Sigue siendo una de las fuentes de inspiración más grandes que existen para cualquier manifestación artística. Hace poco hablábamos en este blog de una excelente versión de Las troyanas de Eurípides (Las cenizas de Troya); y es que los versos homéricos dejaron muchos interrogantes sobre los héroes y heroínas que vivieron la tragedia de Ilión. Hoy, nos ocupa una novela histórica peculiar que se nutre de ese célebre ciclo de los nóstoi (es decir, los viajes de regreso de los protagonistas tras diez años de feroz guerra y cruel bronce): La conjura de las reinas.
Arqueólogo y escritor italiano, Manfredi ha dejado un buen puñado de escritos sobre períodos del pasado, especialmente la Antigüedad. Con un don para llegar al gran público, es la clase de autor perfecto para iniciar a los lectores/as juveniles. Es cierto que su trilogía sobre Alejandro Magno no alcanza el nivel de la de Mary Renault o la complejidad de Gisbert Haefs, pero en sus simplificaciones permite un entretenido primer abordaje del personaje, incluyendo algunas reconstrucciones muy logradas como la de un Memnón de Rodas prácticamente insuperable en Las arenas de Amón.
En la ocasión que nos ocupa, creo modestamente que maneja la mejor idea que se le ha ocurrido en su vasta producción, superior incluso a la fantasía que fue La última legión o la interesante ambientación que se puede disfrutar en El tirano. Lo que el transalpino plantea es el azaroso retorno de los líderes aqueos, quienes se van a encontrar una Hélade cambiada. Y es que tras tantos años abandonadas y traicionadas, varias soberanas consortes, encabezadas por Clitemnestra, la esposa del poderoso Agamenón de Micenas, deciden intentar cambiar el orden impuestos. Realmente, los capítulos iniciales muestran un potencial magnífico.
Un exponente perfecto sería el camino de vuelta a casa por parte de Diomedes de Argos. Ensombrecido por otros líderes carismáticos aqueos como Aquiles o Ulises, se trata de una leyenda más que a tener en cuenta: conquistador de Tebas y uno de los más destacados en el último asalto a la ciudad asiática. Con no poca maestría, Manfredi muestra el vaivén de emociones que Diomedes va a sufrir al comprender que su esposa Egialea ha decidido que el nuevo rumbo del reino ya no incluye a aquel hombre que zarpó hace más de una década.
Se maneja bien el suspense con respecto a las verdaderas intenciones de Agamenón y sus huestes con respecto a cierto secreto de Príamo. Particularmente interesante es el fantasma omnipresente de Ulises, fecundo en ardides y engaños, quien tomó extrañas decisiones en las últimas deliberaciones. Amigo personal de Diomedes, el astuto señor de Ítaca pareciera el único capaz de comprender la venganza que desde el Olimpo se va a gestar contra el grupo. Sin embargo, también hay ciertos puntos mejorables en el argumento.
Pensemos, por ejemplo, en Clitemnestra. Años de paciente espera para enterarse de que el bueno de su marido ha tomada la interesante decisión de sacrificar a su hija para calmar los violentos ánimos de Poseidón. Por mucho que el teatro clásico la haya convertido en una imagen de femme fatale, lo sorprendente es que el monarca de Micenas volviese, esclavas sexuales incluidas, esperando un comprensivo abrazo conyugal. Otro tanto valdría para Egialea, cuya personalidad se antoja interesantísima, pero que desaparece en las páginas con una velocidad que apena.
La sensación que arroja es de capítulos descompensados. El periplo de Diomedes está muy bien contado, además de estar latente esa sensación de que, en algún momento, va a cruzar caminos con una presa que se le escapó viva en el saqueo: Eneas. Con un cansancio creciente, su grupo de argivos está destinado a observar un mundo cambiante, con el auge de unos misteriosos pueblos venidos del mar y que amenazan con destruir todos los reinos de la Hélade. No ocurre lo mismo con Helena y Menelao de Esparta, quienes no terminan de hallar su acomodo en la narración. Aquí Manfredi tiene la audacia de contradecir a Homero, si bien el resultado no es tan satisfactorio como en la ingeniosa recreación de Colleen McCullough (Reseña "La canción de Troya").
McCullough decidía en su versión por hacer conectar los célebres versos en un mundo sin dioses...pero con mortales inteligentes que intentan usarlos para hacer coincidir con sus deseos. El escritor transalpino se mueve en un campo indefinido, con aire mitológico y la atmósfera real de finales de la Edad del Bronce. Ese eclecticismo no se beneficia, quizás hubiera sido mejor apostar por un sendero u otro. Con todo, buenos ganchos al final de cada episodio hacen que sea una lectura que dura poco, manteniendo siempre nuestra atención para ver qué ocurre después.
Nos queda la sensación de estar ante una buena novela de aventuras. Pero lamentamos que no se haya hecho honor al título con una penetración más profunda en la psique de esas reinas. Hubo un momento en el Neolítico donde el culto a las dioses-madre alcanzó su auge. Después vinieron años de metales y el culto se trasladó a la moral guerrera viril, ese hábil engaño que lleva a generaciones de los mejores hijos (Héctor, Aquiles, Patroclo...) a morir por nada. Ese intento de regreso habría sido un elemento narrativo mucho más poderoso que ese presunto talismán troyano que podría proteger la Hélade de la invasión...
-MASSIMO MANFREDI, V., La conjura de las reinas, Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2017.
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