Quedó registrada su matrícula. El ciudadano ilustre (reseña) fue una de las más gratas sorpresas que ha tenido la cartelera en mucho tiempo. Gastón y Andrés Duprat eran dos nombres a seguir con atención. Se esperaba con suma curiosidad su nueva incursión en esas extrañas fábulas donde dan en la tecla del sentir argentino, sin renunciar por ello a tratar temas que se pueden entender sin necesidad de intérprete en cualquier latitud.
La respuesta es Mi obra maestra, una comedia negra de engañosa sencillez en sus formas. Bajo la tensa relación de Arturo (Guillermo Francella) y Renzo (Luis Brandoni), los creadores hacen una aguda reflexión sobre la amistad a través de los años. El primero es un marchante de arte y el segundo un artista desbocado y visceral. Han pasado tiempos de gran compañerismo, si bien en el actual mercado del arte posmoderno ambos están pasando apuros y su relación va cuesta abajo por el choque de personalidades.
Como en un cuento de Chejov, tardamos apenas unos segundos en entender la manera de comportarse de uno y otro. Francella, actor de una experiencia infinita en la comedia, vuelve a demostrar todas sus tablas. No le va a la zaga Brandoni haciendo de un artista genial e infantil, un tipo entrañable y censurable. Para servir de eficaz metáfora se usa su forma de tratar a un idealista aspirante a discípulo (Raúl Arévalo) a quien trata con una cruel tutela digna de Kill Bill.
Conforme avanza el metraje, vamos observando que ninguna de las piezas del argumento ha sido dejada al azar. Cada ficha desempeña un papel clave para la resolución de una sátira aguda que ataca también los fundamentos actuales del arte actual. Los Duprat dejan un sello de agudeza en sus incursiones a la gran pantalla, teniendo siempre fe en la sensibilidad e inteligencia de su audiencia.
Hay también, igual que ocurría en la maravillosa El ciudadano ilustre, un reparto coral de los mal llamados intérpretes secundarios/as que respaldan a la pareja protagonista. Destaca Andrea Frigerio, quien, además, tiene la ventaja de que ha compartido escenario en muchas ocasiones con Francella, lo cual les hace tener una complicidad realmente especial.
Destaca asimismo Raúl Arévalo, quien hace de entusiasta discípulo, una persona en una etapa vital bien diferente a la de los dos amigos de vuelta de todo. Su aportación es esencial en este embrollo, además de dar unos tintes morales que plantean cuestiones de sumo interés. También hablar de María Soldi, otro contrapunto juvenil (en este caso, en una versión más egoísta que en el personaje anterior) para esta historia de personas en madurez.
Desde que entró en una feroz crisis económica, el cine argentino comenzó a pensar con pausa. Cuando echamos una vista atrás a la magnífica cosecha que nos ha dejado su filmografía, resulta obligatorio hablar de grandes actrices y actores, de guiones redondos, etc. No obstante, es menos habitual hacerlo sobre la banda sonora. En el caso que hoy nos ocupa, debe citarse la composición de Alejandro y Emilio Kauderer, quienes acompañan a la perfección la esencia de lo que se nos quiere contar.
Con todo, a diferencia de lo hallado en El ciudadano ilustre, aquí el argumento sí tiene su fallas conforme se le dan vueltas. Si en la primera todo encajaba de una forma admirable, los Duprat se permiten aquí algún atajo que no vulgariza el film, aunque sí lo aleja de las cotas que podría haber alcanzado con alguna justificación más meditada de los giros que ocurren en este pulso entre arte y amistad.
Tal vez, lo que marque la diferencia y siga obligando a comprar la butaca para ver los filmes de estos argentinos sea esa capacidad de tocarnos la fibra con cosas que también nos pasan a nosotros.
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
- https://www.filmaffinity.com/es/film535280.html
- https://decine21.com/peliculas/mi-obra-maestra-38447
- https://cineuropa.org/es/newsdetail/359249/