Aunque hayamos derribado sus estatuas
y los hayamos expulsado de sus templos,
los dioses no han abandonado Grecia
- Kavafis, Jónico
El prestigioso festival de Mérida acogió este fin de semana Las ranas de Aristófanes, heleno deslenguado y pescador en la laguna Estigia. Bajo el marco incomparable de las galerías subterráneas que llevan a ese Coliseo de la tragicomedia, Daniel Piedrocamino acometió la empresa con su equipo artístico, buscando resucitar para el escenario una obra escrita por un autor que vivió las guerras del Peloponeso y el perenne pulso político de la bulliciosa Atenas. Sin embargo, como puede comprobarse desde el libreto original, la naturaleza humana ha cambiado bastante menos de lo que dictaminarían los siglos, incluyendo la capacidad de los sabios dirigentes de la cosa pública para llenarse sus menguadas bolsas de dracmas ajenos en defensa de la patria.
Pepe Viyuela (quien realizó una emotiva introducción previa en memoria de Álex Angulo, tristemente desaparecido) ha sido el encargado de encajar a un divertido Baco, presentado como una divinidad caprichosa y empeñada en creer que los males de la polis se solucionarán con una atinada resurrección del Hades de alguno de los grandes dramaturgos áticos de antaño. Por supuesto, buscará a su hermano Hércules para que le dé las oraciones pertinentes para dicho viaje, aunque será su criado, Jantias (caracterizado por una Miriam Díaz Aroca jorobada para la ocasión), quien lleve buena parte de la cargas más pesada del viaje, pues su amo no se caracterizará por la fortaleza de espíritu.
Aprovechando con maestría la propia arquitectura del teatro, el montaje adopta un estilo sencillo y eficaz, destacando el momento de la apertura de las puertas del infra-mundo, aunque con menos sentido de la épica en Aristófanes de la que daría Dante, unas centurias después. El juego de luces y sombras llevaría también a aprovechar la presencia en el reparto de la cantante-actriz Beth, quien prestó voz y estilo para ser la heterodoxa narrado de esta parodia los hercúleos trabajos y rendida admiración por el teatro clásico. En la utilización de la música podremos encontrar el primer elemento de discordia en los puristas.
Ciertamente, puede sonar a blasfemia para más de un honrado argivo que una "rana" tan peculiar (y atractiva) cante estos versos, a la par que se vea acompañada por una banda de rock hispalense. No obstante, este curioso ejercicio de eclecticismo parece funcionar con alguna alquimia extraña y es un más que necesario desahogo para la pareja Viyuela-Aroca, quienes cargan sobre sus hombros el inicio y nudo de este desquiciado viaje metaficcional. Particularmente, Beth brilla con luz propia y resulta una de las gratas sorpresas de la representación, sabiendo lograr la captatio benevolentiae de la audiencia.
El lenguaje sufre también algunas adaptaciones. Si bien hay alguna cosa que sobra mucho a mi juicio ("Que te pego, leche...", convirtiendo al bueno de Ruiz Mateos en una especie de Pericles vallecano), los diálogos entre Baco y Jantias respetan mucho de la esencia original de la obra. Uno y otro sirven al afilado Aristófanes, talento con una cicuta en las palabras nada desdeñable (mojado en su pluma, incluso un sabio como Sócrates queda reducido a un plasta alocado) para ridiculizar el lado más esnob de las representaciones (un Baco que parece encontrar connotaciones y sutilezas en los versos más nimios, mientras es un incapaz de tomo y lomo en cumplir sus objetivos) y los recursos más directos (ejemplificados en Jantias), escatología y esponjas del hijo de Zeus inclusive.
Descubriendo que incluso un titán como Cerbero ya no es si no un bonito recuerdo para turistas, tras múltiples peripecias, amo y criado, quienes intercambian sus roles en no pocos momentos, logran entrar en la sala más preciada de los dominios de Hades, donde el admirado Eurípides se bate en duelo verbal con Esquilo, otro gran poeta. Lástima que ambos parezcan dos tertulianos de un programa de corazón cualquiera dispuestos a despellejarse, teniendo como venerables jueces a parricidas, traidores y ladrones. Afortunadamente, Baco entrará en escena para poner orden, aunque se mostrará tan indeciso e irresoluto como en el resto de los actos.
Es curioso pensar cómo resultan los objetivos de algunas obras, incluso por encima de sus propósitos iniciales. Muy pocas personas saben, hoy en día, los affaires que tuvo R.Hearst, pero Ciudadano Kane sigue resultando increíblemente moderna a nuevas generaciones de espectadores. De igual forma, las pullas de Aritófanes a colegas de profesión (tengamos aquí en cuenta la formación de este autor, claro partidario de reformas conservadoras y muy asustadizo ante las nuevas artes y corrientes filosóficas) han quedado muy caducas, sin menoscabar a ninguno de los afectados, incluyéndole a él mismo.
Eurípides sigue viendo (por ejemplo, en el tablado emeritense) representadas sus Medeas sin sospecha de degradar el teatro antiguo (quizás consecuencia de que el bueno de Cronos ha convertido sus innovaciones en clásicos), Esquilo goza del respeto del pionero prometeico y de Sófocles nos sobran las escasas tragedias conservadas para comprender su dimensión artística. Por su lado, el autor de Las ranas brilla como el malicioso, divertido y dionisíaco Quevedo de esta etapa, azote de colegas y público, diccionario de referencias y guiños sarcásticos.
Allí es donde el croar de estas ranas no ha perdido ni un ápice de vigencia...