguna referencia del personaje, quien se maneja con una soltura pasmosa entre línea ferroviarias, pese a su invidencia, descubrí que el artista callejero era toda una celebridad que ya había llamado la atención de otros viajeros precedentes. Nada nuevo bajo el Sol, aunque cada visitante pone su ojo y oídos a lo que le interesa. Siempre he afirmado que la mejor versión que he escuchado de una canción maravillosa, No woman, no cry, se la oí a un improvisado guitarrista londinense a la salida de una parada céntrica. La calidad puede estar en los lugares más insospechados... incluso a dos metros bajo tierra. 



Durante más de medio siglo, el sistema de metro de la capital lusa ha permitido mantener conectadas las diferentes partes de su ciudad, mediante cuatro líneas. Se sigue echando en falta una conexión a Belém, islote aparte que mencionamos en entradas anteriores. No obstante, al margen de esa incomunicación, muchísimos de los puntos claves pueden recorrerse por este sistema. De un extremo a otro, con suerte en las conexiones, no debería tardarse más de media hora escasa. 



Hay zonas que reflejan una tremenda creatividad a la hora de bautizar los entramados: Campo Grande, Campo Penqueno y Entre Campos. Más allá de lo fácil que es confundirse, ya que no se indica nada en los rótulos que invite a pensar en campus universitario, esta línea presenta salidas espectaculares como la bella praça con un monumento a la Guerra Peninsular (1808-1812). Acto de generosidad de nuestros vecinos, quienes nos engloban, mientras que nosotros optamos por la vía independiente a la hora de definir esa Máster Class que España y Portugal brindaron al Duque de Wellington para aprender cómo cauterizar las muchas virtudes de los mariscales de Napoleón. Un pequeño y curioso libro, Las líneas de Torres Vedras, recuerda una de esas "clases" con Massena, reflejo de las crueldades de los demonios de Ares y que Bonaparte inmortalizó con su frase: "En toda Europa solamente hay dos generales capaces de cometer esta atrocidad. Wellington y yo. Por eso ha ganado"



Ecos de sables al margen, la seguridad de este metro es muy notable, funcionando de forma eficaz desde las seis y media de la mañana hasta las una de la madrugada (aunque el viajero debe tener en cuenta que algunas bocas cierran antes, mas ninguna antes previo a las nueve y media). Recomendable para quien vaya a estar más de una semana, la adquisición de la tarjeta de navegante, la cual funciona durante un mes, es renovable y aplicable a otros medios de transporte (impagable poder subir a los barrios altos en tranvía).  



Quizás el mayo perigo sea la sensación de lata de sardinas que invade a cualquiera en las horas puntas. No puede dejar uno de recordar la empática frase del marqués de Leguineche, quien cruzaba una berlanguiana puerta del Sol con su coche de caballos para protestar: "¿Por qué no irá esta gente en metro, que dicen que es comodísimo?". Esnobismos atávicos al margen, hay partes muy cuidadas, como la estación del Colegio Militar, decorada con bonitos azulejos, cuyas baldosas amarillas llevan a la tierra mágica de Oz del capitalismo: el gigantesco Colombo, también ya citado en el blog (apenas cuatro entradas, una ciudad gigantesca y ya nos repetimos). 




Con subidas por escaleras mecánicas como las de la parte alta del Xiado, tenemos una boca que lleva con relativa facilidad al Bairro Alto o espléndidos miradores, con simpáticas terrazas para tomar algo y observar lugares como el Castillo de San Jorge, a una vista de águila que, en un día soleado, hace mucha justicia al lugar. 



Hay muchas maneras de abordar una visita, pero no es descabellado afirmar que un buen mêtro, bien vale una misa...  

domingo, 2 de marzo de 2014

RUMO BELÉM (III ENTRADA LISBOETA)


Hay muchas maneras de ir, pero todos los caminos terminan llevando a esa pequeña isla dentro de la ciudad de Lisboa, como si no fuera mucho con ella el paso del tiempo y el día a día. Belém vive aparte, aunque, por supuesto, forma parte de la capital portuguesa. Se añora una línea de metro que la conecte directamente, mas quizás sea parte del encanto. Tal vez precisas paradas bajo tierra le darían cierta normalidad de la que pretende alejarse, ¿qué mejor que subir hacia arriba en uno de esos tranvías tan característicos de la cidade? 



Con resonancias neotestamentarias en su nombre, Belém es uno de los enclaves más encantadores del entramado urbano lisboeta. Su Torre se adivina de inmediato se llega, promesa de que se entra en una tierra de descubridores, donde se custodia el legado de un pasado digno de ser recordado. La sensación portuaria y una fortaleza marina que no sorprendería encontrar como diseñada para guarida de David Jones para una nueva secuela de la franquicia de Disney. El concurrido goteo de turistas es constante, independientemente del día de la semana, pero si se va en sábado o domingo, el tráfico aumenta hasta niveles muy considerables. 



La estatuas de la Biblioteca Nacional recordaban a algunos de los literatos más celebrados del país, dando una sensación de apacible lectura bajo una buena cafetería con su terraza para los días soleados, mientras que los monumentos a los descobridores rezuman el deseo de mirar más allá de la Puesta de Sol. Historias de viajes increíbles y distancias que en aquella época eran casi sobrehumanas, riquezas de las Indias, carabelas desafiando a los elementos... y también Leyendas Negras, recuerdos de los asientos negreros y las tropelías de la conquista. Una época donde la península en general y, los marineros lusos en particular, supusieron un giro de proporciones épicas a lo que se consideraban las rutas marítimas. 


Frente a frente, estas construcciones orgullosas se miran frente a frente con el Monasterio de los Jerónimos, otra de las visitas imprescindibles en el islote luso. Aquella extraña alianza tan omnipresente, que se lo pregunten al genovés?/castellano?/portugués?/catalán?/extraterrestre?mujer travestida? llamado Cristóbal Colón; qué dependientes fueron aquellos lobos de mar de fortuna de esas avispadas órdenes religiosas que sabían muy bien a dónde iban. El lugar tiene varios imperdibles. 



Hay tantas sensaciones como visitantes de museo. No obstante, sin saber muy bien por qué, una de las imágenes que más quedaron fijas en mi cabeza fue la tumba de Vasco de Gama. Viajes a las Indias para volver al lugar de origen. Una figura que hubiera podido ser un perfecto personaje de Robert E.Howard: corsario, navegante, aventurero, saqueador, asesino... dispuesto a pisar con sus botas los reinos enjoyados de la tierra. Pero no era ficción, aquella epopeyas repletas de claroscuros prosperaron bajo reinos como los de don Henrique El Navegante, era salvaje y civilizado, unas potencias en constante desarrollo y oscuridad... 



El paseo marítimo, si el tiempo respeta y es soleado, tampoco tiene desperdicio. Hay varias marisquerías, obviamente, aunque el imperio también llega hasta aquí. Si hay uno en la plaza de Hanoi o frente a la Mezquita de Córdoba, ¿cómo no iba a haberse establecido la M de otros exploradores? Efectivamente, el McDonald tiene asimismo su hueco en Belém. Se lo digo porque es una gran referencia para saber que, justo en la otra acera, está la famosa pastelería de la que cantan os trobadores



Como orgullosamente indica su cartel, el negocio resiste desde 1837, ahora y siempre, al invasor del mercado y la competencia. Los originales, solamente pueden ser adquiridos en la propia guarida de los descubridores. El enclave tiene esa reputación del boca a boca que de vez en cuando bendice a algunos centros hosteleros, provocando gigantescas colas que podrían desanimar a más de uno... Un truco, teniendo en cuenta que mucha gente pide para llevar, es aguardar conseguir una mesa, se tarda mucho menos de lo que parece, para degustar los pastelitos con una buena bebida (si bien, como muchos tengamos la misma idea, se acabó el invento).   



"Hay que ir dos veces: Una para verlo y otra para despedirse de Belém", me dijo una compañera de residencia. No podía andar más acertada. Apuntada queda en la agenda la segunda visita y ese ticket para quedar bien con familia y amigos, un puñado de pastelitos pueden ser la lleva para cumplir de manera inmejorable. 



A fin de cuentas, una más de las paradas obligatorias de uno de los secretos mejor guardados de Lisboa, ese lugar que va aparte, aunque suene a villancico...