domingo, 11 de marzo de 2018

LAS MÁSCARAS DE BERGERAC


Las palabras nos permiten ser otras personas. Una alteridad, la capacidad de transformarnos en más valientes de lo que somos, dispuestos a vivir otras vidas. Alberto Castrillo Ferrer considera que hay pocas cosas más teatrales que esa acción de disfrazarse así; siguiendo esos pasos, pocos personajes en la literatura han sido más criaturas nacidas para el escenario que Cyrano de Bergerac, el pasional protagonista de la célebre obra del mismo título, escrita por Edmond Rostand. Un libreto plagado de romanticismo en su expresión más pura, adaptado por el propio Ferrer para una nueva representación. 



Ferrer y Carlota Pérez Reverte cuentan para esta versión con una voz que nunca puede ser subestimada: la de José Luis Gil. Desde la entrada al teatro cordobés, ya se escucha ese tono familiar y dicción casi perfecta, animando al respetable a abandonar el mundo de la prosa y las teclas del exigente móvil para prestar atención únicamente al escenario. Pero hay algo más que oficio en su arte. Se nota que el intérprete tiene pasión por Cyrano, un cariño que le surgió desde que vio la versión de gran Julio Núñez. Hace décadas, Gérard Depardieu se ganó justos laureles cinematográficos haciendo de este falso fanfarrón con corazón de oro, agotado por el desamor pero incapaz de rendirse. Desde ahora, la figura de Gil se coloca como otro de los brillantes alter egos del espadachín. 



Son muchas las armas de las que dispone el actor, incluyendo su amplia experiencia como doblador (que va de registros tan variados como John Ritter en Apartamento para tres o Buzz Light Year), ¿quién mejor para saber colocarse bajo la máscara del otro? Cyrano habrá de hacerlo a través del joven y apuesto soldado gascón Christian (Álex Gadea), a quien asesora, ayuda y presta su afilada pluma para intentar conquistar el corazón de Roxane (Ana Ruiz), prima del propio Cyrano, de quien siempre ha estado profundamente enamorado. 



No obstante, pese a su rápido verbo y sensibilidad poética, Cyrano pierde cualquier asomo de elocuencia cuando su enfrenta a su hermosa pariente. Prefiere ocultarse, ayudar a Christian para recoger, aunque sean, las migajas que arroje ese romance. El gran mérito de Rostand fue no presentar un mundo de claros y oscuros, admitiendo siempre el tono gris. A pesar de tener la ventaja del físico, el joven gascón no es una persona carente de honor, conforme avance su relación, irá surgiendo en su alma la duda de si no es un impostor con suerte, incapaz de llegar a Roxane por sus propios méritos. 



Y es precisamente sobre la dama en cuestión donde radica la grandeza de esta obra. La gran duda que tenemos conforme avanzan las escenas es si sus palabras son verdad. Ella afirmará en varias ocasiones que querría a Christian aunque perdiese su apariencia, pues son sus versos y alma las que la cautivan antes que cualquier otra cosa. De ser ciertas esas afirmaciones, Cyrano se habría condenado a sí mismo a no saborear un amor del que se ha hecho acreedor. De haber sido simplemente otra bella parisina más, Roxane nunca habría podido provocar esas emociones.  



La escenografía planteada por Alejandro Andújar y Enric Planas se nos muestra ingeniosa, capaz de llevarnos al balcón de Roxane (qué juego han dado desde que os descubrió Shakespeare para las escenas románticas) o a un enfrentamiento con las tropas españolas en apenas unos segundos. Nicolás Fitschel juega con las luces para iluminar a la joven pareja y sumir en la reflexiva sombra a Cyrano. Vestuario y recursos armonizan con el mimo que caracteriza esta exigente puesta en escena de más de dos horas, donde nunca se nos ocurre mirar el reloj.  


Gil nos lleva en volandas sobre el torbellino de emociones de la compleja personalidad del guerrero de Bergerac, con todo el talento del mundo a sus pies y sometido al complejo que le acarrea mirar en el espejo su desproporcionada nariz. Aunque pasen desapercibidas ante la elocuencia de los versos, hay que destacar las coreografías de esgrima planteadas por Jesús Esperanza, realmente excelente, puesto que, al igual que cierto ingenioso hidalgo al que Cyrano admira, el héroe es capaz de lanzarse contra gigantes. 



Nuestro gran protagonista cuenta con el apoyo lujoso de un elenco esencial y generoso: Carlos Heredia como el taimado y protegido pariente del cardenal Richelieu nos demuestra que los villanos pueden (y deben) tener aristas, Nacho Rubio da presencia y fuste al capitán de los gascones (con un número musical exquisito, por cierto), Rocío Calvo resuelve su camaleónica papeleta, pasando de un papel a otro sin ninguna clase de problema, y Ricardo Joven envuelve de ternura al maestro pastelero que es uno de los pocos parisinos capaz de llamar amigo a Cyrano. 



Llegamos al último acto con la tristeza del desenlace y, todavía peor, el saber que esta cuidada obra se termina, esa que ha alternado risa y llanto con tanta delicadeza. Modestamente desde este blog, se rogaría que cuando terminen su gira, el equipo permita grabar la última función. Esta clase de experiencias, como las cartas de amor de Cyrano a su amada prima, nunca deberían caer en el riesgo del olvido. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-Función Cyrano de Bergerac del día 10 de marzo de 2018, Teatro Góngora (Córdoba) [Fotografía realizada por el autor del blog]



-Programa Cyrano de Bergerac, función del 10 de marzo de 2018, Teatro Góngora (Córdoba). 



-Función Cyrano de Bergerac del día 10 de marzo de 2018, Teatro Góngora (Córdoba) [Fotografía realizada por el autor del blog]

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