domingo, 16 de septiembre de 2018

EL TRAGALUZ


Hoy impacta. En su momento, fue una verdadera bomba de relojería. Desde su gestación, los escenarios teatrales han inquietado a los sistemas, alterado las normas sociales y generado cejas arqueadas por la corrección política. Cuando Antonio Buero Vallejo estrenaba El tragaluz, diseñaba una ratonera donde personajes muy terrenales iban a sacar sus anhelos, miserias y dudas delante de un público que, como sucedía desde hacía años, estaba siempre obligado a barrer por debajo de la alfombra en materia de recuerdos. 



Inspirándose en el relato bíblico de Caín y Abel, la historia centra su tensión dramática en las relaciones de dos hermanos; Vicente y Mario. Cada uno de ellos habría recorrido caminos diferentes a partir de la guerra civil española (1936-1939), teniendo como único punto de encuentro las visitas a sus padres. Vicente sería el exponente del triunfo individualista, mientras que el segundo ejemplificaría la facción derrotada. 



A pesar del talento de su prosa e ingeniosas puestas en escena, Vallejo pagó un fuerte peaje por ese adelantarse a su tiempo. La Historia le haría justicia pero habría de dar cobro de las penalidades de tocar tabúes. Una familia encerrada en una modesta vivienda de Madrid serviría de metáfora para el sentimiento de todo un país. 



Irónicamente, la novedosa forma de reconstruir la peripecia familiar, mediante la utilización de Él y Ella, dos investigadores de un futuro remoto, tal vez sea lo que peor ha envejecido de esta obra maestra. En ocasiones, subrayan bastante lo obvio y hacen una especie de voz de la conciencia que un texto tan bien escrito no necesitaba en lo absoluto. 



También puede entenderse que era otro recurso más para esquivar a la celosa censura, aquella que tenía sus cartas marcadas con él desde que Historia de una escalera le valió el interés del mundo artístico y la suspicacia de quienes recordaban su procedencia. El tono neutro de estos dos inspectores del futuro permite a este relato de cicatrices colocarse en un plano más frío. 



Luis Iglesias Feijoo, uno de los mejores analistas de la obra que nos ocupa, ha subrayado la peculiar estructura temporal y forma de secuenciar una tragedia que escapa las propias fronteras para alcanzar la universalidad. En un siglo XX que vivió el cainita proceso, dos guerras mundiales y largas dictaduras, una pregunta asola a los investigadores, una que compartiría ese público que se vio agitado en su conciencia por Vallejo. 



Dos elementos pivotan alrededor de los dos hermanos: sus progenitores y Encarna, una mujer que va a marcar un nuevo punto de inflexión en la tensa unión fraternal. Los dos terminan proyectándose en un espejo mutua que les incomoda, sabedores de que están ante otra persona a la que no pueden engañar, porque les conoce de verdad, arrancando en el famoso incidente del tren, un recuerdo ahogado por toda la familia. 



No tiene nada de extraño que un lírico tan sagaz como Sabina haya afirmado que Vallejo es una de sus referencias obligatorias. Pongamos que hablamos de Madrid, esa gran cantidad de sombras que se proyectan en el sótano dejan la sensación de gran urbe abarrotada pero donde no queda sitio para nadie. 



Una pieza imprescindible. El recordatorio de que nunca podremos cicatrizar en el olvido o ignorando la herida pensando que desaparecerá sola y sin infectarse. La cultura como mejor medicina. 



BIBLIOGRAFÍA Y ENLACES DE INTERÉS:



- BUERO VALLEJO, A., El tragaluz, Austral, Madrid, 2012.



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-https://www.casadellibro.com/libro-el-tragaluz/9788467033366/1799648



-https://www.todocoleccion.net/coleccionismo-revistas-periodicos/ano-1968-historia-ejercito-espanol-teatro-tragaluz-buero-vallejo-cine-jeane-fonda-actriz~x56586486



-http://barricadaletrahispanic.blogspot.com/2011/09/el-tragaluz-antonio-buero-vallejo.html

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