Mario Vargas Llosa es un filón, un problema que todas las editoriales del mundo querrían tener. La reciente entrega del Premio Nobel en literatura a su persona ha provocado que en muchos países, todas sus novelas, desde la primeras a las últimas, sean editadas y re-editadas en diversos formatos.
No obstante, ¿quién era este escritor peruano antes de que aquella distinción lo haya devuelto a ese foco que en realidad nunca había abandonado? Lo cierto es que tras la noticia de su recompensa a toda una trayectoria hizo que leyera con atención algunas declaraciones, lógicamente, todas ellas muy favorables. Pero hubo una que perduró con mayor fuerza que el resto en la memoria, siempre selectiva y distraída.
"Mario escribe invariablemente tres horas al día, es su gran mérito". Lo dijo su editor y creo que es la clave del éxito, la poción mágica que separa la frontera del talento y la imaginación con la del verdadero monstruo de la escritura, la distinción entre los buenos y los muy buenos. En principio puede parecer poca cosa, un trabajo cómodo y placentero, pero si uno se para a pensarlo, se requiere una gran capacidad de ser el propio jefe de uno mismo, fijarse exactamente que es lo que se debe hacer y sentarse durante esos 180 minutos a crear mundos que en un principio solamente existen en la mente. Hay muchas persona con ideas brillantes y dones que se traducen en talento del puro, pero creo que en este caballero peruano, que lo posee hasta al extremo, la clave del éxito, lo supuestamente más fácil, pero más duro del mundo, hacerse atractivo a las musas no ante una noche bohemia, sino sentado y tecleando incansablemente para seguir queriendo ser cada día de su vida uno de los mejores autores de su tiempo.
En eterna amistad/disputa con Gabriel García Márquez, indudablemente ambos son los dos exponentes y primeras espadas de un boom de la novela en América Latina que encuentra en ellos la máxima expresión artística. Tradicionalmente y simplificando mucho un debate apasionante, se ha solido considerar que aunque "Gabo" ha tenido la obra maestra de ese movimiento con "Cien años de soledad" (reseñada en este blog de Amarcord), es en la figura del peruano donde se encuentra al autor más completo, que quizás no ha llegado a culminar esa novela 100% perfecta de la centuria, pero que siempre ofrece un nivel de notable altísimo en todos y cada uno de sus exámenes, sin bajar nunca el pistón.
Al juicio del consumidor se harán testimonios a favor de uno y otro, es la ventaja de disfrutar de dos genios en el mismo espacio temporal. Como fuere, en la materia que hoy nos ocupa, nos enfrentamos a uno de sus trabajos más recientes, "Travesuras de la niña mala".
Una historia que narra las desventuras de una pasión y un desamor, a lo largo del tiempo, desde las calles de Lima hasta la París más bohemia y fascinante que uno pueda recordar, bajo el salpicón de las revoluciones que asolaron el sur de un continente y unas promesas no del todo materializadas. En ocasiones se le ha acusado a Vargas Llosa de centrarse en ese mundo, en una realidad que conoce muy bien y que ha vivido desde su infancia. Eso es, bajo el modesto parecer de este blog, una pequeña injusticia, Berlanga hacía un cine de altura, pero orientado básicamente al universo interno de un país que conocía en sus debilidades y vergúenzas como la palma de su mano, mientras que Arthur Miller respiraba el american way of life, aunque fuera para censuarlo. ¿Por qué criticar que escriba casi siempre sus historias sobre el marco peruano? La diferencia es la calidad de su prosa, es lo que convierte sus historias en algo especial.
El protagonista masculino de la trama es Ricardo Somocurcio, un joven que vive con su tía en las calles limeñas, relativamente acomodado y cuyo sueño es poder llegar el día en que viva en la Ciudad de las Luces, desarrollando una carrera como diplomático. Una ambición honorable que con su trabajo e inteligencia logrará, llegando a ese limes peligroso donde todos los seres humanos en la madurez se ven tentados de echar el freno de mano, a decir que ya han sentado la cabeza y ya están colocados, en posición de formar una familia decente y ser respetables compradores de periódico los domingos tras comilona campestre con los parientes, balbuceando acerca de qué mal está todo y que los jóvenes andan con mucho relajo. Desgraciadamente para Ricardo y afortunadamente para los lectores/as, se cruzará en su camino la niña mala, una extraña y exóticamente atractiva muchacha, cuyos constantes cambios de identidad y oficios, solamente tienen el nexo común de Ricardo, perdidamente enamorado de ella desde la niñez.
Conocida ha sido siempre y manifestada por el propio autor, la gran debilidad de Vargas Llosa ante la figura de Madame Bovary, casi más que por la de su reverenciado Flaubert. La niña mala intenta ser una traslación de ese tipo de carácter femenino invadido por el deseo y el carpe diem, caprichosa, independiente y desvalida al mismo tiempo. Sea como sea, el conocimiento del literato peruano le ha permitido escribir incluso un prefacio interesantísimo sobre la mítica personalidad de madame Bovary, en un texto que es un ensayo a fin de cuenta que todos los seguidores de Flaubert querrán conocer, por lo que la clonación es inteligente y sin caer en una mera copia, bien adaptada a su tiempo y siglo.
Como fuere, es curioso que un autor tan experimentado caiga en un fallo impropio de alguien que suele manejar también egos y mentalidades en sus criaturas (Véase el balance medido de "La fiesta del chivo" sin ir más lejos), y es tomar partido. Desde el primer renglón al último, el novelista parece tan prendado por las travesuras de la niña mala como el pobre Ricardo, hasta el extremo que uno echa en falta ese yin y yan que el gran maestro Woody Allen sí supo hacer en esa joya que es Annie Hall, mostrar las dos caras de la moneda y sin ser juez y parte de buenos y malos.
Uno perdona los toques inverosíniles por la calidad del texto, el pasar de puntillas por la época por que lo importante son los personajes... De cualquier modo, creo que más de alguna persona se quedará menos prendado de lo que el Nobel piensa que quedará por la niña mala. O tal vez, citando a un buen amigo de este blog, Chespiro, el problema esté de base, con la gran madame Bovary. "Indudablemente es un gran persona, no obstante es curioso que algunos analistas la consideren una personalidad soñadora e idealista al estilo de don Quijote. La locura del segundo le lleva a un altruismo ingenuo pero noble, mientras que en el caso de madame Bovary, obedece... a lo que obedece". Creo que es una reflexión muy acertada, y no he podido resistir la tentación de citarla.
Aquellos que decidan sumergirse en estas páginas que van desde las balas de juguete de revolucionarios de salón hasta las selvas espesas donde se trata de aniquilar a la guerrilla, bajo sombras de Yakuza en una Tokio más erótica que nunca, se van a encontrar ante una novela divertida y que mantiene el interés y la atención en todo momento del lector. Sin embargo, permitan al duende malicioso que el blog lleva dentro a decir que en esta ocasión sí que puede faltar ese elemento de la ecuación que convierte una buena trama amorosa en algo que trasciende la literatura para meterse en la piel de una forma irreversible.
Más de uno dejaría a la niña mala sin recreo... aunque no se preocupase de que cumpliera o no el castigo. ¿Cuál es el seductor encanto del exceso? Pues en ocasiones es excesivo, pero no tiene por qué ser tan sexy como a veces se vende... O vayan a saber ustedes si es que se acerca el invierno como diría Martin y las niñas malas son para el verano.