domingo, 30 de junio de 2019

PARTIDAS CRUZADAS: INFINITY WAR Y ENDGAME


Desde que Anthony Stark se viera obligado a meterse en una cueva hace ya más de diez años, todas las tramas ficticias del Marvel Cinematic Universe fueron encaminando sus pasos a un momento apocalíptico de un ambicioso plan por fases. Corría el año de 2008 y Robert Downey Junior, encargado de dar vida al futuro Iron Man, iniciaba una apuesta arriesgada, la peligrosa partida que podía derivar en taquillazos o la decepción de legiones comiqueras por todo el globo. Naturalmente, tanta sucesión de películas ha dado una calidad heterogénea, pero no caben dudas de su rentabilidad y el mérito de lograr dejar en la audiencia una sensación de universo compartido, coherente y de pura épica. 



Así, escena post créditos tras escena post créditos, iba a llegar el momento de una pareja de películas que casi no se pueden analizar por separado: Vengadores: Infinity War (2018) y Vengadores: Endgame (2019). Sumadas entre sí, casi seis horas de algo diferente a lo que veníamos viendo cuando nos sentábamos en la butaca. Lo comentaba con olfato fino un director como Álex de la Iglesia: en una época de escepticismo y crisis, no deja de ser curioso que triunfe una epopeya clásica donde héroes y heroínas entierran sus diferencias para sacrificarse generosamente. 



Y ese gran obstáculo al que deberían hacer frente se llamaba Thanos. Surgido de la fértil imaginación de Jim Starlin, el Titán Loco que buscaba seis poderosas gemas necesitaba una pequeña actualización para la gran pantalla. Christopher Markus y Stephen McFeely bucearon en los antiguas historias para mantener la esencia y hacer más atractiva todavía la figura de un villano con más motivaciones de las usuales. Harto de la imposibilidad de las especies para respetar su medio y las leyes naturales, Thanos (encarnado por un Josh Brolin con muchos retoques) pensaba que hacía falta un visionario con el coraje necesario de diezmar a buena parte de la población para asegurar la supervivencia.


Esa determinación y sus peculiares relaciones paterno-filiales con Gamora (Zoe Saldaña) y Nebula (Karen Gillan) convirtieron a Thanos en un nihilista con causa, alguien que no quería conquistar el universo; simplemente, en caso de lograr sus propósitos, colgaría la armadura y se retiraría a una vida apacible. De hecho, uno de los reproches más insistentes con Endgame ha sido en materia relativa a que esos objetivos se irían perdiendo en aras de poner a un adversario más despreciable, capaz de disparar fuego amigo y herir a sus propias huestes si eso le permitía acabar con la vida de unos oponentes a los que ya sí odia de forma personal.



Pecado venial que puede perdonarse si se atiende a las coreografías de batallas más impactantes que se recuerdan en mucho tiempo. Las generaciones más jóvenes han tenido la fortuna de vivir en esta época de prodigios como la norma, si bien no hace tantos años que era una quimera pensar que Spiderman (Tom Holland) compartiría escena con Iron Man. El poder mantener en un espacio prolongado de tiempo a un Dream Team de casting (Gwyneth Paltrow, Chris Evans, Scarlett Johansson, Anthony Hopkins, etc.) es una espléndida inversión a largo plazo para lograr una fuerte sensación de coherencia, esa que lleva a hacer muy entrañables los diálogos que tienen Downey Junior y Holland. 



Los Russo dirigen con maestría este tipo de recursos, siendo tan buenos manejando la capa del Doctor Extraño como el escenario que brinda Wakanda. Con habilidad, los trailers de ambas películas han ofertado lo conveniente (incluso con pistas falsas), evitando un fallo frecuente en el género: a veces, todo es tan de manual que en un avance se puede intuir el inicio, nudo y final. De hecho, Endgame tiene un primer acto atípico, presenciar al fin las consecuencias que tendría en la ciudadanía una confrontación de estas características titánicas. 


Además, escogen con mimo sus influencias. Esa maravilla llamada Siempre Vengadores, orquestada por Kurt Busiek y Carlos Pacheco, revolotea durante todo Endgame. Igual sucede con El guantelete del infinito en Infinity War. Son adaptaciones más espirituales que de libreto, dejando sutiles guiños que satisfagan al respetable con años de lectura comiquera a sus espaldas. Referencias que nunca estorban al público nuevo, el cual está en una montaña rusa tremenda que deja sin aliento. El máximo mandamiento de los Russo ha sido complacer en todo momento a las personas que han pagado por la butaca. 



Eso tiene su peaje. Decían los antiguos druidas que el problema no era hacer magia, simplemente estar dispuesto a pagar el precio que conllevase. Este producto perfectamente envasado y con aroma a palomita no va a ser arte y ensayo. Eso está asumido en estas dos películas, absolutamente sin complejos y que meten una dosis de humor necesaria. Además, en el final de los arcos de personajes muy queridos hay sensibilidad, un punto de ternura que no cae en los frágiles territorios de lo cursi. La reciente desaparición de una personalidad genial como Stan Lee ayuda a que todo tenga un carisma nostálgico, a dar un adiós sentido a una época que será muy difícil que la productora repita. 



Como bien saben en series tan espléndidas como Juego de Tronos, el gran problema de suscitar tantas expectativas es lograr un final que no enfurezca a las hordas de fans en todo el globo. De cualquier modo, es otra prueba sorteada con gracia, un enorme truco de magia donde nos dejamos embaucar para no darle muchas vueltas. Mil referencias a la cultura pop que van de la mano de la personalidad arrolladora de un grupo heroico (Natasha, Clint, Steve Wanda...) que retoma el viejo significado de la épica: agarrarse a la más mínima posibilidad de que se puede lograr algo casi imposible. 



Los títulos de crédito se desvanecen en nuestra memoria y es grato que, en esta ocasión, no exista ninguna escena posterior. Hubiera sido innecesario y es más impactante ese escenario vacío tras ver al conejo desaparecer de la chistera.  



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



https://www.express.co.uk/entertainment/films/1111365/Avengers-4-Endgame-timeline-MCU-avengers-4-Marvel-movie-marathon-order



https://www.framestore.com/avengersinfinitywar



https://www.cinematographe.it/news/avengers-endgame-titolo-spoiler/

domingo, 23 de junio de 2019

ESTRECHANDO EL CERCO (BETTER CALL SAUL, TEMPORADA 4)


Constituye uno de los ejercicios de eclecticismo más interesantes en la parrilla televisiva actual. Desde su primera temporada (Reseña Better Call Saul I), Vince Gilligan y Peter Gould querían que la audiencia con nostalgia de Breaking Bad  se sintiera muy cómoda. Saul Goodman (magistral Bob Odenkirk) seguía siendo el legendario picapleitos de Albuquerque, pero asimismo habría constantes guiños al universo compartido por estar en el pasado anterior a la irrupción de míster White, dejando una sensación de continuidad y coherencia muy notable.



La segunda campaña asentó el tono picaresco (Lawyers road) y la penúltima ya colocó todas las piezas para la conexión definitiva con su serie madre (La duda razonable). La que hoy nos ocupa es la más noire que hasta este momento ha regalado un spin off casi sin fisuras y donde se evita el único riesgo que existía sobre el papel: que todo recayese en el carismático leguleyo. A estas alturas, el show tiene un elenco de eficaces secundarios que son capaces de generar interés por sí mismos.



Un ejemplo es el personaje de Mike, interpretado con una gran fortaleza por Jonathan Banks. Se trata de una presencia que siempre se agradece en cada capítulo. Funcionaba perfectamente en Breaking Bad, pero aquí incluso podemos ahondar más en su verdadero y trágico pasado. Un tipo con aristas  y de implacable lógica, alguien que se irá acercando (y arrastrando a cierto letrado con ello) a un local conocido como los Pollos Hermanos.


Tras el fallecimiento de su hermano, Jimmy se va sintiendo más libre para cruzar Rubiones. Aquí es absolutamente clave la figura de Kim Wexler (Rhea Seehorn), una relación que es uno de los puntos más interesantes del show. Por la lógica de Breaking Bad, sabemos que ella no está en el presente del abogado, pero seguro que no ha sido una separación normal. Indudablemente, es uno de los platos fuertes que los creadores ansían reservar para el final.



Kim es una presencia de cordura en un mundo donde lo legal e ilegal tienen fronteras frágiles. Seehorn capta a la perfección los matices y, pese a la fortaleza que emana del personaje, es la primera vez que la veremos tener miedo. Conforme el entramado de picaresca y estafas crece, ese vínculo amistad-romance se irá resquebrajando, porque todo tiene un precio y las manipulaciones constantes van quitando humanidad a quien las comete.



Hay muy buenas plumas (Ann Cherkis, Gordon Smith, Alison Tatlock, etc.) escribiendo los guiones de Better Call Saul, plagados de humor negro y también una bonita melancolía que encaja con la atmósfera de esas tierras de desierto y carretera. La frontera es, de igual forma, omnipresente y proyecta los tejemanejes de un negocio terrible y de millones de dólares.


Giancarlo Esposito vuelve aquí a repetir al siempre carismático Gus Fring, el verdadero profesional del medio, un criminal de método y que intenta aislar los sentimientos personales de los asuntos. Su maquiavelismo lo convierte en uno de los ejes que vertebran un singular encargo para Mike, quien va introduciéndose cada vez más en la boca del lobo.



Un nido de serpientes donde Saul se encontrará cómodo, picando su propio veneno con tejemanejes que le conectan con El golpe o El día de los tramposos. Nos ubicamos ante uno de los protagonistas más amorales y vendedores de humo que se pueden hallar. Todo aderezado con antihéroes como Nacho (Michael Mando), cuyo arco se va elevando en dramatismo.



Sus caminos se cruzarán con nuevos nexos del enfermado pero peligroso Héctor Salamanca (Mark Margolis), donde sobresale el fichaje de casting de Tony Dalton. Si no se alargan en exceso las temporadas y todas estas piezas terminan confluyendo con coherencia en el tablero, la experiencia televisiva de Better Call Saul será memorable.



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



https://www.nytimes.com/2018/08/06/arts/television/better-call-saul-season-4-episode-1-recap.html



https://variety.com/2017/tv/news/amc-renews-better-call-saul-for-season-4-1202479682/



https://www.tvinsider.com/699953/better-call-saul-season-4-preview/

domingo, 16 de junio de 2019

LA JAULA DEL OLVIDO


Fue una de las creaciones más celebradas por Franquin. Uno de los grandes maestros del cómic franco-belga sentía verdadera devoción por aquel animal que hacía las delicias del público infantil. Desde el punto de vista gráfico, el Marsupilami le permitía jugar desde muy diversos ángulos, siendo un paradigma de anarquía divertida. De hecho, terminó llevándoselo de la colección de Spirou cuando concluyó su etapa. Y nunca se había explicado con exactitud el olvido que el botones y su amigo Fantasio parecieron sentir por un animal que fue un inseparable compañero de aventuras.



Yoann y Vehlmann aúnan fuerzas para intentar solucionar esta laguna dentro de la continuidad del héroe. Dibbuks celebra el hecho con unos extras muy interesantes al final del cómic donde se repasan las principales andanzas de aquella afortunada creación que bebía del mítico Eugene el Jeep, personaje de las tiras de Popeye el Marino. Basta ver su participación para resaltar que no era lógica la increíble falta de memoria por parte de Spirou y Fantasio de aquella presencia.



La furia del Marsupilami intenta reconstruir esa situación y darle una coherencia a la continuidad interna de la serie, tarea nada fácil y que debe agradecerse. Para ello emplearán elementos tan diversos como antiguas guaridas de Zorglub o la presencia de cierto primo de Fantasio con quien se disputó una lucrativa herencia. Las personas más versadas en Spirou se hallarán ante un cómic plagado de guiños, referencias y detalles que quizás pasen desapercibidos en la primera lectura.


Tal vez, el gran inconveniente sea que el equipo creativo está tan consagrado a intentar explicar esa desaparición que no existen otros grandes ingredientes para que la aventura sea más memorable. Curiosamente, eso le ocurrió asimismo varias veces a Franquin, quien caía de manera frecuente en los atajos que le proporcionaba un animal carismático que servía para rotos y descosidos, una forma de descuidar unas tramas donde siempre mimaba la verosimilitud dentro de los rigores del género.



Donde sí funciona mucho cada viñeta es en el nivel metaficcional. Spip, la ardilla que acompaña a la pareja protagonista, será en muchos casos quien rompa la cuarta pared para hablar directamente con el lector/a, haciendo varias reflexiones de interés sobre la excesiva importancia que se da a unos personajes en detrimento de otros.



Nuevamente, los urbanitas y tecnológicos problemas que plantea Fantasio sirven de contraste con el esplendor natural y peligro que emana de la gigantesca selva donde el Marsupilami está refugiado. Uno de los puntos más interesantes del asunto serán las dudas que exprese Spirou cara al reencuentro y la legitimidad que tendría devolver a su antiguo camarada a la civilización.


El punto de arranque es una enigmática fotografía que llevará a los dos compañeros a esta pequeña odisea que sirve para hacer lavado de cara a varias incongruencias previas. Después de décadas de ausencia, salimos de esta lectura con la percepción de que se ha saldado una deuda, que hay un certero ajuste de cuentas entre iconos de la historieta.



Queda la duda de si los caminos volverán a cruzarse. Tal vez dependa de algo tan simple como la recepción de esta historieta para el gran público. Sea como fuere, ya no quedan dudas de que el mítico animal ha salido de esa jaula de olvido que le retuvo de cruzarse con el botones pelirrojo con el que tanta correrías protagonizó.



Cabe preguntarse qué habría pensado el maestro Franquin de este álbum.



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



https://www.universal-comics.com/products/125988-spirou-y-fantasio-55-la-furia-del-marsupilami.html



https://lifestyle.oblikon.net/la-colere-du-marsupilami-par-yoann-et-vehlmann/



http://bdzoom.com/97508/meilleures-ventes/%C2%AB-spirou-et-fantasio-t55-la-colere-du-marsupilami-%C2%BB-par-yoann-et-fabien-vehlmann/attachment/spirou-4051-4052a/

domingo, 9 de junio de 2019

LA ALEGRE BANDA DE SHERWOOD


Convendremos en que siempre es una pugna desigual. Para una persona durante su infancia, elegir entre asistir a un estreno en Technicolor es un placer divino comparado con escuchar boleros y pasodobles en una boda de compañeros de trabajos de su padres, con momentos eternos y frases hechas. Esa situación es el punto de partida en el que José Luis Garci narra su vivencia con una película muy especial, Robin de los bosques (1938). 



Con el sello editorial llamado Reino de Cordelia, ya se ha publicado un pequeño (y magnífico) librito de Luis Alberto de Cuenca sobre la Scarface original, una película noire de las que hacen época. En esta ocasión, un buen amigo del literato es quien se encarga de hacer lo propio con un film que cautivó a toda una generación a través de la sonrisa de Errol Flynn. Ante todo, hemos de entender que estamos frente a una obra profundamente nostálgica. 



Olor a verano. Es una de las metáforas que utiliza el autor al recordar esta pieza de celuloide que era justo lo que se podía esperar de una cinta de aventuras. Si Marvel Studios logra fichar Dream Teams para sus épicos crossovers, la Warner Bros de aquellos días acompañó a su estrella con nombres tan excepcionales como Olivia de Hallivand, Claude Rains, Basil Rathbone, etc. Y detrás de las cámaras gente como Michael Curtiz, zorro viejo de olfato fino para hacer magníficas taquillas. 


En pleno madrileño Parque del Retiro, el rincón del Florida Park se convirtió en el bosque de Sherwood para una generación escolar que salía ansiosa de vacaciones para imaginar que acertaban tiros imposibles con arco. También, cosa rara en aquel tiempo, brindaba un personaje femenino maravilloso y que tomaba parte activa en la lucha contra Juan Sin Tierra. Y una de las grandes culpables de eso era la propia Havilland, una intérprete que haría lo propio en esa obra maestra llamada Lo que el viento se llevó (1939), donde dio una veracidad a Melanie Hamilton sin precedentes incluso en la novela, demostrando que que las buenas personas podían también atractivas y encantadoras. 



Con esa prosa aparentemente simple y repleta de cultura pop, elogiada por voces como el mismo Francisco Umbral, Garci se mueve cómodo en el anecdotario personal para aplicarlo a una crítica poco académica, si bien repleta de ternura, sobre un film especial. Hay pasajes evocadores como su fascinación cuando la escena del duelo de espadas entre Flynn y Rathbone, una coreografía maravillosa y con una solución artística extraordinaria: utilizar el juego de sombras que proporcionaba el escenario del castillo. 



Igual que ocurría en el trabajo de Luis Alberto de Cuenca, resulta una verdadera lástima que no se hagan paralelismos con las adaptaciones que vinieron después sobre el mito. Robin de Locksley ha dado para mucho en la gran pantalla y alargar estas páginas no sería pesado, puesto que nos hallamos ante una lectura casi tan ágil como el propio Flynn. 


Hablando del tipo de la eterna sonrisa, se rescata una cita muy curiosa de la estrella: él prefería la primera mitad de su vida. Probablemente, la cúspide la alcanzó con el mítico arquero, con esa pelea de palos frente a Little John (Alan Hale) y las eternas piruetas sin perder el rictus. Las morbosas memorias de Scotty Bowers recordaban la agridulce vida del protagonista de tantas epopeyas, alguien que fue una estampa para el imaginario popular de lo que debía ser un paladín. 



Un recorrido que, resulta evidente entre párrafo y párrafo, pinta el pasado bastante mejor de lo que debió ser, aunque no se puede subestimar la benevolencia con la que los ojos de un niño miran la entrada al pase doble de una sesión en antiguos cines donde los acomodadores conducían a la familia para durante un par de horas todas las preocupaciones de la oficina o el colegio quedasen aparcadas sin solución de continuidad. 



Robín de los bosques, con tilde, es un tiro certero y seguro al blanco para salvaguardar una tarde que se antoje aburrida. 



BIBLIOGRAFÍA: 



- GARCI, J. L., Robín de los bosques, Reino de Cordelia, Madrid, 2019. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES: 










domingo, 2 de junio de 2019

IL CAVALIERE


Es lo más cerca que vamos a estar de ver el Renacimiento en HD. Una película de Paolo Sorrentino es fácilmente identificable. Apenas una escena ya refleja su toque, esa forma única de mirar que distingue al artista con voz propia. Como los grandes generales, sabe rodearse de los legados más competentes y brillantes del panorama, destacando Luca Bigazzi, un genio de la fotografía. Todo eso está presente en Silvio (y los otros), una de las películas ´más esperadas de 2018. No obstante, faltan cosas para que este peculiar biopic de Silvio Berlusconi nos atrape como sí lo hicieron La gran belleza (2013) o La juventud (2015). 



Un napolitano se sumerge, cámara en mano, en las andanzas de Il Cavaliere, uno de los políticos más polémicos y exhibicionistas del mundo actual, quien ha marcado un antes y después en la convulsa política transalpina. Hay libros que estudian como este peculiar individuo con labia de vendedor de pisos y voz de simpático barítono convirtió al AC Milán en uno de los equipos de fútbol más importantes de los noventa. Asimismo, su colosal organigrama televisivo bebía de la máxima de Lope de Vega de hablar a las masas en necio para darles gusto. No contento con esa fortuna amasada, quiso dar el salto a las cámaras representativas, convirtiendo el Senado en una red clientelar que habría envidiado Pompeyo y con sus favoritas convertidas en la nueva Capri de un moderno Tiberio. 



Con semejantes ingredientes cuesta pensar que un tipo con la sensibilidad de Sorrentino no haya logrado un film con más fuerza. No puede olvidarse que, a nivel internacional, la pieza ha llegado mutilada, fusionados en uno los dos estrenos que se vieron en su país natal. Sea como fuere, no es cuestión de metraje, nos hallamos ante una narración deslabazada con tintes brillantes, pero que, vista en conjunto, casi siempre pierde fuerza como todo. Entendemos que la pareja formada por Riccardo Scamarcio y Euridice Axen son dos hábiles pícaros de provincias que van a ir a Roma buscando impresionar al enloquecido César, solamente para comprender que en su corte de los milagros ellos ya han dejado de ser los más listos de la clase. 


Toni Servilio, uno de los intérpretes fetiches del director, da vida a un Berlusconi que es más bien una caricatura deformada en un espejo que el personaje real. Una pena porque es un actor excelente y sigue brindando varias secuencias muy buenas por encima de la media, aunque no se obtiene esa credibilidad que permitiría aborrecer o comprender al protagonista de una forma más real. 



Como los buenos cineastas, Sorrentino sabe hacer que se despierte nuestra curiosidad sobre "él". Berlusconi tarda en aparecer, aunque le intuimos tras el telón de tantas fiestas horteras y excesos. De cualquier modo, hecho llamativo en una firma de su talento, una vez se ha generado la expectación tarda demasiado en aparecer. Vamos perdiendo el interés de forma progresiva, el envoltorio es fantástico, pero empezamos a olvidar la curiosidad que nos generaba adivinar el regalo. 



Avanzamos y parece que tuviéramos recortadas partes de una gran película que nunca veremos. Il Cavaliere puede ser amable y terrible, un papa Borgia paternalista e inmisericorde en el siguiente momento. Sorrentino intenta humanizar al jefe de pista que dirigió un circo del escarnio entre los diputados. 


Hay momentos muy inspirados como las escenas que comparten Servilio y Elena Sofia Ricci. La segunda encarna a la gran pareja del dirigente, una esposa capaz de decirle "Puedes engañar a Italia, no a mí". Tienen algún momento que sería digno de clímax, pero para llegar a ese punto la cinta debería habernos atrapado mucho antes, no dejando esa percepción de brochazos desordenados, entre boceto e inspiraciones, las cuales no tienen un propósito común. 



Umberto Contarello y Sorrentino firma un argumento desequilibrado, con momentos de hermoso realismo mágico y otros surrealistas que poco aportan. Se pasa con menos mordiente de la que se habría podido por elementos tan oscuros como las conexiones con la mafia o las escandalosas fiestas a costa del erario público. Si El joven papa es una provocación inteligente y misteriosa, Silvio (y los otros) se limita, en compases, a la simple ópera bufa. 



Por su reparto y ver dos o tres florituras de Sorrentino, ya merece la pena. Sea como fuere, se sabe que hemos estado ante un trabajo del napolitano que va a estar muy por detrás de los otros elementos de su filmografía. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



http://www.mundodvd.com/silvio-y-los-otros-loro-1-2018-paolo-sorrentino-143511/



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