domingo, 28 de diciembre de 2014

I LEGIÓN, III COHORTE, II MANÍPULO, I CENTURIA...


Hay momentos donde un equipo creativo coge el tono. Es difícil de discernir el instante preciso, probablemente, porque si hubiera una fórmula, todas las editoriales la aplicarían. René Goscinny y Albert Uderzo habían colaborado ya durante bastante tiempo, compartían creaciones como Juan Pistola o Umpa-Pá, recientemente recopilados en fantásticos tomos al castellano. Sin embargo, el dueto siempre será recordado en primer lugar por la irreductible aldea de galos donde moraban unos tales Astérix y Obélix. 




Ambientada en el año 50 a.C., en la Galia recientemente conquistada por Cayo Julio César, tras la rendición de la fortaleza de Alesia a manos de Vercingetórix, rey averno, estos célebres creadores se decidieron a hablar de un pequeño pueblo en la Armórica, resistente, hoy y siempre, al invasor, pese a estar rodeada de campamentos romanos. Surgido en 1959, el pequeño y astuto galo Astérix estaba destinado a hacerse tan popular como su colega Tintín; en su caso, la inmortalidad estuvo más cerca cuando, siguiendo la sagaz intuición de Uderzo, Goscinny decidió que el eterno compañero del protagonista sería Obélix, el afable tallador de menhires. Si todos sus convecinos pueden resistir a los legionarios romanos, gracias a una poción mágica creada por su druida, Panorámix, Obélix no precisa de ella, pues caerse a la marmita cuando fue pequeño le hace poseedor de una fuerza sobre-humana constante. 




Tras tomar el impulso, la saga alcanza un estado de forma envidiable que se traduce en cómic tan renombrados como En los juegos olímpicos, Astérix y Cleopatra, El escudo averno, El caldero y una concatenación de excelentes aventuras. Amparado en la espectacularidad y detallismo de Uderzo, Goscinny dio lo mejor de sus excelentes cualidades como guionista, desde los gags más visuales a sus célebres juegos de palabras, junto con un constante marco de referencias a la cultura clásica y civilizaciones por las que pasan los dos viajeros galos (casi siempre acompañados de Ideafix, perro de Obélix), En pocas ocasiones, toda la esencia de lo que son estas aventuras brillan con más fuerza que en el trabajo que hoy nos ocupa: Astérix legionario.  


Publicado por primera vez en 1966, este cómic es una exploración de los tópicos alrededor de las célebres legiones romanas. La sobrina de Abraracúrcix, jefe de la aldea, Falbalá, recibe la noticia de que su prometido ha sido enrolado forzosamente para la guerra civil que César mantiene contra los pompeyanos en África. A pesar de estar enamorado de la hermosa joven, Obélix le promete averiguar el paradero del muchacho, llamado Tragicómix (Uderzo se inspiró en el actor francés Jean Marais) y traerlo sano y salvo. 




Para poder acceder al campamento cesariano en Tapso, los dos héroes deberán alistarse en la I Legión, III cohorte, II manípulo y I centuria. Goscinny usa ello para mostrar, nuevamente, la célebre eficacia romana, los pésimos ranchos del ejército y la desesperación de los trámites burocráticos. Auto-parodia del chauvinismo francés, se exploran los perfiles de los diferentes extranjeros que se deciden por la vida marcial (aunque hay un turista egipcio que cree estar siguiendo una especie de tour cultural y viajes por el Mare Nostrum). 




Y es que Astérix es mucho más que menhires arrojados desde el cielo y caza de jabalíes. Cineastas como Álex de la Iglesia no dudan en citar este cómic como una de sus más "ferpectas" influencias. Algo que se refleja en el gran Obélix, siempre ancho de tórax, nunca gordo, cuyo carácter afable y apetito de Otilio son el contrapunto perfecto de su eterno camarada, La revolución que suponen los dos galos en la I legión se traduce en un servicio de comidas impresionante de exquisitos manjares.  



Las célebres formaciones romanas (con especial predilección por la tortuga) se van sucediendo, conforme los protagonistas descubren que Tragicómix ha sido apresado por Metelo Escipión, el adversario de César. Querría aquí subrayar el extraordinario papel como payaso serio que siempre reservó Goscinny para el gran antagonista de los irreductibles galos, el Bob el Actor Secundario de esta saga, el rostro serio patricio y estirado más idóneo para recibir esta divertida vendetta de los herederos de sus derrotados, quienes no dejaban de demostrar un extraño y curioso respeto jocoso de su vencedor. 




En definitiva, un perfecto exponente de uno de los momentos más dulces de una de las colecciones de la Escuela Franco-Belga más celebradas de la Historia, ese extraordinario momento donde René y Albert parecían jugar de memoria; afortunados nosotros, de haber recibido esta lección de tan sabios druidas.  


Atentos a la última viñeta del banquete final, con una curiosa variante del clásico esquema. 

domingo, 21 de diciembre de 2014

LOS VERSOS DEL REY DE ÉFIRA


Fue una carrera en los caprichosos y esquivos campos de las musas que reunió los dos factores que hacen la ecuación perfecta para crear una leyenda: escasa producción y una calidad desbordante en el desarrollo de la misma. Jaime Gil de Biedma es uno de los poetas claves de la literatura en castellano de la década de los 50 del pasado siglo; sin embargo, esta breve reseña no estaría completa dando únicamente breves pinceladas bibliográficas sobre su carrera en las letras. En Biedma se alternan tres pes, a cual más fascinante en su caso: poeta, personaje y persona. 




Del primero hay poco que añadir. Su influencia sigue siendo bien palpable en muchos campos. Joaquín Sabina no duda en afirmar que hace mucho tiempo que no lo relee, pero que eso se debe a que tiene perfectamente memorizadas sus noches tristes de octubre; las canciones del genial letrista de Úbeda deben bastante más de lo que parece a la fugaz felicidad que transmite la lírica de Biedma, siempre ante un tiempo que corre como un relojero depredador. Tampoco escatima en elogios sobre su dulce lectura de poemas, un cantante como Miguel Bosé, en plena lucha de dimes y diretes con Esperanza Aguirre, sobrina del autor de Moralidades



No obstante, es en el imaginario popular donde sus rosas de papel más han penetrado cara a las generaciones de lectores. El propio poeta se sorprendía cuando, conociendo a quien sería una futura amiga, la chica le confesó que se había metido en la bañera para suicidarse, reconsiderando el dolor de su depresión tras leerle. En terrenos mucho más agradables, generaciones de parejas han querido vivir la ilusión de que aquellos furtivos, caprichosos y divertidos ecos de amores pasados, eran referidos a ellos y ellas, convertidos en príncipes de Aquitania y a damas muy jóvenes y separadas. 


Del personaje podrían dedicarse 8 entradas, sin temor a caer en la repetición. Desde los chaperos de la Ciudad Condal a los placeres ocultos de Manila, la doble vida de Jaime (de día, el representante de su adinerada familia en la Compañía de Tabacos de Filipinas, por la noche, el cónsul de Sodoma), su vida sentimental fue todo la activa y turbulenta para hacer apasionante su biografía. No es que estudiosos como Miguel Dalmau hayan querido meter bazas para atraer público, es que una buena semblanza de Biedma quedaría incompleta sin su otro yo, ese míster Hyde dionisíaco que pareció sacar lo mejor y peor de sí mismo.  




Una eterna sensación de ser dos en uno. Ya fuera al principio con la homosexualidad que le atormentó en un principio, sobre todo cara al círculo familia de sus mayores, hasta su incapacidad de mantener relaciones estables. Entre sus más cercanos siempre se dijo que fue alguien que nunca se fue a la cama tranquilo. La búsqueda constante de nuevos retos y esos parpadeos de felicidad, ya fueran orgasmos o la promesa de nuevas conquistas en rincones oscuros de New York o San Francisco, alejados de la moral imperante de la época en España, lo convertían en un crisol de personalidades; ora tierno y cariñoso, ora despectivo y caprichoso. "Considero que sería bueno dejar de vernos", fue una fórmula muy empleada para cortar puentes.




Conocida fue su relación con Josep Madern, el sevillano Enrique Medrano y muchos, pero muchos, affaires más o menos prolongados. Su personalidad le hizo una paradoja en la búsqueda de un ideal romántico que sabía imposible, pero también una aceptación de que, en ocasiones, la compañía exigía un pago, viéndose reflejado en aquellos mercenarios de besos que no había de devolver. También hubo mujeres en ese camino, si bien su prolongada relación con Bel tenía un componente de modelo y retratista; al final, pese a lo que pudiera alcanzar en aquellos caminos, incluso cuando era muy amado, terminaba volviendo a dejarse cae en aquel desenfreno dionisíaco, casi violento, buscando el riesgo de la conquista breve y con capacidad de herir y ser herido. ¿Ayudó aquel abismo a inspirar su producción o, por el contrario, es la explicación de aquel bloqueo voluntario, su negativa a continuar escribiendo?  


La persona, tercera y última de estas realidades, parece haber sido la más esquiva de todas las manifestaciones de un burgués que renegaba de su clase, mientras disfrutaba de sus privilegios y estilo sofisticado; una Mesalina en sus apetitos con el idealismo de Catulo en su capacidad de convertir a las Clodias y Clodios de la vida en criaturas mucho más fascinantes y puras de lo que nunca fueron en la realidad.  



Compañero de un viaje muy largo por lo sublime y lo terrenal, dispuesto a pisotear con su pasión y juventud los tronos enjoyados de los placeres, como hubiera escrito otro malogrado talento, el verdadero Jaime permanece oculto para su legión de admiradores, excepto aquellos íntimos que aún hoy sobreviven y recuerdan su complejo crisol de afectos y fobias, virtudes y defectos, siempre incapaz de dejar indiferente.




En una ocasión, el poeta afirmó que uno de sus escritores favoritos, Kavafis, tenía un don único para fotografiar la vejez de la juventud. Releyendo sus versos (hacen falta pocas re-lecturas, puesto que son líneas destinadas a perdurar en la memoria), uno puede afirmar que Jaime había aprendido muy bien la lección del maestro. Dice la leyenda que esa inspirada metáfora le sirvió para volver, una vez más, acompañado a la cama. Y luego dicen que para qué sirven las letras... 

domingo, 14 de diciembre de 2014

UNA CITA ANUAL CON EL GRAN MAGO

Se trata de un encuentro que empieza a ser un privilegio del que no somos exactamente conscientes. Dentro de mucho tiempo, nos daremos cuenta de lo afortunados que hemos sido de poder ir a ver los estrenos de Woody Allen como algo cotidiano, una cosa que se da por sentada. Nuevamente, 2014 se va despidiendo y podemos acudir a ver Magia a la luz de la luna, la nueva obra de uno de los creadores más personales que trabajan en el celuloide. Pero, quizá, del director de Annie Hall vaya un poco más allá de la línea de prudencia que separa a hechicero y público, se trata de una pequeña filosofía de vida, una atmósfera que sea crea en casi todas sus cintas, las geniales, las malas, regulares y buenas. 




Siendo honestos, está comedia romántica de una más que correcta hora y media es una pequeña pieza dentro de muchas grandes sinfonías, un ingenioso entremés entre obras de teatro de mayor enjundia. Lo mejor es que su creador lo sabe y da al metraje esa calma, un recorrido por la Francia de los años 20, del jazz y los grandes espectáculos de ilusionismo. Las proezas de una joven médium en el sur del país galo han atraído tanto la atención de las familias bien del lugar como los recelos de dos magos profesionales, quienes saben que tras el telón hay poco de milagro y mucho de hábiles engaños. O eso sucede normalmente, pues la chica parece tener dones mentales que no han sido vistos con anterioridad. 



Colin Firth y su siempre elegante presencia aparecen para disfrazarse de Wei Ling Soo, exótico nombre chino que enmascara a un artista inglés muy inteligente, una de las mejores elecciones para hacer desaparecer una jirafa, y también desenmascarar a embaucadores. Allen usa a su intérprete como vehículo para aproximarse a otra de sus grandes obsesiones, la magia, los trucos de cartas, ese fastuoso mundo donde, una vez se explica el truco, se corre el riesgo de que la realidad aplasta una hermosa mentira. Eso le ocurre a Stanley (nombre real del personaje de Firth), cómodo en su zona de dominio y dispuesto a revelar la verdad sobre la chica prodigio, una forma de volver a demostrar que su raciocinio holmesiano se sale con la suya.   


Y es que las ideas del film son una concatenación de temas y melodías que no serán desconocidas para la legión de fans de Allen, aquel jovenzuelo monologuista que era de los pocos en hacer reír al viejo Groucho, ya convertido en un talludito cineasta y conocedor de todas las artimañas posibles para seguir siendo interesante hablando de lo de siempre, que es precisamente lo que nos gusta: el sabor agridulce que tiene el amor y la vida, la necesidad del agnóstico de creer, mientras que sería muy necesario que el creyente se hiciera más interrogantes. 




La química en pantalla de Emma Stone (quien se pone en los zapatos y sombreros de época de la joven vidente) y Firth es uno de los platos fuertes de la velada, algo muy curioso. A pesar de la diferencia de edad y estilos, whatever works, como diría el maestro. Como en los diarios de Bridget Jones, Firth tiene esa flema británica de falso payaso serio con más encanto del que se intuye, mientras que Stone usa a la perfección el arma de su mirada y aspecto despistado para generar una pareja que sobrelleva los usualmente ingeniosos diálogos de estas producciones.  




Magic in the moonlight toca algunos de los palos que ya eran visibles en la infravalorada Scoop, y es que a Woody nada parece complacerle más que estos juegos de meter a una chica en una caja y parecer que se la sierra, que un mago aparezca en un asiento y surja de la nada en la otra esquina. Pero, ¿queremos que nos digan cómo se hace? Poleas, tramoyas y trampillas darían toda la satisfacción a nuestra lógica, pero el alma del público complacido querría permanecer en beatífica ignorancia. 


Cosas que pueden parecer muy trascendentales, pero el mayor encanto de estas creaciones es su incapacidad tomarse demasiado en serio a sí mismas. El cine de Allen puede recibir muchos elogios y alguna crítica, pero no cabe duda de que se trata de una forma de aproximarse a nuestros fantasmas (alguno hay en esta obra, no necesariamente dando golpecitos en la mesa) con muy poco rencor, una sonrisa tragicómica que invita a pensar que es como todo lo demás. 




Sí, hay algo en estas citas anuales, ya sea en una sala de multicine un frío invierno o la comedia sexual de una noche de verano bajo la luz de la Luna. Javier Krahe le decía a Joaquín Sabina en su época de la Mandrágora que, cuando uno salía de una película de Woody Allen, tenía la sensación de lo que habían tratado como una persona inteligente, presuponiendo que podía ir pillando las referencias presentadas y juntar las piezas por uno mismo. Algo de eso ahí, pero, sobre todo, sigue siendo muy divertido, o, como demostró en Match Point, más duro que nadie se lo propone con un inicio, nudo y desenlace. 



Buenos amigos, gratas compañías y otras sensaciones que he sentido asistiendo a los espectáculos del gran mago. Incluso, de un año a otro, sentir que el visionado de una de estas medianoches con una chica iba a ser el principio de algo muy especial. Posteriormente, a pesar de ser dedicatoria con amor, el siguiente encuentro marcó que conoceros fue un honor y seguir juntos un pecado. Y, sin haberle conocido nunca y que sepa de la existencia de otro de los muchos que van a este peregrinaje con Boris Grushenko, la filmografía de este señor, incluyendo piezas aparentemente menores como la que hoy nos ocupa, tiene un toque de ternura cuando uno también lo presencia con cierta punzada de soledad. 



Y ya hace mucho tiempo que decidí que no quería enterarme de los trucos de Woody Allen y su equipo en el escenario. Me sobra con disfrutarlo. Hasta el año que viene, allí estaremos, fieles a la cita.