Los copos de nieve bañan el pavimento de las calles de Chicago por la noche. El auto se detiene y sale una figura bajita y que tirita de frío, la cual estará pensando, probablemente, en meterse un buen licor en el cuerpo dentro del burdel al que se dirige. Es una persona joven, se llamaba Al Capone, un tipo violento, no muy reflexivo y con agallas, alguien a quien no le importa que en los Estados Unidos se haya decretado la Ley Seca. Nos situamos a comienzos de la década de los 20 del siglo XX, valga la redundancia. El joven Al no imagina que, de asalariado y matón de Johny Torrio para extorsionar el barrio de los griegos, va a terminar por convertirse en uno de los más temidos jefes de la mafia, hasta el punto de pasar al imaginario popular como la Némesis de Los Intocables de Eliot Ness.
Así se abre uno de los episodios de Boardwalk Empire en su primera temporada, con un gran Stephen Graham encarnando al futuro gángster. Sin embargo, aunque he hablado en otras ocasiones de dicha serie en este blog, a veces, uno necesita un poco de calma y una taza de café caliente para poder paladear la verdadera calidad de lo que está presenciando. Más allá de que el capítulo piloto fuera dirigido por el mismísimo Martin Scorsese o que el protagonista sea un actor de talla de Steve Buscemi (como el corrupto y astuto tesorero de Atlantic City, Nucky Thompson), resulta que en los re-visionados me he encontrado que algunos episodios de esta primera temporada del show no son solamente buenos, sino que son pequeñas obras maestras de 50 minutos.
Con el prestigioso sello de la HBO, recordaba que aquellos DVDs eran una oportunidad de descubrir que la prohibición (cuántas lecciones ha dejado la Historia en ese sentido) fue únicamente una excusa para enriquecer a algunos bolsillos con el monopolio del mercado negro. Thompson, con una bien organizada red de contrabandistas e influencias políticas, logra convertir a su paseo marítimo en el centro distribuidor, abasteciendo (no sin tensiones) a los criminales de Chicago y New York. Hoy me detengo en una subtrama que se enmarca en la primera de esas dos ciudades.
Así se abre uno de los episodios de Boardwalk Empire en su primera temporada, con un gran Stephen Graham encarnando al futuro gángster. Sin embargo, aunque he hablado en otras ocasiones de dicha serie en este blog, a veces, uno necesita un poco de calma y una taza de café caliente para poder paladear la verdadera calidad de lo que está presenciando. Más allá de que el capítulo piloto fuera dirigido por el mismísimo Martin Scorsese o que el protagonista sea un actor de talla de Steve Buscemi (como el corrupto y astuto tesorero de Atlantic City, Nucky Thompson), resulta que en los re-visionados me he encontrado que algunos episodios de esta primera temporada del show no son solamente buenos, sino que son pequeñas obras maestras de 50 minutos.
Con el prestigioso sello de la HBO, recordaba que aquellos DVDs eran una oportunidad de descubrir que la prohibición (cuántas lecciones ha dejado la Historia en ese sentido) fue únicamente una excusa para enriquecer a algunos bolsillos con el monopolio del mercado negro. Thompson, con una bien organizada red de contrabandistas e influencias políticas, logra convertir a su paseo marítimo en el centro distribuidor, abasteciendo (no sin tensiones) a los criminales de Chicago y New York. Hoy me detengo en una subtrama que se enmarca en la primera de esas dos ciudades.
Se trata de un arco que va de los episodios 3 al 5. Ni siquiera es el argumento principal, son las escenas dedicadas a las desventuras de Jimmy Darmody (Michael Pitt), un joven recién aterrizado de vuelta a casa tras la I Guerra Mundial, antiguo protegido de Nucky, ahora caído en desgracia por haber sido identificado ante la policía. Sin su benefactor, Jimmy logra encontrar la ayuda de su amigo Capone, quien le logra el acceso a su patrono Torrio (Greg Antonacci, a quien ya disfrutamos en Los Soprano), quien lo emplea como uno de sus muchachos para proteger una de sus cat house más rentables.
El guión de Terence Winter y su equipo es muy astuto a la hora de enfocar a Jimmy como un antihéroe de lo más curioso. Avispado, a diferencia de otros jóvenes y ambiciosos criminales (Lucky Luciano, el propio Capone, etc.), el personaje de Pitt podría haber terminado siendo un excelente estudiante con carrera universitaria, revestido de varias cualidades entre las que sobresaldrían su sangre fría y hasta dotes de mando. En cambio, su estancia en el frente de Europa (la Gran Guerra no ha sido tan llevada la pantalla como la II, pero su impacto en una generación de jóvenes estadounidenses no debe ser subestimado) lo torna totalmente y le imbuye de un aura constante de tristeza.
Como los veteranos legionarios romanos, tras mucho tiempo fuera de casa, el joven Harmody vuelve con una familia (su antigua novia y un hijo que tuvieron antes de alistarse) que le es tan extraña como él a ellos. Fuera de la mano protectora de Nucky, tejiendo inciertas alianzas en el local Torrio, me he sorprendido a mí mismo por el progresivo interés con el que uno espera que aparezcan estas secuencias (no porque el personaje principal no sean interesantes, todo lo contrario, sino porque era de los secundarios de los que menos recordaba en esta re-visita).
Desubicado en cualquier sitio desde que ha regresado, Jimmy encuentra una pequeña pausa mientras se va haciendo a su nueva "familia" de las manos de una joven prostituta llamada Pearl (Emily Meade, una elección perfecta). Entre ambos surge una extraña complicidad de inmediato, brillando la química en pantalla de la pareja, creando un extraño eclecticismo entre lo sórdido de esa vida y la ternura de sus pasajes. Quizá el último tren de felicidad para el ex militar que está coqueteando con un mundo muy oscuro. Opio, venganzas entre bandas y el maravilloso personaje de Pearl, un cóctel explosivo que no deja de desprender un aroma a tragedia griega. Si se hace en blanco y negro décadas atrás y en una película de dos horas, que nadie dude que brillaría en cualquier clasificación purista de eso tan impreciso que se da en llamar el género noire.
Por último, la música. Como casi siempre en esa joya de serie, elegida acorde con la situación. Alan Taylor dirige con mano firme los devenires del elenco, con una serie de secuencias que acompañan lo que está ocurriendo. Una extraña y mágica melancolía acompaña cada pasaje, como una triste despedida en una estación de trenes bajo frío infernal... esta canción es el camino de vuelta a casa, la bocanada de aire helado que te sale al suspirar.
Una saga minúscula dentro de varias y excelentes temporadas. De cualquier modo, absolutamente imperdible, una pela hallada en medio de la playa una tarde de domingo.
http://eddieonfilm.blogspot.com.es/2009/09/boardwalk-empire-ivory-tower.html
http://www.fanpop.com/clubs/boardwalk-empire/images/30297465/title/boardwalk-empire-nights-ballygran-105-screencap
http://www.ign.com/articles/2010/10/19/boardwalk-empire-nights-in-ballygran-review
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NIGHTS IN BALLYGRAN SONG