Hay momentos donde un equipo creativo coge el tono. Es difícil de discernir el instante preciso, probablemente, porque si hubiera una fórmula, todas las editoriales la aplicarían. René Goscinny y Albert Uderzo habían colaborado ya durante bastante tiempo, compartían creaciones como Juan Pistola o Umpa-Pá, recientemente recopilados en fantásticos tomos al castellano. Sin embargo, el dueto siempre será recordado en primer lugar por la irreductible aldea de galos donde moraban unos tales Astérix y Obélix.
Ambientada en el año 50 a.C., en la Galia recientemente conquistada por Cayo Julio César, tras la rendición de la fortaleza de Alesia a manos de Vercingetórix, rey averno, estos célebres creadores se decidieron a hablar de un pequeño pueblo en la Armórica, resistente, hoy y siempre, al invasor, pese a estar rodeada de campamentos romanos. Surgido en 1959, el pequeño y astuto galo Astérix estaba destinado a hacerse tan popular como su colega Tintín; en su caso, la inmortalidad estuvo más cerca cuando, siguiendo la sagaz intuición de Uderzo, Goscinny decidió que el eterno compañero del protagonista sería Obélix, el afable tallador de menhires. Si todos sus convecinos pueden resistir a los legionarios romanos, gracias a una poción mágica creada por su druida, Panorámix, Obélix no precisa de ella, pues caerse a la marmita cuando fue pequeño le hace poseedor de una fuerza sobre-humana constante.
Tras tomar el impulso, la saga alcanza un estado de forma envidiable que se traduce en cómic tan renombrados como En los juegos olímpicos, Astérix y Cleopatra, El escudo averno, El caldero y una concatenación de excelentes aventuras. Amparado en la espectacularidad y detallismo de Uderzo, Goscinny dio lo mejor de sus excelentes cualidades como guionista, desde los gags más visuales a sus célebres juegos de palabras, junto con un constante marco de referencias a la cultura clásica y civilizaciones por las que pasan los dos viajeros galos (casi siempre acompañados de Ideafix, perro de Obélix), En pocas ocasiones, toda la esencia de lo que son estas aventuras brillan con más fuerza que en el trabajo que hoy nos ocupa: Astérix legionario.
Publicado por primera vez en 1966, este cómic es una exploración de los tópicos alrededor de las célebres legiones romanas. La sobrina de Abraracúrcix, jefe de la aldea, Falbalá, recibe la noticia de que su prometido ha sido enrolado forzosamente para la guerra civil que César mantiene contra los pompeyanos en África. A pesar de estar enamorado de la hermosa joven, Obélix le promete averiguar el paradero del muchacho, llamado Tragicómix (Uderzo se inspiró en el actor francés Jean Marais) y traerlo sano y salvo.
Para poder acceder al campamento cesariano en Tapso, los dos héroes deberán alistarse en la I Legión, III cohorte, II manípulo y I centuria. Goscinny usa ello para mostrar, nuevamente, la célebre eficacia romana, los pésimos ranchos del ejército y la desesperación de los trámites burocráticos. Auto-parodia del chauvinismo francés, se exploran los perfiles de los diferentes extranjeros que se deciden por la vida marcial (aunque hay un turista egipcio que cree estar siguiendo una especie de tour cultural y viajes por el Mare Nostrum).
Y es que Astérix es mucho más que menhires arrojados desde el cielo y caza de jabalíes. Cineastas como Álex de la Iglesia no dudan en citar este cómic como una de sus más "ferpectas" influencias. Algo que se refleja en el gran Obélix, siempre ancho de tórax, nunca gordo, cuyo carácter afable y apetito de Otilio son el contrapunto perfecto de su eterno camarada, La revolución que suponen los dos galos en la I legión se traduce en un servicio de comidas impresionante de exquisitos manjares.
Las célebres formaciones romanas (con especial predilección por la tortuga) se van sucediendo, conforme los protagonistas descubren que Tragicómix ha sido apresado por Metelo Escipión, el adversario de César. Querría aquí subrayar el extraordinario papel como payaso serio que siempre reservó Goscinny para el gran antagonista de los irreductibles galos, el Bob el Actor Secundario de esta saga, el rostro serio patricio y estirado más idóneo para recibir esta divertida vendetta de los herederos de sus derrotados, quienes no dejaban de demostrar un extraño y curioso respeto jocoso de su vencedor.
En definitiva, un perfecto exponente de uno de los momentos más dulces de una de las colecciones de la Escuela Franco-Belga más celebradas de la Historia, ese extraordinario momento donde René y Albert parecían jugar de memoria; afortunados nosotros, de haber recibido esta lección de tan sabios druidas.
Atentos a la última viñeta del banquete final, con una curiosa variante del clásico esquema.