Dentro de las grandes novelas clásicas del siglo XIX, existen pocas más extrañas que Moby Dick. Juzguen ustedes mismos. El relato de Herman Melville comienza con un elocuente "Llamadme Ismael", en una presentación de resonancias bíblicas. La primera de las muchas pistas que nos llevan a pensar que esta aventura es mucho más que la caza de un esquivo y poderoso cetáceo. O quizás no. Tal vez, el escritor utilizó todas sus experiencias navegantes para narrar con todo lujo de detalles el día a día de una tripulación de balleneros. Quién sabe, puede que el capitán Ahab fuese únicamente un herido increíblemente obstinado que responsabilizó a un pobre animal de defenderse ante su ataque.
De cualquier modo, cualquier lectura es legítima, lo cual explica el poder de fascinación que sigue ejerciendo esta larga búsqueda por los océanos. Cine, televisión, cómics, etc. No pocos de ellos se han sumergido con la criatura blanca para intentar conseguir algo de su poder de atracción cara al público. Como fuere, sin negar que sea absorbente, a diferencia de otras piezas indispensables de la narrativa, no me atrevería a calificar Moby Dick como una lectura fluida o agradable. En realidad, en bastantes instantes es tan dura como esos malhumorados arponeros.
Las personas amantes de la navegación tienen en la prosa de Melville al compañero ideal de viaje, a un narrador que no ahora ningún tecnicismo o definición de las distintas tipologías de ballenas. Indudablemente, ello otorga un grado de verosimilitud al relato, una fuerte coherencia y curiosidades de la vida cotidiana de los habitantes de Nantucket. Sin embargo, creo que un lector medio no necesariamente embelesado con esta jerga, puede sentirse en ocasiones, un tanto mareado, como buen marinero de agua dulce que se precie. Por fortuna, aunque tarde en aparecer, se crean todas las expectativas para conocer al capitán Ahab, cuya figura es una de las inmortales en los panteones literarios.
De cualquier modo, cualquier lectura es legítima, lo cual explica el poder de fascinación que sigue ejerciendo esta larga búsqueda por los océanos. Cine, televisión, cómics, etc. No pocos de ellos se han sumergido con la criatura blanca para intentar conseguir algo de su poder de atracción cara al público. Como fuere, sin negar que sea absorbente, a diferencia de otras piezas indispensables de la narrativa, no me atrevería a calificar Moby Dick como una lectura fluida o agradable. En realidad, en bastantes instantes es tan dura como esos malhumorados arponeros.
Las personas amantes de la navegación tienen en la prosa de Melville al compañero ideal de viaje, a un narrador que no ahora ningún tecnicismo o definición de las distintas tipologías de ballenas. Indudablemente, ello otorga un grado de verosimilitud al relato, una fuerte coherencia y curiosidades de la vida cotidiana de los habitantes de Nantucket. Sin embargo, creo que un lector medio no necesariamente embelesado con esta jerga, puede sentirse en ocasiones, un tanto mareado, como buen marinero de agua dulce que se precie. Por fortuna, aunque tarde en aparecer, se crean todas las expectativas para conocer al capitán Ahab, cuya figura es una de las inmortales en los panteones literarios.
Y es que más allá de otras consideraciones, el extraño pero carismático capitán y su influjo sobre su tripulación hacen que esta misión suicida alcance una dimensión épica. Existe una palabra de origen turco y resonancia mágica, kismet, cuyo significado vendría a ser algo así como el misterioso hilo del destino que lleva a la personas a un fin concreto. La grandeza del terco Ahab es resistirse a que tiren de él como una marioneta, a pesar de la espada de Damocles que se cierne sobre él. Algunos han llegado incluso a ver en su titánico pulso una metáfora deicida, el intento de un ser humano de alcanzar predominio sobre su creador. Quién iba a decir al malencarado Ahab que las letras lo recordarían como un moderno Prometeo.
De cualquier modo, tampoco podemos subestimar un hecho entre esas tormentas: Moby Dick durmió durante mucho tiempo como una obra menor, arrumbada en estanterías de bibliotecas estadounidenses hasta que se sobrepuso a todo. Pese a sus conocimientos, Melville cometió no pocos errores en sus clasificaciones, también se confundió en algunas de las abundantes citas que jalonan y, en no pocas ocasiones, ralentizan la propia aventura creada. Fue con el paso del tiempo cuando las re-lecturas descubrieron los muchos secretos que escondían sus páginas.
Por ejemplo, el nada disimulado y expresado homoerotismo que de manera elocuente usa Melville para definir la inesperada alianza que Ismael fraguará con su compañero de posada y cuarto, Quiqueg. Los pasajes donde ambos comparten cama, circunstancia nada atípica en esos atestados lugares de la época, son aprovechados por el autor para dar constancia de esa realidad, la cual traspasa fronteras dada la condición social del segundo, nada menos que un antiguo miembro de una tribu caníbal ahora metido a arponero.
Nacido en New York, aunque de raigambre en una buena familia de Boston, Melville falleció en un relativo anonimato del que le recuperaría la crítica literaria tras la I Guerra Mundial, uniéndose al club de célebres escritores que alcanzaron el reconocimiento y mérito que merecieron en vida de manera póstuma. En verdad, su alta de popularidad en el sentido que comprendemos la fama hoy, no debe confundirse con haber tenido un azar vital poco interesante. Siendo apenas grumete se enroló en barcos hasta llegar a Londres, participó en motines de marineros y terminó rentabilizando con talento las anécdotas que le contaban algunos viejos balleneros en posadas bajo fuego de chimenea y rugido de la tormenta.
De hecho, su novela más célebre hizo que en el imaginario popular se diera como común algo que era excepcional en el Leviatán. Es extraño que una ballena ataque gratuitamente a un navío, puesto que en la historia de esta práctica, dicho animal ha llevado invariablemente sus reacciones más violentas tras sufrir una agresión previa. La caída del Essex ante un cachalote fue una de las fuentes que Melville utilizó para dar verosimilitud a lo que acontecería con el Pequod.
Nacido en New York, aunque de raigambre en una buena familia de Boston, Melville falleció en un relativo anonimato del que le recuperaría la crítica literaria tras la I Guerra Mundial, uniéndose al club de célebres escritores que alcanzaron el reconocimiento y mérito que merecieron en vida de manera póstuma. En verdad, su alta de popularidad en el sentido que comprendemos la fama hoy, no debe confundirse con haber tenido un azar vital poco interesante. Siendo apenas grumete se enroló en barcos hasta llegar a Londres, participó en motines de marineros y terminó rentabilizando con talento las anécdotas que le contaban algunos viejos balleneros en posadas bajo fuego de chimenea y rugido de la tormenta.
De hecho, su novela más célebre hizo que en el imaginario popular se diera como común algo que era excepcional en el Leviatán. Es extraño que una ballena ataque gratuitamente a un navío, puesto que en la historia de esta práctica, dicho animal ha llevado invariablemente sus reacciones más violentas tras sufrir una agresión previa. La caída del Essex ante un cachalote fue una de las fuentes que Melville utilizó para dar verosimilitud a lo que acontecería con el Pequod.
Un relato de supervivencia y que adentra a su público en uno de los lugares donde el ser humano puede sentirse más vulnerable ante la naturaleza en su poder más crudo.
-MELVILLE, H., Moby Dick, Austral, Barcelona, 2011. Traducción, presentación y notas aclaratorias a cargo de José María Valverde.
-EN EL CORAZÓN DEL MAR
-RESEÑA DE MOBY DICK EN ROQUEMADRID
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
-http://www.altair.es/es/libro/moby-dick-austral_112986
-http://www.afi.com/laa/laa89g.aspx
-http://mentalfloss.com/article/72100/11-things-you-might-not-know-about-moby-dick
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