domingo, 29 de abril de 2018

LA CONJURA DE LAS REINAS



Sigue siendo una de las fuentes de inspiración más grandes que existen para cualquier manifestación artística. Hace poco hablábamos en este blog de una excelente versión de Las troyanas de Eurípides (Las cenizas de Troya); y es que los versos homéricos dejaron muchos interrogantes sobre los héroes y heroínas que vivieron la tragedia de Ilión. Hoy, nos ocupa una novela histórica peculiar que se nutre de ese célebre ciclo de los nóstoi (es decir, los viajes de regreso de los protagonistas tras diez años de feroz guerra y cruel bronce): La conjura de las reinas



Arqueólogo y escritor italiano, Manfredi ha dejado un buen puñado de escritos sobre períodos del pasado, especialmente la Antigüedad. Con un don para llegar al gran público, es la clase de autor perfecto para iniciar a los lectores/as juveniles. Es cierto que su trilogía sobre Alejandro Magno no alcanza el nivel de la de Mary Renault o la complejidad de Gisbert Haefs, pero en sus simplificaciones permite un entretenido primer abordaje del personaje, incluyendo algunas reconstrucciones muy logradas como la de un Memnón de Rodas prácticamente insuperable en Las arenas de Amón



En la ocasión que nos ocupa, creo modestamente que maneja la mejor idea que se le ha ocurrido en su vasta producción, superior incluso a la fantasía que fue La última legión o la interesante ambientación que se puede disfrutar en El tirano. Lo que el transalpino plantea es el azaroso retorno de los líderes aqueos, quienes se van a encontrar una Hélade cambiada. Y es que tras tantos años abandonadas y traicionadas, varias soberanas consortes, encabezadas por Clitemnestra, la esposa del poderoso Agamenón de Micenas, deciden intentar cambiar el orden impuestos. Realmente, los capítulos iniciales muestran un potencial magnífico. 


Un exponente perfecto sería el camino de vuelta a casa por parte de Diomedes de Argos. Ensombrecido por otros líderes carismáticos aqueos como Aquiles o Ulises, se trata de una leyenda más que a tener en cuenta: conquistador de Tebas y uno de los más destacados en el último asalto a la ciudad asiática. Con no poca maestría, Manfredi muestra el vaivén de emociones que Diomedes va a sufrir al comprender que su esposa Egialea ha decidido que el nuevo rumbo del reino ya no incluye a aquel hombre que zarpó hace más de una década.



Se maneja bien el suspense con respecto a las verdaderas intenciones de Agamenón y sus huestes con respecto a cierto secreto de Príamo. Particularmente interesante es el fantasma omnipresente de Ulises, fecundo en ardides y engaños, quien tomó extrañas decisiones en las últimas deliberaciones. Amigo personal de Diomedes, el astuto señor de Ítaca pareciera el único capaz de comprender la venganza que desde el Olimpo se va a gestar contra el grupo. Sin embargo, también hay ciertos puntos mejorables en el argumento.



Pensemos, por ejemplo, en Clitemnestra. Años de paciente espera para enterarse de que el bueno de su marido ha tomada la interesante decisión de sacrificar a su hija para calmar los violentos ánimos de Poseidón. Por mucho que el teatro clásico la haya convertido en una imagen de femme fatale, lo sorprendente es que el monarca de Micenas volviese, esclavas sexuales incluidas, esperando un comprensivo abrazo conyugal. Otro tanto valdría para Egialea, cuya personalidad se antoja interesantísima, pero que desaparece en las páginas con una velocidad que apena.



La sensación que arroja es de capítulos descompensados. El periplo de Diomedes está muy bien contado, además de estar latente esa sensación de que, en algún momento, va a cruzar caminos con una presa que se le escapó viva en el saqueo: Eneas. Con un cansancio creciente, su grupo de argivos está destinado a observar un mundo cambiante, con el auge de unos misteriosos pueblos venidos del mar y que amenazan con destruir todos los reinos de la Hélade. No ocurre lo mismo con Helena y Menelao de Esparta, quienes no terminan de hallar su acomodo en la narración. Aquí Manfredi tiene la audacia de contradecir a Homero, si bien el resultado no es tan satisfactorio como en la ingeniosa recreación de Colleen McCullough (Reseña "La canción de Troya").



McCullough decidía en su versión por hacer conectar los célebres versos en un mundo sin dioses...pero con mortales inteligentes que intentan usarlos para hacer coincidir con sus deseos. El escritor transalpino se mueve en un campo indefinido, con aire mitológico y la atmósfera real de finales de la Edad del Bronce. Ese eclecticismo no se beneficia, quizás hubiera sido mejor apostar por un sendero u otro. Con todo, buenos ganchos al final de cada episodio hacen que sea una lectura que dura poco, manteniendo siempre nuestra atención para ver qué ocurre después.



Nos queda la sensación de estar ante una buena novela de aventuras. Pero lamentamos que no se haya hecho honor al título con una penetración más profunda en la psique de esas reinas. Hubo un momento en el Neolítico donde el culto a las dioses-madre alcanzó su auge. Después vinieron años de metales y el culto se trasladó a la moral guerrera viril, ese hábil engaño que lleva a generaciones de los mejores hijos (Héctor, Aquiles, Patroclo...) a morir por nada. Ese intento de regreso habría sido un elemento narrativo mucho más poderoso que ese presunto talismán troyano que podría proteger la Hélade de la invasión...



BIBLIOGRAFÍA:



-MASSIMO MANFREDI, V., La conjura de las reinas, Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2017. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-http://sinlibrosnosoynada.blogspot.com.es/2015/06/la-conjura-de-las-reinas.html



-https://www.libros-antiguos-alcana.com/valerio-massimo-manfredi/la-conjura-de-las-reinas/libro



-https://articulo.mercadolibre.com.ar/MLA-701274993-la-conjura-de-las-reinas-valerio-massimo-manfredi-_JM

sábado, 21 de abril de 2018

JUEGOS FUNERARIOS EN LA PLAZA ROJA


Es una de las joyas del cómic europeo más actual. La muerte de Stalin alcanzó pronto el merecido rango de clásico instantáneo (Reseña cómic). Fabien Nury y Thierry Robin utilizaron los acontecimientos inmediatamente posteriores a la muerte de Iósif Stalin para narrar una historia trepidante, una sucesión de poderosas viñetas que mostraban sin pudor las miserias, ambiciones y humanidad de algunos de los principales dirigentes de la URSS. El relato suponía una reflexión agridulce y que penetraba en las entrañas de la corrupción del poder. Aquel 2 de marzo de 1953 había sido evocado de una forma insuperable. Por ello, la noticia de que Armando Iannucci iba a dirigir una adaptación cinematográfica con el mismo título se antojaba una operación arriesgada. 



Peter Fellows, David Schneider, Ian Martin y el propio director firman una versión propia, alcanzando la independencia casi de inmediato. Probablemente, sea una maniobra más que inteligente. El álbum de Nury y Robin era una pieza maestra a la que no faltaba ni una coma, traducirla al lenguaje del celuloide solamente granjearía las quejas de las puristas. El film es su hijo en espíritu, una criatura más ácida que la agridulce historia original. Y es que estamos ante una comedia negra con un poder corrosivo enorme. Al final, podemos disfrutar de ambas de forma complementaria, saliendo enriquecidos sobre el mismo hecho que narran con múltiples perspectivas. 



Iannucci parece inspirarse de una manera muy clara en el estilo más irreverente de los Monty Python. Se construye una trama muy coral y repleta de situaciones berlanguianas, donde se cruzan los diálogos, juegos de palabras y se intenta mantener el tempo en todo lo alto al estilo Uno, dos, tres (1961) del maestro Billy Wilder en pleno contexto de la Guerra Fría. Tal vez el mejor halago del asunto haya sido el recelo que ha tenido por la misma una figura como Vladimir Putin. El poder suele llevarse mal con la sutileza y la ironía. 


Tras un opening que atrapa y con una raíz histórica que sorprenderá al público, lo primero que queda claro es que el producto tiene un casting a prueba de bomba. Steve Buscemi, un actor más que consagrado, encarna a Nikita Kruschev, quien deberá trasladarse en pijama para batirse con poderosos oponentes del Partido que ambicionan el trono del Zar Rojo si Stalin no se recupera. El mejor colocado de todos parece ser Lavrenti Beria (un magistral Simon Russell Beale). Las ambiciones de unos y otros serán el motor de la narración. 



Si en las viñetas el protagonismo del fascinante y oscuro Beria es la clave, aquí tenemos un metraje más equitativo entre los distintos integrantes del Politburó. En caso de tener ocasión, no desaprovechen la oportunidad de contrastar las hipérboles aquí mostradas de las reuniones en la dacha de Stalin (Adrian McLoughlin) con las narradas por la historiadora Sheila Fitzpatrick. El sarcasmo sobre el miedo flota sobre toda la farsa. 



Nadie lo personifica mejor que Michael Palin (nuevamente, el espíritu de los Monty Python), encargado de hacer las veces de Molotov, aquel firmante destacando en el pacto con Ribbentrop. El pánico al Zar Rojo lleva hasta extremos insospechados y explica las extrañas circunstancias que van rodeando al evento. Un Jeffrey Tambor tocado por la varita brinda algunas de las mejores secuencias como Malenkov. 


Como ocurre en los buenos cuentos, no nos importa nada conocer el desenlace, lo importante es cómo se llega. Aquí es crucial la figura de Stvetlana Stalin (Andrea Riseborough), hija del mandatario, quien se convertirá en una dama por cuyo apoyo pugnarán todos los antiguos camaradas del progenitor. Menos sensible y sensato es Vasily (Rupert Friend), el hermano de Svetlana, cuyo arrojo inconsciente preocupa a quienes sueñan con gobernar en el Kremlin. 



Otras figuras vienen envueltas en una de esas misteriosas cajas rusas que tanto fascinaban a Churchill. Nadie responde mejor a esa llamada que la música Maria Veniaminovna, quien escribe la última nota que leyó el más poderoso de los soviets. Olga Kurylenko, cuya carrera está en franca ascensión, da vida a esta joven rusa cuya familia fue despedaza en las purgas de los gulags y que tiene más conexiones de las aconsejables con destacados moscovitas del gobierno. Un magnético Jason Isaacs da fuerza al mariscal Zukov, cuyas fuerzas armadas son la más codiciada pieza del cortejo entre los posibles sucesores. 



Deja la sensación de que Iannucci ha abierto una puerta largo tiempo cerrada. Gustaría ver de este mismo estilo una parodia de las operaciones de la CIA en el contexto de la Guerra Fría colocando dictaduras en América Latina. O una ácida perspectiva de los años de Margaret Tatcher y el conflicto con las asociaciones mineras. Y así mil ejemplos más que nos otorga la Historia. Porque el humor suele quitar el miedo a las cosas, incluso a aquellas que nos dan pánico. Y, cuando se hace con inteligencia, nos deja huella. 



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domingo, 15 de abril de 2018

UNA SERIE DE CULTO


Paolo Sorrentino es lo más cercano que nunca vamos a estar a poder ver el Renacimiento en HD. Cineasta italiano único y con un estilo tan personal que basta una secuencia para identificar su sello; el director de ese monumento llamado La grande bellezza (2013) era una tentación demasiado irresistible para que la HBO no cayese en ella. Marca registrada en está época de fiebre por las series, en 2016 dio carta libre al transalpino para hacer el programa que él quisiese, contando con un presupuesto digno del Mausoleo de Julio II. 



Para comprender la atmósfera que respiramos en El joven Papa, basta con ver su irreverente opening. Pensado para levantar ampollas, más de una mano apagará el televisor ante la primera intervención de Jude Law como Pío XIII, nombre sacro de la ficción para Lenny Belardo, recién escogido para el trono de San Pedro al poco de comenzar la narración. La primera escena pone en guardia para ver si nos enfrentamos a una travesura fácil o algo más profundo. Para gustos los colores, baste decir que la fe en el talento de Sorrentino rara vez defrauda. 



A medida que nos adentramos en los entresijos de este Vaticano que intuimos mucho más real de lo que parece en esta hipérbole, nos vamos dando cuenta de que la provocación va por camino doble, aunque todos terminan desembocando en Roma. Un producto cuidado y delicado en las formas que se ha hecho para molestar a creyentes y ateos por igual, una invitación a sonreír con ironía, mientras que disimulamos las reflexiones a las que conduce. Algo único en su especie. 


El casting hechiza por su carisma. Law coge un papel realmente complicado, un pontífice enigmático que parece hacer comulgar en su persona todos los períodos en uno: un predicador oscuro y medieval, el aire reformador del Concilio Vaticano II, el egoísmo del privilegio, la sofisticación perversa de los Borgia, los rigores del fanatismo, la duda razonable de las crisis de fe, etc. No menos misteriosas resultan las compañías cercanas al nuevo inquilino de la tiara en la Ciudad Eterna, destacando la magia de Diane Keaton como Sister Mary, un personaje complejo, bien construido  y mejor interpretado. 



Luego existen dos lujos que se permite una producción de estas características. El cardenal Voiello que encarna un Silvio Orlando magistral es el perfecto exponente de las múltiples paradojas que esconde El joven papa. En muchos aspectos, este príncipe de la Iglesia sería el reflejo de los mil sinsentidos que pueblan el día a día de cualquiera de las religiones oficiales. Una figura atávica y reacia al cambio, sin embargo, el guión firmado por Contarello, Grisoni, Rulli y el propio Sorrentino es demasiado inteligente para limitarse a eso. Voiello es un ser humano, alguien digno de lástima en ocasiones y, por qué no decirlo, de admiración cuando le vemos en su particular relación con cierto muchacho que ha acogido bajo su protección. Si alguien tiene dudas de que el director quiera a Voiello, pensemos que lo ha hecho ultra de la squadra de sus amores, el Nápoles. 



El otro regalo no es otro que el también cardenal Gutiérrez, el otro extremo de la baraja. La elección para hacer de este español en la Santa Sede no es otra que un Javier Cámara que gusta de los retos, capaz de embarcarse en proyectos de estas dimensiones (pensemos en su participación en la tercera temporada de Narcos, sin ir más lejos). Otra caracterización más complicada, una buena persona embarcada hacia varios infiernos. De sus diálogos con Pío XIII surgen algunas de las más hermosas reflexiones que nunca se han hecho sobre algunos de los temas tabúes de la fe. 


Nos hallamos ante diez capítulos que se han propuesto no dejar indiferentes a nadie. Todo ello rodeado de un estilismo único, la forma de mover la cámara, su cuidada fotografía y la música escogida nos revelan siempre de una profunda sensibilidad. Fionnuala Haligan brindaba una crítica certera sobre el tema que hoy nos ocupa, donde acuñaba un término perfecto para definir el metraje: "minutos bizantinos". Sorrentino y su fantástico equipo no nos facilitan el camino, si bien se preocupan por garantizarnos un viaje cómodo mientras sacamos nuestras propias conclusiones. 



Y, como casi siempre le ocurre, Roma está presta para convertirse en su socia, la mejor aliada posible, esa Ciudad Eterna que permite callejear por siglos de Historia en apenas un suspiro. Un caos donde el cineasta se mueve como pez en el agua, aquí para reflejar las conjuras de la Curia y temas de más que rabiosa actualidad. La hazaña se logra con una mezcla de valentía y delicadeza, abriendo todas las ventanas pero sin burlarse de la desnudez ajena. El Doutor Sócrates afirmaba que se debía ser muy duro con los problemas y blando con las personas. Bastante de eso hay en el napolitano. 



Nos alejamos de la Plaza de San Pedro con la sensación de haber sido testigos de algo especial. Probablemente, el efecto que suele producir una serie de culto. 



ENLACES DE INTERÉS:



-Young Pope´s review



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-http://ew.com/recap/the-young-pope-season-1-episode-2/



-https://www.theguardian.com/tv-and-radio/2016/oct/30/the-young-pope-black-mirror-bake-off-final-review-jude-law-charlie-brooker



-http://protestantedigital.com/blogs/42094/una_iglesia_de_huerfanos

sábado, 7 de abril de 2018

GOTHAM CENTRAL: DESPEDIDA DE LA COMISARÍA (PARTE IV DE IV)



Hacía ya bastante tiempo desde que la formidable pareja de guionistas conformada por Ed Brubaker y Greg Rucka se había lanzado a narrar el día a día de cierta comisaría de Gotham (En el cumplimiento del deber), convirtiéndola en pocos meses en una colección de culto, capaz de mostrar a figuras como el Joker desde otro ángulo (Payasos y lunáticos) o los callejones más recónditos recorridos por este cuerpo policial (De patrulla por el infierno). Quedaba el último paso, un arco entre los números 32-40 (2005-2006), el lacito final de este regalo para toda la comunidad lectora del Murciélago de Gotham. 



El primer número de esta etapa ya refleja el grado de maestría alcanzado. Escrita en solitario esta aventura por Rucka, se trata de un clásico momento de transición antes de comenzar una nueva saga. Asimismo, se cuenta con el dibujante invitado Steve Lieber. Pero el relato gráfico que nos brindan, "Naturaleza", es de todo menos aburrido. Una historia breve perfectamente contada y con un final terrorífico digno de un cuento de los hermanos Grimm. 



Una cuestión importante para esta fase es que ya no contamos con Michael Lark, un artista espléndido que, junto con Alex Maleev, es uno de los mejores del gremio a la hora de recrear el género heroico urbano. Su dominio del trazado de Gotham era tan alto que es inevitable no echarle de menos en las páginas. Dicho eso, la solución adoptada es sobria y eficaz, puesto que Kano da un aire muy similar a la serie, perfectamente respaldado por la tinta de Stefano Gaudiano, quien llevaba muchos meses en la colección y sabe exactamente cuál es la estética.



A pesar de todo el recorrido que ya llevaban a cuestas, el dueto de guionistas sigue teniendo sobrada capacidad para sorprendernos. El presunto asesinato de Robin en los callejones de Gotham llevará a la esforzada capitana Margaret Sawyer a tener que interrogar a tipos con una jurisdicción muy especial: los Jóvenes Titanes. Criada en Metrópolis, Sawyer es un personaje excelente en una ciudad tan corrupta como Gotham, puesto que aporta la visión foránea de alguien que viene de otro gran núcleo urbano donde existe fe en el sistema y pocos entre su ciudadanía dudan que el tipo de la gran S en el pecho no esté de su parte.



Brubaker y Rucka siguen mimando el arco de uno de sus ojitos derechos en la colección, Renée Montoya, una agente de personalidad que sufrió un infierno ante Dos Caras, aunque lo peor fueron las consecuencias de tener expuesta su vida al escarnio público de la cerrazón. En esta ocasión, la compañera de Crispus Allen (¡qué formidable pareja!) habrá de plantar cara al enemigo desde dentro, Jim Corrigan, un policía corrupto pero listo a la hora de beneficiarse del sistema y no descubrir su rastro.



Igual que sucede con la etapa de Bendis en la colección de Daredevil, siempre tenemos la sensación de que todo lo presentado tiene su importancia. Harvey Bullock no sale en esta ocasión, pero ante un difícil asunto de armas escuchamos a sus compañeros lamentar no tener a un experto en la materia para ayudarles en la investigación. Gotham Central es una novela río coral y poderosa en el reparto, capaz incluso de permitirse lujos de tener a Batman como secundario sin abusar de él.


El juego del gato y el ratón que mantendrán los detectives con Corrigan será realmente peligroso. El libreto no cae en la sensación de venganza violenta redentora y fácil. Tanto Montoya como su rival van cayendo en una espiral de hacer mucho daño al adversario, pagando un peaje por ello. Si el agente corrupto hace tiempo que vendió su alma, la curtida policía gothamita se expone a hacer ese descenso al averno si no es capaz de contener el placer que empieza a sentir por la revancha. 



Hay un aroma dickensiano que los escritores (quienes vuelven a contar Lieber al final del periplo) que se permiten sacar su lado más tierno alrededor de la figura de Stacy, esa joven becaria a quien un tecnicismo legal le permite poder pulsar esa señal que a muchos agentes duele en su amor propio por recurrir a ella. Asimismo, la relación sentimental que mantienen Romy Chandler y Marcus Driver es la perfecta muestra de que no hay tópicos románticos si se saben usar con inteligencia. 



Gotham Central nos deja como público más que satisfechos, conscientes de que volveremos a ella. A esa mañana donde dos compañeros habían recibido un falso soplo para encontrarse con Míster Frío. La magia desplegada por sus creadores logra que nos creamos desde la primera viñeta que nosotros hemos visitado esa comisaría donde todavía coleaban las secuelas de la jubilación de Jim Gordon tras sufrir un intento de asesinato. No me gusta la expresión de lectura obligatoria. Esta serie merece el apelativo de imperdible. 



ENLACES DE INTERÉS:



-Reseña en el portal cazadores de recompensas



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-https://www.ecccomics.com/comic/gotham-central-num-04-corrigan-2010.aspx



-http://cazadoresderecompensas.com/gotham-central-5/



-https://comicvine.gamespot.com/gotham-central/4050-9958/