domingo, 5 de agosto de 2018

U.S.S. CALLISTER: LOS LADOS DEL ESPEJO


Es una marca registrada y de prestigio. Black Mirror dibuja una sonrisa en la persona aficionada a las series. Un producto bien envasado que, además, presenta la ventaja de poder consumirse cada capítulo de forma independiente. Da igual iniciarse en la tercera temporada que en la primera. Por ello, resultan comprensibles las expectativas generadas con el estreno de su cuarta entrega, bien promocionada como una mezcla de la ciencia ficción más clásica y esos inquietantes futuros próximos que se suelen presentar en el show. 



Como de costumbre, el casting se reflejaba sumamente cuidado. Cristin Milioti y Jesse Plemons ostentarían los dos principales papeles de la función. La primera sería Nanette Cole, una talentosa recién llegada a una compañía próspera en el mundo de las redes. Buena parte de la bonanza vendría de la genialidad de Robert Daly (Plemons), quien desarrolló un popular juego en línea. No obstante, pese a que la propia Cole ansiaba conocerle, quedará sorprendida por lo inadaptado del programador, quien vive bastante ignorado por su socio en la firma y es considerado por el resto de personas empleadas como poco menos que un paria excéntrico. 



El director Toby Haynes sabe crear esa atmósfera laboral donde están bien delimitados los roles. Esto queda patente con la figura de Shania (Michaela Coel), quien pronto advierte a la recién llegada que se aloje todo lo posible de Daly. Resulta curioso que no la orienta en ese sentido con respecto a Walton (Jimmi Simpson), de quien admite es arrogante y hasta tocón en la oficina pero que es identificado con las señales del éxito. Este ambiente tóxico en el trabajo es la punta del iceberg de una narración de más de una hora repleta de giros. Recomendaría dejar de leer llegados a este punto a las personas que todavía no lo hayan visto para evitar destripar la trama. 


Charlie Brooker y William Bridges firman un guión donde las cosas pronto demuestran ser más complicadas de lo que aparentan. De repente, Nanette despertará en una especie de nave tipo Star Trek, donde Daly es un audaz capitán a quien toda su tripulación teme y respeta. Tardamos poco en comprender que esta Nanette no es la real, más bien se trata de un clon digital que su nuevo jefe ha logrado sacar de ella a través de su ADN. Han existido varias críticas acerca de la viabilidad científica del curioso escáner que guarda el protagonista en su casa; si bien, al ser totalmente lego en la materia, estoy dispuesto a admitirlo como un elemento más de la ciencia ficción de esta trama. 



De esa manera, mientras que es cruelmente ignorado en el mundo real, en esa versión de su propio juego de flota espacial todo está a merced de Daly. Técnicamente, no está maltratando a sus verdaderos compañeros de trabajo, aunque el dilema moral está claro al estilo Westworld. Si son capaces de sufrir dolor, emocionarse y tener sentimientos, ¿no se está convirtiendo en un sátrapa despiadado con seres humanos aunque sea en otro plano de la realidad? Y es que además sus recreaciones conservan hasta los últimos recuerdos de los originales. La crueldad del capitán se ceba especialmente con Walton, cuyo clon lleva tanto tiempo allí que ha admitido la derrota y considera a su torturador un ente invencible en esa realidad. 



A nivel de escritura, es un perfil psicológico es muy interesante. Esta claro que el programador tiene una genialidad innata, no obstante, la está desperdiciando de una forma absurda. Podría crear su propia compañía o montar otra donde le apreciasen más, contentándose con ser un dios en un micro-cosmos de pueril venganza donde puede controlar cada rincón. La parodia de la etapa clásica de Star Trek en las aventuras que vive la peculiar tripulación es bastante obvia, pudiendo discutirse si se trata de un homenaje/burla o una visión bastante superficial del asunto. Y es que para ser un fiel de la serie Space Fleet, los argumentos de este demiurgo son bastante burdos, existiendo, eso sí, elementos curiosos como haber privado de sexo a sus protagonistas en un curioso ejemplo de "moralidad".  


La recién llegada al tablero está dispuesta a plantear varios motines, no desanimándose ante los primeros fracasos. Con habilidad irá descubriendo algunas pequeñas fisuras (especialmente, las actualizaciones) que escapan al control del todopoderoso capitán. El plan más audaz incluye chantajear a la propia Nanette del mundo real para que les ayude a robar el material genético que guarda Daly. Es bastante sorprendente la rapidez con la que ella accede (recordemos que en la "dimensión real" su jefe no le ha hecho nada), incluyendo el allanamiento de morada. 



Además, cabe la pregunta de en qué podría afectar eso al protagonista, puesto que siempre tendrá más oportunidades de robar vasos de café u otras muestras de material genético de los otros empleados. Y es que bajo una apariencia de controlarlo todo, igual que le sucede a Daly, hay muchos flecos en este guión de apariencia sofisticada. De una manera bastante kafkiana y espectacular, el programador quedará accidentalmente atrapado en su propio juego, provocando una situación asfixiante, mientras su cuerpo real languidece en estado comatoso mientras tiene en su apartamento la señal de no importunar en la puerta. Se trata de un momento bastante logrado, muy en la línea de los finales de Black Mirror



Resulta curiosa la falta de aprendizaje de todos los representantes de la función. Con la única excepción de una confesión de Walton, ninguna de las recreaciones parece arrepentida por el comportamiento de sus contra-partidas en la vida real. Asimismo, Daly exhibe una tiranía sádica en su ficción, dando a entender qué tipo de cosas haría en caso de tener poder verdader. El resto de tripulantes logran sobrevivir contra todo pronóstico y parecen pronosticar nuevas aventuras fastidiando a otros usuarios/as que sueñan con ser pequeños reyezuelos de taifas en la flota espacial. 



La buena acogida del capítulo ha llevado incluso a barajar un spin off (a fin de cuentas, resultaría bastante sencillo recuperar al comandante en caso de necesidad). Más allá de que si se conserva el casting tendría un nivel actoral más que óptimo (Milioti, Plemons y Simpson, entre otros, están magníficos en sus roles), creo que la cuestión no daría para tanto y sería un chicle innecesariamente estirado. De hecho, probablemente uno de los motivos de su forma de destacar radica en lo irregular de esta cuarta temporada, en la que se alternan elementos muy prescindibles con obras maestras como Hang the DJ, del cual hablaremos la próxima vez que nos toque esta sección televisiva. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES: 










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