Fernando Soto ha buscado a Carmela. Eso se percibe en cuanto se ve la cuidada adaptación que ha firmado sobre el escenario del clásico trabajo de José Sanchís Sinisterra, aunque quizás lo primero que nos venga a la mente sea la célebre película ¡Ay, Carmela! (1990), dirigida por Carlos Saura, con un guión revisado por luminarias como Rafael Azcona. En aquella ocasión, Carmen Maura y Andrés Pajares dieron vida magistralmente a Carmela y Paulino, "variedades" a lo fino (ya ven ustedes que los títulos de los tebeos Bruguera no surgieron de manera espontánea, ya estaba esa manía de buscar rimas pegadizas a la profesión). Actualmente, Cristina Medina y Santiago Molero consiguen la difícil misión de estar perfectamente al nivel de los anteriores.
La obra va constantemente de menos a más. Hay riesgo en la propuesta. Cuando uno coge un texto conocido y que funciona, una razonable tentación puede ser actualizar lo que sea conveniente y tratar de modificar lo mínimo. Eso es legítimo. Sin embargo, Soto y su equipo aceptan el reto de una manera bastante audaz, mezclando los eventos que ya conocemos con las consecuencias de los mismos, consiguiendo así captar por igual tanto a los que ven a Carmela y su mundo por primera vez como a quienes ya creían saberlo todo.
Santiago Molero carga con dar credibilidad a ese opening donde el juego de luces es fundamental. Todo se ha reducido al mínimo. Si bien se menciona, incluso Gustavete (caracterizado de forma inolvidable por Gabino Diego) desaparece de la ecuación. Todo el peso recae en los dos intérpretes, capaces de llevarnos, ahora que ha estado tan reciente San Valentín, por las distintas fases de una pareja: el enamoramiento, la pasión, el reproche mutuo, el arrepentimiento y el dolor. La química sobre el escenario de Molero y Cristina Medina es realmente cautivadora.
Medina pilla el pulso perfectamente a la protagonista. Quienes ya la conozcan de La que se avecina sabrán de vis cómica de esta mujer. Roberto Gómez Bolaños solía decir que si una actriz era capaz de hacer reír en una comedia, no tenía ninguna preocupación cuando le tocase lidiar con algo dramático: lo haría bien seguro. Aquí ella hace una fusión de ambas cosas, porque la artista es una mezcla de ingenuidad e instinto, de impulso y valentía, un conglomerado que la aboca a un épico final. El hecho de que sepamos hacia donde conduce la tragedia no le resta un ápice de interés al asunto.
Por su lado, Molero cuaja un Paulino estupendo, dotado de esas paradojas que ya estaban en el texto de Sinisterra. Humanidad en esa cobardía natural que muchos seres humanos tenemos al afrontar un riesgo, esa admiración y reproche contenido que siente hacia esa valentía de Carmela, sobre todo por dejarlo solo. Leyendo la crítica de una estupenda película como es Call Me By Your Name, me fijaba en un párrafo incidía sobre que los dos protagonistas lo hacían muy bien siempre, pero que la magia llegaba cuando compartían plano. Exactamente eso les ocurre a Medina y Molero.
Aquí incluso se podría permitir un reproche. Hay un instante que podría ser mágico. Un flashback que se mezcla con el elemento onírico y un diálogo que, apenas con cambio, podría llevar a una re-interpretación de la famosa última función de ambos a las órdenes de un líder del Corpo Truppe Volontarie a cambio de la supervivencia. Soto y su equipo trabajan bien y, una vez nos han sumergido, creo que legítimamente podrían haber incluso jugado la baza de hacer un What if...? Eso le podría haber dado un aura al tercer acto, que además ha mostrado alguna pista un poco tramposa.
Es en ese clímax donde quizás falte algo. Había una cosa (en realidad, un millón de cosas) muy buena en los guiones que firmaban gente como Rafael Azcona o Luis García Berlanga sobre ese período tan oscuro. Eran sarcásticos y, en ocasiones, hasta brutales en su humor. Pocos han puesto a una sociedad ante un espejo con tan poco pudor y, aquí lo raro, un punto de humanidad siempre en lo singular. Una conexión directa con aquella frase mágica del Doutor Sócrates: "Hay que ser duro con los problemas y blando con las personas".
Aquí el libreto se prenda de Carmela y es fácil entender por qué. El personaje tiene una humanidad y espontaneidad que atrapa y cautiva. Pero ella no es la norma. Es la heroína que no pretendía serlo, simplemente lo hace. La norma está mucho más cerca de personas como Paulino, quien no es, en lo absoluto, una mala persona. De hecho, nadie que estuviera con Carmela podría serlo. Simplemente, el miedo y las bombas le paralizan. Porque eso suele dar pánico. El saber hacer de Molero le da el alma que también tenía con Pajares, algo imprescindible y que aquí quizás algunos diálogos del final hayan descuidado.
No se podría cerrar con otro tema que la exhibición de Medina como esa Carmela a medio camino entre Belchite y aquel lugar que Orestes buscó para rescatar a su amada. Un micro-cosmos que nos conecta incluso con esa importancia del recuerdo que siempre está en nuestra mente: desde el espectro de Patroclo regañando al adormilado Aquiles o en ese cuento animado maravilloso llamado Coco (2017). La actriz se mete en la piel y el duende (que, como bien sabía Lorca, era una mezcla de triunfo y tragedia) de una fallecida que tiene más vida que muchos al otro lado del espejo.
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
-Teatro Góngora de Córdoba, función del día 16 de febrero de 2018 de la obra ¡Ay, Carmela! [Realizada por el autor del blog]
-Teatro Góngora de Córdoba, función del día 16 de febrero de 2018 de la obra ¡Ay, Carmela! [Realizada por el autor del blog]
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