Tras un arranque cautivador (En el cumplimiento del deber) y usar al Joker con maestría (Payasos y lunáticos), Ed Brubaker y Greg Rucka lo tenían complicado para mantener el ritmo excelso que habían impuesto en el día a día de la comisaría de Gotham. Sin embargo, seguían contando con la maestría de Michael Lark, un artista capaz de recuperar esa atmósfera que, hasta ese momento, solamente se alcanzó con David Mazzucchelli: elegancia y suciedad a partes iguales en una metrópoli a cuyas calles les gustaba no estar limpias del todo. El número 23 (2004) con el que arranca este tomo sirve para saber que este triunvirato sigue justo donde lo dejaron: la entrada de Montoya y Allen para arrestar a un sospechoso es puro noir.
Perros viejos de olfato fino en las viñetas, Brubaker y Rucka saben que su público ya conoce a los personajes casi tan bien como ellos mismos. Por ello se permiten afilar tensiones y plantear duelos internos que enriquecen las tramas más allá de medirse con el enemigo o la organización criminal de turno. Y es que uno de los investigadores de las escenas del crimen más reconocidos del departamento, Jim Corrigan, podría ocultar más de lo que parece.
Asimismo, profundizan más en Michael Akins, la nueva cabeza visible de los policías ante la ciudadanía y periodismo. Ya es difícil asumir un cargo cuando tu predecesor ha sido brillante (Jim Gordon, veinte años de servicio), pero más todavía en caso de tener que lidiar con un tipo disfrazado de murciélago que es tan leyenda urbana como un dolor de muelas para la legalidad. En este tomo, la tensión entre ambos deja claro que la alianza que fraguaron Bruce Wayne y Jimbo en Batman: Año Uno ha desaparecido con la jubilación del segundo tras el arco Agente herido.
Desafortunadamente, aunque seguimos disfrutando de su arte en las restantes portadas del tomo, hay aventuras donde Lark no se encuentra a los lápices. Este comentario no debe considerarse como ninguna clase de ataque a sus sustitutos: tanto Stefano Gaudiano como Jason Alexander tienen oficio y un ritmo narrativo más que bueno para mantener nuestra atención. Lo único es que a esas alturas Lark ya se ha hecho con la colección hasta el punto de que resulta imposible pensar en Gotham Central si él no está al volante del apartado gráfico.
Si bien todo es adecuadamente coral, Brubaker y Rucka siguen mimando a uno de los personajes que, sin duda, termina convirtiéndose en el ojito derecho de la comunidad lectora: Montoya. Una policía cuyo enfrentamiento con Dos Caras la ha colocado ante una serie de dilemas que marcan uno de los viajes más fascinantes del universo Batman. Aquí se exploran también algunos de sus demonios. Si bien es una mujer con una personalidad fortísima, está pagando por su estabilidad un tributo a la violencia como fuente de desahogo que podría terminar destrozando su brillante carrera en el cuerpo.
Un punto muy agudo a nivel de escritura es que la formidable pareja se niega a quedarse en un cómodo micro-cosmos. Por supuesto que desfilan personalidades del calibre de Selina Kyle, pero no todo se limita a la esfera de Gotham. Una investigación criminal que se complica hará que los detectives se encuentren con el particular universo de Flash, lo cual se traduce en enemigos con poderes más enmarcados dentro de la ciencia ficción que las tramas mafiosas de su ciudad natal. El gran mérito es que esa saga se amolda con eclecticismo y sin estorbar a ninguna de las dos franquicias.
Y aquí se explota una de esas consecuencias de la actividad policial que más satisfacciones ha dado al cine y el tebeo cuando ha estado bien llevado: los interrogatorios. El sendero que lleva a Montoya y Allen hasta Keystone los va a obligar a un enfrentamiento verbal de primer orden con el principal sospechoso (cuyo nombre no revelamos por respeto a quienes todavía no lo hayan leído). Santiago Negro regaló hace unos años una aguda crítica sobre este tomo donde señalaba (con acierto) que una de las grandes influencias de esta saga era El silencio de los corderos.
Una alquimia muy importante en estas cuestiones es lograr insertar la presencia de Batman sin que termine eclipsando a los verdaderos responsables del show. Este objetivo no resulta fácil, si bien se logra por el buen hacer de provocar muy distintas interacciones (y es que en la comisaría no todo el mundo tiene la misma opinión del cruzado enmascarado). De igual forma, se expone muy bien que existen ocasiones, mal que les pese a los agentes más orgulloso, en que no les queda más remedio que llamar a la señorita Stacy para darle a cierta señal.
Este último personaje da muchas satisfacciones a Brubaker y Rucka. En realidad, ¿quién no se lo ha dado en este recorrido? Dentro de unas semanas nos despediremos de esta magnífica colección cuando hablemos del final de Gotham Central.
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