Nuestro pequeño repaso no hubiera estado completo sin dedicar una entrada específica a Évora, capital de distrito en la región del Alentejo, muy próxima a Lisboa (de hecho, tiene una conexión directa ferroviaria y un considerable trasiego de autobuses). Cidade de fuerte impronta medieval, el entramado urbano eborense se articular alrededor de un rosario de callejuelas, esas que llevaban al historiador Ricardo Escobar Quevedo a evocar la zona de la antigua judiaria en época Moderna.
Ese regusto al pasado es omnipresente y bien notorio en lugares que pueden tener tanta significación como el palacio que albergó al Tribunal Inquisitorial, situado a poquísima distancia de la hermosa catedral. A unos pocos pasos, el templo de Diana, una de las grandes improntas de la presencia romana en su suelo (con algún curioso homenaje como la praça Sertorio, uno de los más injustamente olvidados genios tácticos de la República Romana Tardía).
Podrían ser los elementos típicos que destacaríamos en cualquier pequeña reseña turística de este enclave portugués. No obstante, deberíamos añadir que lo mejor para andar por aquí es perderse, a ser posible al comienzo de la muralla. Tal cual. El callejeo caprichoso y descuidado va invitando a explorar rincones menos típicos de la plaza principal.
Un caprichoso deambular que puede acabar con el peregrino entrando en sitios como la Capela dos ossos. A pesar de sus resonancias al clan del Oso Cavernario, este reducto capuchino tiene poco que ver con Ursus y su especie, pues en realidad hace referencia a un material de construcción poco común: huesos. Quizá hayan visto algo similar en catacumbas romanas y monasterios de esta misma orden. Una reflexión interesante (aunque bastante siniestra en su puesta en escena, todo hay que decirlo) del tempus fugit y lo precario de las conquistas humanas. Sin saber muy bien si gusta o asusta, una visita recomendable por lo singular.
Igualmente proclives a ser encontradas en cada esquina, pero con bastante menos apariencia de haber sido sacados de En el nombre de la rosa que el anterior enclave, hay también bastantes ganchos gastronómicos de la cocina local. Especialmente recomendables será algunos antiguos patios nobiliarios, rea-condicionados con fines de restaurantes (al final, llevaban razón Berlanga y Azcona con aquello de end of the saga). Un gusto para el paladar y una vista muy recomendable.
De cualquiera manera, uno de los rasgos distintivos de Évora es su universidad, la cual es una de las mejores fuentes de trasiego y vitalidad del lugar. Un centro con una fuerte presencia de estudiantes ERASMUS, incluso con una pequeña y graciosa tienda de recuerdos (ay, si en Córdoba se aprovechará la mitad de la mitad de lo que tiene en este sentido), presidido por un hermoso jardín y fuentes. Si el día acompaña, la facultad luce con mucho estilo para el viajero.
Una vida académica muy activa y que está ejemplificada en el CIDEHUS (Centro Interdisciplinar de História, Culturas e Sociedades da Universidade de Évora), sede de algunos de los grupos de investigación más notorios de historia social, arqueología, etc. Reconocible por su característico logo, su edificio e interesante biblioteca se haya justo en frente de la catedral.
De justicia dedicar en las postrimeras jornadas de la estancia, también dedicar su espacio y lugar a una ciudad de acento medieval única e inconfundible. Es muy fácil perderse en ella, aunque idénticamente es sencillo encontrar el punto de retorno, pues cada laberinto comunica con el anterior en una pequeña joya. Ya queda menos para el retorno, habrá que ir despidiéndose...
Un epílogo que, esperemos, podamos dar en nuestra próxima entrada.